Las tribus aborígenes australianas que sobrevivieron a la colonización británica, tras diversos intentos de exterminio, desplazadas de sus tierras para una mejor explotación de sus riquezas minerales, y finalmente confinadas en espacios limitados y controlados por el poder gobernante, reflejan una “cosmogonía” muy particular, que ha despertado un singular interés entre antropólogos y sociólogos modernos.
“…estas tribus… no ofrecieron excesiva resistencia a la dominación extranjera, pues para ellos lo importante sucedía en el tiempo del sueño, lo cual hizo posible que sobrevivieran al ímpetu explotador y expoliador de los “extranjeros”
La manera en la que entienden la vida y su concepción de la realidad diverge absolutamente de la mentalidad occidental. Para ellos el origen de la vida se produce en el sueño, de tal forma que cada vez que duermen se renueva un compromiso con la vida, al encontrarse con sus fuerzas creadoras. De estas ensoñaciones extraen consejos, se plantean leyes, se estructura la vida comunitaria, se deriva el sentido de lo bueno y la malo, establecen juicios sobre los sucesos y es su fuente de inspiración para producir obras artísticas que son altamente cotizadas en el mercado del Arte.
“Con ese deje racial y supremacista propio de los nacionalismos al que tan bien nos hemos acostumbrado, los nuevos gobernantes del territorio fueron centrando sus políticas con los aborígenes, en garantizarles una supervivencia basada en diferentes subsidios con los que poder seguir viviendo.”
Sin excesivas diferencias sobre la invasión colonizadora anglosajona del Norte de América, estas tribus, distribuidas en distintas etnias y grupos familiares, no ofrecieron excesiva resistencia a la dominación extranjera, pues para ellos lo importante sucedía en el tiempo del sueño, lo cual hizo posible que sobrevivieran al ímpetu explotador y expoliador de los “extranjeros”, a diferencia de lo sucedido con la mayoría de las tribus norteamericanas.
Este “pacifismo” innato en su filosofía vital obligó a que los nuevos inquilinos adoptaran políticas menos violentas con ellos, y tuvieran que plantear acciones menos agresivas hacia una coexistencia impuesta por esta situación. Con ese deje racial y supremacista propio de los nacionalismos al que tan bien nos hemos acostumbrado, los nuevos gobernantes del territorio fueron centrando sus políticas con los aborígenes, en garantizarles una supervivencia basada en diferentes subsidios con los que poder seguir viviendo. Con la inocencia propia de pensamientos primarios, pero no exenta de la sabiduría ancestral y natural con la que la ausencia de un interés dota de pureza a las ideas, denominaron a estos subsidios el “dinero sentado”.
“El incremento de conductas autolesivas, autodestructivas y el aumento del consumo de sustancias psicotrópicas “naturales”, creció exponencialmente, al punto de convertirse en el principal problema social de estos grupos étnicos, sin que a los colonizadores pareciera importarles demasiado.
Con una escasa autonomía y un muy limitado poder de decisión sobre el territorio y la comunidad, estos pueblos primitivos empezaron a encontrarse con un serio problema inesperado y añadido. Efectivamente, como consecuencia de estas políticas subsidiarias la población en general fue entrando paulatinamente en una especie de depresión colectiva, desidia generalizada y escaso empuje vital, que en los manuales de psicopatología serían considerados como una depresión mayor. El incremento de conductas autolesivas, autodestructivas y el aumento del consumo de sustancias psicotrópicas “naturales”, creció exponencialmente, al punto de convertirse en el principal problema social de estos grupos étnicos, sin que a los colonizadores pareciera importarles demasiado.
Los residuales y limitados gobernantes de las tribus, a medio camino entre una nobleza primitiva y un rol sacerdotal, empezaron a levantar la voz contra el peligro que acechaba a sus ciudadanos por la generalización de las adicciones entre la población, que no encontraba otra forma de sobrellevar su penosa existencia que drogándose en cualquier situación que lo facilitara en contextos cotidianos.
Las negociaciones con el poder firmemente establecido, dada la naturaleza profundamente antagónica del mundo aborigen y el colonizador, solo pudieron alcanzar acuerdos sobre los tratamientos de las adicciones en términos de la mayor reducción posible de los daños ocasionados por los consumos, y leyes bienintencionadas que prohibían su consumo con escaso celo en su cumplimiento.
“…la inmensa mayoría de la vivienda de alquiler es propiedad de otros ciudadanos que apuestan por esta vía… ajenos a los efectos especulativos que generan… un fenómeno que padecen especialmente los jóvenes, y las familias que incipientemente están tratando de forjar un proyecto de vida viable.”
En un reciente informe del Banco de España sobre el mercado de alquiler de vivienda en nuestro país, se menciona como solo el 8% del mercado de vivienda destinada a este fin está en posesión de los denominados “grandes tenedores” -principalmente fondos de inversión-, mientras que el resto lo está en manos de pequeños propietarios. Es decir, que la inmensa mayoría de la vivienda de alquiler es propiedad de otros ciudadanos que apuestan por esta vía o para incrementar exponencialmente su patrimonio, o para completar sus ingresos, ajenos a los efectos especulativos que generan, y haciendo muy difícil coordinar una acción política sobre un fenómeno que padecen especialmente los jóvenes y las familias que incipientemente están tratando de forjar un proyecto de vida viable.
“Un entramado social legal de base psicopática excelentemente aleccionada por sus líderes políticos… que define moralmente el sustrato colectivo en el que vivimos… Propietarios sentados esperando que los demás les lleven el dinero a sus cuentas.”
Un buen montón de ciudadanos de a pie que tienen e invierten en vivienda, que metidos en la rueda la psicosis nacional sobre la vivienda, y seguramente sin pretenderlo, exprimen y asfixian a otra gran mayoría que sufre para salir adelante. Un entramado social legal de base psicopática excelentemente aleccionada por sus líderes políticos sobre la base compartida del que “yo voy a lo que voy”, que define moralmente el sustrato colectivo en el que vivimos. Nos queremos ver y nos autodefinimos como solidarios pero hay una hipocresía y un cinismo existencial que nos retrata ante el espejo.
Si los sueños son, en cierta manera, un reflejo de la vida que llevamos, recogiendo el espíritu de los aborígenes australianos, gran parte de nuestra economía nacional es simplemente un instrumento del dinero sentado. Propietarios sentados esperando que los demás les lleven el dinero a sus cuentas.