![El poder del relato](https://www.otraspoliticas.com/wp-content/uploads/2025/02/egypt-4862695_1280.jpg)
Con frecuencia oímos la afirmación de que, en la contienda política, vence aquel que domina el relato. Todo indica que dicho relato ocupa un lugar prominente en el discurso político y que está por encima de la realidad. Lo que importa no son los hechos o la verdad, lo que importa es quién lo cuenta, cómo lo hace y qué versión de lo que pasa nos transmiten.
La adaptación de la realidad a nuestros intereses ha sido una constante en la historia. Todos hemos oído la frase de que la historia la cuentan los vencedores, no los vencidos, y sería muy ilustrativo contar con la versión de estos últimos para poder conocer mejor qué es lo que realmente pasó.
Ya el faraón egipcio Ramsés II (1303-1203 a.C.) se encargó de llenar los templos de inscripciones celebrando su gran victoria en la batalla de Qadesh (1274 a.C.), cuando la realidad es que cayó imprudentemente en una emboscada de los hititas y estuvo a punto de perecer durante la huida del ejército egipcio. Lo que fue una batalla que finalmente quedó en tablas (o puede que incluso puede que fuera una derrota, no se sabe a ciencia cierta) fue contada al pueblo y a la posteridad como una gran victoria. El problema es que, hasta estudios más recientes, el relato de lo que ocurrió fue el que Ramsés II hábilmente hizo creer a los egipcios.
Sin irnos tan lejos, ejemplo más reciente es la denominada leyenda negra española, que fue utilizada por varias naciones que estaban bajo el dominio español para, mezclando verdades y mentiras, conseguir una animadversión hacia el imperio español, existiendo reminiscencias de la misma hasta nuestros días. Otro caso paradigmático fue la campaña de prensa estadounidense de finales del S. XIX que facilitó y justificó ante la opinión pública la guerra hispano-norteamericana que conllevó para España la pérdida de Cuba y Filipinas.
La historia como disciplina ha sufrido siempre de grandes deformaciones. La posibilidad de poder contrastar fuentes y distintas versiones frecuentemente no existe (especialmente en hechos antiguos) lo que dificulta enormemente conocer lo que ocurrió en la realidad.
George Orwell, en su famosa novela “1984”, decía que «Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro».
No obstante el poder del relato no se limita a la historia antigua, sino que lo tenemos muy vigente en la actualidad y está presente en todas las esferas de la sociedad.
Las empresas, por ejemplo, muestran en su publicidad y en su interacción con el público, su cara más amable y aquella que entienden que sintoniza mejor con el sentir general y con lo que la gente percibe favorablemente. Si en este momento prima el cuidado del medio ambiente, el respeto a la igualdad de géneros, etc. nos encontraremos menciones a estos temas incluso por parte de empresas cuyos productos tienen poca relación con los mismos. Lo que tratan es de dar una imagen positiva, que conecte con las emociones y sentimientos de sus clientes actuales o potenciales.
El relato es ampliamente utilizado por nuestros políticos en nuestros días. En mi opinión de manera excesiva, de forma que lo que cuenta ya no son los datos, la realidad de lo que se transmite, sino que lo que se dice obtenga el respaldo de los votantes, independientemente de su veracidad. Lo importante ya no es lo que es, sino lo que se logra hacer creer. El vencedor en la contienda política es aquel que se hace con el control del relato.
En el momento actual de polarización política y de la comunicación instantánea (en el que juegan un papel importante las redes sociales), el relato político puede moldear la percepción de la gente de manera que lo emocional y la identidad grupal se anteponen a los hechos concretos.
Los medios de comunicación son transmisores del relato de los políticos y, con frecuencia, ellos mismos emplean un relato ideologizado para apoyar la tendencia propiciada por su cabecera.
Luis María, en su recientemente publicado libro “La fuerza del relato” nos dice, con mucha razón, que “Entender el funcionamiento de este artefacto…es fundamental para proteger el pensamiento crítico y el respeto por la verdad. Para no dejarnos arrastrar por la corriente hegemónica del momento, para escapar del adiestramiento intelectual quedo que amenaza a nuestras sociedades modernas”
Algunas de las técnicas utilizadas en el relato político son las siguientes:
Creación de una identidad colectiva: los “nuestros” frente a “ellos”, los de aquí frente a los que vienen de fuera, los de pueblo frente a la élite que pretende mantener sus privilegios. Esto conlleva la identificación de quiénes son nuestros aliados y nuestros enemigos (que pueden ser partidos, medios de comunicación, clase social, etc.)
Preponderancia de las emociones en el discurso: la indignación (“esto no puede seguir así”), el orgullo (por ejemplo el eslogan de Trump de “hagamos América grande de nuevo”), la esperanza (recordemos a Felipe González en 1982 con la promesa de cambio) y, sobre todo, el miedo (a perder derechos adquiridos, al extranjero…). El relato es especialmente eficaz cuando se dirige a una población vulnerable, ya sea como consecuencia de una catástrofe (como ejemplo, la epidemia del COVID) o que se considera descontenta o agraviada (por ejemplo, una crisis económica).
En este aspecto es importante el uso de eslóganes, símbolos e himnos que ayuden a reforzar la vinculación emocional con el mensaje (acordémonos de canciones como “libertad sin ira” durante la transición española o el “Yes, we can” de Barak Obama).
Reinterpretación de la realidad: se altera la realidad para adaptarla a los intereses en juego, así una crisis económica se vende como consecuencia de la mala gestión de los gobiernos anteriores y un caso de corrupción como una persecución política. Recordemos que, salvo raras excepciones, en la noche electoral todos los partidos muestran sus resultados como positivos.
Capacidad de adaptación a las circunstancias: el relato puede pasar por ejemplo de triunfalista a uno de resistencia ante las adversidades en función de la evolución de las circunstancias.
Mensajes directos, emocionales y concretos: En la sociedad actual de la inmediatez, en la que un exceso de estímulos nos impide tener tiempo para la reflexión, las comunicaciones deben ser telegráficas y que nos aboquen a tomar partido de forma inmediata haciéndonos creer que estamos en el lado correcto de la historia. Se trata de simplificar los mensajes, de evitar los matices o las dudas.
Podemos concluir que el objetivo del relato es dar sentido a lo que acontece, movilizar apoyos, justificar acciones y desacreditar a los adversarios.
Los ciudadanos somos víctimas del relato pero tenemos también una responsabilidad en buscar la objetividad y no dejarnos llevar por lo que nos cuentan de forma tendenciosa.
¿En base a qué votamos en unas elecciones? ¿Conocen los votantes los programas de los partidos, lo que se supone que va a ser la acción del gobierno en los próximos años? La realidad es que no (en su inmensa mayoría). Se vota a sentimiento, por las percepciones que uno tiene de las distintas opciones. Por ello el elemento emocional del relato es esencial, y los asesores de los políticos lo saben. Los programas…ya se sabe, a veces se cumplen y otras no; siempre se podrá argumentar que nos hemos encontrado con una situación mucho peor que la que nos decían o que las circunstancias han cambiado, o que los necesarios apoyos parlamentarios impiden llevar a cabo todo el programa.
La realidad es que en las elecciones se confrontan más los relatos políticos que los programas.
Lo que es sorprendente, y hasta gracioso si me apuras, es cuando uno mira desde cierta distancia, el relato de unos partidos y otros de un mismo acontecimiento y los compara, parece que hayan vivido realidades completamente distintas (y lo mismo aplica en el caso de los distintos medios de comunicación).
Una vez me dijeron que, para tener una buena compresión de un hecho histórico, había que leer al menos 7 versiones diferentes. No voy a pedir a mis lectores que todos los días lean 7 periódicos, pero sí que les recomiendo informarse de fuentes que sean realmente diferentes, incluso de aquellas con las que no simpaticemos ideológicamente. La verdad estará seguramente en algún sitio intermedio entre todas ellas.