
Aunque los sondeos en los días previos a las elecciones catalanas del 12 de mayo vaticinaban una victoria del candidato del PSC-PSOE, Salvador Illa, los resultados fueron recibidos con enorme alivio en el campo del constitucionalismo. En los ambientes de izquierda por supuesto, pero también en amplios sectores de la derecha, como por ejemplo reflejó la valoración que hacía Pedro J Ramírez al día siguiente. Ahora, pasadas varias semanas, toca valorar hasta qué punto ha podido influir la Ley de amnistía recién aprobada.
Es evidente que la amnistía ha sido el precio que ha pagado Sánchez a Puigdemont para que votaran a favor de su investidura los siete diputados de Junts. Mi opinión sobre este asunto ya la expuse en otro artículo así que no me voy a extender ahora sobre ello. La cuestión que me parece relevante plantear ahora es: ¿qué influencia puede haber tenido esta Ley en que los partidos independentistas hayan cosechado el peor resultado en unas elecciones catalanas desde 1.980?
Habida cuenta del recurso tan intenso que ha venido haciendo el nacionalismo catalán del victimismo, en su forma de contextualizar las relaciones de Cataluña con el resto de España, es lógico pensar que tanto los indultos como la amnistía iban a servir para acabar con un argumento de tanto potencial victimista como hubiera sido tener en estas elecciones a los principales líderes independentistas en la cárcel o en el exilio. En otras palabras, sin mártires el independentismo tenía que perder una de sus grandes bazas electorales.
También creo que ha influido bastante el estilo sereno y respetuoso del candidato socialista, Salvador Illa. En una época en la que la política nacional es cada vez más tóxica y recurre cada vez más al insulto y la descalificación personal, no cabe duda de que un político como Illa se agradece y eso añade un plus a su partido.
Por tanto, ¿ha influido la amnistía en estos resultados electorales? Yo creo que sí, que bastante. Pero ¿qué hubiera pasado si no hubiera habido ni indultos ni amnistía? ¿Habría sido muy diferente el resultado? Es difícil saberlo, pero yo no lo creo.
Conviene ver la evolución electoral más reciente. Algo más de dos meses después de la Declaración unilateral de independencia votada por el Parlamento catalán el 10 de octubre de 2.017, y de la posterior aprobación por el Parlamento español de la aplicación a Cataluña del artículo 155 de la Constitución, por el que se dejaba en suspenso la Autonomía de esta Comunidad, el 27 de octubre, las elecciones catalanas que vinieron inmediatamente después, las del 21 de diciembre de 2017, fueron las que movilizaron el mayor número de votantes. En ellas, el conjunto de los partidos independentistas obtuvo 2.079.340 votos. Entre estas y las elecciones catalanas siguientes, las del 14 de febrero de 2021, perdieron 713.296 votos (un 34,30%). En cambio, entre las de febrero de 2021 y las siguientes, las del pasado 12 de mayo, los independentistas han perdido tan solo 17.861 votos (un 1,3%). Es decir, los independentistas experimentaron casi toda la pérdida de votos entre las elecciones de 2017 y las de 2021, cuando la amnistía ni se barruntaba.
No obstante, para sacar conclusiones definitivas habría que disponer de un análisis más fino. Para empezar, las elecciones de febrero de 2021 estuvieron bajo el efecto del miedo al Covid, y eso tuvo que influir mucho en la abstención. Por otra parte, falta saber cuánta transferencia de votos ha habido entre los votantes independentistas y los constitucionalistas, y viceversa. Y así podríamos seguir.
En todo caso, mi hipótesis es que el independentismo ya estaba muy desmovilizado bastante antes de que Pedro Sánchez cambiara radicalmente de opinión respecto a la amnistía, tras las elecciones generales de julio del 2023 y su pacto con Puigdemont. Esa desmovilización se debió, en mi opinión, a un conjunto de factores.
El principal de ellos: la enorme decepción que debieron sentir muchos independentistas al ver cómo, durante aquel mes de octubre de 2017, todas las expectativas que les habían ido inculcando sus líderes sobre que la independencia estaba al alcance de la mano, se demostró que no había sido otra cosa que un estúpido bluff. Ni Europa estaba para nada dispuesta a apoyar un proceso que pudiera llevar a la independencia de Cataluña, ni la Generalitat tenía nada previsto para oponerse, aunque fuera simbólicamente, a la aplicación de un artículo 155 “ultralight”, ni los líderes que les habían llevado a esa especie de fantasía colectiva, y que antes competían entre sí para ver cuál manifestaba un compromiso con la independencia más fiero y contundente, encontraron nada mejor que hacer que entregarse a la policía o huir al extranjero.
Para colmo, aquellas interminables sesiones televisadas en directo en las que todos pudimos ver cada día durante el 2019 cómo el implacable rodillo argumental de los magistrados del Tribunal Supremo, presidido por Manuel Marchena, iba desmontando uno tras otro todos los argumentos de las defensas, debió dejar a muchos independentistas con la desagradable sensación de haber sido víctimas (¿o cómplices?) de una enorme tomadura de pelo.
Y a esto hay que sumar el miedo que debieron experimentar esos líderes a pasarse buena parte de sus vidas en la cárcel, que explica la escasa convicción con la que ninguno de ellos, una vez en la calle, hablaba de repetir un proceso que llevara a una independencia impuesta unilateralmente.
Con todo esto quiero decir que, entre el rechazo evidente de los dirigentes de la Unión Europea a una hipotética independencia de Cataluña, la eficaz e imparable actuación de los jueces y el enorme descrédito que acumularon los líderes del procés, el declive electoral del independentismo ya estaba en gran medida garantizado. Sin necesidad de recurrir a la amnistía.
No obstante, como ya he dicho, creo que la amnistía puede haber tenido un cierto efecto en la desmovilización del electorado independentista al eliminar el factor victimista.
También hay que señalar que, más allá de estas elecciones, la amnistía podría tener efectos contraproducentes, si el electorado independentista la interpretase masivamente como la evidencia de que, ante un Gobierno necesitado de los votos de los diputados independentistas en el Parlamento español, se pueden seguir arrancando concesiones, por inimaginables que parezcan. Es decir, la amnistía conlleva el riesgo de que sirva para reactivar y recuperar a una parte del electorado independentista que ya estaba desmovilizado.
En todo caso, cualquier estrategia política que pretenda reducir a la mínima expresión el fenómeno independentista conlleva incertidumbres. Por eso, me parece imprescindible que la que se decida esté respaldada por un acuerdo entre el PP y el PSOE. Pero, claro, esto es la teoría. En la práctica, ¿habría sido imaginable que estos dos partidos hubieran pactado una estrategia de ese tipo?
Como muy bien dice Manuel, la pérdida de votos de los partidos independentistas no tiene nada que ver con la amnistía aprobada en el Congreso.
En mi opinión es que el tema ya no cuela y la gente empieza a estar harta de tanto «camelo» político.
Es más, el PSOE en Suresnes (1974) se «renovaba» con uno de los objetivos políticos más importantes: la autodeterminación de los pueblos de España». Con ese objetivo y con ese fin fue tutelado, financiado y apoyado por EE.UU a través de las conocidas fundaciones de la socialdemocracia alemana del momento. Hay que recordar «Flicks» y «Flocks» y el cambio de actitud ante la OTAN.
A partir de ese momento empezó a considerarse una «alternativa de gobierno» por el propio régimen de Franco que colaboró en protegerlo y ayudarlo (los servicios secretos del momento, saben bien lo que ocurría).
El independentismo catalán es poliédrico y la gente lo percibe (como a casi toda la política) como una forma más de buscarse la vida determinadas personas. Algunas sin consecuencias como parece ocurrir en el caso Pujol donde «no había que mover las ramas del árbol para que no se cayeran los pajaritos» dicho en sede parlamentaria. O sea, mejor que no saquemos a relucir lo que todos sabemos….
Por eso, para entender el recorrido de nuestra peculiar democracia, conviene ir a los antecedentes históricos que explican cómo el secesionismo incipiente se convierte en una metástasis nacional de hechos que tienden a la ruptura de la unidad nacional, a la fragmentación de su sociedad y al enfrentamiento por cualquier cuestión.
Pero no son «derechas» e «izquierdas» (como muy interesadamente se trata de deviar la atención del «respetable público»), sino del debilitamiento de la nación progresivo minando sus bases de principios y valores que nos hacían convivir pacíficamente. Destruyendo estructuras institucionales, económicas y sociales. Imponiendo barreras a las libertades individuales y colectivas y demostrando quienes son en realidad «los putos amos» de la granja.
Mientras no seamos conscientes de las «trolas» con que se nos manipula para crear el caos y una nueva esclavitud («no tendréis nada pero seréis felices»), pueden entretenernos con cualquier cosa, desde las profecías apocalípticas hasta las distorsiones científicas.
Un saludo.