Cuando en España hablamos del nacionalismo solemos referirnos al de tipo independentista de Cataluña y el País Vasco. Es el colectivo que, en cada una de esas dos Comunidades Autónomas, vive con más intensidad el fenómeno de la identidad nacional. Pero, no quiere decirse que en el resto de España e, incluso, de esas dos Comunidades, no exista un sentimiento ampliamente extendido que podríamos identificar como nacionalista, aún sin llegar a esa intensidad.
Lo que se plantea frente al fenómeno nacionalista es dar con las causas que lo generan y lo alimentan. Se ha escrito mucho sobre ello desde la perspectiva política, social, cultural, histórica, económica y hasta psicológica, pero no puede decirse que haya una fórmula clara que desencadene ese sentimiento. Por ejemplo, lo que podría servir para explicar, de un modo relativamente convincente, el nacionalismo radical de Cataluña, no sirve en el caso de Galicia.
¿Podemos aventurarnos a identificar los factores que determinan el sentimiento nacionalista, por supuesto sin pretender estar en posesión de la verdad? Para empezar, creo que seguramente un factor clave es el idioma. También una interpretación de la historia de los últimos siglos en la que “fuimos grandes”, o pudimos haberlo sido si no nos lo hubieran impedido (factor victimista). Por supuesto es clave la autopercepción de que “nos iría económicamente mejor si desde fuera no nos pusieran trabas”. También el factor sociocultural vinculado con las actitudes políticas y religiosas, con las costumbres, las fiestas, el sentido del humor, el ruido o la limpieza. Naturalmente, el factor étnico es importante, sobre todo cuando se asocia con pueblos a los que en nuestro fuero íntimo valoramos como “raros” y hasta “inferiores”.
Si midiéramos la intensidad de nuestro nacionalismo con la de nuestro orgullo de pertenencia al país o comunidad con el que nos referenciamos, lógicamente tendríamos que añadir otro factor que es el de “un proyecto de futuro” superior al de los demás. Es decir, la convicción de que, “si los demás no nos lo impiden”, en el futuro nos irá mucho mejor porque nosotros “somos de los mejores”. A esto a veces se le ha llamado supremacismo.
Naturalmente, sobre todo esto caben infinidad de matices que hacen que haya muchos tipos e intensidades de nacionalismos. En España nos llama especialmente la atención la intensidad del independentismo catalán. Pero, teniendo en cuenta el valor decisivo que tiene la perspectiva de futuro para alimentar un deseo de independencia, a mí también me llama mucho la atención la escasa relevancia que se le otorga al factor demográfico en esa perspectiva.
Desde finales de los años 80 hasta el 2023, Cataluña ha pasado de tener 6 millones de habitantes a 8 millones. Sin embargo, desde que en esos años Jordi Pujol expresaba satisfecho: “Som 6 milions”, la composición de la población catalana ha cambiado sustancialmente. Si en aquellos años la población de origen extranjero era de poco más de 100.000 personas, un 1,6% del total, ahora, de los 2 millones que ha crecido la población de Cataluña, 1,65 millones (el 21% del total) son de origen extranjero. Es decir, la mayor parte del crecimiento poblacional (el 82%) se ha debido a los inmigrantes. De hecho, más del 30% de los habitantes de Barcelona ni siquiera ha nacido en España y lo mismo sucede con el 20,7% de Girona y de Lleida, y el 18,4% de Tarragona, que también han nacido fuera de España, mientras que la media nacional es de un 17,1%.
Junto a estos datos hay que añadir un par de cifras sobre el ritmo de envejecimiento que está experimentando Cataluña. Si en 1987 el 12,6% tenía más de 65 años de edad y un 22,8% menos de 16 años, 36 años después (en 2023), los primeros eran el 19,3% y los segundos un 15,3%. Y podemos imaginarnos que la mayor parte de los mayores de 65 años han nacido en Cataluña, o como mucho en el resto de España, y la mayor parte de la juventud seguramente ha nacido en el extranjero.
No creo, por tanto, que sea nada aventurado suponer que en los próximos 40 o 50 años la población catalana nacida en el extranjero, o hija de padres nacidos fuera de España, puede llegar a ser más de la mitad del total. ¿Cómo afectará eso al sentimiento nacionalista de Cataluña? Seguramente se atenuará mucho, aun contando con la enorme inversión de los gobiernos catalanes en la protección del credo nacionalista, del idioma catalán y la exclusión del castellano. Pero, la cuestión que se debe plantear, en relación con Cataluña y con el resto de España, es cuánto cambiarán nuestros valores y costumbres cuando la población en edad de trabajar, culturalmente extranjera, sea mayoritaria respecto a la población autóctona.
Que esta es la tendencia parece indiscutible. Es muy difícil de creer que vaya a revertirse la tendencia actual en la natalidad de las parejas jóvenes españolas. Incluso aunque el Gobierno se empleara a fondo y acertara en las políticas que hagan accesibles las viviendas, las guarderías, la conciliación de horarios laborales y familiares, la legislación laboral, etc. Hay una tendencia de fondo poco favorable a la formación de parejas estables y a la decisión de tener hijos. Por tanto, todo apunta a que nos dirigimos hacia una sociedad cada vez más mestiza y multiétnica, en la que lógicamente llegará un momento en que los valores y costumbres dominantes pueda ser una combinación entre los de la sociedad de acogida, la española, y los diversos valores que traigan consigo quienes se instalen aquí, sean ecuatorianos, colombianos y dominicanos, o marroquíes, rumanos y chinos.
En estas circunstancias, ¿tiene algún sentido hablar de un “proyecto de futuro” para el independentismo catalán? Más aún, ¿lo tiene hablar del nacionalismo español tal y como hoy lo entendemos? Si fuéramos conscientes, políticamente hablando, de la clase de sociedad mestiza hacia la que avanzamos, y quisiéramos prepararnos para una integración pacífica y respetuosa con un sector de la población llamado a ser mayoritario, ¿dejaríamos de aprobar leyes que, por ejemplo, en materia de sexos, son manifiestamente conflictivas para algunos de los colectivos inmigrantes que más están creciendo o, por el contrario, seguiríamos avanzando en ese tipo de legislación, convencidos de que protegen valores superiores y confiando en que la población inmigrante acabe entendiéndolo así y adaptándose a ellos, aun a riesgo de que no fuera así y constituyese un factor de tensión?
Por último, ¿sobre qué factores tiene sentido aspirar a un modelo de convivencia del que quepa sentir un orgullo de pertenencia en la sociedad mestiza y multiétnica a la que nos dirigimos? Esta es, en mi opinión, la gran pregunta sobre la que apenas se debate.
Querido Manuel, el mestizaje de la población desde hace miles de años es un hecho desde el punto de vista antropológico. La genética hará lo demás.
No creo que exista «a priori» ninguna razón para no considerarnos a todos iguales como especie humana, Así lo hemos demostrado conviviendo en paz y armónicamente durante milenios con unas razones biológicas muy básicas: nacer, reproducirse y morir, pero….tenemos un alma que nos distingue y que nos lleva a trascender la biología pura con la pretensión a veces de ser como dioses (una cosa que ya es aberración pura y dura en tiempos actuales).
A lo largo de la Historia y en la medida que las sociedades fueron siendo más complejas, los sentimientos hacia los demás han prevalecido (sobre todo el odio o el amor, fuentes de tantas desdichas personales), sin tener en cuenta el patrimonio antropológico común como especie.
Y uno de los más fuertes es el apego (el amor) al territorio propio, el que nos resulta familiar, el que nos ha acogido a través de generaciones y por eso lo defendemos de aquellos que quieren apropiárselo de una u otra forma (la guerra, militar o cultural). En unos casos se trata de imponer los patrones propios a los demás (propaganda). En otros se juegan las vidas de las personas directamente con las guerras.En todos los casos hay intereses espurios o particulares al azuzar las campañas de confrontación social.
Las etnias de cualquier tipo se han relacionado por simple vecindad, pero esta vecindad también supone conflicto a veces cuando alguien (y no miro a nadie) los enfrenta con cualquier motivo, por muy baladí que sea.(el Sr. BIden empezó su mandato con un bombardeo en la frontera de Irak «porque dos americanos habían sido víctimas de los enfrentamientos en la zona»). El general americano William Clarke denunciaba los proyectos de conflicto previstos por la administración USA desde el Pentágono, sin razón alguna (salvo la geoestratégica o geopolítica).
En estos momentos el conflicto palestino con Israel salta sin que nadie se pregunte si ha sido inducido….
Y ya en España, una nación que fue construyéndose entre guerras y conflictos, donde el mestizaje cultural y social se ha ido cimentando de una forma ordenada y tranquila, suenan nuevos tambores de guerra entre españoles por cualquier tema por muy absurdo que sea o por muy espuria que sea su trastienda. Todo vale para confrontarnos, para la agresividad social y para el «divide y vencerás» una táctica muy hábil del poder de siempre.
Un saludo.
El nombre más frecuente de los varones nacidor hoy día en la Tarraconensis –denominación histórica del territorio en cuestión– ya es Mohamed.
La cosa se va a degradar mucho más de lo que nadie esperaba porque….»Donde no hay mata…no hay patata».
Son una panda de payeses torpes e incultos.