Tendríamos que remontarnos a la época de Franco para situar el último intento, políticamente organizado, de inculcar en España un patriotismo de corte clásico. Uno basado en una interpretación grandiosa de la Historia, en la creación de un orgullo de pertenencia y en la fe en un proyecto común. Uno, en definitiva, que justificase de algún modo eso del amor a la Patria. Con la democracia este sentimiento patriótico entró en desuso, porque las nuevas elites políticas estaban decididas a desmarcarse todo lo posible de aquél régimen y porque, además, estaban dispuestas a hacer lo que fuese por incorporar a los nacionalismos catalán y vasco. El resultado es que, hoy en día, a la mayoría de los españoles con menos de 50 años les resulta extraño ese sentimiento. Al menos se sienten bastante distantes de ese patriotismo vibrante del que hacen gala los ciudadanos de otros países, como Estados Unidos o Francia. Naturalmente, tenemos lazos afectivos, lingüísticos, culturales, históricos y quizás de otros tipos, que nos hacen sentirnos identificados y unidos a esta nación. Estos lazos darían para hablar de un nacionalismo suave pero no para explicar esos ardores que vemos en otras partes.
Por eso, a muchos españoles nos cuesta comprender esa explosión nacionalista de Cataluña. Ellos argumentan que, frente al suyo, existe un nacionalismo español. Y ciertamente existe, aunque tenga un perfil bastante más bajo. Desde luego, a la mayoría de los españoles no nos da en absoluto igual que España, por una hipotética independencia de Cataluña, pudiera verse reducida en su tamaño geográfico, demográfico o económico y que, por ello, pudiera perder influencia internacional. Pero, ¿tiene eso que ver con el mencionado amor a la Patria? No lo creo.
Hay otros factores que nos impulsan a aferrarnos a este país mucho más que los sentimentales. Son básicamente de tipo económico y político. Apenas se suele hablar de ellos desde este punto de vista, pero están ahí y son tremendamente eficaces como elementos de fidelización nacional.
El Estado de Bienestar es uno muy evidente. Quizás, la mayoría de los españoles no se sientan muy patriotas, pero ninguno querría ver peligrar sus pensiones, ni la posibilidad de acceder a una sanidad y a una educación gratuitas, ni la percepción de un subsidio de desempleo, ni tantas otras prestaciones que nos proporciona este modelo de Estado. Prestaciones que, para la gran mayoría, solo son posibles en el marco político y económico que nos brinda este país. Porque, sin las fronteras que lo encierran y delimitan, sería muy difícil identificar a quienes tienen derecho a esas prestaciones y quienes tienen que pagar qué impuestos para así poderlas financiar. Añadamos a eso que nuestra democracia también está articulada y organizada políticamente en función de un territorio, el nuestro. Sin la separación del resto que nos brindan nuestras fronteras, sería muy difícil identificar quienes tienen los derechos políticos que les reconoce nuestro sistema (ejercicio del voto, presentación de candidatos, etc.) y tampoco se podría imponer el cumplimiento de la legislación que articula este sistema.
Pero las fronteras no solo sirven para localizarnos. El asunto va más lejos: sirven para identificar a las partes contratantes de este modelo de sociedad con el que nos hemos dotado: por una parte, los contribuyentes y electores, y por otra, los representantes políticos, gobernantes y funcionarios que gestionan el Estado. Este es, probablemente, el cemento más eficaz para mantener viva la idea de España; más incluso que los lazos culturales, afectivos y, por supuesto, más que la visión histórica que nos quieran inculcar en cada época. Pero, no nos engañemos: es un cemento basado en la pura conveniencia. Porque de amor, lo que se dice amor, tiene más bien poco. Aunque sea un ejemplo extremo, desde luego hoy no serían muchos los que, así, en frío, estarían dispuestos a morir por la Patria. No sé si en el pasado eran muchos más, pero en el presente son una rara avis.
Parece evidente que la relación con la Patria ha ido perdiendo gran parte de su contenido sentimental o emocional, para irse transmutando en algo mucho más racional y pragmático: una relación contractual entre ciudadanos y gobernantes; ciudadanos y Estado, en suma. Una relación en la que, a fuerza de cultivar la atribución de derechos a aquellos a cambio de las obligaciones fiscales y de observancia de la ley, se ha ido coloreando de un sentido reivindicativo de carácter economicista y legal, en el que poco margen puede quedar para el sentimentalismo patriótico.
Como todo cambio, este tiene su lado positivo y su lado negativo. En el primero yo subrayaría, a vuelapluma, la mayor libertad psicológica y emocional de los ciudadanos en relación con su Patria, con su Nación. Libertad que les da una mayor capacidad para decidir los vínculos que le unen con ella. Hoy, por ejemplo, es más fácil irse a vivir y trabajar al extranjero. Influyen muchos factores pero antes, para la mayoría de la gente, la emigración era un recurso a la desesperada, cuando se pasaba hambre. Hoy la gente tiene muchas menos ataduras para moverse de un lado para otro; es más ciudadana de este mundo. Y eso es positivo porque, con sus matices, es una actitud que contribuye a hacer realidad una cierta superación de las fronteras y una cierta relativización de los recelos ancestrales frente al extranjero, visto como sinónimo de extraño. Por otra parte, hay una menor mistificación de nuestro destino o espíritu nacional, y eso contribuye a templar algo los sentimientos de superioridad que nutrían esos discursos de antaño sobre la grandeza de la Patria, que tantas aventuras militares expansionistas justificaron.
No obstante, tiene un lado negativo a superar. La relación de los ciudadanos con su Estado-nación se ha ido configurando, como digo, en una especie de relación contractual en la que el Estado se ve legitimado en tanto en cuanto es capaz de proporcionar a sus ciudadanos los derechos políticos y económicos que estos esperan recibir. Y como cada vez son más los derechos a los que se aspira, entre otras cosas porque la competencia electoral de los partidos lo estimula, el Estado va teniendo cada vez más complicado obtener los ingresos que le permitan financiar esas demandas ciudadanas.
Pero hay otro aspecto importante. En la medida en que el disfrute de esos derechos, sobre todo los que se refieren a las prestaciones del Estado de Bienestar, solo es viable si quienes vengan del extranjero a residir a nuestro país están en condiciones de aportar a las arcas públicas más de lo que reciben, significa que nos hemos instalado en un nacionalismo que no solo es de conveniencia sino que además es estructuralmente desconfiado, egoísta e insolidario hacia todos los que vienen a nuestro territorio huyendo de la miseria o de la violencia que asola el suyo. Así pues, dejémonos de pamplinas: nos dará mucha pena ver la tragedia que lanza a tantísimos inmigrantes y refugiados a intentar cruzar nuestra frontera como sea, pero ningún gobierno (sea cual sea) podrá abrirles las puertas porque, en última instancia, nosotros, los ciudadanos, al reclamar las prestaciones de nuestro Estado de Bienestar, le estaremos presionando indirectamente para que mantenga esas puertas bien cerradas.
Habrá que plantearse algún día hasta qué punto se puede aspirar a una relación sin conflictos ni violencia con esas otras partes del Mundo, mientras nos escudamos en unas fronteras para poder disfrutar de unos derechos que, desde su punto de vista, no son más que privilegios.
Hola, Manuel.
A ver si un día se te ocurre escribir sobre algo que podamos comentar sin tener que pararnos a pensar ni enfrentarnos con el desconocimiento ni rebuscar en nuestros archivos.
Bromas aparte, me he permitido traer algo escrito sobre este asunto por un amigo del alma.
Lo escribió y publicó en 1993 con riesgo de un balazo en la nuca.
Mi amigo murió en Loyola el 21 de Octubre del 2014.
Cita
«Contra nacionalismo, apertura a lo universal»
Lo mismo que contra soberbia, humildad, y contra pereza, diligencia, como rezaba el viejo catecismo que estudiamos de niños. La exacerbación de los nacionalismos es, sin duda, el gran mal de nuestro tiempo, sobre todo dentro de España. Es el mal que lleva al odio y a la intolerancia, a la guerra y al terrorismo, a sembrar el miedo en ciudadanos honrados que temen diariamente por su vida.
He vivido de nuevo durante unos meses en Alemania, agitada ahora por el sentimiento xenófobo de grupos de neonazis. En esta Alemania de la unificación casi no hay día en que hombres y mujeres de la inmigración (turcos, tamiles, africanos, “romas”, “sintis” etc.) no sean objeto de agresión, bien en sus personas, bien en sus modestas posesiones. Produce un dolor inmenso ver y escuchar en la televisión a un ciudadano afgano, cuya tienda de comestibles, levantada con Dios sabe cuantos sudores, ha sido durante la noche pasto de un fuego intencionado y criminal. Hay niñas turcas que no se atreven a salir a la calle por miedo a que las insulten soezmente y las inviten a regresar a su tierra. En las paredes he leído pintadas de los neonazis que dicen “Türken raus” (Turcos fuera).
Por supuesto que la guerra de Yugoeslavia se vive allí, en el centro de Europa con una proximidad mayor. La suerte de los pueblos germánicos ha ido siempre muy unida a la de las naciones eslavas. Hay algo de lo que he sido cada vez más consciente en lo que concierne a esta guerra que tiene por escenario los Balcanes y es el papel más bien negativo que desempeñan las religiones dentro del conflicto balcánico. Creo que a ellas se les podría pedir con justicia que desempeñaran un papel más noble cuando se enfrentan a muerte pueblos enteros de raíz religiosa. Tenemos delante matanzas horribles de ciudadanos bosnios de religión islámica, por ejemplo la de Sbrenica. No creo que esté lejos de un auténtico genocidio. Me parece que el papel desempeñado por los jerarcas de la Iglesia ortodoxa nacional es sencillamente penoso. Llamamientos a la cruzada como otrora los jerarcas católicos durante la guerra civil. Tampoco en la católica Croacia el papel de la Iglesia ha sido excesivamente brillante. La fiebre nacionalista oscurece las mentes y trastorna los sentimientos y aleja a las Iglesias cristianas de su referente evangélico.
De regreso a mi pequeño País Vasco, de nuevo la ingrata sorpresa de nuestro narcisismo étnico y la contemplación del propio ombligo como enfermedad que afecta a muchos miles de ciudadanos. Como si fuéramos algo muy importante dentro del consorcio internacional. La verdad es que la mayor parte de la gente extranjera que sabe algo de nosotros no pasa de la boina y del terrorismo etarra. También al volver a España me impresiona la exhortación del presidente autonómico de Cataluña a potenciar la catalanidad. De un presidente que se profesa cristiano yo hubiera esperado algo más, por ejemplo, un llamamiento a una mayor solidaridad con todos, españoles y no españoles, catalanes y no catalanes. Cierto que existe una obligación de amor al propio país pero esto es muy distinto de un nacionalismo que hace de la propia nación una suerte de ídolo.
Volviendo a lo que sucede en este País Vasco, observo cómo la religión nacionalista va obnubilando las mentes, por ejemplo, en lo que a nuestra historia atañe. Los niños aprenden en no pocas “ikastolas” una historia mitológica del País Vasco. Es falso que Vasconia no fuera nunca invadida. Es falso que la historia de nuestro país fuera un enfrentamiento constante con Castilla. Los vascos más valiosos estuvieron al servicio de la Corona, bien se trate de escritores y hombres de letras como Garibay, bien de ilustres marinos como Urdaneta, Blas de Lezo y Oquendo.
A mí no me cabe la menor duda de que ha sido Sabino Arana uno de los personajes que más daño ha hecho y sigue haciendo a nuestro país. En él radica ese desprecio e incluso odio hacia el resto de España, esa conciencia de creernos superiores al resto de los españoles, ese victimismo que hace causa de todos nuestros males a la existencia de España. Y creo, por fin, que ese localismo y narcisismo propios del nacionalismo acaba también alejándonos de aquella profesión cristiana de universalidad e internacionalismo que proclamó San Pablo en su carta a los fieles de la antigua Galacia: “Ya no hay para el cristiano ni hombre ni mujer, ni amo ni siervo, ni judío ni bárbaro”. Deseo para mi querido país que sea verdad aquello del “vasco universal”. El vasco abierto al resto del mundo, el vasco ilustrado, el vasco solidario, como lo fueron los mejores de entre nosotros. Desde Ignacio de Loyola y Francisco de Vitoria hasta Miguel de Unamuno y Xavier Zubiri. Y a Sabino Arana Goiri, mejor olvidarlo.
Septiembre de 1993
Fin de cita,
Un abrazo y hasta el martes.
Manu:
De alguna manera, me ha emocionado tu comentario. Soy colombiano y español. Pero es que, en nuestra cultura, somos de una misma «gran nacion». No de un gran «imperio».
Yo creci en el Liceo Frances, pero eramos tan distintos. En cambio aquello del «vasco universal», nos unia. Miguel de Unamuno hacia parte de nuestro espiritu, era un Don. Y, Zubiri «siento pensando y pienso sintiendo. Mi segundo apellido es Borda. Vasco sin prejuicios, sin clasismo, sin «blanquismo». Bien decia, los españoles se ambientaban a la vida en ultramar.
Crecimos con Garcia Lorca, con Machado, con Cervantes, con Quevedo. Hubo Voltaire, hubo Rousseau. Pero «España en el Corazon» de Neruda.
Es muy triste cuando vuelvo a Colombia y la gente me dice que todos los males los heredamos de los españoles. En este mundo tecnocrata la incultura campa por sus respetos. La Nacion se ha vuelto HP- Compaq o Apple. La vida ya no observa al rio, observa a un plasma.
Un abrazo
Es que el comentario es muy complicado. Es cierto que comparativamente con la situacion de otros paises, se puede decir que tenemos privilegios. Recuerdo como en, un momento, la Social Democracia, desvirtuo a Marx. Era posible una sociedad sin «lucha de clases» y prospera. En los años 80, España crecio de tal manera que la cobertura social se amplifico. Se hablo de la nivelacion con los paises del Norte. Ambulatorios en los barrios, escuelas publicas y concertadas, etc. No hablo con precision y tampoco comparando con los factores positivos y/o negativos del pasado.
Era verdad, las ayudas de Europa, etc. Podiamos llamar que se vivia una epoca «dulce». Vino el «boom» de la construccion. Se hablaba del «propietario» de dos casas. Recuerdo una viñeta de Peridis España era el «sol» el resto del territorio, de la Costa del Sol, pertenecia a los rusos, a los arabes, etc.
Vinieron ecuatorianos, colombianos, marroquis, a trabajar en la construccion. Se hicieron acuerdos con esos paises para colaborar en esto. Estos trabajadores dieron como resultado un «superavit» de la Seguridad Social. Y, se vendian las casas y los pisos a unos precios desorbitados. Y que paso?. Lo primero que esos trabajadores extranjeros y españoles se quedaron. A los extranjeros habia que regularizarlos. Aqui y en el Reino Unido y por doquier. Nick Clegg, que posteriormente seria nombrado, Vice Primer Ministro tambien abogo por la regularizacion. Era, quizas, lo logico, no solo desde el punto de vista humano o «nacional» sino desde el punto de vista de «realidad» economica. Esos ciudadanos se habian vuelto poseedores y acreedores. Aqui, en la lucha politica, se llamo el «efecto llamada».
Y ahora, no solamente los «documentados», que por acuerdos entre paises han ido regresando a sus paises, dejando, claro, posibles facturas sin pagar, sino muchos españoles que se han visto «desplazados» de sus pertenencias y, en muchos casos, de su pais. Trayendo consigo «inestabilidad» bancaria y crediticia.
Entonces, en la realidad, el unico vinculo con la «Nacion» es la economia. Una cantidad muy elevada de paro, un porcentaje muy alto de poblacion en riesgo de exclusion. Y, quizas, lo mas preocupante, una juventud sin mas perspectiva que la «inutilidad». Cual Nacion, hoy en dia?. Con cual «Cultura», que implica el concepto de Nacion y de internacionalismo.?
Qué gran engaño parece todo, ¿no?. Qué ridículas parecen a veces algunas cosas.
En verdad es difícil. Todo es tan difícil y tan complicado, siempre. O tan sencillo.
Todo es tan plano y tiene tantas facetas y esquinas y esquirlas a su vez.
Creo que existe algo que se nos escapa en esta visión de las cosas y es un hecho tan paradigmático como éste medio en el que escribimos (Ahora que he terminado el texto me doy cuenta que José María Bravo también hacía notar sobre esto).
¿Cuál es ahora nuestra patria que no nuestra nación o país, si no el mundo?
¿Cuál es nuestra patria si no la tierra que pisamos? ¿En la que vivimos y de la que obtenemos conocimientos?
Y ¿Cuál es ahora ese lugar en el que vivimos?
No creo que ninguno de nosotros, aunque sea por tener un mínimo de curiosidad, se halla resistido a mirar imágenes de nuestro planeta. Ya sea por él mismo o por que le llegan esas imágenes a través de los televisores y de las pantallas de nuestros ordenadores o incluso del cine.
Hace apenas cuarenta años, una vida, nuestras vidas o nuestra generación, desde que hemos pasado de ver cosas en blanco y negro, en una escala cromática de grises, hasta poder hacer lo que hacemos ahora, hablar y ver cualquier parte del mundo a todo color y en alta definición prácticamente a voluntad y en cualquier momento que lo necesitemos.
Como quien se despierta de un sueño.
Nuestra patria era nuestra tierra y nuestra cultura, y ¿Cuál es ahora esa tierra y esa cultura?
Entiendo perfectamente todo lo que don Manuel en el artículo explica (y permítame éste trato pues sigo abrumado por los conocimientos que todos ustedes exhiben y que me encantan). Me refiero a los impuestos y los derechos y el estado del bienestar, que escribo en minúsculas por respeto al resto del mundo. Todo eso que nos aúna pero que por el contrario y a su vez nos separa del resto.
Pero vuelvo a preguntar. ¿Cuál es ahora nuestra patria y cultura viendo y sabiendo y teniendo al alcance de nuestras manos y deseos, todo esto que nos ofrece el medio en el que escribimos?
¿Cuántas veces hemos visto ya al mundo dando vueltas? Esa pelota azul en medio del espacio. Esa imagen nocturna de la tierra con todas esas luces encendidas en todos los lugares en los que vivimos y que parecen neuronas interconectadas. Toda esa cultura a la que ahora tenemos acceso y de la que tenemos conocimiento.
Tan patéticos parecen los nacionalismos en la mente del que escribe y tan incongruente creo que lo verán muchos.
¿A dónde vamos?
Es difícil admitir todo lo que vemos y sentimos. Todos estos sentimientos contrapuestos de saber cosas ya no de la casa de la esquina del pueblo, donde alguien tiene un problema de lindes con su vecino por plantar unos tomates donde no le correspondía, si no por saber de forma inmediata lo que le ocurre a un señor en la otra parte del mundo al que se le hunde la casa por un deslizamiento de tierras. Y cuando lo veo o lo vemos y nos culturizamos sobre el hecho, vemos que aquella persona, aparte de ser más alta o mas baja, más morena o menos, o hablar de una forma que comprendemos o no pero que éste mismo medio es capaz de traducir a través de las personas que en él se comunican, se trasforman, para que así sus palabras parezcan como las que nosotros pronunciamos. Y esas palabras no hablen de otras cosas que de los mismos o parecidos sentimientos por las cosas que nosotros podemos tener y sentir. Y de nuevo, en una esquina de nuestra cabeza, que ve todo eso, choquen sentimientos de pertenencia y de empatía y de comprensión o desapego de igual forma que si se tratara del vecino de al lado de nuestro pueblo.
¿Dónde está nuestra patria entonces?
A la pregunta del artículo no puedo contestar otra cosa que sí. Que nuestro patriotismo es de conveniencia y que si nos dieran, a través de los que nos gobiernan, más y mejor, cambiaríamos de patria aún teniendo un sentimiento de añoranza hacia lo pisado y vivido anteriormente. Aún siendo malo. Así lo vemos en lo que algunos pretenden.
Por eso la gente se mueve y busca mejorar su vida y su situación, que como palabra sirve para explicar varias cosas.
La añoranza, al final, parece ser únicamente el pensar que allí donde antes vivíamos, los vecinos a los que conocimos, viven peor que nosotros. Es entonces cuando nos damos cuenta que pudiéndolo hacer mejor, en algunas partes del mundo se hace peor.
A veces creo que estamos subidos en el vértice de una gráfica exponencial y que ninguno de nosotros sabe todavía cual será el resultado final.
Van de nuevo nuestros sentimientos y nuestra mente y nuestros ojos viendo todo esto, muy por delante de lo que el resto de nuestro cuerpo siente.
Parece como si nos estuviéramos despertando y las legañas y la borrosa visión del mundo, de un nuevo mundo que no conocíamos y que vamos conociendo parpadeo tras parpadeo, nos ofrece y nos hace pensar en todo lo que se nos viene encima o que por debajo nos aúpa.
Hemos pasado de coger un caballo a coger un avión. Hemos pasado de saber sobre mi tío a saber sobre un «tío» en la otra parte del mundo.
En unos cuantos parpadeos. En una generación.
Por suerte, este mundo es por otra parte, simplemente maravilloso, algunos hemos podido saber, por ejemplo, sobre un señor que se llamaba Antoine de Saint-Exupéry y que volaba en un avión viendo el mundo desde lo alto. Y que por cosas de la vida, escribió un pequeño libro con dibujos contando la vida de un principito que vivía sobre un pequeño planeta en el que cuidaba de una rosa.
Solo se me antoja ver esa pequeña historia, a través de todos estos parpadeos en el tiempo, como una gota más para saber lo que ahora sabemos.
Que somos como niños sobre un pequeño planeta en el que debemos cuidar de unas cuantas cosas.
Saludos a todos.
Sin duda quizás inconscientemente hay mucho de conveniencia.Pero intentemos ir más allá de lo occidental que no representa al mundo.Intentemos ver más lejos, fuera de emociones. Leer esta sentencia en Japón
«A los 49 minuto de las 14 horas, del 21 de septiembre 2006,
el Juzgado local de Tokyo ha dado a conocer su sentencia referente a la denuncia
presentada por las 401 personas constituidas mayoritariamente por profesores y
empleados institucionales entre los cuales se encuentran los castigados por el
Comité de Enseñanza de Tokio por no haber querido levantarse y cantar el himno
nacional. Dice la sentencia que;
1. Tanto los profesores como los empleados de la enseñanza no tienen ninguna
obligación de levantarse y cantar el himno nacional o acompañarlo con piano.
La carta circulatoria de información del Comité de Enseñanza de Tokyo
obligándolos a estos actos es ilegal.
2. No se les puede castigar por no haber querido cumplir con la obligación
ordenada por el Comité de Enseñanza de Tokyo.
3. El comité de Enseñanza de Tokyo les debe pagar por daños y prejuicios una
cantidad de 30.000 yens(200 euros).
http://www.casaasia.es/pdf/52608125352PM1211799232197.pdf
El himno nacional japonés KIMIGAYO
consiguió el gran premio en el concurso internacional de los himnos nacionales que tuvo
lugar en Alemania en 1903.
**El poema es muy sencillo, pero es muy difícil entenderlo. Hoy en día en Japón, toda la
gente sabe cantarlo, pero sin entenderlo. Si se pregunta a los japoneses qué significa lo
que están cantando, muy poca gente sabe contestar con claridad, cosa asombrosa.
Entonces, ¿ por qué cantan, si no entienden bien lo que están cantando? Mucho menos lo
entenderán los jóvenes. Casi nada los niños. »
El mundo es complejo sin duda y muy diverso.Sentimientos, palabras..¿patria?.Quizás hay que ser más sencillos en los conceptos y aplicar buena voluntad aquí y allí.
Saludos
Las patrias sólo existen para los «vendepatria».
Siempre nos ha parecido que patria, es patriarcal; patriarca-símbolo-y bandera, secuestrados y sin contenido.
Porque la tierra es matria, no patria, y las matrices matrias no entramos en batallitas. No peleamos en esos fueros.
Nuestra lucha de forma innata, ha sido el intento de resistencia a la estorsión y devastación irreversibles del manto base que nos sostiene. El estudio diario por mantener la memoria y los saberes de aquellos que aprendieron en el aire, suelo, agua y tierra que pisaban, respiraban y escuchaban. Los de aquí y los de allí, que es idéntico.
Por eso y por seguir pudiendo admirar la belleza de lo distinto, y alegrarnos con lo mucho que tenemos que aprender de la risa de las hierbas, cuando el sol – ahora, en este instante- les derrite el rocío con el calorcito amable de sus primeros rayos. Porque ese cosquilleo descongelador del sol, no tiene patria, sino que se siente en todas las moléculas de los que están despertándose.
«La patria (del latín patrĭa, familia o clan > patris, tierra paterna > pater, padre) suele designar la tierra natal o adoptiva a la que un individuo se siente ligado por vínculos de diversa índole, como afectivos, culturales o históricos o lugar donde se nace. Se denomina patriotismo al pensamiento o sentimiento que vincula a un individuo con su patria.»
«La palabra patrimonio viene del latín patri (‘padre’) y monium (‘recibido’), que significa «lo recibido por línea paterna».»
Solo quería adjuntar el sentido en el que creo que deberíamos tomar esas palabras.
¿Acaso no es todo eso nuestro patrimonio y nuestra patria?
De cualquier forma, entiendo perfectamente su comentario.
Saludos.
A mi parecer muy bien el comentario de las matrias y se agradece la aclaración de las Palabras de Sedente;
La Patria según su definición: la tierra por la un@ se siente ligado por vínculos X-
no aparece en la definición, ligazón a la tierra porque se la «trabaja»..por ejemplo.
Por ofrecer reflexiones a posterioridad en el tiempo..el Trabajo de las «mujeres» con la casa, los hijos, la alimentación, las facturas pagos, las limpiezas, la atención a mayores o discapacidad familiar…Es Trabajo?- y es valorable Económica mente?…
Son sólo preguntas al Aire// que de Estados, Nacionalismos etc..todo lo mismo..quizás- engordar el bolsillo, cuentita en Suiza y, cuando la revisión judicial, se paga algo de lo robado (eludir prisión) y, a vivir que son dos días;
Sólo expresó mi parecer..nada más.