Los buenos de los romanos andaban obsesionados con la idea de la justicia y, por mucho que creamos haber avanzado, lo cierto es que se ha progresado poco en la definición de ese concepto.
Justiniano la definía como “la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho”, siendo los mandamientos del derecho “vivir honestamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo que le corresponde”.
La justicia, por tanto, consistiría en ser justo, dando a cada uno aquello a lo que tiene derecho, aunque nadie nos dice cuál es el derecho de cada quien, ni que es lo que le corresponde. Y esto nos coloca en la perogrullada más absoluta.
Sin embargo, poco más se ha progresado en el entendimiento de un concepto que se considera esencial en cualquier ordenación de una sociedad de acuerdo con los principios de la razón.
Así, es relativamente frecuente ver cómo la gente sale a la calle pidiendo justicia, los trabajadores piden justicia social, los contribuyentes justicia tributaria y todos pedimos leyes justas y justicia en la aplicación de las mismas.
Pero habitualmente lo que pedimos, ya sea como grupo o individualmente, es que se nos dé lo que queremos; y, a partir de ahí, rodeamos nuestra reivindicación de argumentos que más o menos enlazan con una idea personal de justicia.
Al margen de que resulta imposible alcanzar un concepto abstracto de justicia, en las sociedades modernas, la misma se trata de lograr mediante dos vías: la elaboración de normas y su aplicación.
Mediante la primera se establecen reglas que rijan la sociedad y que ponderen los intereses y necesidades en juego y aspiren a dar una solución equilibrada.
Hago un inciso: cuando hablemos de justicia, equilibrio -u otra semejante- será la palabra que más oiremos repetida. Recordemos que la más clásica representación de la justicia es la de la diosa Temis o Iustitia, para los romanos, con los ojos vendados y una balanza en una mano y una espada en la otra. Pero, por la física, ya sabemos que el perfecto equilibrio de la balanza es absolutamente imposible en el mundo real. Por mucho que coloquemos unos intereses y necesidades en un lado de la balanza y los contrapuestos en el otro lado nunca alcanzaremos el equilibrio perfecto y siempre habrá quien se sienta subjetivamente maltratado o tratado injustamente.
Por tanto, por muy inteligente y honesto que sea el legislador nunca alcanzará un equilibrio social perfecto. Puede, no obstante, aspirar a acercarse de forma que la balanza no aparezca totalmente inclinada hacia uno de sus lados, sino en un semiequilibrio.
Mucho se han señalado, y no los vamos a desarrollar aquí, los obstáculos que dificultan que el legislador democrático aborde la elaboración de las normas desde una aspiración de justicia. Algunos de estos obstáculos tienen que ver con la organización de los partidos políticos, otros con la facilidad para manipular los deseos y aspiraciones de los electores y otros con la capacidad de influencia de lobbies con medios a su alcance para inclinar las voluntades hacia su lado de la balanza.
Lo que me interesa señalar aquí es algo que no encontramos tan habitualmente en los foros de debate y es que la democracia no es un sistema que aspire per se a la justicia, por mucho que el artículo 1 de nuestra Constitución la proclame como uno de los valores superiores de nuestro ordenamiento.
Los clásicos de la democracia pensaban que la suma de voluntades individuales conformaría una voluntad colectiva o nacional que integraría equilibradamente los deseos, intereses y necesidades de los individuos y grupos sociales, de modo que se alcanzara una forma de justicia social.
Sin embargo, una idea profunda de justicia no tiene mucho que ver con la voluntad de la mayoría.
Así, por ejemplo, podemos convenir en que la justicia exigiría la singular atención de los más necesitados, con independencia del peso numérico que éstos puedan tener en la definición de la voluntad popular. En los EEUU hay en torno a un 5% de personas desempleadas, sin seguro social alguno y que viven en situación de marginación. Sin embargo, su reducido poder de influencia y su baja representatividad hacen que sus intereses y necesidades sean escasamente ponderados en la balanza de la justicia social.
Lo mismo podríamos decir de los planteamientos de justicia hacia quienes no votan, como, por ejemplo, los menores, los locos o los inmigrantes ilegales; y, en fin, hacia cualquier otro colectivo que, aunque vote, carezca de suficiente poder de influencia para hacer oír sus reivindicaciones, por muy justas que sean.
Desde luego, si la realización de una idea de justicia en la democracia se identifica con la capacidad de influencia -numérica o económica- para hacer prevalecer nuestros deseos o intereses, vamos apañados.
Y esto tiene difícil solución, salvo que vayamos inculcando educativamente que la justicia no tiene que ver con la realización de nuestros propios deseos, sino con el análisis equilibrado (volvemos al palabro) de las situaciones y necesidades propias y de los demás. Esto supondría madurar individual y colectivamente.
El segundo plano en la consecución de la justicia les corresponde a quienes tienen que aplicar las normas, esto es, a los jueces. Ya he tratado en otras ocasiones algunos de los problemas de la justicia en los artículos que os enlazo.
En el modelo europeo continental, que desconfía de los jueces, al culparlos de connivencia con el antiguo régimen absolutista, el juez sería una especie de máquina que debe identificar los hechos y buscar su coincidencia con el supuesto de hecho de una norma jurídica, aplicando la consecuencia prevista por esta. El problema es que los hechos nunca son claros, las pruebas de los mismos son siempre interpretables y las normas distan de ser perfectas, no pueden prever todos los casos que se dan en la realidad y su redacción suele permitir múltiples interpretaciones. En fin, que la ley termina siendo lo que los jueces dicen que es (como señaló el juez Holmes). O dicho en otras palabras, la norma solo establece una especie de plan y es el juez quien completa el cuadro.
Todo esto ya crea un pastiche difícil de digerir, en el que no sabemos si el juez debe hacer justicia, limitarse a aplicar la ley o una mezcla de ambas. Pero es que, además, cuando la gente acude al juez, dice que va a pedir justicia, pero habitualmente va a que le reconozcan que tiene derecho a recibir lo que desea (aunque esto pueda no ser demasiado justo) y le da todo un poco igual con tal de ganar, aunque sea en el último minuto de penalti injusto.
En definitiva, por mucho que la justicia siga figurando como uno de los principios sobre los que pretendemos hacer girar nuestra forma social, estamos lejos de acercarnos siquiera al concepto. Más bien parece que seguimos en una actitudinfantil y algo primitiva, en la que llamamos justicia a tratar de realizar a toda costa nuestros deseos y necesidades, reales o inventadas.
Eso sí, el aparato de la justicia ha reemplazado a la antigua realización violenta de los propios deseos. En eso por lo menos hemos avanzado. Pero nos queda un buen trecho por recorrer: el respeto a los derechos del otro sería un buen comienzo.
Sí Isaac, la discusión milenaria entre filósofos sobre el significado de justicia no ha generado una idea única. Si algunos filósofos todavía quieren entretenerse con esa discusión, allá ellos.
Hoy, la justicia sigue siendo un concepto popular –en el sentido de que muchos la usan con frecuencia– cuyo significado depende del contexto en que se usa. Creo que podemos distinguir tres contextos principales.
El primero sería es el más limitado y preciso porque se centra en la justicia como resultado de una actividad específica, esto es, la actividad de todos aquellos llamados a resolver conflictos a través de medios formales, comenzando por supuesto con la judicatura. Si alguien quiere entender y discutir este significado, le recomiendo comenzar con el pequeño libro de Manuel Atienza, «Tras la Justicia».
El segundo se ubica en el extremo opuesto porque se usa para justificar cualquier reivindicación, es decir, cualquier reclamo a lo que se cree tener «derecho». Este concepto no resuelve nada porque el peso se carga sobre el significado de «derecho», al extremo que algunos idiotas creen que tienen «derecho» a la felicidad. Gracias a los políticos y sus muchos cómplices, en particular sus siervos disfrazados de intelectuales, hoy ya un chico de pocos años reclama su «derecho a X» donde X puede ser cualquier cosa, sin consideración alguna a si es posible o no que alguien pueda satisfacerlo, y sin ninguna disposición a pagar algo por lo que se exige. Grotesco, pero es lo que la política se ha convertido: la promesa falsa de satisfacer sin costo alguno.
La tercera versión es una variante de la segunda porque es bandera de lucha de un grupo formal o informal. Sí, me refiero a la justicia social que es simplemente el reclamo a lo que el grupo cree tener «derecho». Esto ya es política en su peor sentido, esto es, facciones que luchan por el poder usando su propia versión de la justicia social como excusa para dar esa lucha y si tienen la suerte de llegar al poder como excusa para explotar a todos los demás.
Si vamos a discutir la justicia, elijamos una de las tres versiones y entonces nos podremos entretener viendo cómo hemos sido capaces de reírnos de todos los filósofos que malgastaron su tiempo «filosofando» sobre la justicia.
Tengo 18 años y siempre escuche el termino justicia. Siempre me gusto jugar un juego llamado league of legends en el que se replicaba que era un juego «justo»(balanceado) y que solo depende de la habilidad de la persona ganar o perder.Pero ,despues de jugarlo muchas veces, nunca pude llegar a estar en rankings altos a pesar de considerarme a mi mismo habil( ya que me aprendi las reglas del juego ); sin embargo yo dependia de los demas jugadores(que eran malos tanto emocionalmente como mecanicamente) y eso lo hacia injusto.Entonces resulto ser justo?Si porque al inicio de las partidas comenzabamos con la mismas oportunidades.A la vez, No ya que siempre me emparejaban con personas menos capaces.Luego me di cuenta que el concepto de justicia tiene razones como para ser mencionado por los debiles(los que necesitan) o los fuertes( los que sustentan su poderio) para un dialogo.En conclusion, solo es un invento de los gobiernos que se uso para controlar a los debiles y que se mantengan asi
De hecho pienso que la Justicia sería una maquinaria social de tal complejidad que el LHC del CERN parecería un relojito infantil a su lado. Creo que la Humanidad es una cuadratura del círculo a la que debemos tender aún sin saber si es posible. Tan imposible como una Selección Natural que crea un animal que la contradice y la rechaza. Una maquinaria abierta a piezas infinitas en la que todos tienen su lugar y su función y en la que, sin embargo, nadie es impelido y puede sentirse libre. Una cuadratura del círculo necesaria. Imaginen un hormiguero en el que todas las hormigas piensan y a la larga todos los deseos convergen hacia un pensamiento global de colmena, tal vez engrasado por un sentido del humor y una falta de susceptibilidad, así como un nivel de confianza de tales magnitud y finura que aún son utópicos (y posiblemente lo sean siempre y aún así debamos intentarlo). Si alguien piensan que Marx, Lenin o Mao tenían la menor idea de lo que pudiera ser un comunismo es demasiado ingenuo, como ellos. Nadie lo sabe no no es seguro que lo sepamos nunca.
Ah, y me olvidaba. Creo que la justicia no existe a no ser que la traigamos. De momento tenemos sucedáneos que van funcionando a trancas y barrancas.
Buenas tardes
Por lo visto las últimas tendencias van no por el tema de la justicia si no por el del juez.. por construir un supermega ordenador cuantico (si es que ya no lo han construido) al que se le meten todos los datos posibles y él/ella ordena y manda teniendo en cuenta lo que ningún juez podría manejar.
Una especie de dios al que se le supone absoluta neutralidad. No consta que los superordenadores tengan cuñaos.. ni demas.
El cómo se programe para que lo decida sea justo.. pues ¿¿?? . Lo que me paece mas digno de análisis es nuestra voluntad de delegar en una máquina nuestros asuntos mundanos.
Una versión sofisticada del ojo de halcón ese..
Que dios, el de arriba, nos pille confesados.
Un cordial saludo
La justicia existe porque los conflictos existen y su resolución requiere o el uso de la fuerza o el uso de la razón. Los conflictos pueden ser reales –como lo son aquellos que se someten a los tribunales «de justicia», o sea a la judicatura– o pueden ser falsos –como lo son aquellos que generan debate público a partir de las exigencias de unos pocos, organizados o no en facciones políticas, y disfrazadas de «derechos». Cualquiera sea la forma en que se resuelva un conflicto, luego hablaremos sobre si el resultado fue «justo» (de igual manera que los comentaristas de fútbol hablan sobre los resultados de los partidos). Mientras el conflicto persiste, las opiniones sobre la «justicia» de los resultados posibles nos recuerdan que –por cualquier motivo– tenemos alguna idea de lo que creemos sería un buen resultado, lo que nos lleva entonces a recordar que la moralidad es parte de la naturaleza humana. Y más precisamente que jamás entenderemos la naturaleza humana sino entendemos su moralidad.
Hoy por hoy, se hace necesario un concepto de justicia, consensuado, para que una organización social pueda funcionar, es lo que creo.
Aún estamos lejos de una actitud lo suficientemente avanzada como para que, en general, no haya cabida para abusos y para una resolución inteligente de los conflictos.
Sin embargo, el hecho de que la petición de justicia ante los órganos judiciales, haya revertido en una especie de fuente de demandas llamadas a convertirse en “futuros derechos”, dice mucho de nivel de intencionalidad de nuestras sociedades.
¿Intencionalidad hacia qué?, pues opino que, aunque se den, quizás no todas, pero sí las suficientes circunstancias y elementos como para que esa misma sociedad se embarque en un camino de madurez y responsabilidad, no existe la voluntad necesaria para comenzar ese camino.
Así, entonces, es posible entender que se necesiten un número exagerado de personas en un parlamento, prácticamente solo para legislar, pues cada ocurrencia “democrática”, cada problema, cada situación compleja o complicada que un modelo de organización social, en desarrollo, pueda presentar, bajo una lupa de lectura dirigida y direccionada, se podrá convertir en algo “legislable”, para dar gusto y/o apuntalar una determinada situación favorable a tal o cual tendencia.
¿Cuál podría ser el indicador de que las personas crecen como individuos y como sociedad?.
Quizás la capacidad la disminución en una demanda obsesiva de leyes que nos garanticen todo, estaría indicando que esa sociedad está aprendiendo a desarrollar su capacidad resolutiva y creativa. También su responsabilidad.
El problema viene, también, cuando nos encontramos con un sistema ideado, seguramente, para que eso no sea precisamente lo que ocurra.
Al contrario , es posible que el sistema esté pensado para asentarse y alimentarse de esa necesidad continuada de legislarlo todo.
Lo cual significaría, a su vez, que, pese a aparentar lo contrario, su principal razón de ser se basaría en una vulnerabilidad intelectual y emocional muy importante de las gentes.
Los conflictos abundan por muchos motivos. Pero si alguien quiere entretenerse con el concepto de justicia lo mejor es comenzar con un conflicto que ya ha sido sometido a los tribunales: primero tratar de entender los hechos relevantes que definen el conflicto, luego los criterios morales que usaría para resolverlo y por último comparar el resultado de aplicar sus criterios morales con el resultado de aplicar razonablemente de las normas jurídicas vigentes. Recién leo este caso
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-12-08/estudiante-denuncia-oxford-notas_1300725/
y habiendo hoy tantos amargados por no haber tenido éxito en la vida que quieren culpar y exigir responsabilidades a otros por su fracaso supongo que es de gran interés.
Principalmente la justicia se inventó para dos cosas: para asegurarles la propiedad a los que la poseen frente a quienes no la tienen, y para calmar el deseo de venganza de quienes son víctimas de actos criminales. Y no hay mucho más.
La mística de la justicia, su carácter noble y supremo, su sentido de equidad e imparcialidad, la utilidad como servicio público, etc., son todo historietas que nos las hacen pasar como verdaderas desde la infancia. La toga, la peluca, el babero, el mazo y todo lo demás, son solo una puesta en escena para hacer creible lo increible. Lo cierto es que junto a los Ejércitos, las Iglesias y la/s Corte/s, es otro Poder más con el que se configuro esta sociedad monoteista, patriarcal y capitalista que ofende en el siglo XXI el sentido de que el planeta Tierra es el lugar en el que vive la especia humana, de que el agua que bebemos y el aire que respiramos es un todo común, y que el espacio está plagado de materia desconocida e inapropiable.
Si como decían los asirios la ley solo es para resolver conflictos de intereses entre particulares, ¿qué hacemos a estas alturas defendiendo «nuestros intereses»?
Con mis saludos,
Vivimos en una sociedad en que parece solo se nos refuerzan nuestros derechos y nadie nos recuerda o, dice nada, acerca de que la necesidad de esos mismos derechos surgen consecuencia de nuestra propia codicia, torpeza y casposidad.
Sabemos que las normas de convivencia que nos damos vienen determinadas por la necesidad de organizarnos en sociedad de acuerdo a principios básicos aceptados por todos. Pero, también, las necesitamos para defendernos de nuestros propios abusos y las arbitrariedades a que conducen las intenciones de sacar cualquier ventaja de lo que sea.
Nuestras verdades solo nos parecen verdades porque sirven a nuestros intereses y, de esos intereses, no sentimos un ápice de vergüenza del hecho de que no alcancen un milímetro más allá de lo que consideramos lo/s nuestro/s (lo mío).
¿De verdad todos debemos tener los mismos derechos?. No lo creo. No pienso que deba tener el mismo derecho aquel que, con sabiduría, dedica su vida a intentar “mover el mundo” que, aquel otro, que sobre todo piensa en tener llena su panza.
Olvide decir: Tampoco sentimos la más mínima vergüenza de no intentar siquiera acercarnos a ser nosotros “justos”, acordando con el otro y dándole aquello a lo que tiene derecho, ni tampoco sentimos el más mínimo pudor de que tenga que ser un tercero, el “juez”, quien intervenga en nuestras vidas para corregir nuestro comportamiento.
Hoy en NadaEsGratis, el economista José Luis Ferreira cuelga este post
http://nadaesgratis.es/jose-luis-ferreira/etica-y-economia-el-caso-de-las-emisiones-de-carbono
referido al libro del filósofo John Broome, «Climate Matters: Ethics in a Warming World», y a la respuesta del economista W. Nordhaus al desafío que Broome presenta en su libro. Broome habla de justicia como uno de los criterios morales (o éticos) principales para hacer frente al conflicto entre lo individual y lo colectivo que habría en relación al cambio climático (en realidad, al calentamiento global pronosticado por muchos pero cuestionado por algunos). Varios otros filósofos y economistas han opinado sobre el libro de Broome (buscar reviews en internet). Espero tener luego el tiempo para opinar sobre los criterios morales en general y los distintos criterios particulares de Broome y Nordhaus aplicados a ese problema específico.
Democracia, justicia, felicidad, política…. Los temas que viene proponiendo este blog tienen una enjundia que va más allá de lo que se nos viene acostumbrando en el mundo mediático donde no salen de los «mantras» habituales. Felicidades a sus editores por hacernos entrar en esta jungla llena de luces brillantes y sombras aterradoras.
La Justicia como fin del Derecho. O el Derecho como búsqueda de la Justicia. Más en su sentido «natural» donde la conciencia nos dicta lo que es justo y lo que no, que en el Derecho positivo donde hay quien suplanta nuestras conciencias para decirnos -en su opinión- lo que es justo y lo que no lo es. «El Derecho es la voluntad de los poderosos» -se suele decir- y con ello queda claro que el Derecho, tal como lo conocemos, no siempre es «justo» ni busca la Justicia.
«Dar a cada uno lo que le corresponde….» pero habría que saber quién es el que «da» y que se entiende por «lo que corresponde». Esto nos lleva a pensar en los muchos agravios comparativos con que convivimos diariamente entre los que esperamos que «nos den» y las frustraciones porque «no nos dan». Un mundo injusto donde unos lo tienen casi todo y otros, muchos más, carecen de casi todo. Un mundo injusto que se trata de encubrir con sistemas políticos más o menos edulcorados a los que les llamamos «democracias» y, encima, tratamos de engañarnos con ello.
Como muy señala EB hay muchas formas donde aplicar la palabra «justicia». En lo social, en lo profesional, en lo económico, en lo cultural, en lo deportivo o en lo jurisdiccional. Cuando fracasan todas ellas nos queda la esperanza de la Justicia a través del Derecho y de los jueces, pero éstos a su vez están sujetos a las «leyes» por muy injustas que sean. Aquella frase de la película «Vencedores y vencidos» sobre los juicios a los jueces nazis: «Todo empezó el día que un juez dictó una sentencia injusta…» es suficientemente ilustrativa de cómo es ese mundo jurisdiccional creado por los sistemas políticos en cada momento y como está «atado y bien atado», como reconocía un expresidente de gobierno ante los casos que podían salpicarle: «ni hay pruebas, ni las habrá…»
En estos momentos, los propios representantes de las más altas instancias judiciales reconocen los muchos fallos de la Administración de Justicia («sólo para robagallinas…» decía uno de ellos) y otros claman por la reforma urgente de un texto constitucional que lo permite todo a los de siempre y prohibe todo a los de siempre.
Un cordial saludo.
Cuando me madre se encontraba ante alguna situación que tras haberle dado muchas vueltas se sentía incapaz de resolver, se terminaba encogiendo de hombros y exclamando con mucho aplomo “¡qué le vamos a hacer si en el código no vienen gavillas!”.
Lo decía en referencia a la anécdota – verdadera o inventada, por ella o por otros, o quién sabe si extraída o asemejada (mi madre era manchega) a alguna de El Quijote – de un hombre que denunció a un vecino por haberle robado unas gavillas. Y hubo juicio, sí, pero no se pudo hacer justicia porque, el juez lo dijo, había estudiado y repasado el código de cabo a rabo, pero “en el código no vienen gavillas”.
Y es que, y es lógico, todo cuanto no esté meticulosamente especificado siempre se prestará a interpretaciones o se zafará, incluso, de poder ser juzgado… Por falta de argumentos, tal vez.
¿Pero quién en su sano juicio renunciaría a argumentos, los que fueren, mediante los que favorecerse?
Así ante cualquier confrontación el favorecido será el que mejores argumentos y mejor argumentados presente – y que serán mejores cuanto más difíciles sean de desenredar, con independencia de su sí o no veracidad – o, que también puede ser, aquel a quien el juez, también por las razones que fuere (o al amparo de que en el código no vienen gavillas), elija libremente favorecer.
Pero entre los litigantes (no sé si se dice así) siempre habrá uno que sea más poderoso, o más influyente ¿Y va el juez, libremente y sin ningún tipo de condicionantes ni coacciones, a elegir favorecer al menos influyente o poderoso?
Estoy pensando, por ejemplo, en los casos de corrupción.
¿Y si el juez que ha de juzgarlos es corrupto? ¿Y quién lo juzgará a él? Porque si va a ser – que pudiera, pero Dios me libre de estar ni por asomos queriendo malmeter – otro corrupto…
Y es que estas dudas que no sé resolver me asaltan a mí, que soy una mujer moderna y de mi tiempo. Pero mi madre – que a lo mejor moderna era, pobrecilla, pero del tiempo suyo que dónde va a parar – sabía, sin quebradero de cabeza ninguno, dirimir estupendamente, con la vecina de arriba (y las dos a su aire), si las sábanas blancas que había tendido en la cuerda aparecían desteñidas de colorao porque ella (la otra) había tendido un edredón rojo (con lo que eso chorrea) sin antes mirar para abajo o porque ella (mi madre) había tendido sus sábanas blancas sin mirar antes para arriba.
Pero, vamos, que no es que quiera yo ponerme de parte ni en contra de mi madre, cuando encima ni soy juez ni nada, y que mi madre, además, tanto podía estar siendo vecina de arriba como de abajo según tocase.
Qué buen texto, aunque estaré espesa, apenas entendí nada, ( son de estos que hay que leer varias veces).
Mi opinión es que la justicia está vendada no para «imparcialidad», sino para no ver..
está Ciega, tal cual…
y sólo se le cae la venda, cuando se vende al mejor «postor», es decir cuando «la compran»..
Y es mi opinión..punto!!!
La definición de justicia, aunque aparece en la compilación de Justiniano, es autoría de Ulpiano.
La justicia implica la más cara aspiración que busca manifestar la dignidad del linaje humano, al constituir la culminación del proceso de organización de la materia hecha vida y devenir en consciencia. Nos asiste la facultad de aspirar -por ejercicio del libre albedrío- a la Libertad y siendo seres finitos, estamos sometidos, por nuestra condición biológica/material a vernos sometidos a todas las leyes que regulan lo físico y biológico, pero dotados como estamos de conciencia y razón tenemos pertenencia a una naturaleza diversa: la del espíritu que nos impele a interpretar el mundo en que vivimos y convivimos -tanto material como social- y tener apercepción de nosotros mismos, en perspectiva de primera persona. Por ello, somos generadores de una dimensión específicamente humana: la ética y la moral, para lograr una convivencia equilibrada y vivir en paz en procura de alcanzar la felicidad.
El hombre es un animal político, creo que en primer lugar ello se consolidad por ser un animal moral al tener conciencia de que sus acciones, se juzgan en virtud a sus consecuencias.
En el mundo natural, los hechos son; ni buenos, ni malos. Simplemente son. Es en el ser humano en que sus acciones determinan acciones buenas o malas, nobles o perversas y de las consecuencias de dichas acciones, debe hacerse responsable. Por ello la moral, devendrá en ética y luego generada la polis en política, para que sus representantes elaboren las leyes que determinaran el Derecho que aplicado por al judicatura imponga la Justicia.
Nuestra responsabilidad será elegir a los más preparados, para que establezcan las leyes que velen por el bien común y, respetando el estado de derecho, -las instituciones en que este se sostiene- actúen acorde a la dignidad de su investidura.
La Justicia es la noble aspiración de que se cada ser humano sea respetado en su dignidad para lograr la paz social y una sólida democracia.