Con el lema «no taxation without representation» en el Reino Unido se puso la semilla de la que surgirían las actuales democracias parlamentarias. Una clase media que empezaba a emerger expresó de este modo el hartazgo por tener que soportar con sus impuestos los despilfarros del soberano y de sus nobles, que, como castas superiores, estaban exentos de esta carga, mientras las clases ‘bajas’ soportaban el gasto. Las democracias representativas nacen así vinculadas a dos ideas: todo lo que gasta el poder soberano lo pagan los ciudadanos y, por tanto, éstos han de decidir cuánto y en qué se gasta y cómo se paga. A decidirlo, claro, a través de sus representantes seleccionados en elecciones periódicas.
Años después algunas cosas han mejorado y otras no tanto. Hoy, en principio, no hay privilegios tributarios y todos deben pagar según su capacidad económica. Esto es, al menos, lo que dice nuestra Constitución. Todos sabemos, sin embargo, que las grandes rentas tienen posibilidades de escudarse tras personas jurídicas y pagar menos; y que las sociedades tributan menos que las personas físicas. Por tanto, la misma ‘clase’ social, el trabajador, sigue soportando la mayor parte de la carga fiscal. Cierto que ahora el nuevo ‘noble’ y hasta el ‘clero’ contribuyen, pero, por lo menos el primero, en menor medida de lo que lo hacen las rentas del trabajo.
Sin embargo, en los modernos Estados de Bienestar hemos olvidado los principios elementales que dieron origen a la democracia representativa: todo gasto debe venir soportado por un tributo que pagan los ciudadanos. Ahora parece que el dinero cae del cielo benefactor en forma de un maná celestial que, desde que la razón matara a dios, se ha transformado en derechos que ‘debe’ garantizarnos un Estado divinizado. Porque sí; como si nadie tuviera que pagarlo. Como si el hecho de nacer dentro de las fronteras de lo que llamamos sociedades del bienestar nos hubiera concedido un derecho hereditario que no tuviéramos que revalidar cada día. Como si por fin hubiéramos ganado nuevamente el Edén y superado la maldición bíblica del «ganarás el pan con el sudor de tu frente».
Sencillamente no es así. Hay que recordar cada día que si queremos gastar todos los años cerca de un 8% del PIB en sanidad pública, es decir, 80.000 millones de euros, tendremos que pagarlo entre todos. Si queremos dedicar más de 110.000 millones de euros en pensiones (más del 10% del PIB) habremos de rascarnos el bolsillo para pagarlas. Y si queremos mantener ayudas al desempleo por valor de 30.000 millones de euros anuales, pues otro tanto.
Y no vale decir que tenemos un derecho divino a que ‘los mercados’ nos presten el dinero que necesitamos. El abuso del endeudamiento sólo es trasladar el problema a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. Y si seguimos así no hay duda de que todos ellos se quedarán sin Estado Social, por muchas proclamas vacías que hagamos hoy. Además, los mercados no son más que gentes que prestan y que aspiran a recuperar lo que han prestado. Y si ven que hay Estados que sistemáticamente gastan más de lo que ingresan (generan déficit) y que, por tanto, van aumentando su deuda año tras año y, además, no muestran capacidad de crecimiento, piensan que al final no van a poder devolverles el dinero. Parece que olvidamos que el inversor en deuda pública tiene el perfil más conservador y miedoso de todos. Opta por la inversión en teoría más segura porque no quiere sobresaltos. Si hay riesgo de perder el capital, sale despavorido hacia otros lares. ¿Es acaso eso pecado?
Tampoco es muy realista la proclama de que el descuadre de las cuentas lo paguen los ricos, los grandes capitales o las grandes sociedades. Me parece justa, pero olvida algunas variables importantes. Vivimos en un mundo globalizado en el que el dinero se mueve libremente. Hoy es tan fácil abrir legalmente una cuenta en Suiza o en cualquier país de la Unión Europea como rellenar un simple formulario ante el Banco de España. Puro trámite. A muchos ricos les va a resultar indiferente situar su residencia fiscal aquí o allá si en un sitio les fríen a impuestos y en otro no. Con las grandes sociedades resulta incluso más claro: muchas veces la decisión de instalarse o permanecer en un país determinado depende, entre otras cosas, de los impuestos que tengan que pagar. Queramos verlo o no, ya está en marcha una ‘guerra fiscal’ entre países para atraer a los ‘ricos’ y a las ‘grandes sociedades’ a través de regímenes fiscales favorables. Está ocurriendo dentro de la propia Unión Europea. Si no nos damos cuenta de esto estamos fuera del mundo.
Claro que hay que insistir en la lucha contra el fraude. La cooperación internacional está tratando de arrinconar a los paraísos fiscales (es interesante el documento de la OCDE sobre regularizaciones fiscales. Pero lo cierto es que cuando se consigue acabar con uno aparecen otros países deseosos de aprovechar el negocio.
Por supuesto que no estoy proponiendo que se siga cargando la presión fiscal sobre los asalariados y que paguen menos los ricos y las sociedades. Eso sería una indignidad. Lo que sí sugiero es que el debate sea realista, que tenga en cuenta todos los parámetros y que no se base en proclamas vacías. Esto es, que tengamos un debate propio de sociedades maduras, basado en un pensamiento complejo que tome en consideración todas las variables de las decisiones que se adoptan.
Como ciudadanos pensantes lo primero que deberíamos exigir a un político es que cuando dice que va a inaugurar una obra faraónica nos diga cómo la vamos a pagar, porque el político que promete un hospital, un aeropuerto o un AVE no va a costearlos de su bolsillo, sino que nos va a obligar a rascárnoslo a todos los demás. Los políticos van y vienen; las deudas están para quedarse.
Resulta curioso ver cómo, según las últimas encuestas del CIS, la gente tiene la percepción de que paga demasiados impuestos y, sin embargo, al mismo tiempo pide más gasto e incluso valora mejor al político que gasta. Como si el gasto de un político fuese reflejo de su generosidad hacia un pueblo que todavía se siente súbdito y no ha dado el paso hacía la mayoría de edad de una ciudadanía responsable. Parece que no tenemos asimilada una cosa tan obvia como que si quiero que me bajen los impuestos porque creo que pago demasiado, habrá que bajar también los gastos públicos.
Del avance de resultados de la encuesta del CIS sobre «opinión pública y política fiscal» resulta que una mayoría cercana al 60% piensa que el Estado gasta poco en los servicios más directamente relacionados con el Estado de Bienestar (enseñanza, protección por desempleo, sanidad, vivienda, seguridad social/pensiones o ayuda a personas dependientes). Sin embargo, a continuación el 66% considera que paga muchos impuestos. Los encuestados entran en una especie de cortocircuito cuando se les pregunta directamente si prefieren que suban los impuestos para mejorar los servicios o que bajen aunque signifique reducir los servicios públicos. Aquí la mayoría se sitúa en el intermedio, es decir, en el ni lo uno ni lo otro.
Resulta también curioso como nos tragamos el imposible y como no queremos oír lo que no nos gusta que nos cuenten, aunque sea la pura realidad. Viene alguien con el mensaje de que va a mejorar los servicios públicos, a bajar los impuestos y a reducir el déficit y la deuda y nos lo creemos. Son buenas noticias. Aquí tenemos a un auténtico mago. Luego nos extraña que llegue al poder y haga exactamente lo contrario. ¿Realmente podemos quejarnos de que nos hayan engañado cuando nos dicen lo que queremos oír? Cuando resulta que al que diga las verdades del barquero, no le vota ni dios. Si tuvieramos clara la ecuación más gasto igual a más impuestos, seríamos también más exigentes con la eficacia en ese gasto. Reclamaríamos al político que nos rindiera cuentas como buen administrador de nuestros fondos.
Es cierto que la clase política se ha desprestigiado por sus propios méritos, pero deberíamos reflexionar sobre nuestra propia responsabilidad como votantes. De no hacerlo seremos cómplices de esa especie de alianza siniestra entre el político populista y demagogo y el electorado simplón, que no quiere ni ver, ni escuchar, ni hablar. Si no lo hacemos va a ser cierta la expresión gitana de ¡tenemos lo que sus merecéis!
Al terminar de leer el articulo de Salama, me pregunto quien sería capaz de rebatir su enunciado sin ser considerado parte del «electorado simplón»?
Dice el significado más generalizado de «populista» al que «apela a los prejuicios, emociones, miedos y esperanzas mediante el uso de la retorica». Y dice la «retorica» que es el uso de la persuasión.
Salama nos persuade de que el único camino realista, de ahora, es hacer lo que hace el gobierno del Partido Popular en España. Este gobierno llego al poder demagogicamente y como sentenciaba, ya entonces, Aristoteles, usa el poder tiránicamente. Eso se llama «no hay otra salida» puesto que hay mucho gasto en sanidad, educación y pensiones. Y, además, si hace una presión fiscal a los ricos se irán de nuestros país. Entonces, el camino, es recaudar más de los que se tienen controlados y como sus salarios son tan bajos, además de que hay que mantener el consumo, la lógica es recortar en gastos sociales.
Salama nos evidencia lo evidente. Quien puede rebatirlo? pues nadie. Lo que sucede es que el seguro medico privado, la educación privada y los planes de pensiones privados, que es lo que se quiere incentivar para que ahora sea el pueblo el que le pague a esas «sociedades» empresariales de la farmacia, de la educación y de los bancos. Que si no hace así se quiebra el «Sistema». Evidentemente el que no piensa así es un «simplon». Lo complejo es que hay mucha gente que no puede asumir esos gastos además de los impuestos que no son solo para pagar a los politicos, corruptos o no, sino para mantener el Edificio del Sistema. Que el que toma medidas, como las que indica Salama. pierde, aparentemente «simplonamente, electorado es también evidente. Como es también evidente que se ha convertido, después de «demagogico»,en un gobierno «tiranico»(«uso abusivo y cruel del poder político»). Sr. Salama ya que usted, en anteriores ediciones, nos pone como ejemplo a USA mire lo que le ha costado a Obama la lucha por una cobertura medica social. Las «sociedades farmaceuticas» quizas le arrebaten el Poder.
Gracias por el comentario José María.
Me gustaría, no obstante, precisar algunas cuestiones. El artículo no pretende defender la política de este o de otro gobierno, sino que tiene la intención de provocar debates inteligentes sobre todas las decisiones políticas que nos incumben a los ciudadanos. Tampoco se orienta a cuestionar ni la sanidad ni otros servicios financiados con cargo a fondos públicos. Lo que pretende es que seamos conscientes de lo que cuesta cada cosa y de que, con el sistema fiscal existente, ese coste lo vamos a tener que pagar entre todos. En definitiva, el post pretende estimular un debate muy típico en otras sociedades más maduras y menos dogmatizadas que se encuentra en el origen de las democracias representativas y que tiene que ver con que todo lo que gasta el soberano, llámese monarca absoluto o gobierno, lo paga el pueblo. Y, por tanto, el pueblo tiene la responsabilidad de exigir explicaciones sobre cómo se va a financiar cada promesa de gasto y sobre la eficacia en la gestión del dinero público. Tengo la sensación, quizás equivocada, de que eso no se está haciendo en nuestro país. Vivimos en una ilusión de que finalmente alguien que no somos nosotros pagará el pato e incluso nos resulta incómodo que de cuando en cuando nos recuerden que sencillamente no es así. Que hay que pagar lo que se gasta.
Saludos.
Estimado Isaac, gracias por su amable respuesta. Yo siempre he creído lo que usted defiende, un debate inteligente sobre la Política. Muchos de sus artículos tienen referencias y una estructura seria. El asunto que me preocupa es el «Realismo» porque me recuerda a Bismarck y a la «corrupción» de la Ética. Digo, fijese usted, a la corrupción Ética y no a la corrupción política, porque de esos polvos estos barros. El Realismo tiene una carga ideológica muy pesada. Es lo que podíamos llamar la «Técnica» política y no la «Ciencia· política.
Usted sabe, tanto como yo, que si no hay una base filosófica, una concepción cosmológica de la naturaleza humana, el mundo queda en manos de la «ignorancia de la inmediatez». Y, ustedes, los editores de esta Web, tienen suficiente bagaje para enseñar otras artes, para enunciar «otras políticas». Eso es lo que yo, en particular, echo en falta.
Muchas gracias, de nuevo, por su amable respuesta y también, le confieso, que echo en falta que de sus artículos hayan más comentarios. Valdría mucho la pena que hubiera un coloquio fluido con una persona de su prestancia.
«No taxation without representation».
Esta frase es engañosa y, lógicamente, nos ha engañado a todos.
Un par o tres de siglos más tarde estamos, con perdón, jodidos. Con «taxation» hasta el cuello y sin «representation» porque nunca nos preguntan nada, nadie nos representa y todos nos hacen lo mismo. Subirnos el….»taxation».
Globo sonda.
¿Qué tal si en vez de taxation hiciésemos como las comunidades de vecinos y los clubs: Prorrateo de gastos comunes?
Digo yo que en algún momento deberíamos salir de la minoría de edad del XVII y del XVIII y madurar un poco.
La frase que hoy toca sería: «Ni Taxation ni Representation, voto directo Internet y reparto igualitario de gastos»
¿Qué tal? Yo me apunto.
Manu, tienes razón. Como todos los eslóganes el «no taxation without representation» tiene mucho de engaño.
Planteas un tema muy interesante como es la democracia directa a través de internet. Estoy muy de acuerdo sobre las conclusiones de autores como Sartori sobre este tipo de democracia. Si la democracia representativa es exigente con el ciudadano porque le compromete en la elección de las elites, mucho más lo es la democracia directa que le obliga a decidir todo. Por eso sostiene Sartori que este tipo de democracia sólo funciona en sociedades pequeñas y con una población muy formada (la ciudad de Ginebra consulta a sus ciudadanos la mayoría de las decisiones que van a suponer un mayor gasto). En una sociedad como la nuestra es muy difícil que funcionara una democracia directa.
Por otro lado es cierto que el niño no madura hasta que se ve obligado a decidir y a asumir la responsabilidad de sus decisiones. Mientras tanto puede imputar a «otros» sus propias responsabilidades.
En cualquier caso es un tema muy importante que habrá que abordar con más tiempo y espacio.
Saludos.
La comunicación entre Manu Oquendo e Isaac Salama me suscita un tema relacionado con la profundidad del debate sobre un Estado centralista, un Estado de las Autonomías, Federalismo y Municipalismo.
La respuesta de Salama sobre la dificultad de trasladar a un Estado grande las decisiones ciudadanas sobre la gobernanza, como en países confederales, tipo Suiza. Nos hace reflexionar seriamente sobre la idoneidad de apostar por el Centralismo.
España ha tenido una larga tradición de Municipalismo con pensadores como D. Gumersindo de Azcarate y, en este siglo, como D. Manuel Castells. Podemos también recordar a D. Antonio Sacristan en su libro «Municipalidades de Castilla y León». Y de otros pensadores sobre el asunto, como el propio Tocqueville sobre las Comunas.
Respondo a varios contertulios.
Este asunto me parece importante y de especial relevancia para comprender momentos de crisis sistémica como este que ocuparán muchos años. Décadas.
Me temo que desborda el formato «blog» porque requiere reflexión conjunta sobre aspectos que no son intuitivos ni encajan con las «huellas» mentales instintivas que henos ido recibiendo en el proceso de educación. Diálogo reflexivo en el sentido de los filósofos es lo que procedería.
Muchos de los elementos se han mencionado por Isaac, Suleiman, y José Mª. Quizás también por Gema si no fuese su comentario tan escueto. Están todos en nuestras mentes de una u otra forma.
Uno de ellos es el eterno debate Aristotélico-Hegeliano y las sociedades abiertas descritas por Popper, otro, las dos definiciones de libertad clásica que resume Isaías Berlin, otro –del que se habla menos– son los aspectos sistémicos, –Ashby, Wiener y Beer por ejemplo.
Hay elementos de teoría de juegos (un juego con alguien en el tablero con más poder que, lietralmente, un Dios) y de teoría del estado. Otros son humanistas: ¿para qué modelo de ser humano? Si elegimos el mínimo común múltiplo tendremos lo que tenemos, algo asintótico con el cero y muy entrópico, destructivo.
Por fin hay elementos de conducta instintiva y procesos de masificación que necesariamente la acentúan a costa de la racionalidad y el equilibrio.
Mucha tela. De todas formas vuestro blog es bueno y aborda asuntos de un modo que suscita concordancia y ganas de seguir profundizando.
Un saludo a todos.
Sólo un apunte, para las que de dineros poco entendemos. Texto a leer al menos, 5 o 6 veces.
bien redactado, sencillo de entender.
El asunto que aborda Isaac es importante y tiene ramificaciones que, al límite, nos llevan al gesto retórico de sorpresa descreída de Suleiman y a los comentarios de José María.
Rouseau no escribió para el universo sino para un grupo reducido: «Les citoyens de Genève».
En esas estamos.
No debemos descartar que una parte de los que hoy se aferran con entusiasmo renovado al sentimiento nacionalista lo hagan de modo instintivo al ver los estragos reales e imaginados de la globalización.
Poliédrica es la cosa.
Saludos a todos
¡Socorro! Pero Manu, ¡propones que sean toda esa panda de mamarrachos electores que encumbraron al Suárez, al Zapatero y a este Rajoy al poder, los que ahora también decidan sobre las escuelas, las fronteras y el precio de la leche condensada!
¡Ay Dios mío! ¿Dónde vamos a ir a parar?
Efectivamente, en eso vamos a estar de acuerdo D. Manu. Si los intelectuales y otra gente de «pro», y no estos pseudo intelectuales de ahora que se hacen pasar por ello cobrando lo suyo del poder, escribían para las minorías, y las élites ocupaban el espacio que les correspondía, no se puede concebir, y perdóneme la expresión, la astracanada, de que sean los seguidores de la Belén Esteban y sus adláteres quienes vayan a corregir el rumbo de esta deriva con sus votos.
El problema lo entiendo, y me interesa mucho su opinión al respecto, como una deriva a la baja de los valores democráticos de las sociedades industrializadas, en las que se ha instalado un estilo político de tipo electoralista que encumbra a auténticos mediocres con mucho impacto mediático, desplazando, si alguna vez los hubo como debe de ser, a esa otra clase que podríamos definir como dirigente, encargada de dirigir los destinos del conjunto.
En fin, un tema complejo, con el que debatir largo y a gusto.
Saludos sin retóricas.
Evidentemente el articulo de Salama, como dice Manu, nos invita a reflexionar sobre la Democracia y su devenir histórico. Entre otros asuntos, que es donde más se centra el debate, el electoralismo.
Suleiman, no yerra al señalar que la propaganda juega un papel muy importante en este proceso. Conocí a un avezado político que me comentaba el papel de los publicistas, de los llamados expertos electorales, en estas contiendas. En el como se deben decir las mismas cosas, pero de diferentes formas, para tener calado en la intención del votante.
Y aquí puede estar el grave problema, el problema del «Realismo». Que quiere el pueblo?. Quiere pagar menos impuestos?. Pues prometamos menos impuestos y asociemoslo con libertad. Así funciona.
Pero aquí están mi preguntas: Que se entiende por Libertad?. Cuál es nuestro nivel de consciencia al ir a votar?.
Querido Manu, esto de la Teoria de Juegos y la importancia de los otros para salir de este atolladero, es un tema muy serio que ha tocado aspectos muy importantes de la economía, de las matematicas. En fin de la Ciencia Politica. Un abrazo fuerte