Nuestro actual sistema de pensiones, en el que los trabajadores de hoy financian a los que trabajaron ayer, se parece cada vez más a una estafa piramidal; en la que los que se incorporan los últimos no obtienen beneficio alguno, después de haber sufragado las ganancias de los primeros.
Para que un esquema piramidal se mantenga, tiene que haber más participantes en la base que en la cúspide. Y el sistema de pensiones funcionó razonablemente mientras que había suficientes cotizantes para sostener a cada pensionista. Pero, cuando se firmó el Pacto de Toledo, allá por 1995, era difícil prever el descenso de la natalidad, el aumento de la esperanza de vida y la reducción de empleos y salarios que se está produciendo actualmente en Occidente y, en particular, en la Europa del Estado del bienestar.
Cada vez empezamos a trabajar más tarde, cotizamos menos y durante menos tiempo, tenemos menos hijos y vivimos muchos más años a expensas del dinero que aportan otros. Y, claro, esto no se puede sostener.
En 2017, el salario medio en España estaba en torno a los 23.000 euros brutos anuales, mientras que la pensión media de los jubilados del Régimen General se acercaba a los 17.000. Al cerrar el año, el sistema de Seguridad Social contaba con 19,4 millones de cotizantes y 8,7 millones de pensionistas, lo que supone una relación de 2,23 afiliados por cada perceptor de una pensión. Aunque hay pensionistas que cobran más de una pensión; por ejemplo, por jubilación y por viudedad: 8,7 millones de pensionistas que cobran 9,6 millones de pensiones.
Si comparamos los ingresos totales de estos 2,23 afiliados con los de un pensionista, tenemos 51.290 euros frente a 17.000; es decir, para sostener al pensionista habría que dedicar la tercera parte del salario de los cotizantes. Con el agravante, además, de que la tendencia para los próximos años es que el número de pensionistas y la cuantía de sus pensiones vaya en aumento, mientras que el número de cotizantes y sus salarios, y en consecuencia sus aportaciones, disminuyan.
Cada generación vive lo que le toca vivir; pero hay generaciones, como las de la primera mitad del siglo XX, que las han pasado canutas, mientras que otras, las de la segunda mitad, han vivido con la certeza de que las cosas, al menos en el ámbito de lo material, solo podían mejorar. Y resulta que ahora las nuevas generaciones se encuentran con un panorama un tanto desalentador.
Pero la educación que siguen recibiendo, no solo en la escuela sino en toda la sociedad, es la que corresponde al modelo antiguo; el que se basaba en la creación de familias convencionales, con papá, mamá, dos o tres hijos, casa en propiedad, empleo estable, vacaciones anuales y retiro feliz.
Los jóvenes del 68 se rebelaron contra el estilo burgués de vida de sus padres; y los jóvenes actuales podrían sublevarse por lo contrario: porque ellos no lo van a tener, pero se les hace vivir como si todavía fuera posible alcanzarlo, sabiendo que solo lo están padeciendo hasta que aguante.
¿Cómo puede alguien tener una forma de vida aburguesada con un salario que, en muchos casos, es la mitad de lo que recibe un pensionista y que casi es igual a lo que cuesta el alquiler?
No es así de simple, pero los más jóvenes están viviendo peor que sus mayores, para que estos sigan manteniendo el nivel de vida de sus años productivos.
Según pasan los años y vemos más en peligro nuestra subsistencia, van importando menos los principios y las ideologías. Así se explica que pueda generarse una masa de millones de votantes, todos pensionistas, que estén dispuestos a apoyar, mayoritariamente, al partido que más garantías les ofrezca de que sus pensiones se mantengan. Una fuerza electoral que tiene más claros sus intereses, que acude más a las urnas y que, incluso, puede llegar a ser más numerosa que la de los jóvenes.
Según pasan los años y vemos más en peligro nuestra subsistencia, van importando menos los principios y las ideologías.
Hay que decir, sin embargo, que el sistema de pensiones no es una pirámide de Ponzi pura, porque los que están en la cúspide devuelven a la base parte de lo que reciben. Y son los pensionistas los que están ayudando a los hijos, los que están sosteniendo el consumo, los que más pueden acceder a la cultura, los que todavía están ahorrando…
Puede dilatarse más o menos en el tiempo, pero la madre de todas las crisis financieras es inevitable. Llegará un momento en el que no será posible seguir endeudándose, ni tampoco se podrán aumentar más los impuestos. ¿Y entonces qué? Pero nos empeñamos en aguantar lo más posible y en no prepararnos para lo que venga, cuando ya deberíamos estar entregados a construir la alternativa. Y, en esta construcción, los pensionistas son unos privilegiados, son los que tienen más tiempo y recursos para hacerla. Aunque el reto es titánico: desmontar todo un entramado de creencias y certezas para crear otro distinto. Desaprender sin perder la memoria.