El otro día tuve mi primer control de alcoholemia. No había bebido, me dio negativo y el señor agente fue absolutamente amable conmigo. Me sonrió, y en su expresión podía leerse «enhorabuena, está usted aprobada, puede seguir formando parte del grupo de personas decentes». Y me sentí bien, me sentí una ciudadana inocente y respetable.

Esta mañana me he ido de compras y he entrado en varias tiendas de ropa. Yo soy de las que pasea entre las perchas con las manos en alto para dejar claro que no voy a robar, que solo me falta entrar palmeando en los probadores. Pero esto es solo manía persecutoria y no se corresponde con la realidad (de hecho no sé a qué responde, aunque de saberlo no creo que os interese lo más mínimo). Nadie a mi alrededor me observa pensando que voy a robar porque soy blanca, española y voy bien vestida (o eso creo yo). Aun así, cuando ha sonado la alarma al salir del establecimiento, me he sentido como una delincuente. Todo el mundo te mira y en pocos segundos el guardia de seguridad se aproxima a ti y te pide que le entregues tu bolsa. Si se me pone cara de culpable cuando sé que no he robado nada, no quiero ni pensar qué cara pondré el día que, efectivamente, me dé por robar (ya os contaré). El guardia, lejos de reprenderme, primero me ha llamado SEÑORA (pero lo llevo bien) y luego ha dado por hecho que la cajera había olvidado quitarle el dispositivo a alguna de mis prendas y me ha tratado con respeto. Y de nuevo me he sentido inocente. Y de nuevo esta sensación de «no he hecho nada malo, podéis confiar en mí, soy de los vuestros. Gracias por dejarme formar parte de vuestra impecable comunidad».

Sentirse inocente es reconfortante. No ser pobre y/o extranjero te da una inquietante seguridad. La policía no te mirará con suspicacia y los taquilleros del metro no te vigilarán al entrar. Ser legal tiene premio. El premio de la confianza del sistema: «Confiamos en ti, no nos decepciones».

No sé si os habéis dado cuenta de que psicológicamente nos pasamos la vida intentando salir ilesos de toda situación. Argumentamos las horas que haga falta, a veces de forma obsesiva, con tal de convencernos de que no hemos hecho nada mal. Necesitamos el veredicto de la inocencia, necesitamos que quede claro que nosotros no hemos sido. Y si hemos sido, lo justificaremos durante el resto de nuestra vida para intentar redimirnos.

No me sorprende nada que actuemos así, teniendo en cuenta que los castigos físicos de antaño se han sustituido por castigos psicológicos en muchos colegios. Según la conducta, rebelde u obediente de los niños, se les entregará una carita sonriente o una carita de enfado como recompensa o sanción, a ser posible delante de todos los compañeros de clase. Y todos queremos ser premiados. ¿Cuál es el premio de la inocencia? Formar parte, ser uno más. ¿A cambio de qué? Me alegro de hacerme esta pregunta: a cambio de la obediencia y de demostrar que estás adaptado al sistema. Primero ante tus padres, después ante tus profesores y luego ante quien tenga el poder; jefes, gobernantes, cuerpos de seguridad, etc.

Existen investigaciones recientes en las que se ha descubierto que el rechazo social activa las mismas regiones que se iluminan con el dolor físico, y se concluye que la sensación de pérdida de aprecio social puede desencadenar síntomas físicos.

Por eso no es de extrañar que esa amenaza de premio o castigo se fomente durante el resto de nuestras vidas y que, incluso en la edad adulta, uno siga esperando que los que mantienen el orden nos premien con una carita sonriente por nuestro comportamiento ejemplar. Esto además, nos otorga una superioridad moral frente a los demás y nos convertimos en jueces espontáneos del sistema. Y casualmente, solemos convencernos de estar del lado de los buenos.

Yo no he sido, yo no iba, yo no tengo la culpa, yo soy inocente. Pues qué queréis que os diga, en muchos de los casos ser inocente no tiene mayor mérito. Porque una gran parte de las veces la inocencia se basa en no hacer nada.

Y ahora, moved este artículo por las redes sociales y a cambio recibiréis una carita sonriente a domicilio.

Gracias a todos.

6 comentarios

6 Respuestas a “INOCENTES”

  1. colapso2015 dice:

    ¡Je,jee,jeeen !
    Conducta vial y propiedad,…,

    Las «lucecitas en el cerebro» vienen de viejo, pero las cosas han cambiado mucho, y si bien sirven para seguir «integrando» los individuos en el grupo, por su propia supervivencia.
    Ahora las sociedades están en otra liga,…, y esas lucecitas en muchos casos son un estorbo a la indagación racional.

    Me ha recordado Canal Nou, todos eran “buenos chicos”, pero los buenos chicos no mienten; especialmente cuando su trabajo es justo lo contrario,…
    Y “buenos chicos” de estos en España hay muchos,…

    Que bien se vive cuando la sociedad te acepta,…, son como los puentes metafóricos que pagan todos los meses las facturas,…, y lo demás está demás como dice la canción.
    La desobediencia civil está trasnochada, aunque España no sea una democracia, sino una oligarquía, con un poco de pintura esto Estado de Partidos.

    …, su breve currículo firma sus palabras,…, que innata es la contradicción.

  2. Alicia Bermúdez dice:

    Es prodigioso, es verdad, el cuajo y el desparpajo con que las personas nos congraciamos con nosotras mismas cuando nos sentimos dentro de la ley sin que – o no por lo menos necesariamente – pongamos en tela de juicio si la tal ley, la que sea, es justa o sensata o razonable, ni sentir ninguna desazón ante la eventualidad de que esté entrando en conflicto con nuestro propio código ético.
    O a lo mejor, que de repente me doy cuenta, la eventualidad a que termino de hacer mención ni puede darse ni hace al caso por algo tan obvio como que qué código ético ¿Qué código ético necesitamos nadie cuando todo cuanto merece ser enjuiciado ya está, ahí, en letra impresa, de molde, en los correspondientes códigos civiles y penales?
    Hemos llegado a un punto en nuestra forma de estar en este mundo en el que hemos renunciado a tener criterio, a distinguir el bien del mal, a escuchar eso que se decía “la voz de la conciencia” que, pobrecilla, ¿quién va atenderla sin un micrófono con el que hacerse oír ni un soporte físico donde quedar impresa?
    Contaba mi madre, no sé si verídico o chascarrillo de esos de los pueblos, que un hombre quiso llevar a un vecino a juicio porque le robaba las gavillas de su gavillera; consultó con un abogado que le respondió que no se molestase, que al vecino no se le podría aplicar la ley porque, le dijo, “en el código no vienen gavillas”.
    Y así funcionamos. Que, como la ley no dice nada de que sea ilegal apuñalar al que nos pisa el callo del meñique en el metro, yo, que también he andado de tiendas esta mañana, me he comprado una daga.
    Bárbara, me ha gustado mucho. Y sí, lo he puesto en todas las redes sociales en las que acostumbro meter el moco.
    Quiero mi carita.
    Venga, un beso.

  3. Rafa dice:

    Desde mi más tierna infancia, fuí un niño de los etiquetados como revoltoso y de natural inquieto, y como comenzó mi escolarización en un colegio religioso, una de las consignas de las de mayor predicamento, era la siguiente.

    » Los niños buenos se están tranquilitos y quietecitos para ir al cielo».

    No necesito deciros, que a mí se me ponían los pelos como escarpias; ni más ni menos que para ir al cielo había que estarse quieto y no hacer nada; lo cual me llevaba a dos conclusiones.

    Sentirse inocente era dificilísimo, y era preferible ir al infierno, lugar más bullicioso y chispeante.

    En definitiva la culpabilidad o la inocencia son tan cambiantes como la voluntad, la moda y el interés de los que imponen las normas,

    «y ya que la maldad pesa menos que la ignorancia en ese papel»

    Entiendo que nuestra actitud de compromiso frente a nosotros mismos, nos va a ir dictando la manera de comportarnos
    y va a producirnos criterio suficiente como para que en esta sociedad casposa donde nos movemos,vaya diluyéndose el binomio que supone lo bueno y lo malo, y pesando cada vez menos una moral y una ética sobresaturadas, que fabrica leyes a la carta para cada ocasión.

    Un abrazo

  4. Manu Oquendo dice:

    De la generación que hizo las grandes guerras, incluyendo la de España, nacieron chicos y chicas que no eran muy conformistas. Los padres y madres eran autoritarios y firmes, gente, en general, con «las ideas claras» y bastante independientes.

    No había televisión en las casas y el entretenimiento, abundantísimo en tiempo libre porque se iba más tarde al colegio, era jugar en el campo o en la plaza o leer cuentos infantiles. Muchos juguetes los hacíamos nosotros mismos.

    Los cuentos infantiles tuvieron su efecto. Los chicos leíamos «Roberto Alcázar y Pedrín», el «Capitán Trueno», «El Guerrero del antifaz». Para las chicas los suyos de «hadas» y muy especialmente una serie que se titulaba «Celia» que sorprende incluso hoy porque era una niña iconoclasta, traviesa y rebelde. Justiciera y vital.

    Los «modelos de comportamiento» de los TBO’s de niños eran también rebeldes o inconformistas. Sus héroes se regían por valores propios del «Iusnaturismo». Defensa del débil, arrojo personal en contra de las probabilidades de éxito y, en general, una conducta de «monje guerrero», poco servil con el poder y dispuesto a combatirlo.

    Esto duró hasta la llegada de la televisión que a mí ya me cogió interno y no tuvimos televisión, en blanco y negro, en la Sala de Juegos hasta Preuniversitario, hasta los 15-16 años.

    Por eso, al leer este artículo de Bárbara Alpuente, no reconozco mi infancia y me hago consciente de que algo ha pasado que ha hecho a los niños, mis nietos, mucho más conformistas y respetuosos con el «poder social» pero no con su entorno más cercano que es mucho menos respetado que antaño.

    Por dar otro ejemplo más tardío recuerdo perfectamente las lecturas escolares de mis hijos (libros para leer en casa obligatoriamente). En todos los casos estaba la obra de Huxley y la de Orwell —que no inclina precisamente a respetar al poder y aconseja desconfiar de él. Era así en Inglaterra, Brasil USA y España que son los países donde se fueron escolarizando. Hoy, en sus antiguos colegios, no se exigen los autores citados.

    Es decir, en mi experiencia, el sistema educativo actual promueve de modo subliminal la sumisión y el comportamiento grupal.
    Hoy los niños sufren si no tienen «amiguitos del alma», –las niñas terriblemente–, su ser y su autoestima depende demasiado del exterior, de referentes ajenos. Se les inculcan menos valores fundamentales y el derecho natural ha dejado de existir. No hay más norma que la establecida por el comité del partido de turno y sus instituciones, sembradas en los procesos educativos y desde los medios de masas –publicidad incluida que es tremenda.

    Es de agradecer que Bárbara traiga esto a la palestra.

    Buenos días

  5. Marta del A. dice:

    Gracias por el artículo.

    En la vida hay que transitar y caer a veces, entre el «no me importa una m. lo que digan mlos demás, lo que vosotros penséis» y el «lo que yo haga influye en la sociedad, pertenezco a ella y estoy obligado a mejorar lo que recibo con mi ejemplo»

    El cuándo y el cómo oscilar entre ambos extremos es lo que una persona madura debe plantearse y responderse cada día.

  6. Yomisma. dice:

    Contaré dos anecdótas aunque no sé si encajan bién en ese Artículo: «cualquier parecido con la realidad, sí es mera coincidencia».

    Resulta que, estoy haciendo la compra hace ya un año y pico en tal comercio, el cajero de cobrar me pasa los artículos por el lector láser, lo normal, me los pasa todos..y..cuando toca pagar, ele ahí que este cajero se levanta de su silla y se va!–(yo para mis adentros, habrá ido al baño, es lógico pensar así, creo..»falta cobrar»..), pero mira! que no vuelve, así que pacientemente espero unos 10 minutos, lo normal quizás..y..aún estando ya la compra pasada por el lector..(me la podría llevar tranquilamente, creo)..espero y espero hasta que con algo de mal humor le digo a otro cajero, me podría decir que pasó con el cajero de acá?, parece que se lo tragó la tierra!!, así las cosas y buscan a ese cajero que vuelve de «comerse su bocadillo, creyendo que ya me había cobrado»;

    conclusión: soy gilipichis redomada, una compra gratis en mi cara que yo me empeño en pagar, porque..qué responsabilidad tengo de que este cajero se haya ido a comer un bocadillo sin cobrarme los artículos pasados?, qué responsabilidad tengo yo?, creo que ninguna..y si se le olvidó cobrarme-tampoco pasa nada sino se lo recuerdo, la banca no explota y el negocio bollante no va aquebrar por una compra no pagada.

    2a anecdóta, de hace mas y mas tiempo…era becaria en mis estudios universitarios y me tocó un verano irme con un grupo de niñ@s a un campamento de esos de tiendas de campaña en sitios inóspitos etc..
    se me asignan unos niñ@s y un presupuesto del que luego tenía que dar cuentas con sus correspondientes pagos y facturas, y claro!..así hice!–lo normal; a la vuelta, llegaron todos los niñ@s sanos y salvos y facturas y pagos presentados hasta la última peseta (en entonces), la cosa es que «me felicitaron por ello», » me dieron la enhorabuena», y…no entendí, en aquel entonces..mas bién me pregunté, que coña les pasa a esta gente?, porqué están tan contentos?, HICE LO NORMAL..
    hoy en día ya voy entendiendo, quizás es que no era muy normal justificar hasta la última peseta…debe ser eso;

    por otro lado, siempre tuve la «intriga» de a donde debo integrarme y para qué, y a qué precio…porque si el precio es sentir cómo me voy desintegrándome para que a otr@s les vaya de PM…(palabra de libre interpretación por quién lo lee)…al menos, tengo derecho a pensarmélo!!

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