«Coge el balón Maradona y vuelve a intentar girarse sobre sí mismo, cuando recibe otra dura entrada del defensa italiano». Harto de aguantar un marcaje a base de patadas, agarrones, codazos, tirones y zancadillas; el mejor jugador de la selección que defendía el título mundial, Argentina, empezó a inhibirse y apartarse del juego. Y, en el siguiente partido ante Brasil, su impotencia y rabia por una eliminación injusta, le supuso la expulsión del partido. La derrota de su selección por 2-1 ante Italia y 3-1 ante Brasil, significó la salida del equipo de la disputa del campeonato mundial del ´82 y abrió las posibilidades de Italia de hacerse con la ansiada Copa del Mundo.
Así se gana: tratando de que tus fortalezas salgan de las amenazas que apliques sobre el otro, y que las oportunidades surjan aprovechando sus momentos de debilidad.
Se pueden hacer paralelismos fáciles entre el fútbol y la política, un recurso que se ha utilizado con mucha frecuencia para ejemplificar gráficamente el juego que se desarrolla en la política, más difícilmente descifrable. Baste comentar el burdo paralelismo español entre el Real Madrid, como baluarte de los valores patrióticos y centralistas, y el Barcelona, como estandarte de la reivindicación independentista catalana.
A diferencia de lo que sucede en el fútbol, en el juego político, donde lo que se pone en entredicho tiene bastante más importancia que el resultado de un partido, no se presta suficiente atención al caldo de cultivo emocional en el que se mueven las disputas partidistas. El clima suscitado por las emociones en los debates, tertulias y discusiones tanto de los profesionales como entre la población, es una fuente inagotable de elementos que nos permiten observar las características y tipologías por las que transita el devenir político de un conjunto.
Su reflejo se produce en la mayor o menor claridad de cada posición ideológica, en la limpieza o la falta de ella en las dialécticas que se dan, en las intenciones con las que las afirmaciones son formuladas, en el diferente grado con el que se apela a principios generales que son demoledores en sus planteamientos y con los que se espera obtener ventaja en los debates, en revestir tus propuestas para que sean acordes con lo comúnmente más valorado y, por contra, desvestir las del otro asociándolas a lo generalmente más despreciable. Y, de esta manera, ir utilizando trucos, trampas y triquiñuelas, con las que obtener el favor de los demás o de la opinión pública en su conjunto.
España, con una de las más dilatadas historias como «pueblo», es uno de los países europeos en los que más elementos se acumulan en ese subconsciente colectivo, que pueden nutrir o, por el contrario, ensuciar, el debate político. Todo ese poso, a diferencia de lo que se suele afirmar, sería uno de los índices con los que mejor baremar la vasta red de uniones, influencias, entramados e interacciones, que hacen a un «pueblo» sentirse como tal. Los conflictos mutuos, en ese sentido, son un reflejo emocional de la relevancia que tiene el otro para mí, y, por lo tanto, una evidencia de la importancia que adquiere en mi propia vida.
Seguramente, también, es una de las naciones que más cúmulo de episodios negativos irresueltos almacena en su historia. Si, por tomar un punto de partida histórico, nos observamos como nación desde la llegada de la dinastía borbónica al poder, hay diferentes sucesos relevantes y transcendentes que han forjado un sustrato de complicada digestión. Enfrentamientos civiles, severísimos juicios religiosos, persecuciones feroces, sucesivos hundimientos políticos y revueltas populares, ideologizaciones extremas y sangrientos levantamientos militares, son algunos de los más representativos de ellos.
Igualmente, el nuestro es uno de los países que más miedo le tiene a su pasado y, por tanto, con más temor encara su futuro. Y, desde esa transición política una vez muerto el dictador, hay un pacto tácito para pasar de puntillas por todo ello, con la intención de no despertar nuevamente los viejos fantasmas que nos han dominado como pueblo los últimos dos siglos. Como fórmula transitoria pudiera valer, pero la siesta que nos hemos echado estas cuatro décadas, ahora nos despierta súbitamente enfundados en un pijama vistoso y colorido corroído por las polillas que rodean a nuestros silenciosos fantasmas.
Este pueblo está compuesto por tantos seleccionadores nacionales como habitantes, y se empecina en que le entiendan, cuando el mismo no se presta demasiada atención. Se conoce poco a si mismo, pero actúa con la firmeza de quien se conoce, dispara por la boca, respira por el ombligo y jadea con el pensamiento atormentado. Un pueblo cuyos líderes o tienen miedo, o su ignorancia les lleva a repetir la infinita escena de los vencedores y los vencidos.
Como cualquier otra individualidad, para empezar un cambio auténtico, es necesario indeleblemente dar ciertos pasos que nos hagan manejar correctamente nuestra propia historia. Empezar por conocer, seguir por entender, continuar por aceptar, y finalmente tener el coraje y la valentía de asumir los propios errores. Mientras, por contra, los indicios parecen apuntar a que queremos seguir sin conocer para no tener que reconocer, sin entender porque es más rentable insistir en que nos entiendan, sin saber qué es lo que hay que aceptar, y, para rematarlo, tratando de sacar beneficio de los errores de los otros.
Y esto es consecuencia de otro cierre más en falso, respecto a la última guerra civil, al eludir y no profundizar en el reconocimiento de la barbarie y el fanatismo de unos y otros; al no sacar a la luz, para evidenciarla, la enajenación colectiva que sufrimos por todos los lados; al no hacer un arrepentimiento colectivo del asesinato, el crimen y la delincuencia que se dio; al no asumir la responsabilidad en el enloquecimiento de las ideologías; al no aceptar el error de armar a individuos y colectivos con abierta sed de venganza y de muerte por todo tipo de circunstancias ajenas; y al querer pasar página sigilosamente, sin una auténtica y adecuada catarsis colectiva de la población, que, de una u otra forma, participó y se empapó en estos hechos y sus consecuencias.
Los debates políticos dejan traslucir estos estilos en el trato que se dan las partes en las discusiones, especialmente entre la izquierda y la derecha, que hacen ver ese «juego de fondo» al que están apelando. Utilización revanchista del sentimiento de culpa de los otros, para generar una coacción emocional con la que achantarle lo más posible, manejo de mi propio sentimiento de víctima para hacer ver el dolor que los rescoldos nos siguen provocando, hurgar en heridas antiguas a sabiendas de que no han cicatrizado aún para traer al presente una realidad bastante superada, con el fin de rescatar eslóganes, pancartas y panfletos de épocas que cuadran poco con los escenarios actuales.
Pero el no va más, de este caldo de cultivo, lo encontramos en la permanente coartada emocional de los nacionalismos. Hay que reconocer que han sido muy astutos en el manejo de este mar de fondo, y han conseguido una polarización tan maniquea de la opinión popular, que directa, simple y llanamente la cuestión se centra nada más de si quien habla es de los «nuestros» o lo contrario. Eso es la alta política práctica de los nacionalismos, que defienden la grandeza de un pueblo, su sentido profundo de nación, y los altísimos valores que representan. Tan simple como el brutal, primitivo, y elemental fanatismo de los aficionados a un partido de fútbol. Punto.
De ahí que ahora sus juegos se basen en esa utilización necia, mezquina y sutil de la escena de vencedores y vencidos, de abusadores y de víctimas, y de agresores y agredidos. Y, de ahí también que algunos políticos, aprovechando el complejo, quieran seguir sacando partido de esas barbaridades, porque saben muy bien el jugo que se obtiene de ese sentimiento de culpa de los otros, generando filias y fobias radicales y viscerales; se saben bien el papel de víctimas y te arrogan sin permiso y de facto el de agresor, se plantan de espaldas al paredón para hacer ver que tú eres del pelotón de fusilamiento aunque estés ineludiblemente desarmado, exclaman exaltados el dolor y el daño sufridos pese a que tú estés tendiendo la mano, y siguen con sus gestos para convencer a una conciencia colectiva manipulable que tú, y solo tú, eres el malo de esta obra. Y dará igual lo que hagas para evitarlo, porque cualquier acción o gesto será por sistema malinterpretado por quienes obsesivamente actúan queriéndose salir siempre con la suya.
¡O ponen divanes en el Congreso o en vez de los IPad que les paguen una psicoterapia en los escaños!
Ya sabe usted lo importante que es enterrar la memoria. Además los jugadores, no por ignorancia sino por alevosía- que mire usted, me provoca esa risa loca y perversa que es también aliada de los equilibrios, esa, la lunera, me lleva a pintar el aire de esta mañana limpia con alguien a quien no conozco aún, pero que estoy loca por conocer.
De las pinceladas que llegan por la mano del aire directamente a las mías, les adorno un fragmento, apenas vislumbrado, contemporáneo y acallado fuera de los ámbitos académicos, es decir, por las editoriales que son empresa y parte del juego que tan bien relata, seleccionadores meticulosos de los partidos a los que alude:
«- Siéntate al sol, que tiemblas -dije.
– Siempre tiemblo: de frío, de hambre, de miedo.
– ¿Quién eres?
– La representación del Pueblo, realidad que hace posible la existencia de la casta pensante y gobernante, de los templos levantados a los dioses y de los monumentos erigidos a los sucesos, en suma: de cuanto muchos apodan grandeza. Como habitante del Planeta
encarno la necesidad de protestar, y aquí estoy con esta figura, parábola de los hechos. Pero también soy el Primero de los Demiurgos llamados a sonsacarte, arrancarte de la Naturaleza y lanzarte a las cosas de los hombres. Pertenezco a la Sexta Clase de los Espíritus, cuya misión consiste en traer la queja a la Tierra. Vine para abrirte los ojos y mostrarte el Mundo…»
…»Así de endeble como me ves, mucho tardé en alcanzar estos campos; y ya que estoy aquí, tras arrastrarme con daño por buscarte, voy a comunicarte la noticia. En la Tierra no existe una sola verdad. Pero todavía ocurre algo peor: señorea la mentira, la arbitrariedad y la casualidad. Allá abajo, lejos de esta soledad, prospera la Feliz Gobernación, o conjunto de mandarines, legos, becarios, cabezas rapadas y gente de estaca. Con estas palabras te contagio la capacidad de conocer el terrible suceso…
El Primer Demiurgo. Escuela de Mandarines.
Miguel Espinosa.(con s) un feliz provinciano!!
El otro Libro por supuesto me lo reservo.
PS. Afortunadamente, los becarios de los que habla ya no existen, al menos en algunos ambientes
Por falta de tiempo…se me ocurre apuntar, que tal UnaNaciónHumanaUniversal..con su diversidad cultural, de costumbres etc…y con unos objetivos claros acerca de nosotr@s, y del lugar que habitamos-planeta tierra- donde jamás de los jamases hablaran las bombas, los EGOS,el «y yo más», y donde el capital dinerario estuviera para beneficio humano ,no para estrangularlo,…etc..que tal,eh??–como dice aquella canción: Que idea, que locura la mía, escapar del presente y saber que se siente…cuando se escala el gran muro..un día lo intento…te lo juro// que idea…recorrer aquel prado, que está siempre vedado….new trolls–1983. Algún día los pueblos de la tierra dirigiran su propio devenir….a pesar de los que LO IMPIDEN…algún dia, porque no??
La política se ha convertido en un juego sucio, esa es la conclusión de este artículo, y no podría estar más de acuerdo. También coincido en las bases sobre las que este juego sucio se apoya, vencedores y vencidos, etc…
Cada vez que pienso en este tema, me viene lo mismo a la cabeza, ¿qué o quién ha permitido esto?. Como en el fútbol, en política también hay arbitros, y estos son los responsables de que el juego transcurra de forma que se evite, hasta donde es posible, el juego sucio. Ese árbitro somos nosotros. La gente, que hemos, bueno mejor dicho (por mi corta edad siento que no soy tan responsable), que han permitido, mirando hacia otro lado, que los politicos jueguen al todo vale.
A mi me da igual el juego sucio, como lo hagan o porqué se haga, a mi lo que me importa es que se hable de eso desde fuera, en plan, mira los politicos como estafan, o como mienten. Me parece que lo que de verdad importa es sentirse reponsable de lo que hemos dejado que los politicos hagan, y desde esa postura, desde la postura de árbitros, impedir que nunca, jamas, esta gentuza, por la razón que sea, vuelva a tener un puesto de responsabilidad. Si quieren mandar que manden en su casa, donde sus decisiones no nos afecten a todos.