
Hace un par de días se cumplía el 20 aniversario de uno de esos momentos que definen una época, cuando por segunda vez en la historia alguien atacó en su corazón al país más poderoso del mundo y le hirió. ¡Vaya si le hirió!
No sé dónde estabas tú el 11-S, pero yo recuerdo ese día con absoluta claridad: yo estaba estudiando Calor y Frio, una asignatura de mi Escuela que me provocaba sudores y escalofríos por igual y de la que me examinaba el 12-S. Supongo que no hará falta explicar que, después de lo que me cundió el día de antes del examen, mis desventuras con las ecuaciones diferenciales que explican la distribución de la temperatura en superficies y espacios continuaron al año siguiente…
Yo ese día lo recuerdo como estar viviendo una película: me puse delante de la tele cuando salía a ver que había en la nevera (creo que todos los estudiantes estarán de acuerdo conmigo en lo fascinantes que resultan las neveras cuando estás sentado delante de un libro) y vi como ardía la primera torre. Entonces no se sabía que había sido un avión, aunque existía el rumor no confirmado, y tampoco había certeza de que fuera un ataque terrorista, pero a los pocos minutos vimos todos en directo como algo golpeaba la segunda torre y en ese momento todo quedó claro. Fue alucinante, irreal. En los informativos las noticias se sucedían: otro avión en el Pentágono, cae una torre, luego la otra, se mezclaban las noticias reales como la del que cae un nuevo avión en mitad del campo (posiblemente derribado, aunque para la historia nunca se mencionará a ningún F-16) con especulaciones, y recuerdo que en cierto momento en el informativo de Angels Barceló alguien dijo que había al menos 36 aviones fuera de control. Era apocalíptico.
El 11-S murieron, víctimas de todos los ataques terroristas, 2.973 personas (si te quedas en la primera derivada), la respuesta ante el enemigo por parte de los EEUU fue brutal y lo que vino luego ya lo conocemos todos: una nueva forma de vivir, no solo para los países sobre los que se desató la ira del gigante golpeado, también para todos los que pasamos a vivir bajo la egida del miedo, un miedo que sirvió, además de para cambiar la forma de viajar en avión, para arrebatarnos privacidad y dar un poder al Estado (a todos) que de otra forma le habría costado bastante más arrebatarnos.
De hecho, ahora tenemos totalmente interiorizado el miedo a los terroristas, aunque es mucho más probable que mueras por la caída de un rayo que en un atentado, y sin embargo hay otras cosas mucho más peligrosas a las que no tenemos miedo: nadie corre aterrorizado ante una pizza, aunque la obesidad mata más gente que los terroristas, y cada vez menos gente tiene miedo al coronavirus, aunque sigue siendo una de las principales causas de muerte; sin ir más lejos, en las últimas 48 horas murieron en España 103 personas por su causa, pero ya no lo veo ni mencionado cuando pongo un telediario (por ponerlo en perspectiva, en todo 1980, su año más sangriento, ETA mató a 93 personas).
Es verdad que comparado con las cifras de meses pasados 103 muertos en 48 horas no parece para tanto, pero imagina ahora que estalla un coche en mitad de la Gran Vía o en las Ramblas y se lleva por delante las vidas de 103 personas: todos pasaríamos un buen rato pegados frente al televisor hasta ver cuál es la magnitud real de la tragedia, especulando sobre los autores materiales, llevándonos las manos a la cabeza y con velas preparadas para honrar la memoria de las víctimas. Pero eso del coronavirus nos ha enseñado que las tragedias que se prolongan en el tiempo dejan de parecernos tan tragedias y salvo que te afecte directamente, y una de esas muertes sea tuya, se cumple a pies puntillas la máxima de Stalin: un muerto es una tragedia, miles de muertos es estadística.
¿Por qué ya no tenemos miedo? Entre otras cosas porque ya no interesa. No sale en los telediarios y lo del virus ya nos la repampimfla, ya nos da igual; tenemos la sensación de que se ha hecho todo lo que se puede hacer y que estamos en manos de Dios, sobre todo teniendo en cuenta que cuando nos hemos puesto (por narices) en manos de los hombres que se supone que tienen que tomar decisiones sensatas para protegernos, nuestros gobernantes, estos han demostrado que eran los primeros en ponerse en manos de los dioses, hoy de unos y mañana de otros, por cierto.
Hemos adquirido una serie de hábitos, y todos arrastramos una extraña disonancia cognitiva que nos hace ponernos y quitarnos la mascarilla sin mucho criterio y lavarnos las manos un poco sin ton ni son, pero poco más y lo hacemos ya sin miedo ninguno, porque no nos saturan por la tele y porque, para qué engañarnos, estamos deseando volver a nuestra vida y añoramos los viejos tiempos en los que teníamos más miedo a un terrorista que mataba a diez personas en París que a un virus que masacra a miles en nuestra ciudad.
Y volviendo a mi argumento original, a los que quedamos vivos: ¿Qué nos han robado nuestros gobiernos bajo la excusa de protegernos? Si cuatro aviones secuestrados y menos de tres mil muertos sirvieron como excusa para que el poder adquiriese mucho más poder sobre nosotros ¿Qué no sacarán de estos miles, millones de muertos?
No quiero que esto suene a conspiranoico, porque me canso de pelear con los que dicen que esto es un virus que inventaron los chinos con la ayuda de Bill Gates y Soros moviendo los hilos, y hará falta mucho para que alguien me convenza de que esa barbaridad que aún soportamos no es el fruto de la aleatoriedad de la naturaleza, que genera una terrible amenaza para el ser humano en forma de coronavirus unida a la profunda incompetencia de algunos de esos seres humanos, que no han sabido gestionar los enormes recursos de los que por primera vez en la historia dispone el género humano para parar el terrible golpe de una pandemia.
Vamos a salir de esta gracias a la Ciencia y a pesar de nuestros gobernantes, pero por el camino estos han probado una vez más que a una población con miedo se le puede convencer de cualquier cosa y que el miedo lo generan y aplacan ellos a su antojo: no pasaba nada al principio (cuando se veía que el apocalipsis podía acecharnos) y luego se ha dado por vencido al virus cada vez que le ha interesado al gobierno de turno para distraer la atención de otras meteduras de pata. Por el camino, muchos miles de muertos que no estarán aquí para escuchar el siguiente discurso triunfalista en tono churchiliano de nuestro Presidente.
Ojalá esta sea la buena y efectivamente gracias a las vacunas podamos perderle el miedo al virus, pero por el camino le hemos recordado a los que nos gobiernan que pueden jugar con nuestros miedos como les plazca.
Ya que Raúl arranca con su recuerdo de lo que pasó aquel 11/S quiero traerles a colación un par de datos y una vivencia personal muy reciente.
El par de datos: A las 17 horas de aquel día, además de las dos torres golpeadas por «algo» –como bien dice Raúl–, cayó un edificio de 48 pisos al que no golpeó ningún avión. Estos edificios habían sido construidos para resistir el impacto de un avión grande –del tipo de los viejos 707– y es bien sabido que un incendio de keroseno de aviación no da para fundir ni deformar todo el acero del edificio simultáneamente.
Muchos años después y en contra de miles de Ingenieros y arquitectos, la administración USA «produjo» un informe que supuestamente explicaba cómo podía haber sucedido tal cosa el mismo día y en tres edificios uno de los cuales solo había sufrido en un ala los daños propios de un fuego de oficina como el del Edificio Windsor de Madrid. Por cierto, en los sótanos de las dos torres hubo acero fundido al rojo vivo durante varios días.
El célebre y olvidado Building 7 cayó así en un perfecto ejemplo de demolición controlada: Aquí el video https://www.youtube.com/watch?v=bWorDrTC0Qg Nunca sabremos lo que de verdad pasó.
Así las cosas voy con la anécdota personal que me sucedió hace unos días al comenzar la lectura de un libro del tipo «académico serio».
Título: «Return of the Barbarians» (El Regreso de los Bárbaros). Editorial: Cambridge University Press. 2018. Una de las principales y más selectivas editoriales académicas del mundo.
Autor: Jakub J. Grygiel.
Breve CV del Autor. Lo dejo en inglés porque se entiende bien.
Senior Fellow at the Center for European Policy Análisis. Washington DC
Associate Professor, Advanced International Studies. The Johns Hopkins University, Washington DC
Policy Planning Staff at The US Department Of State. Washington DC (El Departamento de Estado es el Ministerio de Asuntos Exteriores USA)
Es decir, el autor es todo un profesional de la Geopolítica, de la Historia, de la Inteligencia y la Diplomacia norteamericana y sin duda un muy buen conocedor de los entresijos de las decisiones de los gobiernos de los EEUU. A caballo entre la Academia y el Alto Funcionariado del Sistema y en plenitud de su desarrollo profesional a punto de cumplir los cincuenta años. Un autor poco conocido del gran público pero leído en círculos de especialistas.
Para rematar la cuestión, en los Agradecimientos de la obra aparece en primer lugar su otrora mentor y recientemente fallecido Zbigniew Brzezinski cuya relevancia histórica es muy bien conocida en las tres áreas de trabajo del autor. Brzezinski pasó más de media vida en, entre otras instituciones, la NSA, la Agencia de Seguridad Nacional.
El libro es un análisis muy profundo y detallado de las vicisitudes y circunstancias de los procesos históricos de acoso y derrumbe imperial clásicos como la larga caída de Roma. Una especie de Gibbon muy selectivo y más breve.
Los «barbarians» de hoy, para este autor, son los Islamistas y los diversos grupos terroristas que ellos patrocinan con el aplauso silencioso de decenas sino cientos de millones de musulmanes. Ahora mismo están celebrando su victoria de Afganistán en Birmingham, Molenbeek, Upsala, Berlin, París, Barcelona, etc. En la prensa lo tenemos.
El primer párrafo de la Introducción del libro nos habla de los “Nuevos Bárbaros” que están atacando con descaro al Imperio en su decadencia.
Pues bien, la introducción abre así, traduzco: «Los bárbaros han vuelto. Pequeños grupos, individuos solitarios, casi sin territorio bajo su control, con mínimos recursos y gran ambición están desgraciadamente en las portadas de la prensa por su furia destructiva. Hostigan y atacan Estados desde las calles de Londres, París y Barcelona hasta las de Oriente Medio y otros lugares distantes».
Seguro que os llama la atención la flagrante omisión del 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York y el 11 de Marzo del 2004 en Madrid. Dos eventos que Oficialmente fueron los dos principales atentados islamistas con diez o quince veces más muertos y heridos que en las tres ciudades que sí cita.
Las posibles respuestas me hicieron dejar la lectura y, de momento, sigue sin apetecerme mucho seguir.
Un saludo cordial
Los miedos, como cualquier otra emoción o creencias, son libres. Es decir se corresponden con esa biodiversidad de la especie humana, pero son también parte del resto de los seres vivos.
Se pueden azuzar, magnificar o, por el contrario «racionalizar» con explicaciones suficientes dictadas desde una verdadera «autorictas» reconocida, pero en gran parte, están presentes en forma permanente en cada persona: desde los más inocentes a los más peligrosos. Forman parte también de lo que se conoce como «entretenimiento», sobre todo en el mundo de la literatura o del cine.
El atentado del 11M en Nueva York todavía carece de explicaciones científicamente racionales. Como muy bien señala R. Estévez unas estructuras diseñadas para resistir impactos de aviones precisamente, se derrumban totalmente hasta sus cimientos, con el impacto de un solo avión medio. En el caso señalado en el comentario anterior (Building 7) ni eso. Las imágenes son un claro ejemplo de demolición controlada.
El de Madrid todavía sigue sin estar claro en cuanto a su autoría y oportunidad.
En el mundo son muchas las llamadas «operaciones de bandera falsa» que tan bien se conocen en el mundo de la inteligencia. En España parece que hay algunos ejemplos que, curiosamente, no se investigan o se cierran en falso (estamos esperando aclarar algunos de ellos, como algunas manifestaciones de ese tipo, agresiones y amenazas falsas, etc.).
Y volvemos al «virus» de pánico sembrado hábilmente por un murciélago (versión creyente) o por sistema artificial (versión herética), sobre el que resulta pesado volver una y otra vez, pero sobre el que se ha abierto un interesante debate por el artículo de Isaac. Hay una película de allá por los años 50 que se titulaba precisamente «Pánico en la ciudad» con el mismo tema: contagio de un virus desconocido que llega con un inmigrante y que resulta entretenido. En el caso del SARS CoV2 llega hasta el último rincón del mundo al parecer…. todo depende de la propaganda correspondiente y de su manipulación informativa (algo que empieza a sospechar mucha gente).
Y, totalmente de acuerdo en que no vivimos agobiados por las muchas posibilidades de accidentes (desde radiaciones cancerígenas naturales y artificiales, hasta una simple caída de una teja), porque eso NO ES VIVIR. Vivir es asumir riesgos con racionalidad y sensatez. No vivir es asumir cualquier cosa desde la manipulación y la propaganda dogmática. Vuelvo a Benedetti: «…al final hay que elegir».
Por cierto, yo acababa de comer en un restaurante donde dieron la noticia de los atentados en los informativos de TVE. Un descanso en mi actividad laboral y profesional en la que llevaba más de veinte años…. A los mayores nos pasa eso: que ya hemos visto y conocido muchas cosas.
Un saludo.