En los países escandinavos, es bastante común que pasen meses enteros sin que sea necesario utilizar billetes o monedas. La mayoría de los pagos, incluso los más pequeños, se hacen con tarjeta o a través del móvil. Tanto es así que una organización caritativa de Estocolmo ha repartido lectores de tarjeta entre los mendigos, para que puedan vender pañuelos de papel o prensa solidaria, ya que hay cada vez más suecos que no llevan calderilla en sus bolsillos.
El empleo del metálico es tan escaso que la mayoría de los bancos han tomado la decisión de no gestionar efectivo en sus ventanillas, aunque todavía mantienen sus cajeros automáticos. Dinamarca, incluso, ha decidido ir más allá, debatiendo en el Parlamento la posibilidad de dejar de emitir coronas, así como de prohibir el pago en efectivo; primero en gasolineras, restaurantes y tiendas de ropa, después en todo lo demás.
Los ciudadanos de otros países, como Alemania o Italia, son más reacios a prescindir del dinero físico, aunque sus gobiernos están promoviendo que lo hagan. En Italia, por ejemplo, se está tramitando un decreto mediante el que se obliga a cualquier comercio o profesional a aceptar el pago con tarjeta para cantidades superiores a los cinco euros y se imponen sanciones a aquellos que no lo cumplan.
Ahora que la tecnología lo permite, los Estados se están planteando la eliminación del dinero en efectivo. Con ello pretenden reducir la economía sumergida y la evasión de impuestos, limitar la corrupción y dificultar las actividades de las mafias y los traficantes. También les permitiría implantar sus políticas monetarias sin la distorsión que supone que los ciudadanos puedan en cualquier momento retirar su dinero del sistema bancario, haciendo con él justo lo contrario de lo que el Estado pretende; por ejemplo, guardándolo en sus casas en vez de invertirlo o de gastarlo.
En una sociedad sin efectivo, todo el mundo estaría obligado a tener su dinero en forma digital, anotado en una cuenta bancaria o de cualquier otro tipo, almacenada en uno de los múltiples servidores de Internet. Todos los pagos y los ingresos serían virtuales, y se harían mediante tarjetas de crédito, a través del móvil o con sistemas de pago sin contacto; lo cual, en muchos casos puede resultar más rápido, cómodo y eficaz, pero también es menos anónimo y más fácil de rastrear. El dinero electrónico deja una huella y cualquiera de sus movimientos queda registrado en el sistema. Cada gasto y cada ingreso está reflejado en algún apunte contable, lo que hace más sencillo averiguar cuánto, cómo, dónde y quién lo ha producido.
Esto, que puede ser muy beneficioso para los Estados, las entidades financieras, las operadoras de telecomunicaciones, los fabricantes de móviles y los gigantes tecnológicos, también puede ser enormemente perjudicial para los ciudadanos. Desde el punto de vista liberal, limita el derecho de propiedad, reduce la libertad y supone una amenaza a la intimidad. Restringe lo que uno puede tener y lo que puede hacer con ello y, sobre todo, supone un enorme control, no solo por parte de los gobiernos sino también de otras instituciones que no han sido elegidas democráticamente, como es el caso de los bancos comerciales o de empresas como Apple, Microsoft o PayPal.
Es cierto que el dinero en metálico se puede ocultar, lo que facilita la evasión de impuestos y la financiación de actividades delictivas; también es cierto que las monedas y billetes no tienen valor en sí mismas, sino únicamente el que sus emisores deciden que tenga, y que la mayor parte del dinero que se maneja es dinero bancario, esto es, dinero que se crea cuando se presta y que solo existe en los apuntes contables. Con todo, el dinero físico cumple funciones que el dinero digital no puede suplir, entre ellas la seguridad psicológica que para muchos supone el tenerlo en las manos, y las ventajas que ofrecería su eliminación puede que sean menores que los perjuicios que supondría su pérdida.
Para empezar, no todo el mundo está en disposición de tener una cuenta en el banco ni tiene acceso a Internet; los más pobres y los más afectados por la brecha digital quedarían excluidos del sistema monetario. Miles de millones de personas, que subsisten gracias a una economía precaria, basada en el comercio ambulante y el trapicheo, se encontrarían en una situación todavía más comprometida. Solo gracias al efectivo la inclusión financiera es total; si desaparece, las personas con más dificultades económicas o de acceso a la tecnología crearían mercados paralelos, utilizando otros tipos de monedas o de medios de pago alternativos.
Por otro lado, la supuesta evasión de impuestos que se evitaría teniendo localizado todo el dinero, afectaría principalmente a los pequeños evasores (los que no declaran el IVA, los que cobran en negro, los que no están dados de alta como autónomos…) pero tendría escaso efecto sobre empresas, como Google o Facebook, que pueden permitirse expertos en ingeniería fiscal. Y algo similar podría decirse del efectivo como forma de pago de actividades delictivas o terroristas. Hay monedas electrónicas, como el Bitcoin y otras criptomonedas, que no están reguladas por ningún banco central, que no son aceptadas como medio de pago en cualquier sitio, pero que preservan el anonimato. También se puede navegar de forma anónima a través de Darknet (la Red oscura), con lo que la trazabilidad se pierde.
Y otro tanto en lo que se refiere a la seguridad. Al desaparecer el efectivo, también desaparecerían los atracos a punta de navaja o burlando ingeniosamente las alarmas de los bancos, para acceder a su caja fuerte, porque no habría billetes que robar. Pero no lo haría el crimen cibernético, limpio y sin violencia; incluso hay expertos que aseguran que el robo digital ya supera al que se comete en efectivo.
El dinero se inventó para facilitar el comercio, como símbolo o representación de los bienes o los servicios que se intercambiaban. Se basa, por tanto, en la confianza y cualquiera puede crearlo en la forma que quiera (conchas, monedas, pagarés, billetes o datos) siempre que los demás lo acepten como medio de pago. Pero deja de funcionar, de tener valor, cuando la confianza desaparece, cuando las instituciones que lo imponen y lo sustentan pierden su credibilidad, su crédito. Y esto es lo que está sucediendo en este momento.
Aceptamos el dinero actual confiando en que los gobiernos no van a emitir más billetes de los que deben, sin perder credibilidad, y los bancos no van a conceder más créditos de los que, razonablemente, son capaces de recuperar. Pero las sucesivas crisis económicas nos están indicando lo contrario. Y en este contexto aún tenemos la ilusión, que tiene una parte de verdad, de que el dinero en metálico confiere poder y mayor libertad al que lo tiene. Nos permite estar, en cierto modo, fuera del sistema financiero, o incidir en él de alguna manera; gastándolo o guardándolo sin que nos vigilen, sin depender de una entidad y una tecnología y sin peligro de que desaparezca, de que se volatilice, porque alguien o algo (un funcionario, una inteligencia artificial, una tormenta solar…) ha puesto una marca o ha borrado un registro en una base de datos.
En algo nos estamos equivocando los humanos para estar dando lugar a que eso que llamamos progreso se haya ido, de a poquitos, sin sentirlo, convirtiendo en una rueda de molino colgada de nuestros cuellos.
Todo cuanto había de suponerse (y se supuso, cuando éramos como niños) que nos haría la vida más amable, más sencilla, es en la realidad yugo que nos esclaviza.
Yugos y cadenas, invisibles, pero por todas partes y, parece, imposibles de arrancar ni de romper. O posible, quizás, pero tan sólo a base de pequeñas guerras individuales que, sin ruido ni alboroto, sin consignas ni causar daño ni destrozo alguno, tan sólo con los gestos insignificantes que cada uno haga en su día a día y las decisiones que tome ante las situaciones más cotidianas, vayan minando, sin atentar contra ninguna ley, los cimientos de esta inmensa cárcel que por acción o por omisión hemos construido entre todos.
Lo que no creo es que haya recetas, ni líderes a los que seguir. Cada cual habrá de aprender a ser su propio líder; algo, por cierto, que ni se nos ha enseñado ni nos llegará jamás de fuera.
Sin entrar en demasiada profundidad filosófica, los avances tecnológicos deben estar al servicio del ciudadano, del ser humano, y no como herramienta de control de los poderes públicos o privados sobre los individuos, su individualidad y su libertad.
Con todo esto, el domingo fui a la sierra de Madrid, a un pueblo que se llama Zarzalejos, en tren, a subir una montaña, no muy alta, pero con grandes vistas, se divisaba desde El Escorial hasta el sur de la ciudad de Madrid, las 4 Torres, el Palacio Real, etc. Una buena excursión que me hice con mis dos hijas, de 12 y 13 años.
Regresamos en el tren de las 17:19. La estación está cerrada con candados y paneles que cubren las ventanas. En el exterior un sistema de megafonía automático que anuncia la llegada de un tren y la vía de espera. En una pared el itinerario de trenes.
Antes de llegar a Madrid pasó el revisor para verificar o vender los billetes, puesto que muchos de los pasajeros no tienen opción de comprar el billete antes de subir a tren, por distintos motivos, entre ellos que hay estaciones donde no se venden billetes.
Pues bien, el revisor me miró con cara de incredulidad cuando le pregunté si podía pagar con tarjeta los 16,50€ que costaba nuestro trayecto de vuelta.
Señor, en el tren no se puede pagar con tarjeta.
Tanto el dinero en efectivo como el digital tienen contras. El sistema fiduciario es insostenible y necesita una transición urgente. Es aquí donde entra en juego la tecnología Blockchain y las criptomonedas. Será la primera vez en mucho tiempo en dónde de verdad seamos dueños de nuestro propio dinero. No seamos sombríos, se avecinan tiempos interesantes ^^
Si muy interesantes. Los tiempos de Do Androids Dream of Electric Sheep?
Buenos días Don Enrique
Lo que la gente no quiere entender es que la digitalización, impuesta por el Estado (o ese futuro estado que es el NOM), de TODAS las transacciones lo que hará será acabar con el dinero (al menos para una amplia mayoría).
Y acabará con él porque para que la existencia del dinero tenga sentido es necesario que sea posible su propiedad privada.
Y si uno no tiene donde guardarlo privadamente se acabó su propiedad.
Las criptomonedas existen porque sirven para cómo vehiculo de cambio de activos. Son dinero fiduciario porque el Estado no se puede meter ahí, ergo podemos guardarlas.
Habrá una población (escasa y ligada al NOM) que tendrán acceso al dinero virtual y en grandes cantidades y el resto seremos esclavos con el resquicio de libertad que nos den las criptomonedas y el oro en un mercado negro.
Y el que no lo quiera ver, pues adelante.
Esto va a ser como lo de Camboya con los jemeres rojos pero con gafapastas.
Un cordial saludo
Siendo alguien que se ha dedicado profesionalmente al tema de los sistemas de pagos, no ignoro su importancia y mucho menos su complejidad al punto que hoy defiendo la posición de que la exposición tradicional pero aun dominante en textos básicos y avanzados de economía monetaria es equivocada y poco ayuda a entender cómo funcionan los sistemas de pagos viejos y nuevos. Como muestra de su complejidad este documento de investigación teórica
http://www.columbia.edu/~jl4130/BTC.pdf
circulado días atrás plantea una nueva forma de analizar Bitcoin y sistemas similares. En todo caso, un punto importante (en alguna medida reconocido por Enrique en su post) es que siempre habrá dos o más sistemas funcionando simultáneamente y entre los cuales uno podrá elegir (cuando llegué a China el 2 de enero de 1994 justo ese día eliminó el sistema único de pagos internos para extranjeros residentes, pero ni siquiera en ese régimen totalitario los extranjeros estaban limitados a un único sistema —excepto claro está en los pagos que hacían a órganos estatales, pero esto es común a muchos países). Si alguien quiere saber más sobre el tema, recomiendo leer estos documentos de Jesús Fernández-Villaverde y coautor
http://economics.sas.upenn.edu/~jesusfv/currency_competition.pdf
http://economics.sas.upenn.edu/~jesusfv/Cryptocurrencies.pdf
Nota: En el blog NadaEsGratis, tiempo atrás Jesús colgó posts en español sobre los temas de esos documentos.
Pero el tema crítico es la confianza. Sí, como en todas las interacciones sociales, uno no puede ignorar el grado de confianza necesario para que un sistema de pagos funcione bien. En las investigaciones antes referidas —y en general en la casi totalidad de las investigaciones académicas sobre todo tipo de interacciones sociales— se reconoce a la confianza como algo crítico pero poco o nada se puede afirmar sobre ese grado. Hablamos mucho sobre confianza pero sabemos poco, muy poco. Peor, ni siquiera se plantea un contexto adecuado para el análisis de la confianza como valor social básico, como sí se hace con la honestidad en cuanto valor individual básico. En ciencias sociales observamos una preferencia por la cooperación y el conflicto como sus objetos centrales, pero la cooperación supone algunos valores básicos, incluyendo la confianza, distintos de los valores individuales, y el conflicto se supone causa de pérdida de confianza y otros valores sociales básicos. Un ejemplo de la superficialidad de ese tipo de análisis se observa en este documento reciente
https://www.brookings.edu/wp-content/uploads/2017/09/4_alganetal.pdf