Acabamos de tener las elecciones en la Comunidad de Madrid y una vez más hemos comprobado que las campañas electorales apenas aprovechan la oportunidad de profundizar en las implicaciones que tienen las propuestas estrella de cada partido. Pensemos en los impuestos, por ejemplo.
Como es sabido, el PP viene aplicando en Madrid desde hace muchos años una política de reducción de impuestos. Se estima que esta política le está suponiendo a esta Comunidad recaudar 4.500 M€ menos. Sobre un total de gastos (no financieros) de 22.000 M€ que tuvo en 2019, significa que el Gobierno de Madrid podría haber dispuesto de un 20% más de dinero para gastar en las áreas de su competencia si no hubiera hecho esos “regalos” fiscales a los madrileños.
En una política clásica de izquierdas lo que habría que hacer es subir los impuestos para poder financiar un mayor gasto público en sanidad, educación y otros servicios públicos, y así avanzar en la igualdad de oportunidades y en la redistribución de la riqueza. Teniendo en cuenta que hay más de 300.000 madrileños en situación de pobreza severa y que otro millón más está en riesgo de pobreza, este planteamiento tiene sentido. ¿Quién, si no los poderes públicos, se va a ocupar de estas personas?
(…) la izquierda no podría aumentar los impuestos todo lo que necesitaría para situar los servicios públicos que considera prioritarios al nivel de calidad que querría.
Por otra parte, en una política clásica de derechas bajar los impuestos, aunque exija reducir el gasto público, significa dejar en manos de los ciudadanos el dinero que se ahorran para que sean ellos, y no el Estado, quienes decidan libremente en qué lo quieren gastar. Aunque ello pudiera implicar que, aproximadamente, un 20% de los madrileños se mantenga en una situación de pobreza relativa. Y no solo eso, significa también que con el mayor consumo o inversión que realizarán los ciudadanos por tener más dinero, aumentarán los ingresos fiscales y, por tanto, el coste para las arcas públicas será menos gravoso de lo que pudiera parecer.
En realidad, ambas políticas están sujetas a serias limitaciones. Por una parte, la izquierda no podría aumentar los impuestos todo lo que necesitaría para situar los servicios públicos que considera prioritarios al nivel de calidad que querría. Porque para ello no bastaría en absoluto con aumentar la presión fiscal a las empresas, grandes patrimonios y fortunas, como suelen decir, sino que tendría que aumentárselos también a la clase media (recordemos que IRPF e IVA son los impuestos que más recaudan), con el riesgo de verse desalojados del poder en las siguientes elecciones. Y, por otra parte, la derecha tampoco puede reducir tanto los ingresos fiscales como para arriesgarse a que los hospitales y escuelas públicas entren en unos niveles de deterioro irreversibles y claramente perceptibles por sus muchos usuarios de clases media y baja que no pueden acceder a otra alternativa.
(…) si nos vamos mucho más lejos y nos situamos, por ejemplo, dentro de 30 años, es muy probable que para entonces los poderes públicos ya no puedan seguir ejerciendo el papel que tienen atribuido actualmente (…).
Al margen de la validez real que puedan tener los argumentos de cada parte en el corto-medio plazo, si nos vamos mucho más lejos y nos situamos, por ejemplo, dentro de 30 años, es muy probable que para entonces los poderes públicos ya no puedan seguir ejerciendo el papel que tienen atribuido actualmente, con independencia de qué partidos sean los que gobiernen.
El rápido envejecimiento de la población, con su impacto en el coste de las pensiones y de la sanidad pública; junto con una probable disminución de empleos con niveles salariales medio-altos (que son los que aportan el grueso de los ingresos fiscales) debido a la robotización y a la globalización física y/o digital de muchas actividades laborales, y sin poder seguir recurriendo al endeudamiento como válvula de escape, va a llevarnos progresivamente a que los ingresos fiscales van a estar cada vez más lejos de poder financiar los gastos públicos que serían necesarios.
Ante esa perspectiva, cabe suponer que cada vez se recurrirá más al sector privado, en los hospitales, escuelas y demás servicios sociales, como complemento del sector público. Pero quizás llegue un momento en que esto tampoco sea la solución.
Visto desde nuestro enfoque actual, tendríamos que concluir que el panorama que se presenta para los próximos 30 años va a implicar un retroceso en toda regla para todo lo que significa el cuidado y la solidaridad con las capas sociales más débiles, además de otras actividades también necesarias. Y así será muy probablemente si no se introducen nuevas variables que cambien la ecuación política que venimos manejando habitualmente.
Sostener (…) que es necesario reducir los impuestos para que las clases medias y altas tengan más dinero y sean libres de gastarlo en lo que quieran, suena a insolidaridad con el resto de la gente cuyos ingresos les obliga a depender de los servicios públicos.
La derecha, pero sobre todo la izquierda, tendrían que empezar a cambiar sus planteamientos. Sostener, en el primer caso, que es necesario reducir los impuestos para que las clases medias y altas tengan más dinero y sean libres de gastarlo en lo que quieran, suena a insolidaridad con el resto de la gente cuyos ingresos les obliga a depender de los servicios públicos. Parece que se está defendiendo la libertad para ser egoísta. Y el individualismo egoísta es justo lo que más perjudica a esta sociedad.
La izquierda, por su parte, debe entender que dejar prácticamente solo en manos del Estado la responsabilidad de ocuparse de los más vulnerables es una de las causas principales, por lo poco que los ciudadanos practicamos esa responsabilidad, de que la sociedad que tenemos sea cada vez más egoísta e individualista. Debe entender, por tanto, que si los ciudadanos llegaran a ejercer masiva y libremente su solidaridad con los demás eso llegaría a convertirse en uno de los principales ejes vertebradores de nuestra sociedad.
Pero, evidentemente ese objetivo no es compatible con una elevada presión fiscal porque cuanto menos dinero le quede a uno menos posibilidades tiene de emplearlo en otros fines distintos de la mera supervivencia. Por tanto, las bajadas de impuestos son esenciales en una política a largo plazo que busque fomentar en la ciudadanía una mentalidad de mayor responsabilidad individual, no solo ya hacia quienes tienen más dificultades en su subsistencia, sino en general hacia todos los problemas de la sociedad. Por el hecho de dejar en sus manos más dinero y por el propio mensaje político que se transmite al renunciar el Estado a recaudar todo lo que podría en beneficio de los ciudadanos.
(…) las bajadas de impuestos son esenciales en una política a largo plazo que busque fomentar en la ciudadanía una mentalidad de mayor responsabilidad individual, no solo ya hacia quienes tienen más dificultades en su subsistencia, sino en general hacia todos los problemas de la sociedad.
Naturalmente, esas bajadas de impuestos deberían ir acompañadas con un discurso desde las instituciones, con una pedagogía política, en la que el mensaje hacia los ciudadanos fuera que la política fiscal les deja más dinero porque también ellos tienen una responsabilidad hacia todo lo que sea mejorar la sociedad, desde la perspectiva que cada cual considere más prioritaria. Soy consciente de que esto suena completamente irreal, a fantasía, pero los cambios más profundos siempre son tachados al principio de irreales.
Para la visión política con la que tradicionalmente ha ejercido el poder la izquierda, este cambio sería revolucionario, pero en el fondo sería apostar por convertir a los ciudadanos en los principales agentes de la construcción de una sociedad más humana, solidaria y responsable. Y nada hay más auténticamente de izquierdas que esto.
Tiene “arrojo” el artículo de Manuel, a mi modesto entender, pues en un entorno de modelo social donde la subsistencia y el miedo a perder lo conseguido, plantea lo que puede que sea la única salida hacia un nuevo modelo social “más evolucionado” requiere de una confianza casi “ciega” de nuestras posibilidades como seres humanos.
Un modelo social que se base en los valores trabajados individualmente por sus componentes y que sean de tal “calidad” y “cualidad” que permitan una organización en sociedad mucho más “justa”, en el sentido más esencial de ese concepto, sin prácticamente leyes reguladoras de esa justicia, pues saldrían de forma natural ya organizadas desde la propia actitud de los individuos agrupados en esa sociedad.
Algo que siempre se ha planteado, en cierto modo, como un “futurible utópico”, asumiendo que el adjetivo dotaría ya, por sí, de “fantasía inalcanzable” a ese posible futuro, sin embargo se plantea ahora, no como algo “imaginario deseable”, sino realmente como una necesidad a la que nos está abocando una “crisis…inesperada”, que parece no ha hecho más que acelerar el desenlace de todas las fisuras que el tiempo y el estancamiento de actitudes han provocado en nuestro modelo del Estado de Bienestar.
Es realmente un reto muy grande pedir a una sociedad atemorizada y acostumbrada a la inmediatez en la resolución de sus problemas, de sus crisis, un esfuerzo por creer en su propia madurez y que confíen a su propia capacidad de aprendizaje y de experiencia la resolución de su actual organización social.
Pedir a esa misma sociedad que sale del terror de lo “inesperado” que confíe en la capacidad de desarrollar valores propios del hombre porque son los que tienen la clave de una sociedad más evolucionada aunque aún no tengamos clara su “faz”, su “imagen”…no es solo un reto…, es una auténtica «novedad».
Valores menos tangibles que los ligados al consumo o a la mera supervivencia, como el de la solidaridad que se plantea en el artículo.
Solidaridad que pierde su sentido cuando no directamente, a mi humilde entender también, se vacía de contenido, al implantarse de manera impositiva desde las instancias gobernantes que, por otro lado, están compuestas por personas que tampoco es que tengan muy incorporado, entendido o asumido ese valor, pues están mediatizadas por cómo está, actualmente, estructurado, todo lo que tenga que ver con “poder” para gestionar o distribuir riqueza, versus estructuras de partidos con necesidad de financiación que llega de otras estructuras como oligarquías, etc….
Comenzar a pedir a esa sociedad un esfuerzo por trabajar en el desarrollo de otras capacidades requiere, sin duda, también, un cambio en la actitud de todos aquellos que aspiren y tengan como “valor real”, el servicio a la gente desde la gestión política.
Como se plantea en el artículo, ese cambio hacia una sociedad…ya necesario…, requeriría dos postulados que parece se alimentan, en principio, el uno del otro.
El de una sociedad que empiece a querer salir de una etapa infantil y a ser más consciente de lo que hay a su alrededor, de cómo funcionan realmente las cosas, que renuncie a la inmediatez en aras de un futuro que quizás no la incluya, pero que albergará a otras posibles más justas.
El de una clase política que quizás se deba educar y formar desde conceptos y estructuras totalmente diferentes, liberadas de un yugo de servilismo a capitales acumulados desde diferentes puntos y estamentos, que sea capaz de acoger en su desarrollo una capacidad didáctica limpia de intereses con que servir realmente a la gente, o sea…seguramente una “clase política” compuesta por personas preparadas y valientes….
A mí me parece tu artículo, Manolo, no solo utópico, sino muy necesario, porque esa “utopía”, es la única vía de avance, además de, al menos potencialmente, ser posible.
Antes de ir a detalles como la fiscalidad o la producción quisiera abrir con un preámbulo. Posteriormente trataré de ir a los detalles.
Las «economías» promovidas por la UE, –entre otras deterministamente totalitarias bajo el disfraz «social-demócrata–, se han desviado de aquello que la palabra significa y han adoptado un modelo social no orientado al «orden».
En efecto, Orden, Orden universal, es el significado originario de «οίκος» mucho antes de que se camuflase hoy día como «cuidado de la casa».
Es un conocido semiólogo italiano de izquierdas –Giorgio Agamben– quien recupera dicha acepción, hoy perdida, en su obra «Homo Sacer».
En lugar de «Orden», el Poder, siempre atentísimo al Control Social a través de los procesos culturales y lingüísticos ha instituido como «Economía» lo que en realidad es «Desorden», es decir, lo que estamos viviendo: despilfarro y desorden entrópico en estado puro.
Para más escarnio nos quieren hacer creer que gestionan los diferentes procesos de producción, financiación y consumo siguiendo las reglas del «Laissez Faire», del mercado «libre».
No es cierto, nos mienten como bellacos. Tenemos un «mercado» hiper regulado que fomenta monopolios y oligopolios; véase como botón de muestra lo que un Infame Banco Central Europeo está haciendo con el Oligopolio Bancario. El más Extractivo y Abusivo que recuerda la historia. Cada vez menos bancos, menos empleados y servicios peores y más caros.
¿A santo de qué tenemos un BCE cuyos directivos están Aforados?
¿Delinquen acaso en el desempeño de sus funciones? ¿Violan deliberadamente el Orden?
Como sucede con el BCE así sucede en gran parte de lo que Pomposa y Falsariamente llaman «Economía».
Se abre el tiempo de sacar a la luz la basura acumulada desde el final de Bretton Woods hace ya 50 años.
¿Lo resistirá el sistema de Poder o preferirá una guerra de las buenas?
Así están las cosas si se miran con cuidado. Tiempos de disonancia cognitiva como mecanismo gregario de falsa defensa.
La gente ya lo intuye y esta intuición de estar en un sistema muerto, también está detrás de la victoria de Isabel Díaz Ayuso. La que toda la Izquierda bautizó de «tonta» hace ya dos años.
La gente ya sabe que los Impuestos son Siempre un COSTE del Sistema y que si tienes que competir, tus impuestos –a igualdad de conocimientos, industria, iniciativa, libertad e ingenio– van a ser una rueda de molino que probablemente tu competidor no va a tener.
Saludos
Creo que seguir basándonos en conceptos clásicos (y puramente espaciales en la Comuna de París) para determinar el enfrentamiento social de unas supuestas «derechas» y otra supuestas «izquierdas», ya constituye un serio hándicap al razonamiento y al análisis objetivo.
Todos los ciudadanos -salvo los que se mueven como pez en el agua por paraísos fiscales tanto de «derechas» como «izquierdas»- somos conscientes de que la casa común (el Estado) precisa de un determinado grado de fiscalidad o aportaciones de los contribuyentes. La trampa está cuando a éstos se los considera ignorantes a los que se puede estrujar con términos vacuos como «estado de Bienestar»y ¿cómo no? tirando de las sufridas Sanidad o Educación.
Nadie en cambio habla de las otras veinte carteras ministeriales (sin competencias además) que nos han colgado a una sociedad previamente adoctrinada con las calificaciones de «buenos» y «malos»(los míos y los demás), nadie habla del descontrol del gasto público donde los supervisores han desaparecido, nadie habla de la apropiación de la soberanía nacional (que es la que establece los límites) por parte de las AA.PP. o los gobiernos, nadie habla de esa connivencia entre «capitalismo» y supuestas «izquierdas» donde existen beneficios mutuos, nadie habla del despilfarro en las contrataciones públicas (que, por cierto, denunció la CNMC) de unos 40.000 millones de euros sin consecuencias, nadie habla del gasto «político» clientelar de todas las AA.PP. y las muchas adherencias extrainstitucionales, cuando no de los cerca de medio millón de cargos o puestos en todo tipo de órganos (desconocidos para el «soberano») que son agencias de colocación para los de cada uno. En estudios y cálculos realizados se calcula que hay unos 70.000 millones que se pierden por esos desagües todos los años.
¿Cómo nos vamos a creer las fantasías del falso «progresismo»?
Manuel recordará que en el CEPC ya hablamos de la «Teoría de la ilusión financiera» de Amílcare Puviani donde el ejecutivo intenta hacer creer a los contribuyentes que reciben más del Estado (ellos mismos) de lo que aportan. Está publicada en el Instituto de Estudios Fiscales, presentada por el que fuera presidente del TC Alvaro Rodríguez Bereijo y sólo está en bibliotecas institucionales.
Cuando nos topamos con la tozuda realidad (como ha ocurrido en las elecciones madrileñas) nos damos cuenta de que TODOS los partidos (a excepción de uno) juegan con las mismas trampas y que el verso suelto que es Isabel Díaz Ayuso, les ha puesto frente a sus contradicciones. Y esa cruda realidad, a pesar del pesebre mediático, de los sermones sobre cambios climáticos, catástrofes de todo tipo, doctrinas que sólo saben de Ecología y Medio Ambiente lo justo para utilizar los términos (eso se les da muy bien) y ponerlos al servicio de intereses económicos particulares, se ha impuesto.
El día que podamos fiscalizar como «soberanos» desde las maletas de Delcy (de alta seguridad nacional) hasta el último céntimo de euro público con que se han lucrado y se lucran personajes variopintos que han entendido la política como la forma de enriquecerse desde el primer PSOE , podremos hablar en serio del tema de los impuestos.
Un cordial saludo.
Hablando de impuestos. Resulta curioso que los borradores facilitados por la Agencia Tributaria no sean documentos vinculantes cuando se corrigen en declaraciones paralelas. Parece una trampa para declarantes incautos. Si al final prevalecen las «paralelas» ¿porqué no se facilitan desde el principio?
Un saludo.