
“La televisión es un medio de condicionamiento y control psicológico como nunca se ha soñado”.
Esta frase del filósofo alemán de origen judío Theodor Adorno, representante de la llamada Escuela de Frankfurt, sólo puede tener una respuesta: “Apagar la televisión y encender el cerebro”. Dicho de otra forma, tener la capacidad de discernir lo que se nos emite cada día y compararlo con la realidad que se nos oculta.
Hace unos días, en unas de esas efemérides artificiales creadas por la ONU, parece que tocaba el “día de la televisión”, también llamada la “caja tonta” desde la que se suministra a diario, durante 24 horas cada día, a través de diversos canales, un conjunto de programas con el inocente objetivo de distraernos, entretenernos e informarnos.
Sin ninguna duda es el medio de comunicación más efectivo, incluso por encima de las redes sociales y, por ello, es el mejor medio de propaganda de cualquier tipo. En las sociedades actuales se le reserva un lugar privilegiado en las viviendas a modo de altar fetichista, en el que sólo faltan las ofrendas y las oraciones en el nuevo mundo del “minimalismo”.
Sucedió en su momento con la radio, que constituía en momentos claves la forma más rápida y efectiva de transmitir noticias, publicidad y cultura a millones de oyentes, compitiendo con la prensa escrita y teniendo sus propias “estrellas” cuyas palabras eran recogidas con veneración y respeto por sus “fans”.
Inmediatamente la comunicación pasó a considerarse como un poder más fuerte que los propios gobiernos, ya que la persuasión de las palabras y las imágenes, suponían la adhesión casi incondicional de muchos millones de radioyentes y telespectadores de cualquier clase social. Y eso valía mucho dinero, hasta el punto de que despertó la codicia profesional y especulativa de quienes vieron en ambos medios la posibilidad de ir más allá: modelar las mentes y las conciencias de los ciudadanos a través de los mensajes verbales pero también de imágenes específicas.
Tanto es así que organizaciones y think tank de todo tipo han realizado investigaciones y actuaciones en esta línea. Como, por ejemplo, el Radio Research Project, llevado a cabo entre 1937 y 1940 desde la Universidad de Princeton, dirigido por el sociólogo Paul Lazarsfeld y financiado por la Fundación Rockefeller.
Tales especialistas en ingeniería social, defienden que la sociedad puede someterse a un proceso de progresiva debilidad, a través de situaciones de crisis de cualquier tipo, minando para ello toda la arquitectura social construida por miles de años de civilización. “Ahora sólo nos falta una crisis adecuada para que las naciones acepten el nuevo orden mundial” según David Rockefeller. Es preciso un experimento donde se cuestione desde las bases biológicas de los géneros de la especie humana, hasta los cimientos de su organización familiar y su bienestar económico o sus raíces nacionales.
“Con la televisión se consiguió crear una cultura de masas homogénea, para controlar y conformar la opinión pública y crear un pensamiento único”. Estas palabras de la periodista y escritora Magdalena del Amo en un magnífico artículo (“El Diestro”- 15/11/2020), nos llevan de nuevo al mundo distópico (pero ya real) de Orwell, Bradbury o Huxley, donde la premisa esencial es la obediencia acrítica del poder a través de la televisión como medio común y único de transmisión de información. Recordamos en “Farenheith 451” esa escena doméstica donde el único mobiliario de un hogar convencional es el aparato de televisión y el sillón frente a él, tras haberse quemado todo resto de pensamiento, opinión o historia anteriores o el control a través de la policía del pensamiento “orwelliana” de cualquier disidencia con el poder.
Así vemos cómo a lo largo del siglo XX y sobre todo a partir del final de la 2ª G.M. el uso de la radio y la televisión como herramientas de propaganda política o ideológica, se pondría al servicio de una “guerra cultural” y sus “popes”, sustituyendo los modelos artísticos por otros artificiales, creados por instancias políticas de dominio social sobre las masas. El propio Adorno se apoya en la música atonal de Schoenberg de principios del siglo XX, para aplicar su escala de sonidos: “Esta nueva forma de música contribuyó a infligir en la mente una ruptura subliminal con los vínculos culturales, familiares y religiosos…” dice la autora citada que añade el encargo a Adorno de “programar una cultura musical de masas, como una forma de control social mediante la progresiva degradación de sus consumidores” refiriéndose a la música “rock”.
Otro tanto podíamos decir sobre el resto de manifestaciones culturales que hemos venido conociendo. Con los variados “ismos” en las artes plásticas, con la destrucción de la armonía musical o de la arquitectura literaria, con la imposición de modas indumentarias y formas de vida o alimentación banales (cuando no perjudiciales), con la eliminación de la calidad (y su sustitución por la cantidad) o de valores y principios morales de origen natural sustituidos con todo tipo de “ocurrencias” con pretendido rango jurídico. En todo ello la televisión ha sido el arma de “intrusión masiva” en la vida de las gentes para orientarlas, adoctrinarlas y crear supuestos valores nuevos en unas sociedades ya previamente debilitadas y sometidas a control.
La concentración de medios y cadenas ha dado lugar además a oligopolios mantenidos por los poderes políticos que, como nueva prensa del “movimiento”, en España han sustituido el antiguo “NO-DO” por las cadenas afines y por las cabeceras de prensa subvencionadas, todas ellas funcionando como correas de transmisión de los gobiernos respectivos, creando nuevos ídolos mediáticos artificiales e imbuyendo en las mentes y conciencias los mensajes, nuevos dogmas, ritos y liturgias de adoración tan artificiales como todo lo demás. Lo que hemos estado viviendo en estos últimos años confirma tales servidumbres y cómo se han subvertido los objetivos de una prensa libre, de unos medios independientes y de unos profesionales críticos con el poder (de cualquier tipo), a través de su colonización económica. La televisión no está ya al servicio de los ciudadanos, sino que es se ha puesto claramente al servicio del poder mundial, del capitalismo salvaje.
No es la primera vez que hablo de estas cosas, pero no aquí.
Hace ya muchos años, unos 38 o por ahí, se me pidió dibujar el mito de la caverna de Platón en clase de filosofía. Lo hice.
Años más tarde di con la clave, ahora muy vulgar y popularizada, de comparar aquel Mito de hace miles de años con el actual estado de las cosas con respecto a la televisión y los videojuegos.
Seres encadenados a unos «mandos» mirando las «sombras» proyectadas por la luz (la televisión) sobre el fondo de la caverna (nuestras casas y vidas).
Eso, como digo, puede ser ya un concepto popularizado y conocido a raíz de ciertos acontecimientos que por arte de birlibirloque tuvieron lugar a posteriori como consecuencia de unos actos menores que llevé a cabo.
Sí, sí. No, no. ¿Y qué? Yo lo hice.
Un poco más tarde se celebró una especie de simposio filosófico donde se trató precisamente de esto y ya estaba la rueda formada. Al que trazó el arco y lo continuó hasta cerrarlo no lo tuvieron en cuenta.
¿Y qué?
Muchos creerán que desvarío, pero por poner otro absurdo ejemplo, la expresión interjectiva ¡Uhala! nunca fue escuchada por mis oídos hasta que la pronuncié hace ya también muchos años.
Las intrínsecas características arrastradas por tal expresión la hacían divertida, sorpresiva, y particularmente llamativa para ser repetida por otros sin ningún tipo de problema haciendo que tal minúscula variabilidad en la fonética de una común interjección (el conocido y original «hala») fuera repetida y diseminada por todas partes de forma rápida hasta llegar a ser lo que es hoy en todas sus variantes e incluso anglicismos comerciales (wallapop).
Sí, sí. No, no. ¿Y qué? Yo lo hice.
Con el tiempo, y debido a este y otros ejemplos, encontré el cómo saber hasta dónde llegaba un mensaje. Introducir distintas variables en una conversación o un texto y dejar pasar el tiempo hasta escuchar el eco de aquello. Muy sorprendente todo ello, se lo aseguro.
Mi generación, nuestra generación y mi vida en particular, ha estado sujeta a este aparato de comunicación, la televisión.
Hemos crecido «con-el-desde» no tener y no existir al existir, ser, estar, predominar, depender…
De ver en blanco y negro a ver en alta definición.
De los tubos de rayos catódicos, las lámparas en su interior, (lámparas, bombillas de alto voltaje, amperaje y toda una serie de conceptos relacionados con la corriente y sus electrones y diferencias de potenciales) hasta los actuales circuitos integrales, transistores y demás nuevos conceptos.
En realidad, todos ellos, no son más que compuertas, embalses, meandros, grandes caudales, y saltos de agua minúsculamente ordenados para producir un determinado efecto. Lo pequeño copiado de lo grande.
La televisión.
Somos el origen del haber plantado tal seta en el mundo. Responsables de ello hacia el futuro.
Hemos creado un ser con ojos y boca y manos que atan como cadenas.
Un posible monstruo en manos de algunos pocos o una inexplicable posible bendición para un todavía más inexplicable fin para todos.
Una palabra en común muy común.
Un mensaje llevado a todos los confines del Mundo.
No, no. Sí, Sí. Todos estamos ahí.
Responsables de.
Responsables de actos muy pequeños que se hacen muy grandes.
Saludos.
Muchas gracias Sedente por sus interesantes reflexiones que vienen a confirmar la fácil manipulación del lenguaje y las personas. A ello se han dedicado instituciones y abundantes recursos. Una de estas organizaciones el Tavistock Institute, trabajó conjuntamente en la década de los cuarenta con la Escuela de Frankfurt en Nueva York, en un experimento sobre el impacto de un medio de comunicación: la radio. No hace falta añadir que tal escuela estaba formada por un grupo de investigadores defensores de las teorías de Hegel, Marx o Freud a través del llamado Instituto de Investigación Social, que pretendía una teoría social y política «de izquierdas» muy crítica con la ortodoxia del socialismo de la URSS a través del «marxismo cultural». Todo ello basado en las técnicas de propaganda que se han usado y se siguen usando por todos los sistemas totalitarios.
Hoy, por ejemplo, en un programa de Radio Clásica se insistía en el uso del térmico «resiliencia» indicando además que consistía en la resistencia psicológica de las personas ante situaciones de crisis (han descubierto la pólvora). Pero no es esa la cuestión que consiste en la infiltración progresiva de lo que pretende ser nuevo: nuevo orden mundial, nueva normalidad, resiliencia, cambio climático, o, lo más jocoso: el calentamiento global que estamos sufriendo este otoño. Es una idea mesiánica de la humanidad manejada desde los intereses de la plutocracia mundial a través de sus infinitas redes. Recomiendo el libro «L’argent de la influence» de Ludovic Tournée sobre estas cuestiones o los trabajos de Juan Antonio Ruiz de Castro y otros varios autores.
Apreciado Sr Laguna
Excelente su columna y excelente el comentario, y su aportación posterior.
Al respecto sería interesante ahondar que es lo que pasaba en USA entonces, en pleno Macarthismo y Guerra Fría, para que no sólo se tolerase lo que comenta, si no que incluso se promocionó, desde el establishment.
Como es posible que por un lado fueran tan anticomunistas y que por otro demostrasen semejante devoción no sólo por las herramientas de propaganda y control social del comunismo, si no también por sus objetivos.
Todo ello en lo mas granado y exquisto del mundo anglo, sin que saltase ninguna alarma.
Y no saltó porque fue algo buscado.
«Mi no comprender» y si lo entiendo es peor.
Un cordial saludo
Muchas gracias por su comentario. Efectivamente resulta cuando menos «chocante» que las operaciones montadas contra el comunismo, al final hayan coincidido en unos intereses comunes: la globalización con todo lo que significa de pérdida de valores y principios que han configurado (mejor o peor) nuestras sociedades. Mi opinión es que, ante la pérdida de valores (las ideologías lo son) se ha optado por apropiarse del comunismo con un arma decisiva: la codicia y el ansia de poder de unos políticos sin solidez alguna que antes denostaban el «neoliberalismo» (la maldita hemeroteca todavia puede confirmarlo) para ahora ponerse a su servicio. Al final ganan los de siempre: la plutocracia mundial que ha convertido en lacayos suyos a los ideólogos de la antigua izquierda.
Estamos en una época donde la mentira y falsedad se han hecho habituales y no hace falta exponer ejemplos. Donde la manipulación más o menos sofisticada desde los medios de comunicación es un hecho incontrovertible y donde todo vale. Hasta los fraudes electorales achacables a las máquinas de recuento en unos casos o, en otros, a la grosera manipulación de las papeletas (el padre de J.F.Kennedy ya se jactaba de haber votado a su hijo cuatro veces en las mismas elecciones). Esas máquinas que ahora dicen que ha ganado Maduro en Venezuela, igual que pueden decirlo del que convenga en cada momento. La pregunta es siempre: ¿quien sale beneficiado con los resultados?.
Apreciado Sr Laguna
Lo que parece es que nunca se luchó contra el comunismo «..las operaciones montadas contra el comunismo, al final hayan coincidido en unos intereses comunes:.. »
Lo que en realidad parece que fue, es que fue una lucha por el «monopolio» del comunismo.
Les molestaba la URSS porque era otra versión de lo que ellos también realmente querían, aunque de manera menos tosca; ellos buscaban una versión mas aseada, mas asimilable. Además estaba en un territorio al que no le habían podido incar el diente. Nunca se buscó que la libertad, y su contraparte, la responsabilidad.. guiasen eso que ahora llaman la «gobernanza», de los que se deribase un sistema democrático.
Si no un poder despótico, para el que el comunismo es una herramienta perfecta.
Y para ese poder despótico la televisión, como «soma» catódico primero y pantalla plana después, era y es ideal.
Respecto lo de la URSS, y el territorio que ocupaba, ocupa, que a estas alturas del partido sea Rusia el enemigo.. dice mucho de lo que realmente les interesaba. Por desgracia.
Un cordial saludo otra vez
Muchas gracias por su respuesta Juan. Me gustaría recalcar que algunas cosas sí son reflexiones, pero las dos primeras anécdotas son hechos. Les aseguro que no es nada fácil ni agradable vivir con el peso de los años emborronando las cosas pasadas que ahora se han convertido en pensamientos o expresiones populares. Podría aportar muchos más datos, pero no es el momento.
De todas formas me gustaría contarles otra historia con respecto a la televisión. Creo que más jugosa con respecto los gustos mostrados.
Engloba la vida de dos generaciones y no sé cómo voy a resumir la tanta información que en verdad encierra, pero dado el vacío y espacio reinante allá voy.
Comienza a mediados del siglo pasado.
La historia trata de un hombre que en sus comienzos y juventud vendía proyectores de cine. Visitaba las salas de cine de pueblos y ciudades de Andalucía para vender los proyectores por lo que además obtuvo una amplia cultura cinéfila.
Supongo, no lo sé a ciencia cierta, que como el mercado era finito para los aquellos aparatos en las contadas salas de cine, ese hombre pasó a trabajar para una empresa que fabricaba televisores.
Antiguos y enormes televisores en blanco y negro que pesaban unas cuantas decenas de kilos. Prácticamente los primeritos.
En la década de los sesenta del siglo pasado, en un viaje a Francia, aquella persona vio que los aparatos de televisión ya no solo se vendían para uso y disfrute de particulares en sus casas, creando así puntos de comunicación familiares, sino que, además, comenzaban a instalarse en centros asistenciales para el uso y disfrute de los pacientes-enfermos en sus recuperaciones hospitalarias. Un apropiado sistema de control para recuperar la inversión realizada permitía que los ingresados pudieran estar al tanto de lo que ocurría en el exterior y hacer más placentera o distraída su recuperación.
Con aires emprendedores tuvo la determinación de implementar aquello que había visto en el país vecino en el suyo, el nuestro. No existía tal novedad aquí, pues la situación política y social de nuestro país estaba, en muchos sentidos, con los andamiajes por poner.
En sus primeros pasos fue tachado de alocado aventurero recibiendo como común respuesta el quién iba a ver la televisión mientras estaba en un hospital enfermo. Eso era de locos.
No cejó en su empresa y se puso en comunicación con otro señor de Zaragoza para poder fabricar un sistema de control de los aparatos tal como había visto en Francia.
Patentó un primario sistema y a base de insistencia colocó un primer televisor en la sala de espera de un Hospital. El primero.
El primero, hasta donde sé, que se ponía en nuestro país.
Con el tiempo consiguió que su hermano se uniera a él y juntos comenzaron a colocar muy poco a poco televisores por algunos centros hospitalarios alrededor de Barcelona, su ciudad natal, a la que había regresado después de aquellos primeros años vendiendo proyectores de cine por Andalucía.
Los pocos se convirtieron en más y los Hospitales y Clínicas carentes de todo servicio relacionado con estos menesteres fueron admitiendo los beneficios del entretenimiento que producían aquellos aparatos en los largos y solitarios ingresos hospitalarios.
No había enchufes y ni tan siquiera, y por supuesto, los cableados, tomas y antena en sí para la recepción de la señal. Nunca antes eso había sido concebido.
No existía. Hubo que hacerlo todo.
Todo eso pasó y el antiguo régimen político murió y se estableció la democracia.
Poco a poco también los nuevos llegados al nuevo orden parlamentario se fueron repartiendo el pastel a base de elecciones, ideales y distintas historias regionales.
El proceso político también fue a más y aquellos llegados comenzaron a saborear las mieles de su poder en sus distintos terruños y a pedir más y más autonomía disfrazándolo todo de una falsa cercanía al ciudadano. Comenzamos a convertirnos en números y dejamos de ser personas. Poco a poco.
Cuando en no sé que año, creo que eran principios de los ochenta, el gobierno central de turno cedió las competencias sanitarias a la todavía en pañales Generalitat Catalana, la empresa de aquel hombre que había comenzado con todos sus esmeros sufrió un gran varapalo.
Cambiaron de la noche a la mañana las personas que dirigían muchos centros hospitalarios y sin mediar palabra alguna y de muy malas maneras en algunos casos, todo la inversión y el trabajo de aquel emprendedor fue destruido y arrinconado. Amontonado todo de mala manera en una apartada habitación a la espera de ser retirado.
Los «amigos» puestos a dedo por el gobierno Catalán, ahora con el poder de decidir por su cuenta qué, cómo y con quién, no dudaron en hacerse con el control de lo que veían como una forma de incrementar sus ingresos y beneficios sin tener en cuenta para nada por lo que en verdad estaban destinados o elegidos, cuidar de los enfermos.
Establecieron de la noche a la mañana sus sistemas de control, el pastel se repartía a velocidades increíbles, compraban sus aparatos, mucho más comunes y asequibles ya por aquel entonces, y explotaban económicamente a los enfermos por las nuevas inversiones realizadas. Material nuevo, gerencia nueva, catalanismo, proximidad, los «nuestros», cualquier treta les servía para avalar su vorágine.
Todo comenzó a cambiar muy rápidamente en ese sector.
Los pacientes, ajenos a estos asuntos, seguían pagando, cada vez más, por el mismo servicio que antaño se les ofrecía. Ya no podían, en algunos casos llevar sus aparatos de casa al hospital y la persona que ofrecía los servicios y había instalado las antenas y circuitos eléctricos en los aquellos precarios Hospitales, ya no tenía que ir a hablar con los antiguos gestores de los centros por tal u otro asunto porque ni el uno ni los otros estaban ya allí. Todo dependía del mismo y la orden entonces era tajante. No entra ningún televisor que no sea de la casa. Todos han de pagar.
Fíjense que en la actualidad se han llegado a instalar hasta inhibidores de frecuencias, cambios de canal por medio de transmoduladores de señal, tomas anti-vandálicas de antena o transmisión por IP de señal pre-codificada.
El negocio, el negocio.
Podría hablarles mucho más sobre esto, se lo pueden imaginar, pero creo que se harán una idea de lo que supone el control absoluto.
En la actualidad, y según mis últimas informaciones ya no demasiado recientes, pero creo que todavía en vigencia, el estado concede unas «ayudas» a la instalación y mantenimiento de aparatos de televisión para los ingresados o pacientes en centros hospitalarios. Estas «ayudas» sé que surgen a través de «concursos públicos» que aparecen, según el caso, en distintas páginas web en horarios mínimos, intempestivos e incluso festivos y conocidos únicamente por los que ya han sido adjudicados previamente que van a regentar el negocio. Las ayudas sirven para financiar el altísimo coste de los nuevos sistemas de control, tarjetas monedero en su mayoría (no sé si a alguien le suena este asunto por otras causas) con centros de control a través de cajeros automáticos.
Es decir, pudiendo ofrecer el servicio gratuito, o casi, por la «ayuda» recibida o más bien otorgada a dedo, esta se utiliza en implementar un carísimo sistema de control que aporta beneficios a ningún o muy bajo coste pues lo paga el Estado.
Como ustedes ya saben, nosotros, el Estado, pagamos primero, pagamos durante y pagamos después.
¡Pero no pasa nada!
Los salvadores de la patria siempre están aquí. Son los unos, los otros y los de más allá.
Se turnan y nos salvan continuamente.
Como comprenderán, todos esos años están plagados de situaciones aún si cabe más preciadas que lo narrado.
Antes existían Clínicas pequeñas que afamados, exitosos o bienintencionados doctores construían y ponían al servicio de la comunidad. Invertían su dinero y sus vidas en ello. Hoy todo son gigantescos centros hospitalarios donde los beneficios se cuentan por el mayor número de habitaciones.
No solo el control es mediático. El control es total y en todos los sectores.
La televisión.
El candil que ilumina.
Además de así, he visto con otros ojos todo esto. Nunca pude apartar la mirada sobre aquellos allí postrados. Sedientos en tantos aspectos. Carentes de tantas cosas.
Tan solitarios muchos. Tan olvidados.
De nuevo gracias por su relato que es una simple muestra de que poder y propaganda van unidos. Y la capacidad de la televisión para ella es incuestionable. De ahí la necesidad de colonizar los medios de comunicación desde todos los sistemas autoritarios y totalitarios. Porque de ahí salen supuestos «líderes» sociales equivalentes en popularidad a el «famoseo» habitual. De ahí salieron en España casi todos los cabezas de partido.
Hace ya bastantes años, estuve dedicado entre otras cosas al mundo de la televisión y a la preparación de programas. Surgió uno que se titulaba «Si yo fuera presidente…» consistente en una especie de concurso de proyectos e ideas políticas entre los ciudadanos. Entonces se rechazó porque «eso no interesaba a nadie». Años más tarde comprobamos como las televisiones se llenaban de «jóvenes promesas políticas» a las que había que apoyar o rechazar. Los políticos de verdad nacen, no se hacen….. pero ahora aceptamos cualquier cosa cuya imagen se magnifique en los medios, al igual que en sentido contrario demonizamos a quien nos dicen que toca…
Sólo le ha faltado hablar de Soros.
No sabía yo que este blog cultivaba estos registros. Bueno es saberlo.
Estimado amigo: ya que se interesa por el tema voy a intentar ayudarle con algunas pinceladas sobre el personaje que cita. Todo empieza con la FEIE (una fundación europea para la ayuda intelectual) creada en 1957 por el Congreso para la Libertad de la Cultura (fundado en Berlin en 1950) para enfrentar la influencia comunista en la inteligencia europea. Su financiación a cargo de la fundación Ford va retrocediendo, hasta que en los años 1980 está al borde de la quiebra ya que no encuentra financiación en Europa. Entonces aparece Soros, un rico hombre de negocios americano de origen húngaro a quien contacta la última secretaria general de la red FEIE (Annette Laborey). El se interesa por el trabajo de la FEIE ya que busca hacer intercambios universitarios entre Europa del este y la Universidad de Nueva York. El acuerdo es utilizar la red de la FEIE ya existente y Soros empieza a cofinanciar con la Ford a la fundación. La «Open Society Fund» (concepto surgido de Karl Popper, profesor de Soros en la London School of Economics y uno de los primeros teóricos del «neoliberalismo») seguirá financiando a la FEIE, incluso pagando el alquiler de sus oficinas en París, hasta que en 1988 cubre el 80% del presupuesto a través de una fundación interpuesta suiza: la Karl Popper. Desde diciembre de 1989 monta una red de fundaciones en Europa del Este para favorecer la transición democrática. Cuando la FEIE es oficialmente disuelta, Soros recoge a sus miembros y la red de fundaciones opera desde la «Open Society Institute» de París. A finales de los años 60, algunos de los miembros de la FEIE vieron signos de una nueva amenaza totalitaria y radicalizaron su oposición anticomunista, desarrollando sus contactos con círculos liberales y promoviendo la emergencia de nuevas elites políticas y culturales en Europa del Este. Luego vendría todo lo demás… primaveras árabes, Ucrania, etc. pero hay para un libro y ya hay varios escritos.
Felicitar al autor y a los comentaristas.
Más grave que el uso que el Poder hace de la televisión –y de los teléfonos– es caer en la Tentación.
Este campo, –el de la vigilancia permanente y la implantación de reflejos conductuales desde la infancia en el sistema escolar hasta convertir a cohortes sucesivas en personas acríticas y dóciles–, es muy poco divulgado precisamente porque este conocimiento no interesa al Poder.
Creo que el estudio de la psicología humana es una obligación ciudadana no solo para conocernos a nosotros mismos individualmente y en grupo sino como una puerta esencial de Defensa propia y de Resistencia a un poder que ya es abiertamente Extractivo, Despótico y Destructivo de los rasgos más importantes del ser Humano.
Saludos y gracias.
Muchas gracias Sr. Estévez. Desde luego, como ya he señalado, el tema da para mucho más que un simple artículo. Es más, si retrocedemos en la Historia, vemos como la propaganda ha jugado un gran papel en la difusión de las ideas que en cada momento eran «convenientes». Fueron las doctrinas oficiales las que crearon la figura del «hereje» o disidente por contraposición, con los resultados que todos conocemos. Pues bien, lo que fueron incipientes modelos de propagación de doctrinas y creencias desde el poder, ahora tienen en la televisión -y en el teléfono- nuevos y más poderosos sistemas de control de las mentes y la posibilidad de moldearlas (Mao) a su capricho. Si nos damos cuenta, el lenguaje imperativo de las nuevas tecnologías no es casual; requiere obediencia para conseguir lo que antes te han impuesto. La gente se acostumbra a obedecer instintivamente (la campana de Pavlov) para lograr el premio.
Pues bien, en eso estamos, en formas de sometimiento de sociedades previamente destruidas en sus valores y principios, en sus identidades propias, en sus culturas y sus tradiciones. La frase del Sr. Rockefeller que se recoge en el artículo, es muy ilustrativa al respecto.
Suscribo el artículo leído y añadiría en la línea que dice el autor que, al igual que se decía en el ámbito judicial que «lo que no está en autos, no está en el mundo», en este caso podemos afirmar que «lo que no sale en Televisión, no existe» y por supuesto, sólo «existe» de la manera que la Televisión quiere darlo. Sin duda el cuarto poder, manejado por otro el Poderosísimo, que no estaba presente en la mente del autor de «El espíritu de las leyes», un tal Montesquieu, que si levantara la cabeza… no vería la televisión, seguramente.