La historia de los bufones viene de mucho más atrás de los conocidos personajes que poblaban las aburridas y endogámicas cortes europeas de los siglos XVII y XVIII, pues ya en la Grecia clásica tenían un papel determinado en los teatros como contrapuntos necesarios de los coros.
El bufón, como buhonero y truhán, ha formado parte indeleble de la civilización occidental desde sus raíces, ocupando una función central imprescindible en el cenit de las grandes monarquías europeas, y es, por tanto, un elemento necesario en los engranajes de nuestras sociedades.
A diferencia de los cómicos, los trovadores y los circenses, el papel que han jugado no deja de tener un lado un tanto siniestro, ya que ejercían de portavoces de las malas conciencias de unos amos a los que no se les permitía tanta indecencia. Se trataba de darle voz a los pensamientos perversos y malintencionados de los cortesanos, los cuales atenazados por una férrea etiqueta aceptada, utilizaban a los bufones para hipócritamente dar rienda suelta a las formas más ruines y crueles de pensar y sentir que pudieran tener.
Ese casi criminal sentido del honor, asentado y cacareado en las sociedades patriarcales, impedía el juego dialéctico, la propia contradicción, y la capacidad para crecer en la dicotomía del pensamiento; por eso a alguien desfigurado y contrahecho se le permitían esas veleidades, pues nunca podría disputar hidalguía alguna a un auditorio proclive a la mortal rivalidad honorífica.
Pero para poder serlo y tener la posibilidad de mantener el estatus privilegiado del que gozaban, en unas sociedades en las que solo los títulos o las tierras garantizaban el pan todos los días, había que dominar varias habilidades no muy corrientes. Además de un cuerpo abiertamente desagradable por malhecho, cuando no la abierta fealdad estética, solía ser necesario dominar unos movimientos corporales extravagantes, anacrónicos y excéntricos que sorprendieran a sus espectadores, llegando incluso hasta el malabarismo. Igualmente eran necesarios unos rápidos reflejos que permitieran sacarle a cada situación su lado escabroso, polémico o cínico, con el cual desvertebrar la estricta y rígida formalidad de los protocolos reinantes. El gracejo y la maledicencia también eran muy apreciados en ese juego de alter egos con el que se relacionaban con ellos.
El panorama existencial en el que los bufones tenían que desarrollar su función permanente durante años, resultaba tan abiertamente desolador que nuestro genio de la pintura les dedico una serie de cuadros, cuando menos al mismo nivel que a los propios reyes del momento, quién sabe si con una intención redentora de aquellos o con una acusadora de estos.
Pero como el bufón no solo es una persona, sino también una función necesaria para la gran colectividad de las mentes contrahechas, se han ido sorteando los obstáculos a lo largo de los siglos para hacerles perdurables e imperecederos hasta nuestros días.
Pese a estar convencido de lo contrario, el hipócrita buenista reinante no solo no ha conseguido eliminar la verborrea de la mala conciencia con su falsa tolerancia del “todo hay que entenderlo”, sino que ha alimentado, quizá sin saberlo, el caldo de cultivo de la bufonería en la actualidad.
Hoy en día, en el reino de la televisión, principalmente, se desarrollan cotidianamente en horarios de máxima audiencia escenas muy similares en esencia a las de los salones de antaño de las cortes dominadoras de los imperios. Con diferente parafernalia y con gran profusión de medios a su disposición, la estratagema voluntaria o involuntaria de reírse de lo sagrado encuentra audiencia entre grandes masas de población, con una aceptación que pone los pelos de punta al más pintado.
No hay cadena que no tenga uno o más entre sus filas con unos ingresos que dan vértigo, no hay presentador de esos programas que no se esté riendo por activa o por pasiva del malestar ajeno, no hay programa que se precie que no persiga la exclusiva de la demolición de los mitos sociales establecidos para el solaz recreo de los espectadores, no hay guión más perseguido que el de la más demoledora conjura contra los héroes de nuestro tiempo.
El bufón de ahora está de suerte, pues aliviado de un rol pre-asignado necesario para comer, lleva acumulados tickets de comida para que coma su descendencia por decenas de generaciones, sino es que alguno de ellos sea capaz de acabar con la descontrolada demencia de Sancho Panza.
No es que la pantomima del “Ecce Homo” de Borja, esa restauración demencial de la pintura mural de un Jesucristo a la manera de Guido Reni en el santuario del pueblo , haya recibido cerca 200.000 visitas en los casi tres años desde que se fraguó el esperpento –más de la mitad de los madrileños que visitan el Museo del Prado en un año– ni que una buena parte de ese pueblo se sienta aliviado por la fuente de ingresos que eso supone, ni que el alcalde se sienta orgulloso de dar a conocer el patrimonio local, ni siquiera que a la deformación se le haya dado su sitio en botellas de vino, películas u obras musicales, es que demuestra sin ningún género de dudas, y con una contundencia pavorosa, el cínico y desesperado estado mental de una buena parte de nuestra sociedad.
Y cabría preguntarse ante tanta miseria, si semejante forma moderna de misericordia, no nos otorga un papel extraño ante este esperpento, pues si esos son los bufones ¿quién es la audiencia que los ve?
Carlos hace en su comentario una alusión a ese «reino de la televisión» de forma que la idea no suena tan metafórica como podría parecer.
Los medios de comunicación, y su estrella, la televisión, están dotados de un potencial económico y estructural, similar, en realidad parece que en paralelo, al marco de poder que podría suponérsele al de un Estado, al menos en lo que a capacidad de influencia se refiere.
La persecución de determinados objetivos, no importa los medios usados….pondría la cara colorada al propio Niccolo Maquiavelo. Y cuando me refiero a medios, pienso en cómo avances que, desde estudios que profundizan en el ser humano, su comportamiento, y su organización en sociedad,y que abordan materias como la Psicología, la Sociología, la Antropología.. son puestos al servicio de los medios audiovisuales…no de la gente a quiénes van dirigidos….sino al objetivo último de aumentar audiencias al precio que sea.
Entiendo que es responsabilidad última de cada persona hacer un esfuerzo personal por discernir entre todo aquello que le produzca estancamiento y alineación y lo que realmente le impulsa, pero también hay que reconocer que no nos lo ponen muy fácil.
Si a esto se añade una situación de crisis y miedo, que provoca un estado generalizado de frustración y/o depresión, a los medios audiovisuales se les plantea una situación casi de tipo moral: aportar, desde su posibilidad de transmisión, información, o actitudes de impulso….o contribuir a mantener en estado de linealidad a esa población, fomentando la mediocridad y la mofa cultural.
Cada parte tiene su cuota de responsabilidad….pero la gente…la mayoría…muchas veces, lo tiene peor para poder cumplir con la suya.
¿Por qué, si no, los programas con más carga, o intención cultural, ilustrativa…películas interesantes que se salen de la mera distracción y plantean reflexiones….programas que hablan de arte y artistas….se pasan, la mayoría, a hora intempestivas?¿Para que lleguen al mayor número de personas posible?..pues parece que no.
Me ha encantado el artículo y su comentario. Gracias por todo ello. Me quedo leyendo una y otra vez el párrafo del comentario de Loli que comienza con «Entiendo que es responsabilidad última…» y acaba con «no nos lo ponen muy fácil».
Pienso que nos lo ponen casi imposible porque como sujetos pasivos nuestra capacidad de reacción es muy baja y, para algunos nula. Al alienarse la capacidad de reacción es nula y demasiado tarde para desconectarse totalmente de los bufones televisivos.
Yendo más allá el gran número de españoles sufriendo profundamente la crisis ecónomica tal vez no logren contra distraerse para no caer en depresiones mentales que son muy difíciles de superar. Los bufones políticos no se lo van a poner nada fácil aún cuando logren encontrar un buen empleo.
Una vez instaurado don Dinero como nuestro Dios,el bufoneo generalizado está al la orden del día en casi toda actividad humana, o así lo creo, al menos..y sino, qué hace un Rey homenajeando al republicanos en Francia?…qué nos ‘están diciendo’..o nos reímos tod@s?..crisis estafa, precariedad y desahucios, desempleo etc..y nuestro Rey?..republicano!!…pues nada!!-sigan riendose y..con sus ‘bufadas’..que…»Todo con el tiempo Cambia».
¡Reinarás mientras seas justo! le soltó el prior de Inglaterra a su monarca en ese momento Enrique III Plantagenet.
No creo, para nada, que el intento de reconocer una posible «injusticia», tenga que de depender de «etiquetas» impostadas como «republicano» o «monárquico»…simplemente honra a quien lo hace.
Sí que pienso que constituiría una «bufonada» es constreñir la justicia a ideologías….es una bufonada común y peligrosa.
Independientemente de colores, doctrinas o tendencias…si se tiene la sensación de que lo actos de esa brigada constituída por españoles exiliados no ha sido suficientemente reconocida (fueron fundamentales para la liberación de París)…¿qué tiene de malo que se haga?¿o qué lo haga un rey español…? creo que es una tontería intentar parcelar todo tanto.
Las verdaderas «bufonadas» son aquellas que…precisamente ocultan la historia o los muchos puntos o versiones que abarca …según quién la cuente, quien la pueda haber contado, quién la haya vivido…
Todo aquello que restringe y se burla de la cultura, encumbrando la ignorancia y la mediocridad…..eso son bufonadas.
´Perdón, no parece que fuera Enrique III el receptor de la frase del prior inglés, seguramente fue Enrique II Plantagenet; y el clérigo que se la dirigió debió ser Tomas Becket, cuando ya era arzobispo de Canterbury después de haber sido canciller del monarca.
De todas formas, curioso e interesante personaje, que según algunas fuentes, no era monje y parecía más «soldado que sacerdote», y , que, al parecer, se propuso la terea de recordar a su rey que la «Justicia no estaba a su servicio, sino al revés».