“Men wanted for hazardous journey. Low wages, bitter cold, long hours of complete darkness. Safe return doubtful. Honour and recognition in event of success.”
O lo que es lo mismo, en castellano y traducción libre: “Se buscan hombres para azaroso viaje. Escasa paga, frio penetrante, largas horas de completa oscuridad. Dudoso regreso sano y salvo. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Este es el anuncio que, según cuenta la leyenda, Shackleton publicó para reclutar a los hombres que habrían de acompañarle en su aventura entre los hielos; y esa misma leyenda cuenta que acudieron a su llamada muchos más hombres de los que podía llevar consigo, mostrándonos quizás que no todo el mundo busca una vida cómoda y que el ansia de aventura, o la de honor, pueden a veces a la comodidad y la pereza.
Shackleton podía prometer y prometió peligros y oscuridad, honor y reconocimiento. Y cumplió todas y cada una de sus promesas. El plan que el explorador británico ofrecía a los valientes (o locos, a veces es lo mismo) a los que estaba convocando era la última gran aventura que faltaba por realizarse en la Antartida, y consistía en desembarcar en un lado del continente, atravesarlo de lado a lado pasando por el Polo Sur, y llegar al otro extremo, desde donde volver a embarcar rumbo a casa.
Lo malo es que las cosas se torcieron casi desde el principio y el Endurance, el barco que transportaba la expedición, quedo varado entre los hielos de un invierno temprano mucho antes de alcanzar el punto de salida de la expedición. Al principio la cosa fue bien: nadie se puso nervioso y bajo el carismático mando de Shackleton, con abundantes provisiones aún, la tripulación pasaba el tiempo jugando al futbol e interpretando obras de teatro, mientras esperaban a que el hielo los liberase. No obstante, en un momento dado, todo se complicó cuando la banquisa de hielo que había atrapado el barco empezó a moverse y acabó por hundirlo, dejando a toda la tripulación aislada; en medio del hielo, y solo con aquello que habían conseguido salvar de entre los restos del navío.
Los meses que siguieron son un ejemplo de cómo a veces la realidad supera a la imaginación desbocada de un guionista de Hollywood; de cómo el espíritu humano puede superar pruebas y desafíos que parecen increíbles y la habilidad y la voluntad de un hombre pueden sobreponerse a las más duras pruebas.
Porque Shackleton, haciendo gala de unas increíbles dotes de liderazgo, mantuvo a su tripulación unida y con la moral alta en una situación extrema, durante los casi dos años que duró la lucha por la supervivencia. Una lucha que les llevó, entre otras cosas, a tener que hacer dos largas travesías marítimas en medio de las embravecidas aguas del océano más peligroso del mundo, embarcados en los frágiles esquifes que habían salvado del Endurace, y a atravesar las cordilleras que separan el extremo de Georgia del Sur al que les llevó la tormenta de las zonas pobladas donde acudir por ayuda, un reto alpinístico de primera magnitud que superaron pertrechados únicamente con un pico de carpintero.
Se salvaron todos, pero no voy a detallar aquí su aventura, aunque os recomiendo fervientemente que leías la historia de esa expedición y lo que cuentan de Shackleton, ya que, aunque he encontrado pocas historias más fascinantes e inspiradoras, este no es el tema del blog, y solo quería utilizar la historia de un personaje fascinante para, a pocos días de la muerte de Adolfo Suárez, introducir una reflexión sobre una de las principales características que distingue a un líder: el coraje.
Suárez, como el gran explorador inglés, tuvo sus sombras, alcanzó la gloria, fue repudiado por los suyos después de su gran gesta y solo alcanzó el reconocimiento cuando ya era demasiado tarde para que fuese consciente de ello; pero, aunque se puede discrepar con la posición ideológica que defendió, su talla política está fuera de toda discusión.
Pese a ello, cuando todo son loas al personaje, no quiero caer en el error de la mitificación, y quizá sea este el momento de recordar que también cometió errores: muchos. De hecho aún estamos pagando alguno en nuestros días. Suárez fue, por ejemplo, el que nos metió en el Estado de las Autonomías sin blindar las competencias del Gobierno Central y sin crear unos mecanismos de control del gasto autonómico por parte del Estado, germen del actual problema secesionista catalán.
La designación a dedo de Suárez por parte del Rey fue toda una sorpresa, pero pese al escaso currículo que tenía cuando fue elegido para capitanear la Transición, lo cierto es que, dadas las circunstancias realizó un magnífico trabajo y, a diferencia de la mayoría de los políticos con los que ahora tenemos que conformarnos, no se acobardó ante el reto y se enfrentó a la prueba con valor, con astucia, con inteligencia y, sobre todo, con coraje.
Y es que, con todos sus defectos y sus errores, Suárez representa lo que a mi entender debería de ser un político: una persona ambiciosa, como no puede ser de otra manera, pero con vocación de servicio público, honesta, capaz y con coraje, y su figura resulta aún más impactante cuando observas el escaso nivel de nuestra clase política actual, donde todos son ambiciosos, hay pocos capaces, muy pocos son honestos y casi ninguno tiene coraje.
Porque alguien que trabaja para la sociedad tiene que tener también esta virtud: el coraje de Shackleton para echarse al mar en medio de la tormenta en lugar de esperar a la muerte comiendo focas, o el que mostró Suárez al legalizar el partido comunista, al dimitir, o al encarar a un golpista.
Yo soy de la generación que solo recuerda el 23F a través de las imágenes de televisión en los programas retrospectivos, pero si algo me llamó la atención desde la primera vez que las vi, desde los ojos de un niño que no sabía de que iba eso, era lo grandioso que resultaba que ese señor se mantuviera en su puesto, sentado dignamente a la espera de su destino, mientras el resto de los que nos representaban, aquellos que nos han dirigido luego durante decenios y de los que todavía quedan muchos en puestos de poder, se tiraban al suelo.
Mientras los “líderes” de la nación se postraban de rodillas ante un señor que gritaba, con la cabeza entre las piernas y el culo en pompa, a la espera de lo que ese señor con bigote quisiera hacer con sus culos, con ellos, y con el país al que representaban, solo unos pocos, entre ellos Suárez, salvaban mi fe.
Un hombre digno entre cientos de culos de en pompa, esa es la imagen de lo que para mi debería de ser alguien que se dedique a la política. Una persona que posiblemente habría respondido al anuncio de Shackleton.
Alguien que pueda prometer y haga lo posible por cumplir sus promesas.
Quizas la loa, con nombre y apellido, pueda ser controvertida. Quizas el Estado de las Autonomias tuvo otro significado. La descentralizacion tiene, en si misma, perfiles positivos. Lo malo es que en el devenir se ha sucumbido.
Pero la opción no puede ser el centralismo. De repente, si ves a tu alrededor, la doctrina añora volver al pasado. Ese es el fracaso. Eso es lo que pasa cuando faltan los valientes.
Totalmente de acuerdo.
comparto en su totalidad lo que cuenta.
lo extraño es la fuerza del no hacer que existe en este país en estos momentos.
Que yo me entere,…, un político debe ser un oportunista (falange*) como Fraga y los “padres” de la “continuación” española. Como soy “un radical” de la separación de poderes, no veo, simplemente a los políticos como CEOs del Estado (la corporación nacional, ejemplo: Fascismo), existe una figura, legislador,…, menos “macho, macho,…,macho-men”
Veamos, juro! :
http://www.rtve.es/alacarta/videos/fue-noticia-en-el-archivo-de-rtve/juramento-juan-carlos-como-rey-espana/344043/
Visione este video:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/fue-noticia-en-el-archivo-de-rtve/discurso-dimision-adolfo-suarez/2356932/
“Creo, por tanto, que ha merecido la pena. Pero, como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas y –yo NO QUIERO que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España.–”
¿Qué es eso de un paréntesis democrático? ¿Acaso su sucesor no sería democrático?¿Por qué no sería democrático? Alguien debería explicar, ¿por qué el rey quería nombrar a “un tal Armada” y Suárez no,…?
y:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/fue-noticia-en-el-archivo-de-rtve/asalto-tejero-congreso-23-1981/392929/
Observe la disposición de las personas y de los “guardias” civiles, la reacción de las personas a los primeros tiros, y recordemos en un golpe de Estado lo más eficaz es matar,…, ¿cuantos han muerto?
Tejero: “Quietos!, Vais a darle A LOS NUESTROS …”.
“Puedo prometer y prometo” es retórica encargada y supongo pagada a http://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_%C3%93nega , …,
Yo sólo veo una cosa, lo que me han contado NO ENCAJA en el puzzle y alguien miente (sea uno, cientos o miles). Y el presente, me hace extrapolar que todo fue una GRAN MENTIRA. Hoy las oligarquías siguen manejando el cotarro, ejemplos son que paguemos la electricidad antes de impuestos más cara del mundo continental, los carburantes antes de impuestos más caros del mundo continental (europeo) y la banca sea abusiva y abusadora vendiendo preferentes incluso a MUERTOS sin que nadie acabe en la cárcel,,…, eso es lo que “somos”… borregos.
*:http://es.wikipedia.org/wiki/Adolfo_Su%C3%A1rez
Hay dos cosas en este texto que me chocan.
La primera cuando dices: «los políticos con los que ahora tenemos que conformarnos». Diría: «los políticos con los que nos conformamos», porque no tenemos por qué. Lo que tendríamos que preguntarnos es por qué nos conformamos.
Y la segunda cuando comentas que la ambición es necesaria para un político y que todos ahora eso sí lo tienen. En mi opinión es necesario matizar la ambición que es necesaria y cuál es la que mayoritariamente se está dando ahora. En la RAE se define ‘ambición’: «Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama».
Entiendo que si la ambición es hacia la ciudadanía de un país, nación, pueblo…, como queramos llamarlo, es válida; pero si dicha ambición solo tiene puestas las miras en uno, produce el efecto contrario al buscado. Ambición del bien común versus ambición propia… Total nada