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Winston Churchill era famoso por varias cosas, entre ellas un talento para las frases impactantes que le vino muy bien para escribir alguno de los discursos más inspiradores de la historia, un loro que muchos años después de muerto su famoso dueño seguía insultando escandalosamente a los alemanes cuando alguien pasaba cerca de él, un notable estilo literario que le valió el Premio Nobel de Literatura (un Nobel de verdad, ¡no como el de Obama!) y tres grandes pasiones que se trajo de un viaje a Cuba en su juventud: el ron, los puros habanos y la siesta.

De hecho, visto el papel crucial de Churchill en la Segunda Guerra Mundial, puede que fuese la siesta la que venció a Hitler.

Sí, voy a seguir por ahí: desarrollemos ese argumento… a lo mejor es un proceso lógico un tanto extraño, y puede que mi razonamiento no resista un análisis demasiado profundo -tampoco es mi intención-, pero se debe a que escribo esto sin haberme echado siquiera una ligera cabezada y hace mucho calor ahí fuera… yo creo que los Aliados ganaron la guerra porque cuando los alemanes parecían invencibles Churchill se mantuvo firme en La Hora Más Oscura. ¡Y posiblemente pudo hacerlo gracias a sus siestas!

¿Y sabes por qué era tan aficionado a una costumbre tan poco británica? Por una sucesión de acontecimientos iniciados porque era un pésimo estudiante: de hecho, era tan malo con los libros que en el colegio solo era capaz de aprobar las asignaturas de matemáticas e historia, lo que unido a su carácter rebelde hizo que pasase una niñez que el recordaría como horrible y carente de afecto que le marcó para siempre, hasta el punto de que cuando su padre le obligó a entrar en el ejército, aceptó encantado, al encontrar la forma de salir de una vida que odiaba, y pasó a formar parte del cuerpo de caballería, el único que le aceptó después de los pésimos exámenes de acceso que hizo…

Que el mal estudiante había encontrado su destino en la guerra quedó claro entonces, pues al joven Churchill no había nada que le llenase más que jugarse la vida junto a sus camaradas en busca de épicas hazañas; y se le debía dar bien, porque rápidamente se ganó una reputación de soldado temerario, que le sirvió para que en 1895, cuando contaba con 21 años, ayudado también por la amistad de su padre con el que era embajador británico en Madrid, fuese enviado a Cuba como observador, para vivir en primera persona la guerra que libraban las tropas españolas contra los rebeldes cubanos.

En el Caribe, como ya hemos dicho, adquirió un amor incondicional por el ron, que se convirtió en su bebida favorita -aunque le gustaban todas, las bebidas, digo: era, según cualquier tipo de parámetro médico actual un completo alcohólico- y por los puros habanos (¿alguien imagina a Churchill sin su puro?), y probablemente también descubrió la siesta, una costumbre que no perdonó nunca, hasta el punto de que en mitad del combate más decisivo de la Batalla de Inglaterra, el domingo 15 de octubre de 1941, a las cuatro y media de la tarde abandonó la sala de operaciones del Grupo de Cazas número 11, desde donde seguía el enfrentamiento, para echarse una siestecita y no se despertó hasta pasadas las ocho, momento en que su secretario personal le comunicó que la RAF había perdido cuarenta aparatos frente a 183 aviones de la Luftwaffe: nunca tantos debieron tanto a tan pocos, pero el artífice de la pelea se pasó casi cuatro horas durmiendo.

Sin llegar a esos extremos, Churchill mantuvo la costumbre toda la contienda, acostándose todos los días durante una hora después de comer, momento en el que daba orden de que solo se le despertase si los alemanes habían pisado las islas británicas, pues según dijo luego, ese rato le permitía trabajar después hasta altas horas de la madrugada y multiplicar su rendimiento.

No sale en las películas, pero muchas veces, son esas pequeñas cosas las que cambian el sentido de los acontecimientos históricos. Él dijo (traducción libre): “Yo mantuve durante toda la guerra la costumbre de dormir la siesta, y se la recomiendo a todo el mundo si es su intención aprovechar al máximo su capacidad de trabajo en un periodo dilatado de tiempo”.

Por eso, ahora que llega el verano (en mi hemisferio, claro), y me veo obligado a trabajar después de comer, se me viene a la mente una vez más lo estúpido que resulta para gran parte de las profesiones generadoras de riqueza en una economía moderna seguir trabajando como lo hacemos: sometidos a horarios estúpidos que no te dejan, entre otras cosas, echarte la siesta, trabajar desde casa o tener tus propios horarios.

Yo soy de los que tienen claro que la Inteligencia Artificial va a acabar con casi todos los trabajos de aquí a unos años, y dudo que los robots, Siri, Alexia o Cortana estén sometidos a biorritmos que se interpongan en su rendimiento o tengan familia a la que ver, pero hasta entonces, creo que deberíamos repensar por completo por qué seguimos trabajando con horarios y esquemas propios del siglo XIX en un momento en que las herramientas informáticas e Internet deberían permitir otro tipo de organización del trabajo, una que, por ejemplo, nos dejase echarnos la siesta, como Churchill.

Pd- Mi intención con este post sería transmitir dos conceptos no muy aceptados aún en nuestra sociedad:

El primero creo que ha quedado claro: creo en la autogestión de horarios, al menos para las profesiones que lo permitan, incluyendo tantas siestas como necesites para hacer bien tu trabajo, por mal vistas que estén en el entorno laboral.

El segundo, que he colado susceptiblemente, es que puedes llegar a salvar el mundo siendo un auténtico zoquete en la escuela…

2 comentarios

2 Respuestas a “Loa a la siesta”

  1. loli dice:

    Muy interesante tu artículo, Raúl.

    No nos estamos planteando, al menos parece que de manera seria, el tema de los horarios de trabajo.

    Bueno, en realidad parece que algo sí pretende asomar, de forma tímida e incipiente, intentando llevar el trabajo desde los propios hogares, gracias a la tecnología, e inclusive ensayando distintas maneras de organizarlo, de diseñar nuevos espacios de trabajo, como esos locales que se alquilan para que varios profesionales autónomos o de distintas empresas compartan ese lugar.

    Pero todo manteniéndose dentro de los cauces horarios consensuados, hasta el trabajo desde casa, que, aunque pueda ser distribuido de forma independiente, la mayor parte de las veces los resultados de esos trabajos deben adaptarse a los tiempos y horas demandados por las exigencias del mercado al que van destinados.

    Nuestro funcionamiento biológico, por descontado, que no sigue el ritmo horario en base a las ocho horitas…, es más, cada uno tiene su propio biorritmo en ese sentido, y sus picos, de alto y bajo rendimiento, que, dependiendo, además, de la actividad que se realice , es distinta también.

    Es curioso, pero determinadas etapas del sueño, que son imprescindibles para continuar viviendo, nuestro sistema nervioso autónomo no las perdona, y si no se pueden cumplir durante la noche, a lo largo del día ese guardián custodio encargado de salvar nuestro organismo de los desaguisado contínuos a los que le sometemos, provoca estados de sueño (profundo), durante la vigilia, que algunas veces pasan desapercibidos, y otras no, (muchas veces distracciones, adormecimientos, faltas de concentración), pero se suelen achacar a otras cosas, en realidad no son más que producto de un ajuste orgánico necesario en el funcionamiento de nuestras ondas cerebrales, para hacer una función que no se realizó en su momento.

    Nada de esto está contemplado en nuestro modelo de trabajo, en realidad el ser humano es el que no está incluído en ese modelo.

    Claro…la escuela tampoco, así no es de extrañar que un Churchill, o un Picasso, supusieran un fracaso en esa fase de aprendizaje “escolarizado”, al que fueron «sometidos».

    ¿Tememos a la robótica en cuanto a sentir amenazada esas formas anti-personas de organizarnos socialmente?.

    Seguramente necesitamos un profundo trabajo en nosotros mismos para darnos cuenta de que cada uno funciona de una manera distinta, y seguramente mucho más anárquica de lo que creemos, en el sentido real de esa palabra, no en el peyorativo.

    Del mismo modo que, en nuestro organismo, si no se ha cumplido una función esencial, en un momento determinado del ciclo noche-día, en base a una iluminación solar determinada, esa manera anárquica de funcionamiento biológico, determina que esa función ser realice en otro momento lumínico distinto, aunque parezca no corresponderle, en ese aspecto, un sistema biológico determinado se impone y busca y propicia las condiciones para que esa función vital se produzca, quizás una sociedad pudiera organizarse, también en base a responder a las funciones vitales y esenciales que necesita para desarrollarse.

    Para eso tendríamos, seguramente, que replantearnos eso…¿Cuáles son, de verdad, los trabajos vitales, de desarrollo, que responden a nuestra realidad, no a la inventada, o la consensuada?….es un trabajo difícil y ardúo…es replantearse en base a qué valores hemos organizado nuestras vidas y nuestras relaciones.

    Intentar organizarnos, socialmente, de forma más coherente con nuestra realidad biológica, o con nuestro estado biológico actual.

    Descubrir esa posibilidad, o simplemente empezar a contemplarla y atisbar que no es ciencia-ficción, sino ciencia de verdad, puede que nos colocara en un camino, en un estado psicológico y hasta emocional, que nos ayudase a alejar del terror, el miedo, al abandono de formas absurdas de trabajo a las que nos hemos sometido, y que muchas veces defendemos con ardor.

    En ese sentido, es posible que la llegada de la robótica al mundo productivo, acelere ese necesario proceso de introspección respecto a porqué no nos organizamos de otro modo, y a qué llamamos también trabajo y aprendizaje.

    El problema es que lo hará desde el conflicto y la crisis,…. con bajas, con daños colaterales….., cuando, quizás, se podría hacer de una manera mucho menos traumática….¿o no?.

  2. Alicia dice:

    Cierto que el mundo del trabajo está mal organizado, tanto en lo que concierne a los productos (muchos innecesarios) y a la productividad que se pretende como a de qué manera no respeta ni se ocupa ni de ritmos ni de biorritmos ni de ciclos ram ni rem del sueño ni de vigilias…
    Pero dile tu a cualquiera, por más absurdo y prescindible que sea el trabajo que desempeña (y que lo mismo hasta aborrece) que se lo vas a quitar.
    Se te pone de uñas, por lo menos, si no es que se te tira a la yugular.
    Es la forma de esclavitud moderna que está asentada y aceptada socialmente y en las almas y en las mentes; y, aún con sus inconvenientes y protestando y enarbolando pancartas y vociferando consignas y proclamas, quien más y quien menos tan a gustito.

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