Mentirosos compulsivos

Hace poco leí el magnífico libro de Miguel Ángel Mendo “Yo no soy Mr. Noback” en el que se describen de forma realmente entretenida las peripecias de su protagonista quien, partiendo de una mentira aparentemente inocente, se va metiendo en una sucesión de farsas de las que es difícil salir.

Me ha hecho esto pensar en lo frecuentes que son las falsedades en el mundo de la política y las similitudes que tienen con Carlos H., el protagonista de la novela.

¿Por qué se miente? Lo hacemos, entre otros motivos, por defender nuestra autoestima, la necesidad de tener razón o de evitar conflictos o para alcanzar nuestras metas. También puede ser por escapar de una realidad asfixiante como en el caso de la novela mencionada, pero eso es otra historia.

El psicólogo Robert S. Feldman afirma que la gente miente de media dos o tres veces cada diez minutos al hablar. He de confesar que este dato me ha dejado sorprendido, quizá no somos plenamente conscientes de que estamos haciéndolo. Algunas investigaciones apuntan a que empezamos a faltar a la verdad a la temprana edad de 6 meses. Otro dato que nos indica cómo de habitual es esta práctica en nuestra naturaleza.

Los políticos mienten para lo que Maquiavelo definía como el objetivo de la política: ganar el poder y mantenerlo. Para ello se apuntan algún mérito que no les corresponde, eluden sus responsabilidades y cuentan en definitiva lo que su público quiere o necesita oír para votarles. El autor de “El Príncipe” recomienda claramente la mentira, el fingimiento y las falsas promesas como instrumento político. Me parece que consiguió muchos seguidores.

Enrique Tierno Galván, el verso libre del socialismo que llegó a ser uno de los alcaldes más queridos de Madrid, hizo famosa la frase de “Las promesas electorales están para no cumplirse”, lo que pasó a la historia como una sentencia que nadie esperaba de un político pero que resumía muy bien lo que todo el mundo pensaba.

¿Hay diferencias culturales a la hora de mentir? ¿La practicamos más los latinos que los países nórdicos? Algunos estudios apuntan a que no es así. Sin embargo donde sí que hay una diferencia clara es en la manera en que se toleran las falsedades. Así nos encontramos con casos en EEUU como el Watergate o el de Monica Lewinsky en los que lo que fue peor valorado por los norteamericanos no fue tanto el hecho delictivo en sí, sino el que se hubiera mentido al pueblo americano. Una persona que miente no es considerada fiable y por tanto no es merecedora de la confianza de la gente para ostentar un cargo público. En la misma línea podemos ver las dimisiones que se producen en otros países en cuanto hay un escándalo, que son mucho más frecuentes que aquí. Digamos que la tolerancia social a la mentira o al fraude es claramente mayor en nuestros lares.

Podemos partir de la base de que tenemos la obligación de decir la verdad, siguiendo a Benjamin Constant (filósofo francés), cuando la contraparte tiene derecho a saberla y cuando no hay daño a terceros.

¿Somos capaces de saber cuándo nos engañan? Pues parece que solo advertimos el 50% de los engaños. La mejor manera de pillar a un farsante es por su lenguaje no verbal, que es lo que más fácilmente le delata, pero esto es muy difícil de aplicar en la política ya que no tenemos cercanía física con sus protagonistas y porque les preparan para ser consumados actores.

Otro planteamiento, ya casi dentro de lo filosófico, es saber qué es en el fondo la verdad, qué es lo real. Lo que creemos que ha sucedido está condicionado por nuestra enorme cantidad de prejuicios, ideas preconcebidas, sesgos ideológicos, experiencias pasadas, etc. que hacen que adaptemos la realidad observada a nuestros intereses o creencias condicionando significativamente nuestra percepción y nuestro pensamiento.

Existe la tendencia, especialmente en algunas formaciones políticas, a simplificar la realidad y verla como buena o mala de forma absoluta, cuando está en el fondo llena de matices y de grises por lo que los juicios condenatorios o laudatorios de un hecho deberían ser objeto de constante revisión.

Lo que en el fondo nos molesta de que los políticos nos mientan es que nos tomen por tontos y hay que reconocer que en esto la sociedad está evolucionando y cada vez lo toleramos menos.

La mendacidad en la vida pública ha sido una de las causas más importantes de la pérdida de prestigio de la clase política. De esta degradación en su reputación viene como consecuencia la búsqueda de otros partidos que traigan aires nuevos (lo cual, dicho sea de paso, no siempre se consigue). Podemos observar lo que ocurre en toda Europa en donde los partidos tradicionales están decayendo en muchos casos y surgen partidos extremistas o populistas que prometen nuevas formas alejadas de los corruptos políticos del pasado.

Mientras hace años el político era una persona respetada, en la actualidad la opinión pública tiende a verlos como personas aprovechadas y que no dudan en mentir para conseguir sus fines. Obviamente hay honrosas excepciones, pero estoy hablando de una percepción muy generalizada (la que se oye cuando la gente habla de política en un bar) que al final impacta en los partidos que salen elegidos.

Es hora de cambiar esta situación empezando por la responsabilidad de cada uno.

En primer lugar deberíamos ser más intransigentes con la mentira, no tolerando tan fácilmente que nos digan una cosa que se demuestre posteriormente no ser verdad o haber sido manipulada o tergiversada. La no indulgencia con este tipo de prácticas hará que los propios políticos se den cuenta de que no les sale gratis.

Para ello es necesario que nos informemos de la manera más veraz posible, lo cual pasa por recibir la información de distintos medios, no solo de aquellos con línea editorial afín a nuestras ideas. Si solo leemos un tipo de periódicos o vemos determinados canales de televisión, nos llegará solo la realidad percibida desde un punto de vista. El oír varias opiniones y descripciones de la realidad nos dará mayor objetividad.

También deberían promoverse sistemas que, de la forma más objetiva posible, verifiquen la veracidad de lo propuesto o lo hecho.

Entre estos sistemas están los verificadores de las afirmaciones de los políticos que tienen algunos medios de comunicación. En esto es sorprendente que un presidente como Donald Trump, cuyas continuas falsedades eran denunciadas en varios periódicos, seguía teniendo un ejército de fieles para los que la única realidad que existía era la enunciada por su líder, aunque los hechos le contradijeran. Volvemos aquí a la responsabilidad personal de búsqueda de la verdad que mencionaba antes.

En algunos países existe también un organismo que valora las promesas electorales de los partidos en periodo electoral para comprobar si son realizables económicamente. Me parece un gran mecanismo que ayudaría a no extralimitarse y a que las promesas tengan que acercarse a lo factible, no a lo que la gente quiere oír, aunque no sea posible.

Finalmente debería haber un órgano que fiscalizara si se han cumplido las promesas que se hicieron en periodo de elecciones.

Ninguna de estas propuestas está exenta de problemas ya que los políticos, en cuanto llegan al gobierno, se encargan de decir que se han encontrado las cosas mucho peor de lo que les habían dicho, además las circunstancias van cambiando y lo que era un proyecto razonable se encuentra con una crisis económica imprevista, con una pandemia, etc.

Sí, ya sé que todo esto tiene matices y dará lugar a polémicas, pero sigo creyendo que es mejor tener estos análisis, aunque sean discutibles (ya sean públicos o privados) a conformarnos con que los políticos siempre nos mienten y que esto va a ser siempre así, que pasemos a ser una sociedad más exigente con nuestra clase política y que sepan que no nos vamos a conformar con cualquier cosa. ¿No os parece?

3 comentarios

3 Respuestas a “Mentirosos compulsivos”

  1. pasmao dice:

    Buenas tardes Don Francisco

    El problema es que más bien debido a los que se supone que nos decían la verdad, o al menos no la ocultaban, nos han mentido y tergiversado la realidad de la manera más cruda, ahora no tienen credibilidad alguna para verificar nada, y mucho menos para acusar a Trump de no se sabe muy bien que.

    Por ejemplo: Estamos en un momento donde seguimos sin saber si el bicho fue fabricado o fue una zoonosis natural, casi tres años después. Yo tengo la convicción de que si pudieran demostrar que fue “natural” lo hubiéramos sabido hace tiempo. O sea que nos mienten. Todos esos mismos medios que nos dicen que dicen la verdad, sobre otros temas, en éste tema nos mienten. Así que ¿cómo creerles en lo de Ucrania? Por ejemplo.

    Tenemos en España el caso Oltra y la pobre niña abusada/violada. Resulta que ese caso ha salido adelante por el empeño personal de una periodista “frikie” llamada Cristina Seguí, despreciada y ninguneada por sus “colegas” ¿periodistas?, que disponían de muchos más medios e influencia. ¿Que otros casos a los que periodistas frikies variopintos con muchos menos medios y que no se han podido sacar adelante se han “callado” los eximios miembros de la prensa (en ese caso valenciana)?

    Cuantos casos de extranjeros, mayormente de origen “norteafricano y latino”, implicados en delitos se nos ocultan (la nacionalidad o su origen) día sí y día también. Y si no es relevante, ¿por qué lo esconden?

    Respecto los verdaderos orígenes de la inflación y lo que está por venir pues que quiere que le diga.

    Yo sólo le pido que no se promocione la creación de más órganos de nada. Para que coman mas parásitos y me digan, además, que es lo cierto y que no… Pues mire, mejor no. Para fiscalizar a los políticos o nos bastamos los de a pie no mejor dejémoslo pasar.

    El problema no es de los políticos que nacieron mentirosos. Es de la prensa. Los políticos antes nos parecían más respetables porque la prensa mentía menos. O nos dábamos menos cuenta.

    Un cordial saludo.

  2. O'farrill dice:

    La mentira es una condición humana que se ha convertido en hábito social. Es más, parece que la gente prefiera que le mientan a conocer una verdad incómoda. Del «sólo puedo prometer sangre, sudor y lágrimas» de Churchill desde la honestidad, hemos pasado a creernos cualquier cosa que nos cuenten con tal de que no nos priven de nuestras comodidades.
    En política los gobiernos hacen el papel de administradores de lo público…. ¿qué pensaríamos de nuetros administradores en otros ámbitos, si su relato es un cúmulo de cuentos?
    En todo caso, las mentiras se combaten con conocimientos contrastados. A mayor nivel cultural de una sociedad, es más difícil que les «cuelen» teorías como las que se han instalado ya en nuestras vidas.
    Y no, no creo en los «verificadores» convenientemente engrasados, ni en los medios comprados o alquilados, ni en el maniqueísmo «Trump» (malo) porque nos dicen que mienten, Biden (bueno) porque es un dechado de bondad y honradez….El simple hecho de plantearlo así, ya significa que se nos toma por tontos, ignorantes y «pardillos»……
    Como vemos es fácil caer en lo que queremos combatir.
    Un saludo.

  3. O'farrill dice:

    «No podemos permitir la inmigración ilegal por mafias que realizan tráfico de personas»…..
    Esta frase no está dicha por Trump o la «ultraderecha» de Vox, sino ….. ¡tachán! por el actual presidente del gobierno que, cual Pablo de Tarso, parece haberse caído del caballo con motivo de la matanza de inmigrantes por parte de la policía o gendarmería marroquí en la valla de Melilla a la que, por cierto, felicitó por su trabajo. Mientras tanto se preparaba una especie de «fosas comunes» para el entierro de los antes llamados «refugiados».
    Atrás queda el «Open Arms» y su recepción triunfal mediática por parte del mismo personaje no hace mucho tiempo, el «welcome refugiados» de sus aliados de gobierno que, a falta de otra forma de ganarse la vida, tendrán que tragarse el «sapo» correspondiente.
    Son los mismos que montan una manifestación «anti OTAN» impostada a pesar de las consignas y banderas y ahora se escapan como Irene Montero nada menos que a EE.UU (ya no existe el «yankee go home», sino la visita de pleitesía en lugar de dejar plantado al «mentiroso compulsivo». Poca «vergüenza torera» en las filas de los coaligados ideológicos y mucho de aferrarse a las ubres presupuestarias.
    Un personaje que, hablando de «mentirosos compulsivos», daría mucho juego de hemeroteca a esas «supervisoras de la verdad» a las que se refiere el artículo, si no fuera por lo que le deben.
    A lo mejor es que sus giros copernicanos se deben a que Biden (el bueno) le ha enseñado el camino de la salvación para su alma o que la entrega de territorios saharahuies le ha sacado de sus ensoñaciones 2030.
    Un saludo.

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