Hoy se ha colado una chica en el autobús. Una amiga se ha cambiado de casa porque en el piso de al lado vive mucha gente y montan bronca todas las noches. A un amigo le han robado el móvil y la cartera en un bar.
Ahora voy a añadir los adjetivos con los que me han relatado estas anécdotas:
Hoy se ha colado una chica “negra” en el autobús. Una amiga se ha cambiado de casa porque en el piso de al lado vive mucha gente “latina”. A un amigo le han robado el móvil “dos rumanas”.
Ahora sí, ahora ya nos aproximamos mejor a las circunstancias. Está claro que todos los detalles son relevantes. Así que, por favor, si lo hacemos así, hagámoslo bien: hoy se me ha colado en el mercado una señora “catalana”. Unos chavales “de Cuenca” están haciendo pis en mi portal. Mi novio me ha dejado por una chica “extremeña”.
Es muy importante conocer la procedencia o raza de los demás para saber qué grado de cabreo debemos alcanzar. Si tú imaginas a una chica blanca colándose en el autobús, te parece mal, pero si es negra, la tendencia es pensar que “encima de ser negra va y se cuela”. Encima de que la dejamos estar aquí, ¿así nos lo paga? Porque de verdad creemos que los inmigrantes nos deben algo a cambio de vivir en nuestras ciudades.
Como inmigrante tu comportamiento debe ser exquisito; a cada paso te juegas que no te perdonemos tu estancia en nuestras tierras. Somos los caciques del territorio nacional y tienes que convencernos de que estás preparado para convivir con nosotros; personas civilizadas, que no nos colamos en el autobús, y de colarnos, tenemos más derecho que tú porque es un autobús español. Es como cuando entras en una empresa con un periodo de prueba. Te pasas esos dos primeros meses intentando convencer a tu jefe de que mereces el puesto y de que estás a la altura hasta que por fin consigues su aprobación. Traslademos esto a una vida entera en la que no sólo tienes un jefe al que convencer de tu validez, sino a una sociedad casi al completo.
Los españoles nos creemos jefes de este territorio. ¿Por qué? Porque hemos nacido aquí. ¿Y? Llevamos más tiempo. ¿Y? Tenemos más derechos. ¿Por qué? Porque hemos nacido aquí. ¿Y? Llevamos más tiempo… ¿Hay alguien en la sala capaz de salir del bucle? ¿Alguien que me dé una respuesta inteligente a este comportamiento que encontramos de lo más lógico?
Pero lo que más miedo me da es que esta gilipollez se vaya contagiando de generación en generación. Los jóvenes xenófobos me dan mucho más miedo que los adultos xenófobos. Me preocupa que la gente más joven también crea que tiene derecho a ejercer el poder sobre los que llegan después, convencidos de que esta es su casa y nuestra cultura es superior, aunque, en caso de que esto fuera cierto, no hayamos contribuido en nada para que lo sea.
Este comportamiento sólo indica que sois igual de ignorantes y paletos que nosotros, cuando la evolución debería implicar la relativización de nuestras señas de identidad para dejar de tomarlas como únicas e inamovibles y sobre todo, como elemento defensivo. Y si las generaciones no evolucionan nos vamos todos a la mierda.
Sería una pena que saliéramos de esta actitud arrogante sólo cuando comprobemos que el tercer mundo somos nosotros. Porque me temo que algún día lo seremos. Y si esto sucede, nos lo habremos ganado.
Sencillo y hermoso articulo de Barbara Alpuente. Yo llevo años en este país, muchos más de los que viví en el que nací y, aún hoy, siento que cuesta pasar la barrera de la frontera. Sobre todo la barrera del lenguaje, de la expresión. Los moldes, las ataduras, los síntomas de igualdad , la careta de la identidad están muy arraigados en nuestra sociedad. Hablaba un día con una mujer belga, más blanca, más rubia, más de lo que se llama «Europa hoy», me decía que como se trata de mal al inmigrante aquí no la había visto en su país. No se, quizás no es del todo cierto. Pero es que, quizás, el español también se siente «inmigrante» en esta nueva Europa y entonces tiene que afianzarse, domesticarse, parecerse al «alemán». Pero, ahora, pienso que es un mal generalizado en el mundo. Recuerdo un libro de Carlos Fuentes «La Región más transparente», en donde se relata como todas las mujeres de la alta sociedad mejicana se tenían el pelo de rubio.
Es cierto Barbara, un acento, un color de pelo, otra forma de vestir, otra camiseta de equipo de fútbol, no estar de acuerdo en una conversación sobre política, escuchar otra música, esta, por lo menos, mal visto. Se puede «ser» de su pueblo sin ser tan paleto. Y, se puede pasar una frontera con un «alijo» de sueños.
Gracias Barbara por tan refrescante articulo.
Anoche leí el artículo de Bárbara y sentí que quería decir algo al respecto, pero como tenía demasiado sueño preferí dejarlo para hoy confiando en que más despejada me expresaría mejor; y quería expresarme bien porque es un tema escurridizo, con infinidad de objeciones y matizaciones que poner y, si una se descuida, corre el riesgo de ser tildada de xenófoba…
¿O no he sido ya mismo tildada de xenófoba?
Y sabía que me iba a pasar, por más vueltas que le diera; pero es que en el momento en que se pone un “pero” a una argumentación correcta en líneas generales — y la de Bárbara Alpuente lo es — ya, de alguna forma, uno/a se ha retratado.
Me siento un poco arropada, sin embargo, por José María Bravo y su comentario; él no es español y no por eso deja de considerar que tal vez la mujer belga y blanca que le decía que como se trata de mal a los inmigrantes aquí no lo ha visto en su país no estuviese del todo en lo cierto.
Todo país ha tolerado, de toda la vida, con una cierta prevención al que es de otro color y de otra raza y de otra lengua y, encima —que es en realidad lo que más desconfianza inspira —, viene con los bolsillos vacíos y a buscarse la vida.
Porque el que llega con los bolsillos llenos, ese, ya es un turista. Un turista respetado y respetable al que se acoge con alborozo y parabienes sin que importe un comino ni de dónde viene ni cuál es su color ni en qué habla.
Cada ciudadano del país receptor tiene su propio temperamento y sus propias costumbres y sus propias maneras, del mismo modo que el que es recibido tiene el temperamento y las costumbres y las maneras del país suyo; y quizás por eso los belgas (centroeuropeos, si no me estoy sabiendo mal el mapa, tan diferentes de nosotros los mediterráneos) expresen su prevención al inmigrante con una compostura diferente, pero, en esencia…
Por otro lado se me ocurre imaginarme a un señor de Alpedrete o a una señora de Cuzcurrita del río Tirón (que es que me gusta a mí mucho el nombre de ese pueblo) colándose en el autobús en Mozambique o en Tanzania ¿No comentaría el mozambiqueño, o el tanzano, “hoy se ha colado un blanco en el autobús”?
Y mira, ya me he pasado del límite de palabras que me parece que lo tenéis en 250, pero es que, permitidme que lo diga, 250 son muy pocas.
Se me puede replicar (no a lo de las palabras; o sí se puede, pero seguiré sosteniendo que son pocas) que el tono, el tono y el contexto con y en el que se dice “negro” o “negra”, ya está conteniendo un significado implícito que deja muy clarito que tal y que cual…
Es curioso, se me ocurre así por entremedias, que si al relatar una situación cuentas «me dijo “imbécil” a gritos» el que te escucha va a entender y a no dudar (porque por qué dudar) de que el que tú dices que te dijo “imbécil” a gritos te dijo, exactamente, “imbécil” y a gritos; y se considera un hecho objetivo. Pero si el que piensa que eres imbécil es, por poner por caso, belga con su temperamento tan distinto (al nuestro), puede que se limite a dedicarte una mirada asesina, pero, oh paradoja, que digas “me dedicó una mirada asesina” entra, no se sabe por qué, en el terreno de lo subjetivo, y el que te escucha se quedará pensando “no sería para tanto”.
Y es que, los españoles, somos tan expresivos.
Además, tú te peleas por lo que sea con un español, y os podéis poner de vuelta y media y mentar a las madres respectivas (aunque está muy feo) y no pasa absolutamente nada más allá de mucha escandalera y mucho ruido. Pero atrévete a decirle imbécil a un inmigrante — que quizás y pese a su condición de inmigrante es un imbécil— y la habremos liao, y todo el mundo que te viere o te eschuchare clamará (por no quedar mal entre los otros del corro o por no salir en los papeles lo mismo que tú) que eres un asqueroso y despreciable y repugnante xenófobo.
Vamos, que no creo que haya que tomarse las cosas muy por la tremenda ni al pie de la letra; y que mira los primeros negros (negros) que llegaron a Estados Unidos y, mira ahora, tan a gustito siendo presidentes del país si es que se tercia.
Y los españoles nos quedaremos — o por los que menos los que supongo una inmensa mayoría — tan a gustito también si, llegado el caso, nos gobierna un día (siempre que sea bien o lo menos mal posible, claro) un hijo o un nieto del rumano o la rumana que nos aborda a la puerta del supermercado instándonos a que le compremos La Farola o (y por no discriminar) el hijo o el nieto del oriundo de algún país africano que vende alfombras y relojes barato barato.
Me he pasado, lo sé. Pero, insisto e insistiré, nada más en el número de palabras.
Fe de erratas:
«o por lo menos los que supongo una inmensa mayoría».
Yo te comprendo Irene Espelosin. Nunca he sido más feliz que en España, en concreto en Madrid. Yo llegué en la época de la «Movida». Las calles del centro atestadas de gentes. Pasaba Almodovar, pasaba Fernando Fernan Gomez, pasaban, en el teatro, «Las Bicicletas son para el Verano»: Moustaki cantaba, en la esplanada de la Complutense, prendido por decenas de miles de encendedores. Los niños,de otros, sobre mis hombros en las Cabalgatas de los Reyes, que terminaban en la Plaza Mayor. Los ancianos con sus bastones clamaban «me cachis en la mar». Las señoras en la calle de Serrano cuchicheaban «coña». Era un mundo sin apellidos, sin distancias. Con calles largas, ya sin serenos.
Aquel Madrid permanece, pero aquel Madrid ya no sale en los periódicos. Solo es titular cuando desalojan a los inmigrantes, cuando un puñado de jóvenes se atreven a volver a las calles a cantar con la «cara al vent». El español, aquel con el que uno conversa en las esquinas,es otro que el que sale en los periódicos, en esos pasquines amarillos que nunca podrán ser de color «gualda»(color de las hierbas Reseda que curan). Porque España cura, no mata.
Me parece un relato muy expresivo y acertado el de Bárbara Alpuente. Sólo le añadiría algo que ha comentado de pasada Irene Espelosín: si el rumano, gitano, morito o sudaca fuese rico y/o famoso el panorama sería no sólo distinto sino al contrario. No me importaría que mi vecina fuese Lolita o que mis hijos fuesen amigos de los del embajador de Emiratos Árabes (por decir algo). No percibimos igual a los inmigrantes que se afincaban en Marbella que a los que nos encontramos a nuestras espaldas. Es vergonzoso pero «poderoso caballero es don dinero».
Y para terminar, podemos hablar de la xenofobia «nacional» porque no es lo mismo ser de Madrid que catalán, vasco o andaluz ¿verdad?.
Con lo grande y placentero que es sentirse ciudadano del mundo!
Intentaré ser breve, no sé si podré; Hay un refrán que dice: «allá donde fueres, haz lo que vieres»; El asunto de las nacionalidades, ¿a beneficio de quién?, todos somos personas, sea cual sea el color de la piel,la diferente tierra que nos vió crecer, altos´bajos, gordo´delgados,hablemos el idioma que hablemos, (los gestos también dicen mucho, son otro idioma); todos somos personas, entonces?, porqué nos malmiramos?, cuándo nos lo enseñaron?,ya desde peques-en le cole, nos pasan la bandera pertinente por donde haga falta;en fin…que, cómo esto es en todas las partes del mundo, de lo que se piensa en un lado de otr@s, igual en el otro lado del mundo; ni más ni menos racistas o xenófobos que los vecinos del norte o del sur; ahora que, con los tiempos que corren, y la dinámica o vorágine en la que camina el mundo, esto del racismo o la discriminación va a ir por otro lado quizás, a un lado los adinerados y por ello,los que tengan derecho a absolutamente todo en esta vida..y a otro lado, los no adinerados, que por estar así, carecen de todo derecho incluído el de pensar que algún día puedan estar mejor; racismo económico que empezará a estar en auge desde ya!, y en todo el mundo, por supuesto.
En las llamadas tribus primitivas el que era diferente, por cuestiones físicas (ser albino) o psíquicas (capacidad de interpretar los signos naturales) se convertía en el chamán, en el dirigente espiritual del clan. No siempre, no en todas.
Entre los animales, por ejemplo, los lobos, el que nace con características extrañas o ajenas a la camada es expulsado, para que vague solitario y comience un nuevo grupo o sencillamente sucumba.
La soledad es el precio de la diferencia, muchas veces la marginación, y otras tantas, incontables, significa la muerte.
Aceptar lo diferente, lo que tiene otro color, otro sabor, otras ideas, otras religiones es un signo evolutivo. Cuanto menos aceptas lo foráneo estás más cerca del nivel instintivo del ser, y menos te gustan los cambios, más estático eres.
Los seres llamados humanos, son animales también. Cuanto más sociales (Aristóteles: el hombre es un animal social), irónicamente, más animales.
Si la situación general (económica, política …) va bien, este aspecto queda escondido debajo del maquillaje de la tolerancia, nos sale de dentro el espíritu del buen pastor.
Es fácil odiar y justificar tu odio cuando no conoces al que odias. Y criticar, y matar, y excluir, y pegar, y extorsionar. Los sin rostro, la masa, el grupo de los Sudacas, los Rumanos, los Gitanos, los Turcos, los Catalanes, los Españoles, los Europeos. El Otro que no es tu grupo, que no pertenece a tu grupo estorba cuando hay problemas. Se necesita un enemigo, el cabeza de turco que justifique mis problemas y mis deseos de venganza.
Como los políticos están muy lejos, los banqueros son seres incomprensibles y el lenguaje se convierte en jeroglíficos sin piedra Roseta, queda solo el vecino que camina por la calle y habla de otra manera, tiene otro color, practica una religión diferente o pertenece a un estatus social inferior. Es más fácil esto que buscar a los verdaderos responsables.
Pero, hay soluciones. Y no me olvido de que estoy teorizando, pues en la práctica todo va de otra manera, demasiadas variables y demasiado poco amor.
Una posible solución, que no la única, pasa por conocer al otro, por hablar su lenguaje (lo afirmo literalmente), por comprender sus mímicas, sus manías y costumbres. No hablo de aceptar a los diferentes porque son diferentes, sino porque si los conozco, hasta me pueden llegar a gustar, hasta puedo aprender de ellos o no. En el proceso de mutuo conocimiento tiene que existir un ejercicio continuo de autocrítica.
Mi rostro es el otro donde me miro.
Paro la reflexión. Y, me entra la sonrisa porque lo más curioso es que no me gusta ir con la camada que soy y me gusta ser lobo solitario. Prefiero que me expulsen del grupo, iniciar nuevos caminos, prefiero ser diferente. No quiero etiquetas, prefiero estar descatalogada y seguir trabajando poco a poco, conociendo poco a poco a otros diferentes, sin grupo en las sombras de lo público. ¿Es,también, una solución posible?
Lastima que a veces vayan tan rápido las opiniones sobre los artículos. Yo quería agregar algo mas.
Casi todos hemos concluido que el racismo se aligera cuando el inmigrante, o el de otro «color», tiene dinero. Yo no estoy de acuerdo. Esto es una idea algo «romántica». Recuerdo una convivencia, mía, en una universidad norteamericana de los llamados «red necks», de los más blancos. Eramos apenas un puñado de latinos y los jugadores de baloncesto, casi todos negros. El resto blancos, religiosos, conservadores, ricos y guapos. Las novias de mis amigos, yo no tenía, no nos dejaban jugar fútbol porque nos poníamos muy negros, corríamos peligro de que nos cogiera el Ku Kus Clan.
Más allá del dinero,mucho más allá, esta el olor, la forma de hablar, la cortesía, las maneras al comer, etc. Es un problema cultural, es esto lo que hay vencer. Hay que vencer la farsa de la igualdad, de la identidad, del juicio, de las fronteras. El dinero es el peso de todo eso, es su precio pero no su valor.