La idea de que mi cuerpo es mío y, por tanto, puedo hacer lo que quiera con él se ha ido consolidando en nuestra sociedad como una muestra más del progreso político que se va logrando, al traernos lo que supuestamente serían nuevas conquistas que nos van permitiendo ganar autonomía personal, y por tanto mayor libertad.
Este concepto, cada vez más reivindicado por buena parte de la sociedad, reconocido política y legalmente por los gobiernos y aparentemente avalado con su silencio por los científicos, es la base sobre la que construyen su argumentación las mujeres embarazadas que reclaman libertad para abortar y, asimismo, los mayores y enfermos terminales para adelantar su propia muerte recibiendo, en ambos casos, la correspondiente ayuda médica.
Sin embargo, pese a su creciente aceptación popular, no deja de ser, en sí misma, una idea extraña. En realidad, absurda, a poco que lo pensemos. Para empezar, decir que mi cuerpo es mío presupone que mi cuerpo y yo somos dos entes distintos entre los cuales es lógico y natural establecer una relación donde los yoes son los propietarios que deciden y los cuerpos son los otros que están a su servicio.
Con lo que hoy en día se sabe sobre el funcionamiento del organismo humano, y sus interconexiones, y sabiendo lo que todavía la ciencia ignora en este aspecto, ningún congreso científico avalaría que el yo consciente, ese con el que pensamos y tomamos nuestras decisiones cotidianas, está capacitado para mandar y gobernar sobre el resto del organismo. No lo avalaría porque ese yo consciente no tiene ni idea de cómo funciona el organismo. ¿Acaso alguno de nosotros sabe (no digo supone) qué es lo que está pasando en nuestro organismo cuando, por ejemplo, una comida nos ha sentado mal? ¿O cuando se marea?
Es más, es sabido que los seres humanos no solo somos ese cuerpo físico que vemos y tocamos. Todos vivimos experiencias que van más allá de él, que se gestan en alguna parte de nosotros que, hoy por hoy, ignoramos. Experiencias como el amor, la alegría, la emoción artística (por llamarle de alguna manera) u otras. Los millones de personas que tienen creencias de tipo religioso están persuadidas de que eso que llaman alma es una parte esencial de nosotros, con la que también hay que contar. Tengan o no tengan razón, lo que nadie puede descartar racionalmente es que quizás seamos seres más complejos de lo que somos conscientes y que, esas partes de nosotros que no conocemos, sean decisivas, en mayor o menor medida, en nuestras vidas.
Por supuesto, pese a las limitaciones que pueda tener nuestro cerebro pensante, todos tenemos que tomar un sinfín de decisiones en nuestra vida cotidiana que seguramente nos afectan de múltiples formas y, en muchas ocasiones, no podemos saber cuáles son las consecuencias. Sin embargo, no tenemos más remedio que tomarlas porque forman parte del hecho de vivir. Pero, claro, hay decisiones y decisiones. No todas son iguales ni tienen las mismas implicaciones.
Sabemos que, entre las decisiones que están a nuestro alcance, las hay tan extremas como las que implican acabar con nuestra propia vida, mediante el suicidio. Y saber que podemos tomar esa decisión no significa que socialmente se apruebe hacerlo.
A lo que yo me refiero es que una cosa es que cada persona tenga ese poder de actuación sobre sí misma y otra, muy distinta, es que los gobiernos, parlamentos nacionales y partidos políticos reconozcan legalmente ese poder como un derecho a ejercerlo. Porque, al reconocerlo, están sobreentendiendo que los seres humanos estamos capacitados para saber lo que nos conviene hacer con nuestro cuerpo incluso en circunstancias muy extremas.
La cosa es tan absurda que bastaría que nos preguntáramos si alguien invertiría sus ahorros en una empresa donde el director tomara sus decisiones con el mismo nivel de ignorancia que tiene nuestro cerebro pensante en relación con nuestro organismo. Si no admitiríamos que ese director estuviera mínimamente capacitado para gestionar esa empresa, ¿por qué aceptamos como algo normal que esa parte de nosotros que asociamos con nuestro cerebro pensante esté capacitada para tomar esas decisiones?
Naturalmente, muchos de vosotros me diríais que los gobiernos y parlamentos reconocen legalmente nuestro derecho a que tomemos esa clase de decisiones sobre nuestro cuerpo, cuando están por medio la decisión de abortar o la de aplicar la eutanasia, porque hay una demanda social cada vez mayor en ese sentido.
Sorprende, desde luego, que se haya llegado a legislar sobre estas cuestiones cuando la democracia se construyó, precisamente, sobre el consenso de que la vida humana era el primer bien a proteger, antes que el resto de los derechos fundamentales.
Para apreciar en alguna medida la dimensión de esta contradicción, nos bastaría con imaginar la reacción de los gobiernos en ámbitos cuyas consecuencias ellos valoran y conocen mucho mejor.
Por ejemplo, ¿alguien cree que el presidente Macron estaría dispuesto a enfrentarse a la revuelta social que está viviendo Francia en estos días si, en vez de las pensiones, se tratase de regular el derecho a la eutanasia? ¿No será que, como en realidad no tiene ni idea de las consecuencias que tiene facilitar la eutanasia (o el aborto), le resulta más fácil plegarse a la demanda social, mediante el argumento de que quizás los afectados sí lo sepan?
Esto, que se considera una conquista social, ¿no será un ejercicio de irresponsabilidad conjunta entre ciudadanos y gobernantes? Y abierta la veda sobre esta forma de actuar, ¿dónde pondremos el límite? Las demandas sociales no son tan difíciles de fabricar. Y menos con la ayuda de las redes sociales. En fin, tengo la impresión de que estamos jugando con fuego.
Lo que el artículo llama amablemente «demanda social de la eutanasia» es en realidad un Programa del Poder que se convierte en «demanda social» a base de manipulación de la opinión pública. Lo estamos viendo con el «cambio climático» y con el «apocalíptico papel del CO2 antropogénico».
Un gas beneficioso, imprescindible para la vida y que lo han difamando hasta convertirlo en «contaminación» para acusarnos de nustro «pecado original». Ni originales son.
Un gas que solo representa Una Parte por Diez mil Partes del Volumen Atmosférico pero que han convertido en el punto de apoyo de todo un programa destructivo que haría palidecer de envidia a Goebbels. No piensen en «100 partes por millón». Eso es ininteligible para el común de los mortales. Es, simplemente «Mucho» para visualizarlo correctamente.
Piensen en una botella de un litro entre 10,000 botellas. 1 botella entre 1000 cajas de 10 botellas. Tal es el disparate que nos estamos tragando y pagando.
Con los cuerpos pasará lo mismo. Los tejidos ya son «fabricables» por impresión 3-d. Todavía se resiste el tejido nervioso. La demanda social es lo que mande «Greta».
Saludos cordiales
Un apunte, se utiliza ppm por ser una unidad estándar SI para expresar concentraciones de tan bajo grado sin que sea necesario emplear notación matematica, porque lo que nadie comprenderia son expresiones del tipo 1*10^-4 y similares. No crea que obedece a ninguna conspiración para que la gente tenga idea de si es mucho o poco. Lo cual es además irrelevante, la gente lo que traga es el informe reducido con las soflamas apocalípticas. Nadie se lee el detalle técnico, del que se puede deducir muchísimo más que del resumen ejecutivo, aunque hay que saber cómo hacerlo.
Buenas tardes Don Manuel
El problema ya no es sólo nuestro cuerpo y a quien pertenece, es que como ha dicho Biden la lucha es ahora por las almas, en su caso de los useños, y de rebote de las de todos los demás.
Nos dan la propiedad de nuestro cuerpo, sobre el que cómo ha expuesto usted brillantemente mandamos mucho menos de lo que podríamos suponer, para quedarse con la propiedad de nuestras almas.
Si el Sr Biden dice que el alma existe debe ser que si existe. Y si los dicen los de la Agenda y demás, cómo negarlo. Ellos que saben todo y se preocupan por nosotros siempre dicen la verdad.
Y tantas ganas tenemos de extender nuestra confusión, para ocultar nuestros desvaríos, que nos inventamos ese fracaso comercial que se llama metaverso.
Y por si fuera poco tenemos lo de los vientres de alquiler.
Por cierto, y al respecto, me comentaron una vez en USA el caso de una Sra a al que le implantaron un embrión, al poco descubrieron problemas en el feto, ella se negó a abortar y se metió en un juicio de muy señor mío. Ella decía que se hacía cargo del bebé pero que sus creencias le impedían abortar. Los «propietarios» del embrión presionaban para el aborto porque no querían que el posible bebé defectuoso pudiera tener derecho alguno de cara a ellos.
Por fin la Sra gestante, nunca mejor dicho, logró que el plazo para abortar lo hiciera inviable y el niño nació. Y el niño estaba perfecto, mondo y lirondo. entonces, y en vista de ello, los padres genéticos reclamaron su custodia. Y lo peor es que el juez se la concedió.
¿Que pasará en el futuro cuando ese niños sepa lo que ocurrió?
Un saludo cordial
Efectivamente, los cuerpos, las almas y lo que producen en vida de posible riqueza con su trabajo, también puede ser confiscado (la última noticia es un 56% para las rentas de más de 20.000 euros).
Sobre esa masa amorfa y resignada (sobre todo de gente joven) planea el sistema globalista con sus «agendas» distópicas (ni siquiera utópicas) con las que manipulan mentes: «Un gobierno totalitario no se impone en estos tiempos por la coacción (decía Huxley) sino porque la propaganda oficial les hará comprender a los ciudadanos que con él serán más felices».
Las personas (cuerpo y alma incluidos) son parte de ese botín que se hereda desde los sistemas de poder, para ponerlos a su servicio. Se nace (cuando se nace) para ser no un ser v ivo con todfas sus consecuencias, sino un «sujeto jurídico» sometido a normas impuestas donde sólo queda la sumisión y la esperanza de que te dejen tomar una cerveza con los «coleguis si no te rebelas.
El debate que sugiere el artículo no existe en la sociedad. No está siquiera permitido formalmente en un sistema mesiánico de dogmas absurdos donde -como señala Manu Oquendo- cualquier despropósito científico tiene cabida (siempre que sea patrocinado institucionalmente). Es más. como decía Truman: «Si no los convences, confúndelos». En esas estamos, en una inseguridad jurídica total, en un caos institucional de primera categoría donde la vergonzante actitud académica contribuye a mantenerlo en lugar de denunciarlo, donde todo se compra y se vende… hasta la dignidad que un día inspiraba confianza.
En ese «marco» encontramos esta nueva versión del mundo reproductivo que creíamos civilizado, donde el ser vivo desde su estado embrionario estaba protegido por el Derecho Natural, por la conciencia individual y colectiva y por principios y valores hoy perdidos por el desagüe.
Ya no somos esas personas «libres e iguales» que con tanta pompa dice la Declaración de los Derechos Humanos, sino «posthumanos» o «transhumanos» al servicio esclavo de los caprichos de quienes ostentan el verdadero poder. Una especie en verdadero peligro de extinción.
Un saludo.
Al amparo de “está legislado” — trátese de lo que se trate y sea lo que sea lo que se legisle — la responsabilidad individual se siente eximida de ser una obligación insoslayable; cierra ojos y oídos y se deja llevar de la mano por quienes la engañan diciéndole “delega en mí, que si lo haces no correrás riesgo de estar fuera de la ley”, y que cumpliendo la ley la vida será fácil y placentera.
Bueno, en cierto modo es verdad; pero, ¿qué ley?
No sé; pero sospecho que las leyes, sean cuales sean y dictadas siempre por el Hombre y atendiendo a sus miedos y a sus intereses, no emanan de la Ley universal que aunque nos obstinemos en ignorarla habita en todas las conciencias.
Que digo yo, que se me ocurre así al pronto, que a ver si va a ser por ese empeño en ignorarla por lo que no conseguimos ser felices.
Besos.