Estamos sometidos a tal bombardeo de noticias que no nos da tiempo a asimilarlas. Es lógico que así vayamos perdiendo sensibilidad, capacidad de asombro y, sobre todo, capacidad para reaccionar ante algunas de esas noticias que, en circunstancias normales, nos escandalizarían. De este modo, vamos teniendo más tragaderas y vamos siendo más sumisos.
Algo de esto es lo que sucedió el pasado día 13 de febrero, cuando la prensa digital se hizo eco, fugazmente, de que el Senado holandés acababa de aprobar una ley que convierte automáticamente a todos los ciudadanos mayores de 18 años en donantes de sus órganos. Así de sencillo. Según esa ley, los que no estén de acuerdo tendrán que hacerlo constar por escrito. Las autoridades enviarán dos cartas de aviso y quienes no aclaren su posición quedarán registrados bajo la etiqueta de “no objeción” . La ley, que se aprobó con 38 votos a favor y 36 en contra, se ha justificado con el argumento de que todos los años mueren cerca de 150 personas a la espera de recibir un hígado o un riñón.
Lo primero que sorprende de esta noticia es que, en un país, como Holanda, que pasa por ser de los más avanzados de Europa en el respeto a las libertades y los derechos humanos, pueda aprobarse una ley que interfiere directa y frontalmente en un ámbito de la vida de las personas, tan sensible, íntimo y privado como es el de sus últimos momentos antes de morir.
Sorprende, asimismo, que 38 parlamentarios se atribuyan el derecho a restringir la libertad de varios millones de personas para decidir algo tan personal como es qué hacer con sus cuerpos cuando se mueran.
Sorprende que 38 parlamentarios se atribuyan el derecho a restringir la libertad de varios millones de personas para decidir algo tan personal como es qué hacer con sus cuerpos cuando se mueran.
No obstante, habrá quienes aplaudan esta ley porque crean que, a cualquier persona, una vez muerta, le tiene que dar igual lo que se haga con su cuerpo y, en cambio, sus órganos sirven para que otras puedan vivir. Pero que haya gente que piense así no puede servir para pisar las opiniones y sentimientos de quienes lo ven de otra manera distinta.
Esta ley parte de supuestos sumamente discutibles. Por ejemplo, que se sabe, con toda certeza, cuándo termina la vida y se produce la muerte en una persona; y que se sabe qué sucede en las horas posteriores y cuál es el papel que tiene el cuerpo (si es que le queda alguno), y en particular los órganos que se extraen, en relación con lo que le pueda suceder a la persona inmediatamente después de fallecer.
Hay numerosos casos de personas a las que los médicos daban por muertas, porque así lo certificaban los medios técnicos al uso, para después llevarse la sorpresa de que los supuestos muertos se recuperaban y seguían viviendo unos años más.
Es indiscutible que el trasplante de órganos ha sido una bendición para muchísima gente, al permitirles disfrutar de una vida en condiciones normales e, incluso, a muchos librarles de la muerte. Pero, no deja de ser cierto también que, en torno a esta cuestión, subsisten determinados interrogantes de gran calado.
Lo cierto es que, al margen de las creencias personales de cada uno, la ciencia no tiene una idea precisa de cuándo termina realmente la vida. Y, por supuesto, no tiene ni idea de qué es lo que sucede después. Hay numerosos casos de personas a las que los médicos daban por muertas, porque así lo certificaban los medios técnicos al uso, para después llevarse la sorpresa de que los supuestos muertos se recuperaban y seguían viviendo unos años más. Conozco personalmente uno de estos casos. Esto demuestra que la tecnología y los conocimientos médicos no siempre sirven para diagnosticar el fallecimiento de una persona ni para detectar el momento exacto en que eso sucede.
Pero es que este asunto tiene más matices. Cuando hablamos de quitarle a alguien un órgano (el corazón, los riñones, etc.) para trasplantárselo a otro, se entiende que ese órgano solo sirve si está vivo porque, de lo contrario, no funcionaría. Y, sin embargo, nos dicen que a quien se lo quitan ya está muerto. Esto nos lleva, entonces, a preguntarnos: si algunos de los órganos fundamentales siguen vivos, ¿se puede asegurar que esa persona está realmente muerta? ¿Cómo se puede garantizar que la extracción de esos órganos (tan vivos como para serles de utilidad a otras personas) no se está realizando cuando al donante todavía le queda algo de vida?
¿Cómo se puede garantizar que la extracción de esos órganos (tan vivos como para serles de utilidad a otras personas) no se está realizando cuando al donante todavía le queda algo de vida?
Lo cual nos lleva, obviamente, a dilucidar qué se entiende por “muerte” y, por tanto, qué se entiende por “vida”. Quizás mucha gente crea que no hay nada que dilucidar porque está clarísimo, pero lo cierto es que, a estas alturas, los científicos no acaban de ponerse de acuerdo en cómo definir la vida. Y eso se debe a que, si bien hay manifestaciones de la vida que a todos nos parecen inequívocas, hay otras que no lo son tanto. Y eso sin excluir aquellas otras manifestaciones que, siendo reales, aún no puedan ser detectadas por los aparatos que usan los médicos. En esta situación es evidente que la afirmación de que una persona ha fallecido conlleva necesariamente una cierta dosis de incertidumbre.
Se supone que los parlamentarios holandeses que han aprobado esta ley eran conscientes de estas dudas. Si efectivamente lo eran es escandaloso que, pese a todo, se hayan lanzado a aprobarla. Sería un ejercicio de prepotencia verdaderamente preocupante. Pero si, por el contrario, resulta que no eran en absoluto conscientes de ello, es aún más escandaloso que la hayan aprobado con semejante nivel de ignorancia. Aprobar leyes de este tipo ignorando sus implicaciones sería motivo suficiente para echarlos a todos, por incompetentes.
¿Y los científicos holandeses? ¿Asumieron su responsabilidad para con la sociedad dirigiéndose a esos senadores y explicándoles los riesgos e incertidumbres en que iban a incurrir con esta ley? ¿O acaso optaron por el silencio?
Se podría discutir hasta qué punto un ciudadano es realmente libre para decidir lo que debe hacerse con su cuerpo tras su muerte, teniendo en cuenta lo mucho que se ignora sobre lo arriba expuesto. Pero, desde luego, es difícil reconocerles a unos senadores el derecho a aprobar una ley que prácticamente decide lo que se ha de hacer con muchos de sus conciudadanos en semejante trance vital.
Se podría discutir hasta qué punto un ciudadano es realmente libre para decidir lo que debe hacerse con su cuerpo tras su muerte, teniendo en cuenta lo mucho que se ignora
No obstante, de las cosas que más sorprenden de esta noticia es que apenas haya suscitado comentarios en los medios de comunicación (al menos en los españoles). Y, por supuesto, que no haya generado reacciones públicas de rechazo por un alarde de prepotencia de este calibre.
Si decisiones de esta naturaleza se encajan por la sociedad con tanta docilidad, ¿cuántas más nos tragaremos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar ejercitando una y otra vez nuestra sumisión?
Nuestro buen amigo Manuel pone de nuevo otro artículo que da en la línea de flotación de lo «políticamente correcto». Como en su caso, cuando vi la noticia, creía que no lo había entendido muy bien…. pero, desgraciadamente, parece que el Estado puede ya decidir (de hecho ya lo decide) sobre el propio cuerpo de las personas y, como en otros casos, deja al ciudadano la responsabilidad de pedir que no se le incluya… (aberración jurídica parecida a la de protección de datos donde pesa sobre el ciudadano la carga de conocer y salir al paso del tráfico de datos existente).
Vamos a ver. Una cosa es que alguien (o muchos) por razones personales decidan hacer donaciones de lo que quieran y otra muy distinta que estén obligados por ley. El altruismo y generosidad no pueden ni deben ser obligatorios (aunque el Estado ya se ocupa de que lo sean por el sistema fiscal).
La vida encerrada en el cuerpo de las personas se ha garantizado constitucionalmente en la mayor parte de los países «avanzados» y, como dice el autor, nadie conoce con total y absoluta seguridad cual es el punto que separa la vida de la muerte. Pero hace falta órganos que trasplantar y de hecho existe un «mercado» para los mismos.
Por mi parte me niego a ser «donante» obligado, al igual que me niego a que mi cuerpo pueda ser troceado para resolver el «presuntamente» de una muerte que se conoce. Causa risa oír: «Ha muerto presuntamente de….» cuando el motivo está meridiano. Insisto, con mi cuerpo no.
Un saludo.
Sí resulta chocante el desparpajo con se solventan algunas situaciones vitales que pueden afectar a una sociedad.
En realidad, pienso, que si se atreven a legislar de esa manera tan impositiva (poco democrática… ¿no?), un tema de ese calado, es porque se juega con la ignorancia, y en cierto modo, también el consenso de una buena parte de la población, que ve amenazada su supervivencia por la falta de donación de órganos, y ante esas perspectivas, como somos unas sociedades, las occidentales sobre todo, absolutamente conservadoras y muy temerosas, se prefiere tirar por la “calle de en medio”, y no bucear más en ello, aunque, desde la ciencia y desde la medicina también, se sabe que el momento de la “muerte” de una persona, no se puede conocer con exactitud.
Sin embargo, en lo que sí que hay consenso es en dos cosas:
Primero, es necesario que el órgano esté vivo, es decir mantenga la circulación sanguínea de su tejido y la capacidad vital de sus células.
Segundo, que para ello, aunque es verdad que la persona puede seguir viva, para que ese órgano se mantenga igual, no significa que tenga que estarlo desde una situación de consciencia, (para mantener las funciones vitales el Neurovegetativo no precisa de esa consciencia).
Por eso, para determinar la “muerte” de alguien, se recurre a parámetros bastante groseros en cuanto a la actividad “cerebral”.
Parámetros que determinan la irreversibilidad o no de la actividad del cerebro, y cuando se constata que la situación no permite una reactivación vital, es cuando se determina “la muerte cerebral”, y con ello la “luz verde” para poder disponer de órganos, antes de que el Neurovegetativo, aunque sea ayudado desde soportes exógenos, deje también de actuar.
Esa viene a ser, más o menos, la pauta a seguir.
El problema está, claro, en que la medición de esos parámetros de actividad cerebral no es nada profunda ni matizada, entre otras cosas porque harían falta instrumentos mucho más finos y precisos que sería muy caros, y también, porque hay actividades profundas en el encéfalo que se nos pierden, muy difíciles de detectar….y desconocemos qué está ocurriendo.
Ante esta ignorancia, vuelvo a repetir, se tira por la calle de “en medio”, y se prefiere no darle publicidad.
Volver la mirada, la vista y la conciencia hacia el misterio de lo que pretendemos manipular para mantener nuestros miedos a raya…
Pero no sabemos qué leyes estamos quebrantando….Ni siquiera somos humildes en reconocer que eso pueda estar ocurriendo.
Hola Loli, creo que tu comentario centra bastante el enfoque médico de la cuestión.
Y, tratando de continuar en esa línea, entiendo que el momento en que se da “luz verde” al proceso de extracción de los órganos que van a ser trasplantados es cuando se produce la “muerte cerebral”.
Un primer problema, que tú señalas, es el de identificar cuándo se ha producido esa muerte cerebral.
Este problema tiene que ver, principalmente, con que los parámetros de actividad que miden los medios técnicos actualmente disponibles puedan no estar reflejando toda la actividad que realmente está teniendo lugar en el cerebro del paciente, en parte por las limitaciones de esos medios pero, sobre todo, por el desconocimiento que aún se tiene de toda la actividad cerebral. No olvidemos que el funcionamiento del cerebro sigue siendo bastante desconocido para la ciencia.
Un segundo problema es el de suponer que en la actividad cerebral reside lo único importante para la vida del ser humano y que, cuando esa actividad cesa, lo que queda de vida, por mucho que pudiera dilatarse en el tiempo, ya no “merece la pena”.
Aunque sólo pensáramos en la consciencia, teniendo en cuenta lo poco que se sabe sobre ella, habría mucho que discutir sobre esta suposición. Ni siquiera está claro que dependa más de la actividad neuronal del cerebro que de otras partes del organismo.
En todo caso, me parece muy arriesgado suponer que la actividad vital de una persona deje de tener “valor” o “utilidad” cuando finaliza la actividad cerebral. Incluso aunque el desenlace vaya a ser irreversiblemente la muerte. Ignoramos lo que pueda estar sucediendo en esta última etapa de la vida ni su importancia como preparación para la misma muerte, o lo que pueda venir después.
En mi opinión, aquí sucede, una vez más, lo que en tantos otros asuntos: que tendemos a pensar que todo aquello que ignoramos es que no existe o no tiene importancia. En fin, el tema da para mucho.
Muchas gracias por tu interesante comentario, Loli.
Buenas noches.
Polémico tema Don Manuel
A lo bestia, es igual que los contratos que presentan en España para la prestación de servicios donde por regla general les autorizas a que usen tus datos de consumo (electricidad, y ahora los contadores sacan una información milagrosa; internet/teléfono, bancos, agua , gas..) si no te maniiestas expresamente en contra, para lo cual uno tiene que acudir a la página X (siempre en el reverso) … y allí donde aparecen un par de casillas (bien escondidadas) donde uno tiene que poner una X.. para poder decir explicitamente que nones.
En el tema de trasplantes también hay varias cosas polémicas.. doy por hecho que los comités éticos/técnicos que deciden a quien si y a quien no … no están comprados. Pero me dá que que si uno de nosotros tiene un perfíl genético que le asegure una excelsa compativilidad con cualquier gerifalte de la cosa política o emprsarial (o familia) puede tener un problema algún día.. y digánme paranoico pero yo cada vez me fío menos de nada/nadie.
Por lo demás recordemos casos como en la exyugoeslavia donde los enfermos de ciertos hospitales psiquiatricos (durante la guerrra civil) desaparecían misteriosamente para a saber que, como el del caso de China y la secta Falun
https://www.youtube.com/watch?v=2HNnTRcyo1A
(que por cierto ha desaparecido del histórico de TVE, cosas que pasan)
O que es lo que ocurre en los marabillosos hospitales de las monarquiea del golfo, donde se hacen trasplantes pero no hay donantes.
¿de donde vienen los organos que se trasplantan en las marquias del golfo?
¿que pasa con esos secuestrados por el ISIS, Boko Haram…?
etc..
Muchos interrogantes pesan cómo para que demos el ok en Uropa a una Ley que no se sabe aún cómo se usará y para que.
un cordial saludo
Además de las consideraciones expresadas tanto en el artículo como en los tres comentarios que hasta este momento he leído, y que comparto plenamente, existe otra que siempre me ha causado perplejidad y desasosiego.
Es el caso de que personas perfectamente estrictas con lo que puedan ser criterios y comportamientos éticos, que jamás se permitirían desear la muerte de un ser querido ―que qué artificial me suena eso de “seres queridos”, que suelen ser con los que uno se junta en la Nochebuena para salir de la velada tarifando o, como decía una que yo conocía, dos por tres calles― del que, porque esas cosas pasan, por las razones que fuere están hasta la coronilla; no pestañean (empero) ni se les sube un color a la hora de deseársela al desconocido al que, por la gracia de Dios “¡que qué suerte hemos tenido, un hígado pa mi Fulanico!” o por azares del destino, le ha caído en suerte ser el feliz donante.
Los trasplantes serán un avance de la Ciencia, o de la Cirugía, o de la rama a la que los tales trasiegos correspondan; pero antes de que existieran nadie corría el riesgo de incurrir en el delito de, con perfecta y absoluta impunidad, sin el menor pudor, elevar preces a los cielos pidiendo “un muerto, por favor” sin atisbo de noción alguna de estar atentando contra alguna de las leyes de ese Dios al que imploran.
No pretendo que estas personas sean crueles o desalmadas; la vida con sus posibilidades y sus opciones está ahí y lo que hay es lo que hay; pero entre las opciones cabe el contemplar que qué pasa con el alma… No la del muerto ―que sin duda el Altísimo acogerá amoroso en su seno― sino la del vivo, el piadoso agradecido que, eso en rigor es cierto, no se ha manchado las manos de sangre.
Yo por mi parte ya tengo dada orden de que, pase lo que pase, no se me implante nada de nadie. Pero acordaros, por favor, los que me conocéis, por si un por si acaso.
Otra cosa son las donaciones de entendimiento, sabiduría y capacidad de discernimiento; así que, a quien tenga de sobra, le agradeceré eternamente que me eche algunas miguitas.