Lo que llamamos política, política real, es lo que define la acepción 8 del diccionario de la RAE: “Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.” Una actividad que está siendo en la actualidad globalmente cuestionada desde la sospecha (justificada por los múltiples casos de corrupción) de que los que la ejercen entran a formar parte de una especie de clan profesional (enormemente corporativista en el fondo, aunque se esfuercen por ocultarlo) que se interesa más por el beneficio propio o por el beneficio de su partido o entidad que les sostiene que por llevar adelante con entrega y honestidad las tareas que la sociedad demanda de ellos. Partido del gobierno, partidos de la oposición, sindicatos obreros y patronales, Iglesia, medios de comunicación, grupos de presión, grandes empresas… (ojalá nunca tengamos que incluir a los jueces en esta lista).
Luego, para los fines de este artículo, podríamos llamar “micropolítica” a la “Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo” (acepción 9 del DRAE de la misma entrada). En gran número de textos que aquí se publican se explica desde diferentes ángulos cómo la actividad política sólo tiene sentido en una democracia (o en un sistema que pretenda serlo) si la sociedad civil toma cartas en los asuntos de la res publica, es decir si participa de modo real, “comprometida en la construcción del tipo de sociedad que realmente desea, de aquella con la que le gustaría soñar”.
En la práctica, como sabemos, apenas si se da este tipo de participación activa, coherente, valiente y responsable por parte del ciudadano en el seno de grupos, asociaciones o entidades, ni siquiera en el interior de los partidos, cuyas bases se han acostumbrado a no ser escuchadas desde las cúspides de sus respectivas pirámides y ya ni siquiera lo intentan. En cambio, que la ciudadanía exija de boquilla responsabilidades a los que mandan, al modo arcaico, (o a los que se supone que hemos elegido para que nos manden), sin dar un paso que vaya un poco más allá de la presencia en una manifestación o la decisión personal del voto, es decir, como sucedáneo de la participación real y continuada, no sólo está permitido y bien considerado, sino que se está convirtiendo en algo obligatorio. Le conviene a esos poderes. Todo el mundo lo hace en la tele, en los periódicos, en los blogs, en los chats, en las encuestas, en las sobremesas de las cenas… No es de extrañar. Es la mejor forma de aceptar pasivamente el estado de las cosas. Criticar a la “autoridad”, sea del tipo que sea, es ahora el deporte nacional. Pero, sobre todo, es la mejor forma de evitar asumir las propias responsabilidades. Buscar fuera a los culpables de manera sistemática es el cómodo hábito del irresponsable. Una irresponsabilidad consensuada (o más bien diría cómplice) por parte de la ciudadanía consigo misma. Yo me quejo, tú te quejas, él se queja. Cayendo las más de las veces en la demagogia pura, en la simpleza argumental, pues desde la barrera nunca se lidia con las auténticas complejidades de la política o la micropolítica real y uno puede permitirse todo tipo de generalizaciones populistas.
Siguiendo la lógica propuesta, la “nanopolítica” sería la política que se lleva a cabo en el foro de la vida cotidiana y personal del ciudadano. En su ámbito profesional, en su esfera familiar, en sus círculos de amistad. En la pugna (noble pugna, ardua pugna) de uno con un uno mismo mejor. Mejor en el sentido de mayor concordancia con los valores éticos propios. También ahí, en el interior de uno mismo se producen, en sesión permanente, y con pleno protagonismo, transcendentales debates parlamentarios, tomas de decisiones, disposiciones para su cumplimiento, zancadillas de la “oposición” −tan resabiada ella−, consensos forzados, acuerdos secretos de conveniencia mutua, posturas evasivas, sobornos de todo tipo, dogmatismos… ¿Nos exigimos a nosotros mismos la misma sinceridad, honestidad, rigor, atrevimiento, solidaridad, firmeza o flexibilidad que exigimos a los poderes públicos? ¿Con la misma vigilancia? ¿Con la misma pasión (al menos en la barra del bar)?
¿Ansiamos de verdad regenerar la vida política sin ser capaces de sentirnos plenamente orgullosos de nuestra propia conducta, evadiéndonos de perseguir nuestros más altos valores, acomodándonos a esa especie de permanente corrupción personal que supone renunciar a acometer lo que nuestro yo más noble y más profundo nos dictaría si fuésemos capaces de escucharlo? No quiero poner ejemplos: egocentrismo, celos irracionales, rigidez mental, envidias, trampas consigo mismo, individualismo, voracidad, autoritarismo, pasotismo, maximalismo…
¿De verdad creemos que lo que sucede en lo más íntimo de nosotros mismos, que el régimen que constituimos o consentimos en el recinto de las paredes de nuestra casa, de nuestro mundo relacional y profesional, no tiene nada que ver con lo que se cuece en las esferas del poder? ¿Que no existe una estricta correlación entre lo micro y lo macro, como en todos los órdenes de la naturaleza? ¿No son ellos también sencillamente personas a las que apenas podemos exigirles mirarse en nuestro espejo, ante los que estamos difícilmente capacitados para servir de verdadero ejemplo en los aspectos más básicos y esenciales de la condición humana?
Si así fuera, entonces sí cambiarían arriba las cosas. Automáticamente.
Miguel Angel. Me gusta tu articulo porque en realidad la gente, nosotros estamos cambiando. En este caos lleno de aflicciones. En esta soledad frente al televisor, en este desencanto ante los precios y las posibilidades. Entre las verdad y las mentiras de los pregones televisivos. Muchos pensamos como tu. Ya no buscamos un traje «Wall Street». Ya no nos hieren los chillidos de los tertulianos. Ya no queremos imponer nuestros criterios. Miramos a los otros. Tenemos «compasion». Sentimos la calle hervida de silencios que apagan dias y dias sin empleo, sin salidas a las encrucijadas de la economia que ya no reparte si no la miseria del ultraje. Que como decias, en anterior articulo, nos ensimisman con la loteria. Con aquella riqueza que al final, cosas del destino, favorecio a gente sin empleo. Ya no al concejal de turno. Ya no fue a manos del jugador engominado,
Que es el dinero ?. Podriamos preguntarnos. Que es el Capital?. Que pasaria sin esas palabras de los rezos. Quizas tendriamos la consciencia llena de sueños, de Cultura, de Amor.
Yo creo que la gente ya no votara a la irreponsabilidad de los que han demostrado que no creen en nosotros. Que ponen edades y cifras amargas a la Vida
Tu artículo es un torpedo en la línea de flotación del ideal de ser humano responsable, del «padre de familia» y del «hombre bueno» del código civil del siglo XIX, así como del amorfo y confundido entre la masa del actual, todavía no dibujado ni definido pero sí reconocible en cotidianos y pequeños gestos heroicos de seres anónimos, porque resulta una proeza decir «No» o, simplemente, renunciar a algo propio con sacrificio en pos del propio bien o del superior y común.
El corrompido sistema de derechos se nutre de esa carencia de actitudes y valores, generando un insaciable e infinito egoísmo aunque aparente lo contrario y se haga valer la exigencia como necesaria y adecuada para hacer iguales a los desiguales como medición cuantitativa y no cualitativa.
Se agradece la invitación a ponernos las lentes para mirar y limpiar nuestro «nanointerior» como paso previo y propio en la sociedad.
“¿Nos exigimos a nosotros mismos la misma sinceridad, honestidad, rigor, atrevimiento, solidaridad, firmeza o flexibilidad que exigimos a los poderes públicos?”
Nota: “poderes públicos” es un grupo de personas sometidas a distintas dinámicas.
La sociedad (en mi opinión) es una estructura proto-reproductiva no eusocial*. Por lo tanto, eso de buscar “angelitos” servidores de los demás recurre a semejante desconocimiento que sólo la repetición autómata puede mantener como verdad. El interés común es lo único que mantiene el equilibrio social en un óptimo (no es relativo a bueno, ni verdad, ni nada semejante), y para ese óptimo sea accesible deben articularse métodos de control del poder y toma de decisiones horizontales (separación de poderes: órganos de ejecutivos, legislativos, judiciales y de control directo [revocación, iniciativa legislativa, derogación de leyes en votación directa,…, etc]).
No se debe confundir tampoco el ámbito privado con el público. El sexo es un ejemplo, ¿quien predica que practica sodomía, felación, lluvia dorada, beso negro,…, etc? Sorprendente incoherencia, la acción privada (individuos) no tiene ni se asemeja a la dinámica pública (grupos).
“Nos” ¿Nos qué? Pagamos a la gente por desplazarse o pararse a pensar en política como en Grecia. No. ¿Existe un “Nos” en el post-modernismo? Existe un “Nos” en un mundo de políticos aristócratas, pero sin lo mejor de estos (nobleza) y con lo peor (avaricia, ansia poder,…).
Según Montesquieu: elección (aristocrática) , sorteo (funcional-democrática).
Ni nano-política, ni micro, ni pico,…, ni otras políticas.
Votar cada 4 años y aguantar lo votado no es democracia es idiotez.
De hecho, ninguna persona de bien puede levantarse y acostarse sin infringir un número elevado de normativas es este cortijo de burócratas-oligarcas. ¿Por qué la gente desea hacer leyes que va infringir y le asfixian? Simplemente no las haría, podemos deducir pues que esto no es ni se asemeja a una democracia.
Puedo estar equivocado pero –Es el poder es la política,…, —
*: Las eusociales también presentan comportamientos egoistas-individuo frente a egoistas-linaje.