Si alguna de las figuras más prestigiosas del mundo de la educación saliera un día afirmando que uno de los principales objetivos es conseguir que todos los escolares piensen de forma parecida y que, además, sean fáciles de alinear con las tesis y verdades que difunden las instituciones, se montaría un escándalo monumental. Se le acusaría de atentar contra el libre desarrollo de los niños y contra su libertad de pensamiento; y hasta habría quienes le acusaran de émulo de Goebbels, el que fuera ministro de Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich.
Efectivamente, deben ser muy pocos los maestros, educadores o pedagogos que piensen así, si es que hay alguno. Es más, lo habitual es que las declaraciones de principios insistan en el objetivo de fomentar la creatividad y el pensamiento crítico en las escuelas. Y, en general, en nuestra sociedad, constantemente escuchamos lo importante que es la libertad de pensamiento y de opinión para nuestra democracia.
La realidad, sin embargo, es más compleja. Para empezar, la convivencia pacífica necesita de ciertos consensos básicos. Cuestiones como el respeto a la vida, a la diversidad, a las opiniones distintas, al Estado de Derecho, etc., son claves para gestionar nuestras diferencias de forma civilizada. En las últimas décadas, estos consensos se han ido ampliando para incluir, entre otros, el papel del Estado como redistribuidor de riqueza, como proveedor de determinadas prestaciones (pensiones, sanidad, desempleo, etc.) o como garante de derechos individuales.
El problema es que un excesivo afán por generar altos grados de consenso sobre demasiados asuntos tiene también su lado amenazador.
Parece evidente que cuantos más asuntos se incluyan en esos consensos, más fácil será gobernar un país. El problema es que un excesivo afán por generar altos grados de consenso sobre demasiados asuntos tiene también su lado amenazador. A fin de cuentas, la línea que lo separa de la uniformización del pensamiento es muy fina. Y si, además, tenemos en cuenta que es mucho más fácil uniformizar el pensamiento simple que el que está más elaborado y enriquecido, llegamos a la conclusión de que resulta demasiado tentador promover consensos a base de reducir y elementalizar las ideas de la ciudadanía.
(…) resulta demasiado tentador promover consensos a base de reducir y elementalizar las ideas de la ciudadanía.
En este contexto es donde hay que situar esa tendencia que se ha ido abriendo paso últimamente de lo que se ha dado en llamar políticamente correcto. El empleo de este calificativo, como una especie de código para distinguir las ideas políticas que se consideran aceptables de las que no, se ha ido convirtiendo en un corsé que constriñe el pensamiento crítico y la libertad de opinión. Cada vez más parece que si discrepas de las opiniones de esa aparente mayoría que se atiene a lo políticamente correcto, o si simplemente pones en duda la validez de esas opiniones, te expones a ser tildado de raro, extravagante o, directamente, de facha, de fascista. Me surgen varios ejemplos, aunque el que más y el que menos tendrá los suyos.
El cambio climático es uno de ellos. Si cuestionas la postura dominante porque tengas dudas de que se haya alcanzado un conocimiento científico suficiente como para identificar las causas que actúan sobre el clima, y sus respectivos grados de influencia, o simplemente porque te parezca que el peso económico de las medidas que se acuerden para reducir el dióxido de carbono en la atmósfera debería recaer exclusivamente sobre los países ricos, te expones a que te etiqueten de negacionista.
Si, pese a estar totalmente de acuerdo con la igualdad de trato y de oportunidades entre hombres y mujeres, discrepas con ciertos aspectos de las leyes de género o, simplemente, te parece un retorcimiento del lenguaje, por muy políticamente correcto que sea, estar constantemente refiriéndote a los coruñeses y las coruñesas, y cosas por el estilo, te endosan el calificativo de facha en un santiamén.
Si expones tu opinión en contra del aborto, por mucho que argumentes el inmenso desconocimiento que tiene la ciencia sobre cómo identificar la vida humana y, por tanto, cuándo comienza ésta realmente; o bien se te ocurre objetar que se pueda decidir libremente sobre la muerte de un ser, que ya está vivo por mucho que se le etiquete como feto, la descalificación va a ser tajante e inmediata.
Si manifiestas tu discrepancia con la eutanasia por entender, por ejemplo, que ni la ciencia ni los médicos están en condiciones de saber con certeza en qué momento la muerte es irreversible, o porque consideras que se ignora el valor real que para el propio enfermo pueda tener su último período de vida, más allá de su sufrimiento físico o psicológico, o porque cuestionas la capacidad real del enfermo para tomar ese tipo de decisión, te tachan de retrógrado.
Si se te ocurre cuestionar que la teoría de Darwin, sobre el origen y la evolución de la especie humana, esté científicamente demostrada y sea intelectualmente convincente, aunque tampoco aceptes el modelo “alternativo” del creacionismo, te califican inmediatamente de anticientífico o carca religioso.
Así se podrían seguir poniendo ejemplos de opiniones sobre asuntos tan dispares como el nacionalismo, la democracia, la herencia, la religión, el laicismo, el sexo, el amor, la muerte, etc., donde el solo hecho de expresar públicamente tu opinión, cuando esta se sale de las coordenadas de lo políticamente correcto o, simplemente, de lo considerado como habitual en nuestra sociedad, genera una reacción de incomodidad y desaprobación.
¿De verdad queremos educar a los niños en las escuelas para fomentarles el pensamiento crítico o, en realidad, preferimos lo contrario?
Entonces, desde esta perspectiva, ¿a qué llamamos libertad de pensamiento? ¿A poder pensar distinto, pero sólo dentro de unos márgenes?
¿De verdad queremos educar a los niños en las escuelas para fomentarles el pensamiento crítico o, en realidad, preferimos lo contrario?
¿Cómo es posible que, en una democracia, donde la libertad de pensamiento y opinión son fundamentales, se califiquen públicamente las opiniones de “correctas” o “incorrectas”? ¿Quiénes tienen el derecho de establecer esos juicios?
La creciente incorporación en nuestra forma de pensar de opiniones políticamente correctas ¿no es una señal de que estamos renunciando a profundizar y enriquecer nuestras ideas, para rendirnos cómodamente a una elementalidad borreguil?
Enhorabuena Manuel por el artículo y la denuncia que conlleva que, estoy seguro, aportará importantes comentarios.
Efectivamente, de una manera sutil pero contundente, se vienen imponiendo «dogmas» o «pensamientos» considerados correctos que son apropiados por el sistema político.
Primero fue el consenso socialdemócrata en Europa que chocaba con el pretendido pluralismo político de sus ciudadanos tras la 2ª G.M. Nuestra Constitución es un claro ejemplo: «… un estado social y democrático…» (artº1º,1) Según ello, supondría que eran excluidos por los constituyentes y por la propia Constitución todos aquellos no identificados con la socialdemocracia (algo que ya existe desde hace tiempo). Todos los partidos (con alguna excepción) se ajustan a ese pensamiento en mayor o menor medida, con lo que resulta difícil una elección diferenciada. En cambio, en el mismo artículo se considera el «pluralismo» como uno de los valores del ordenamiento jurídico emanado de la Constitución.
En estos momentos, esa socialdemocracia ha transmutado a una suerte de «pensamiento único» que, a la manera de todos los sistemas totalitarios, viene impuesto por los gobiernos. difundido por los medios afines (casi todos) y penalizada su discrepancia en las leyes. La forma en que lo ha hecho se entiende bien en «L’argent de l’influence» y otras obras similares donde es evidente el dinero y el interés puesto al servicio de una especie de mesianismo iluminado, que trata de imponer unos patrones sociales a través de la globalización. Los correcto no sólo es político, sino que ha permeabilizado la vida social y cultural para adoctrinar sobre todo a los jóvenes (los mayores somos más resistentes). Se difunde lo «correcto» mientras se oculta y se persigue cualquier disensión sobre cualquier tema (tú tocas unos cuantos).
Ante esta situación lo que cabe preguntarse es si ya estamos en el mundo orwelliano de «1984» con su policía del pensamiento, su ministerio de la verdad y su persecución a los disidentes. Yo creo que sí y la organización político-administrativa del nuevo gobierno parece confirmarlo. La semana pasada ya aparecía una ley sobre «memoria histórica», unas comisiones de la «Verdad» y hasta el encargo de censurar la información que, al parecer, se ha hecho a una periodista del régimen. Ya se anuncia su imposición educativa ya que, según la señora Celáa, los padres no tienen nada que ver en la cuestión; una imposición judicial para que el mundo jurisdiccional se pliegue al retorcimiento legal previsto en cuanto a cuestiones de género (por ejemplo). Todavía veremos más barbaridades hábilmente encubiertas en el pensamiento correcto, ese que hace cordones sanitarios a quienes todavía no están abducidos por la propaganda (importante leer a Edward Bernays) totalitaria (no sólo Goebbles, también Stalin, Mao….). «Modelar las mentes» en un nuevo movimiento nacional, en una nueva dictadura de la «corrección», es el objetivo que intenta lograr el autollamado «progresismo» al servicio del que llaman Nuevo Orden Mundial.
Un cordial saludo.
En conjunto estoy de acuerdo con el espíritu del artículo. Si bien, creo hay que desglosar muchos aspectos que son de opinión pública sin que tengan la suficiente información, la gente opina sin tener conocimientos básicos por lo complejo de ciertos temas, como es el caso del cambio climático y la necesidad o no de las grandes masas forestales, o de si la biodiversidad es buena o mala, he leído y oído, tal acúmulo de inexactitudes de propuestas en una u otra dirección, demostradoras de lo mal informada que está la sociedad en ciertos asuntos, permitiéndose el lujo de opinar en contra de científicos y estudiosos que llevan una vida dedicados a estos asuntos. La vida en el planeta es como un gran puzle, con millones de piezas, si faltan piezas el puzle quedará incompleto, cuantas más piezas faltan, más incompleto está el puzle del conocimiento. Respecto a la eutanasia y aborto ahí si caben las opiniones particulares, al tratarse de su propia vida y de la de su descendencia engendrada por ellos y no por el Estado o la iglesia, por tanto es cada uno quien debería opinar. Si en un momento de su vida, dadas determinadas circunstancias que sólo a los/las interesados/as concierne y desea que le apliquen la eutanasia, para no dar espectáculos públicos teniendo que quitársela el desinteresado por seguir viviendo, o en el caso de la maternidad-paternidad haber llegado a la conclusión de no desear tener ese hijo, considerado inoportuno, por las circunstancias que le rodean en las cuales nadie somos quien para opinar. De acuerdo en ir en contra de lo «políticamente correcto», especialmente cuando hay mucho por discutir, como que el Estado sea el responsable de los hijos, con total intrusión del Estado en la vida cotidiana de cada familia y leyes controladoras de cada actividad, resulta absolutamente impresentable y va en contra de la mas elemental libertad individual. Creo que la libertad es esencial para que el individuo pueda desarrollarse como persona y no como un número de un país donde todo esté controlado y reglamentado, sería convertir a los humanos en autómatas y eso tampoco es presentable, habiendo leyes lógicas de adecuada convivencia y no de opresión dictatorial, disfrazada de democracia, como bien dices, aplicándo el apelativo de «facha», en cuanto no estás de acuerdo con lo que desean unos cuantos establecer, como el feminismo feroz, que va en contra de lo natural y de la libertad de las parejas para adoptar una fórmula adecuada de familia, que pueda servirles a ellos como convivencia y socialmente pueda ser útil al conjunto, sin imposiciones, con acuerdos, como siempre ha sido. El tema es largo y siento haberme extendido en mi modesto comentario. Es una lástima muy grande la sociedad que se está fabricando, por el camino que va terminará reventando en otra guerra mundial, de fácil vaticinio y gran regocijo y fomento por parte del capital para romperlo todo y volverlo a construir y que la gente siga sometida al maldito «parné», que decía la canción, causa sin duda de los grandes males de la sociedad humana y sistema a erradicar, lo antes posible, en evitación de males peores. Felicitaciones por el artículo Manuel y adelante, hay que expresar con valentía lo que se piensa, estemos o no equivocados. Un saludo cordial.
Hola Fernando. No sabes lo que me alegra ver tu nombre en este blog si, como creo, fuiste mi vecino en la calle Doce de Octubre. Aprovecho si es así para dejarte mi teléfono de contacto: 616 35 96 76. Un saludo.
«Otras Políticas», gracias a excelentes artículos como este del Sr. Bautista, se ha convertido, en mi opinión, en el más importante de los blogs generalistas de España. No me cabe duda. Nos toca felicitar, agradecer y difundir. A veces también comentar.
La Corrección Política es una forma de conformidad inseparable de la conducta de cualquier animal gregario. Es por tanto un recurso –consciente e inconsciente– de dominación jerárquica y de supervivencia grupal.
Hasta tal punto que la manada tiende a expulsar, incluso con violencia, a aquellos individuos que no respetan la norma sea esta la que sea. En grupos humanos es bien conocido el Test de Asch que demuestra que, incluso en números muy reducidos, hay personas que eligen a sabiendas las respuestas erróneas si éstas son las mayoritarias del grupo.
La población humana moderna se ha olvidado de estas cuestiones tan importantes, y no extrae conclusiones prácticas a veces por dolorosas y frustrantes. A su vez los autores que nos lo hacen notar ( desde Trotter al propio Asch o Festinger — que identificó la Disonancia Cognitiva–) pronto pasan al olvido aunque el poder recurre a ellos discreta y constantemente.
Sobre esta cuestión de la «corrección política» es también oportuno recordar que es lo mismo que Antonio Gramsci definió como «el Sentido Común transmitido por el poder a las masas «, o el «Consentimiento Prefabricado» de Chomsky o la Hegemonía Cultural de diversos autores del Marxismo Tradicional y del Post Marxismo.
Como estoy trabajando en un coloquio sobre esta cuestión me van a permitir que adjunte un resumen porque el asunto es serio y no debemos pasar superficialmente por él. Todo lo contrario, hemos de tenerlo en cuenta para «ACTUAR» como ciudadanos.
La recomendación Gramsciana para crear la «Hegemonía Cultural» y a través de ella tener acceso al Poder Político Total pasa por convertir la sociedad privada (donde vivimos los «Subalternos») en un campo de batalla. Gramsci explica cómo convertir ese «campo» –en principio pacífico, productivo y con los problemas y mecanismos de solución de los mismos lógicos en cualquier sociedad– en un escenario de «guerra de trincheras» por usar su terminología.
Así, donde nuestros adversarios dispongan de unión, fuerza y riqueza debe aprovecharse cualquier oportunidad –por ejemplo situaciones de desigualdad teórica o real de poder o de riqueza monetaria independientemente de sus causas– para crear antagonismos que rompan los equilibrios existentes de tal modo que las partes se conviertan en enemigos irreconciliables.
La evolución del feminismo inicial hasta sus versiones actuales es un ejemplo de este proceso. Lo mismo ha sucedido con los movimientos industriales cooperativos o no –ignorando que el 90% de las empresas pierden dinero la mayor parte del tiempo o que una empresa solo funciona bien, –en situaciones no monopolísticas–, si en su interior existe verdadera armonía.
La familia clásica –una célula social especializada y eficaz durante toda la historia de la humanidad– es destruida por la misma razón enfrentando a hombre y mujer hasta convertirlos, de ser uña y carne, en enemigos irreconciliables para la ideología de género hoy dominante.
El actual ecologismo convertido en arma de dominación a ultranza es igualmente falso en sus análisis y en muchas de sus soluciones –como es fácilmente demostrable– y lo que ya nos faltaba es que a cuenta de unas humildes viviendas estas fueran demonizadas y usadas para ser arma arrojadiza entre padres, hijos y nietos. Ya tenemos la batalla terminal. Edipo resucitado y apocalíptico,
Todo ello falseando las causas de los problemas y usándolos como arma arrojadiza entre unos ciudadanos y otros. Entre esposa y esposo, novia y novio, padres e hijos, empresarios y empleados, médicos y enfermos, conductores de coches y peatones, cristianos pre y post conciliares, usuarios de lenguas autóctonas o hablantes de la lengua común, etc, etc. Nada se salva.
Y digo falseando causas porque es cierto.
Pongamos el bochornoso caso de los vehículos diésel que los Gobiernos –no los pobres ciudadanos sino los gobiernos socialdemócratas europeos– han fomentado como si les fuera la vida en ello durante los últimos 40 o 45 años. Todos hemos comprado coches diésel homologados, bendecidos e INCENTIVADOS por estos gobiernos.
Recordarán ustedes que, hace apenas 45 años, los vehículos diésel privados en Europa eran INEXISTENTES y en los EEUU igual.
¿Quién ha desarrollado ese mercado europeo hasta casi el 75% de flota diésel y durante muchos años sin competencia extranjera?
Hemos comprado vehículos y productos legales y ahora nos los «expropian» y «penalizan» como si los culpables fuéramos nosotros. Y callamos ante lo que no pasa de ser DESPOTISMO puro y simple.
Lo mismo sucede con las viviendas.
Los mismos gobiernos socialdemócratas que permitieron el desmantelamiento industrial (Sánchez sigue haciéndolo y no parará hasta que se cierren del todo las montadoras de coches) se vieron obligados –para que hubiera alguna actividad no amenazada por la globalización industrial– a «construir» y diseñar burbujas de vivienda como locos o, mejor, como Rodríguez Zapatero, autor de la mayor burbuja constructiva de la historia occidental como es sabido.
¿Y ahora resulta que los culpables somos nosotros?
Por favor, señores gobernantes, un algo de honradez intelectual y de respeto por la verdad.
No dejemos que nos traten como a memos iletrados y sin memoria.
Lo que precede son ejemplos nítidos de las «rupturas sociales antagónicas» que viene creando la Izquierda Gramsciana (ante una Derecha Socialdemócrata) en la línea estratégica definida por los autores citados más abajo que deben ser atentamente leídos. No se arrepentirán de hacerlo.
Así las cosas, el «Partido», dice Gramsci y refuerzan Laclau y Mouffe, podrá crearse aliados tácticos y estratégicos. Una vez rota o sustancialmente debilitada la sociedad privada, los nuevos grupos hegemónicos, ya convertidos en «aliados», nos llevarán en volandas al poder político que será utilizado como instrumento coactivo para consolidar las nuevas hegemonías y crear las condiciones para que el «partido» lidere eficazmente las nuevas tribus dominantes.
Ideología de género, verdismo, nacionalismo fragmentador o identitario, lenguas y dialectos autóctonos contra lenguas comunes y todas las redes clientelares que este proceso Gramsciano va deliberadamente creando para sostener, con fondos públicos, su acceso y permanencia en el poder. Al pie de la letra y pasito a pasito.
Esta estrategia diseñada por Gramsci pero de alguna forma ya «apuntada» por Rosa Luxemburgo y Kautsky, se convierte en «procedimiento» o manual de operaciones de la mano de Laclau y Mouffe en su obra de 1985 traducida como «Hegemonía y estrategia socialista» y es plenamente asumida por el Foro de Sao Paulo y todos los movimientos de lo que se conoce como «Nueva Izquierda» o «Post marxismo» que en España introduce subrepticiamente Zapatero y que, –desde el PSOE, con una escisión de su aparato técnico-ideológico–, termina en Podemos con apoyos directos bolivarianos que hoy ya son plenamente conocidos y públicos.
Invito a los partícipes del blog a leer la obra citada de Laclau-Mouffe y muy especialmente el prólogo y el capítulo IV.
En ellos se certifica que, simplemente, estamos en una lucha para acceder al Poder como medio de vida y que estos ideólogos no tienen más solución para gestionar una sociedad compleja que lo que llaman «Democracia Radical» que va a consistir en la imposición totalitaria y administración de miseria porque, como élite, carecen de cualquier capacidad para crear riqueza. Les basta y sobra con tenerla ellos.
El caso es que al final de este camino están Cuba, Venezuela, Argentina, etc . Laclau y su esposa Chantal vivieron siempre en Inglaterra. Ernesto muere en Sevilla y, que yo sepa, la Sra. Mouffe no piensa volver a los paraísos que propugnan en sus obras.
Obras bien clarificadoras de lo que pretenden: Destruir, no construir.
Saludos cordiales
Encuentro este artículo tardíamente. Es difícil ser políticamente correcto. Evidentemente si es ser políticamente correcto estar de acuerdo con los editoriales periodísticos , es posible que sea lo contrario. O no cuestionar el “generalísimo “ partidista”, o intentar estar de acuerdo dependiendo del vocero y si este pertenece a una u otra corriente política. Es cierto, ser políticamente correcto, es quizás la manera menos comprometida de actuar y de reflexionar sobre el Estado.