
Hasta principios de este siglo, la prensa escrita era el medio más influyente, creíble y respetado, a pesar de la radio y de la televisión. Pero, lo que no consiguieron estos medios, reducir la relevancia y la influencia de la prensa escrita, lo ha conseguido Internet, y especialmente el teléfono móvil, que están acabando con una forma de informar con más de 200 años de antigüedad.
Desde la llegada de los periódicos digitales, las ventas de las ediciones impresas -y en consecuencia los ingresos por publicidad- descienden año tras año. Esto les obliga a reducir los costes, disminuyendo el número de páginas, prescindiendo de los correctores de pruebas, contratando becarios, limitando el periodismo de investigación o reduciendo al mínimo el llamado fact ckecking o verificación de la veracidad de la información, por poner algunos ejemplos. Esto trae consigo un considerable deterioro de su calidad. Los periódicos ya no son lo que eran antes de la llegada de Internet.
Y el proceso parece imparable. Tanto es así que son muchos los que vaticinan que los periódicos en papel llegarán a desaparecer. La prensa del futuro se leerá en una pantalla.
Se podría pensar que lo único que va a desaparecer es el soporte donde se plasma pero no la información, y que los grandes periódicos van a seguir existiendo en su versión digital. Sin embargo, esto no es exactamente así.
La prensa digital tiene problemas de financiación similares a los de la prensa impresa. Obtiene sus ingresos de las mismas fuentes: los ingresos que obtiene de los lectores, los ingresos por publicidad y las subvenciones; con la diferencia de que los lectores digitales están acostumbrados a no pagar y una buena parte de los ingresos publicitarios se los lleva Google, que actúa como intermediario entre el periódico y el anunciante.
A esto hay que añadirle que los ingresos por publicidad están ligados al número de visitas. Y para conseguir más visitas los contenidos deben llamar la atención del usuario y ajustarse al medio en el que se presentan: poco texto, mucha imagen, otra estética, otra forma de leer, un público acostumbrado a YouTube y a las redes sociales. Esto trae consigo que los medios digitales compitan por incorporar cualquier cosa que llame la atención, lo que abre la puerta al sensacionalismo y al espectáculo. Y de esto tenemos buena prueba en estos días de pandemia, donde cualquier cosa que suponga una novedad, una cura milagrosa, un escándalo en la gestión o un acto de heroísmo o reprobable encuentra rápidamente su sitio.
Cualquier día anterior al decreto del estado de alarma, si analizábamos los contenidos de los principales periódicos digitales, podíamos ver que más de la mitad de sus noticias eran intrascendentes (crónicas de sociedad, críticas de series televisivas…), mientras que eran escasos los artículos de opinión, los análisis internacionales, los análisis políticos, los reportajes… Recorríamos cinco o diez periódicos digitales y en todos ellos encontrábamos más o menos lo mismo, cada vez menos cuidado y con peor calidad. Todo ello rodeado o interrumpido con la publicidad personalizada que, en nuestra navegación por Internet, nos hemos encargado de generar. Ahora sucede algo parecido, pero centrándolo en el monotema del coronavirus.
Para remediar esta situación, las cabeceras de prestigio, como The New York Times, The Washington Post, Financial Times, Le Monde, The Guardian, The Wall Street Journal o Corriere della Sera, han empezado a cobrar por las noticias. Igual que se hace con la prensa en papel. Con esta nueva fuente de ingresos pretenden reforzar su red de corresponsales, aumentar las plantillas, invertir en investigación; en definitiva, aumentar la calidad del producto.
Pero, aunque lo consigan, lo que nos ofrece la prensa digital no es un periódico, es otro producto. Para empezar, lo digital es más virtual que material, no es un objeto terminado, no se puede oler ni tocar y lo que contiene cambia con el tiempo, segundo a segundo, para que los buscadores lo detecten como algo actualizado.
A pesar de lo que sugiere su nombre, prensa, no está impreso; sino que se visualiza sobre una pantalla. Así que no se lee, ni se recuerda, de la misma manera. La atención a la pantalla suele ir decayendo a medida que pasan los minutos, no sucede lo mismo con el papel. En pantalla, una noticia excesivamente larga nos impacienta. Más que leer el periódico, el lector digital mira superficialmente las noticias. La pantalla no se presta al análisis en profundidad de los grandes temas.
Para leer un periódico hace falta cierta calma y un entorno apropiado. Dedicamos considerablemente más tiempo a un periódico impreso que a su versión digital. A cambio de este tiempo, los estudios parecen indicar que lo que está escrito en un papel es más real para el cerebro; se procesa, se retiene y se recuerda mejor. Lo impreso da más sensación de permanencia.
En el mundo digital los contenidos son mucho más fáciles de actualizar que en los medios impresos. La noticia se puede ofrecer prácticamente a medida que sucede. En muchos casos incluyendo vídeos y testimonios en directo. Se podría decir que la prensa digital reúne las virtudes del papel y de la televisión. Además de ofrecer interactividad: los usuarios pueden comentar cada noticia y ver publicados inmediatamente sus comentarios. No solo consumen contenidos sino que también pueden producirlos. Y dejar constancia clara de sus preferencias.
Todas estas ventajas aparentes también le otorgan mayor capacidad para influir en los estados de ánimo a través de las emociones. Pensar es un acto aparentemente individual, pero los cerebros se alimentan con materiales muy parecidos. Pensar tiene mucho de colectivo.
Las estadísticas indican que leer el periódico en papel es algo generacional. Los lectores disminuyen a medida que se van muriendo. Ya hay al menos dos generaciones que nunca han comprado el periódico, ni lo han ojeado habitualmente. ¿Para qué, si ya existe el teléfono?
Parece que la futura forma de consumir noticias será a través del teléfono móvil, accediendo a contenidos gratuitos o de pago. No obstante, por mucha que sea la calidad de estos últimos, hay aspectos del papel que inevitablemente se perderán, sin que haya otra cosa que pueda reemplazarlos. Y esto no parece buena cosa.
Hay además otros problemas de fondo. Si la prensa digital acaba desplazando a la prensa impresa, ¿cuáles serán la credibilidad y la profundidad con las que se traten los temas? ¿Vamos hacia un mundo más desinformado y superficial? ¿Van a acabar los periódicos confundiéndose con las redes sociales? Volviendo al coronavirus; la cantidad de bulos y noticias sin verificar que están circulando por las redes ha aumentado de forma exponencial. Lo poco de cierto que se sabe sobre la epidemia queda sepultado por un aluvión de memes, noticias falsas, rumores y mensajes interesados. Lo que llega por WhatsApp llega a más gente y se propaga mucho más deprisa de lo que lo hace la infección.
Debido a la estructura descentralizada con la que se diseñó, parece que Internet se presta a una circulación de la información menos controlada por los poderes, más libre. Pero con el paso de los años se ha visto que esto no es así. Los poderes son poderosos en todos los ámbitos y disponen de más medios para difundir y censurar la información a su antojo.
Es más, lo digital implica una pérdida de privacidad; se sabe perfectamente quién ha leído una noticia, cuándo lo ha hecho y cómo ha reaccionado. Las empresas que poseen estos datos tienen una idea muy precisa de nuestras aficiones, nuestra inclinación política, nuestros hábitos de compra… Hasta tal punto que se puede personalizar un periódico para que coincida con nuestros gustos e intereses o nos induzca a favorecer los intereses de otros.
Frente a estas consideraciones, solo queda esperar que la prensa “seria”, en papel o en una pantalla, sea capaz de seguir siéndolo; de forma que a los usuarios les merezca la pena gastarse el dinero en informarse.
Desde que la prensa fue capturada por los gobiernos respectivos o por intereses ajenos a la información objetiva y real, la prensa se ha convertido en la crónica sesgada de la sociedad y la información es pura propaganda. Si seguimos los hilos de cada cabecera nos podemos llevar una sorpresa con las manos que los sostienen.
Hace poco se hablaba de «confianza» en el mundo de la política de cara a posibles pactos cuando los ciudadanos en general ya no confían en nada. Ni siquiera en sí mismos ya que se les ha hecho depender de criterios, opiniones e ideas cocinadas subjetivamente, cuando no en forma interesada (de un tipo u otro).
La globalización, entre otras cosas, nos ha traído la desaparición de la competencia limpia y leal en el mundo corporativo, sobre todo en sectores de los llamados «estratégicos», donde los oligopolios y la concentración empresarial se convierten de hecho en los verdaderos dirigentes de la vida social. La prensa no es ajena a este fenómeno y su descrédito en España viene dado por su servilismo ante el poder, cuando las señas de identidad del mundo informativo es la crítica del poder.
Pocos son los casos en que se puede recibir una información que no se haya tergiversado, manipulado y cocinado a gusto de la «línea editorial». No existe periodismo de investigación -como se aduce- por falta de recursos económicos, sino al revés, porque han tapado la boca a costa de los presupuestos y, cuando la abren, es para la propaganda «goebbelsiana» que conviene.
En esas estamos desde hace tiempo y, si Dios no lo remedia, estaremos aún peor si la deriva autoritaria sigue su camino.
Un saludo.
Cada vez más medios virtuales, durante éste último mes exigen registrarte o pagar para leer las noticias.
Mentiras entre pequeñas o intrascendentes verdades para disimular y confundir.
Supongo que conocéis el caso del columnista del diario «El Público» César Calderón, cuyo magnifico artículo «Los trucos de Moncloa para sobrevivir la pandemia» de ha supuesto el cese de su colaboración con el diario cuyos hilos dependen de quien ya sabemos.
También reciente ha sido el caso del periodista Fernando Garea, cesado en el dirección de la Agencia EFE por no someterse al poder.
La «prensa del movimiento» está en plena actividad de propaganda y algunos se han prestado (previo pago) a controlar la «verdad» informativa.
Y no se cortan un pelo….. ¿Cómo entonces se pretende que el mundo de la comunicación mediática recupere su dignidad funcional?
Un saludo.
Apreciado Enrique
La prensa escrita, y su versión on line (hablo de las versiones on line de los medios tradicionales, no las nuevas cabeceras) se lo han currao a fondo para estar donde están. En España van un paso por delante en la ignominia. En lo de ir un paso por delante, en lo malo, de lo que sea, va a ser que si estamos en la champions.
No echaré ninguna lagrimita si tiene que cerrar el País, grupo PRISA mediante, cuando al Santander le de venia. Mas bien abriré una botella de cava extremeño. Idem con La Vanguardia (que vive de repartirse gratuitamente en trenes de cercanías.. y demás lugares de tránsito..) para inflar cifras..
En general no echaré de menos a ninguno de los medios de referencia que a principios del XXI y finales del XX se enseñoreaban de la difusisón de la «verdad» en nuestra patria. O sea que habría que añadir, al País y La Vanguardia, otros cómo ABC/Razón, Mundo, El Periódico.. prensas regionales variadas..
Por que si un hueco habían tenido dichos medios para sobrevivir con decoro era un hueco «moral» y no del repartidores de publicidad institucional y de empresas oligopolistas adictas al BOE. He hicieron exactamente lo contrario. Y eso es lo que lastró precisamente su paso al mundo digital.
Yo no voy a pagar jamás por un medio que no me diga de donde vienen sus recursos:
– Cuanto ingresa por suscripciones, y si hay «grandes» suscriptores pues que se los identifique.
– Cuanto ingresa por publicidad y quien se publicita y cuanto paga.
– Y si hay un «otros» que suponga mas del 4% total de ingresos, pues que se detalle también.
Por ejemplo, no me importa que SOLRED o CEPSA se anuncien, pero si quiero saber cuanto se gastan. Así sabré si cuando hablan del precio de los combustibles, que deberían de estar 20 céntimos mas bajos, por boca de quien escriben. Idem con el precio de la electricidad y el peso político de las renovables, o de porque dan tanto crédito al efecto del CO2 en el calentamiento global, etc, etc.
Lo mismo respecto cuanto ingresan por publicidad de la DGT, del 016, de la Agencia Tributaria, de Renfe, del Ayuntamiento de .., de la Comunidad..
Para mi es muy importante saber si el 70% de los ingresos son de publicidad y de quien, o si son de suscriptores y en su mayoría son anónimos y de a uno.
Yo les dedico mucho mas tiempo a ustedes, los que tan excelentes reflexiones nos brindan en esta magnífica web, y a donde no me importaría aportar via Patreon o similar, que a medios mercenarios de los que el 95% de lo que publican es interesado.
Un muy cordial saludo