Hace poco oí en la BBC un programa en el que contaban la historia de un policía brasileño destinado en un escuadrón cuyo cometido, literalmente, era el asesinato de presuntos delincuentes considerados especialmente peligrosos. Relata cómo al principio se veía un héroe patriótico y cómo, poco a poco, se fue metiendo en un laberinto de violencia. Sus actitudes agresivas fueron creciendo hasta que, un día, amenazando a su mujer con la pistola, se le disparó, matándola. Arrepentido, se entregó a la policía para cumplir su penitencia y fue condenado, ingresando en una prisión común donde, como policía, era detestado y amenazado por los demás internos. Su vida cambió radicalmente con la visita de un religioso que enseñaba a los presos la importancia de la cultura y la educación. Empezó a estudiar consiguiendo licenciarse. Unos años después de cumplir su condena, recibió una extraña oferta: se le ofreció dirigir un centro penitenciario en Brasil. Persuadido de la importancia de la cultura en la rehabilitación de los presos, instauró métodos innovadores para ese país, que lo hicieron ser elegido durante varios años como el mejor director de prisiones de Brasil.

No hace mucho tiempo en este blog hemos debatido sobre el difícil asunto de las llamadas puertas giratorias.

Es evidente que si yo tuviera que dirigir un centro penitenciario querría tener cerca a presos rehabilitados que pudieran darme una visión, desde la propia experiencia, de los problemas que se plantean y de las soluciones más eficaces para abordarlos.

La misma Telefónica hace poco ha nombrado como jefe de Datos a un antiguo hacker, que velará por la ciberseguridad de la empresa. Desde luego ¿quién mejor que un hacker para luchar contra los hackers y garantizar la seguridad informática?

Estos ejemplos son trasladables a prácticamente cualquier sector.

Como ciudadano quiero que quien esté al frente de un Ministerio, una Secretaría de Estado, una Subsecretaría o una Dirección General llegue al cargo aprendido y que no aprenda a costa de los ciudadanos. Incluso más importante resulta que estos cargos se rodeen de gente que conozca bien el ámbito material que va a gestionar.

Pero claro, esto choca con el tabú de las llamadas puertas giratorias, a las que hoy se alude en una actitud marketiniana como sinónimo de corruptelas, oscurantismo y tráfico de influencias.

Este asunto es más importante de lo que parece, ya que pone sobre la mesa la cuestión de qué tipo de políticos queremos que nos dirijan.

En el modelo europeo continental, el político suele ser un verdadero profesional de la política que ha hecho carrera desde pequeñito en un partido político y que, por ello, conoce bien los tejemanejes del partido, ha aprendido a elaborar un discurso público políticamente correcto y conoce a la perfección las herramientas del marketing político, es decir, sabe lo que puede decir para quedar bien y lo que, aunque sea cierto y pudiera ser beneficioso su conocimiento, no debe decir si no quiere bajar en las encuestas. Este perfil de político se combina con el otro también habitual del funcionario que tiene vocación de servicio público y conoce cómo funciona la Administración, pero no suele estar curtido en las batallas internas de los partidos ni tiene tanto olfato para percibir hacia dónde apuntan las encuestas electorales. Como señalaba Manuel Bautista en otro artículo, el 70% de los Ministros que ha habido en España desde 1977 no habían tenido ninguna experiencia en el sector privado, es decir, o bien provenían de los partidos políticos o de la función pública.

El modelo de político anglosajón, especialmente en los EEUU, es radicalmente distinto. A los ciudadanos de estos países les resulta un cuerpo extraño lo que aquí tenemos interiorizado como político de profesión. Para ellos, el político es alguien que dedica unos años de su vida profesional a servir a su país, pero que tiene una carrera profesional propia, de la que procede y a la que regresa después de su paso por la política. En general, el político debe ser alguien que haya “triunfado” en su actividad profesional y, por tanto, demostrado habilidades para gestionar lo privado.

Esta diferencia de modelos determina una actitud radicalmente distinta hacia las llamadas puertas giratorias: mientras que en el modelo continental están mal vistas y es frecuente establecer medidas que impidan el tránsito de la política al sector privado, en el modelo anglosajón se contemplan como algo natural.

Por tanto, la decisión entre puertas giratorias sí o puertas giratorias no supone hacer un planteamiento mucho más de fondo, que exige decidir qué tipo de políticos queremos tener.

Es obvio que si a un profesional de éxito, tras dedicar unos años a la política, le dificultamos en exceso el retorno a su actividad profesional, salvo que sea un héroe o un loco, no va a querer meterse en política. Ya es esta lo suficientemente dura, exigiendo sacrificar durante una temporada tu vida personal y profesional, como para que encima te imponga renunciar para siempre a tu actividad habitual. En definitiva, si no aceptamos que alguien pueda estar transitoriamente en política para luego volver a su actividad normal, estaremos reservando la política en exclusiva a los políticos profesionales o a los funcionarios, que siempre podrán volver a su cuerpo de origen.

Reconozco que soy poco partidario de que la política esté copada por políticos profesionales y me gustaría que hubiera muchos más profesionales de otra cosa que decidieran dedicar unos años de su vida al servicio público. No creo en la política como una salida laboral más. Salvo excepciones, el político profesional es alguien que nace, crece y se desarrolla en una estructura cerrada de partido, que se convierte al credo de este y que depende del partido para que lo coloque y lo mantenga. Esto hace de los partidos estructuras cerradas en las que, quienes llevan tiempo dentro, se consideran con mando en plaza frente a extraños que puedan venir de fuera con mejor formación e ideas. Estructuras poco permeables a la sociedad en cuanto que se encuentran copadas por profesionales de lo gubernamental que no tienen vida fuera del partido.

Los partidos políticos y la propia política se enriquecerían con mayúsculas si fueran más porosos a buenos profesionales de la sociedad civil, que, temporalmente, quieran prestar un servicio a su país.

Este modelo más abierto suele criticarse por el peligro de que se cuele en política un “infiltrado” que sólo pretenda, a través del ejercicio del poder público, beneficiar sus expectativas personales, profesionales o empresariales privadas. Es ingenuo pensar que este riesgo no existe. Sin embargo, lo cierto es que el modelo que hemos bautizado como abierto no produce estadísticamente tantas corruptelas como el modelo cerrado de políticos profesionales. Pero es que, además, el riesgo puede corregirse estableciendo un buen sistema de selección de nuestras élites políticas, como el que hemos apuntado en otros artículos, un correcto sistema de contrapesos en ejercicio del poder y una verdadera transparencia pública.

En definitiva, un sistema más fluido, permeable y abierto enriquecería la política, que hoy aparece como coto privado de políticos de profesión y funcionarios. No estaría mal que nuestras élites empresariales, intelectuales y artísticas tuvieran más incentivos para aproximarse, aunque fuera temporalmente, a lo público. El cambio sería radical.

3 comentarios

3 Respuestas a “Puertas que giran y políticos de profesión”

  1. A. Monedero dice:

    Me parece especialmente interesante el modo en que se presenta el tema. En la introducción se menciona la educación y la cultura como algo imprescindible para la recuperación de personas, presos en este caso. La sociedad y por tanto la política, la crean las personas y debería ser obvia la necesidad de elevar su nivel tanto como fuera posible, especialmente el cultural que es el que te permite relativizar y ver con más perspectiva. Te da criterio y te sitúa en el respeto al otro. Te lleva más alla de “ti”. Sin embargo los políticos ni siquiera hablan de ella, no les interesa.
    Las puertas giratorias solo existen como problema importante en sociedades donde el nivel de formación socio-cultural no es el deseable. Piensa el ladrón que todos son de su condición y al final nos entra a todos la paranoia.
    La política como muchas otras actividades, debería enriquecerse y beneficiarse con las aportaciones de diferentes personas, en diferentes momentos, con diferentes cualidades y conocimientos según lo requiriese la circunstancia. En realidad no deberían existir las puertas giratorias, no deberían existir las puertas. Aunque aún estamos lejos de conseguirlo, la política y la sociedad debería ser algo mucho más fluido y más generoso, y en eso la Cultura tiene mucho que decir aunque normalmente no se la escucha.

    1. Sr. Monedero. Muchas gracias por su amable comentario con el que no puedo estar más de acuerdo. En ocasiones en este blog nos hemos centrado en tratar de fomentar la cultura política, cuando el déficit, como usted señala, es de cultura sin más. Por desgracia, cuando la cultura aparece en el escenario político suele ser para instrumentalizarla y ponerla al servicio de intereses partidistas y no con una intención «auténtica» de fomentar en la ciudadanía la curiosidad como antesala del conocimiento.
      Saludos,
      IS

  2. Luis dice:

    Sabemos cómo en EE.UU. después de la etapa educativa es, fundamentalmente, el sector privado quien continúa con la formación y desarrollo de las habilidades profesionales de las personas, para después, ser la Administración o la Política quien ofrece la opción de trabajar para el sector público. Una vez obtenido provecho profesional de estas personas, pueden ser devueltas al sector privado.
    Aquí, el proceso es a la inversa. La Administración o la Política forma y desarrolla las capacidades profesionales de las personas, y el sector privado puede ser quien atraiga y más se beneficie de las personas mejor capacitadas del sector público.
    Creo que para nada puede establecerse una correlación entre personas que trabajan en el sector público o la política con aquellas otras que se dicen con vocación de servicio público o que trabajan para los ‘demás’. En especial, y por lo general, hoy vemos, pues no resulta difícil intuir, como la vocación primordial de los políticos es básicamente ‘el poder’. La psiquiatría o la psicología saben del carácter sicótico de esta adicción, que en definitiva implica, un mirar más hacia lo propio que hacia lo de los demás. Los altruismos que pretenden mostrar aquellos dedicados a ‘lo público’ están más relacionados con exigencias meramente profesionales que con dosis específicas que de este altruismo parecen ‘regalar’ muchas personas.
    Empezando por el hecho de que las expectativas finales que cada uno pone en lo que hace o dice sólo sirve y puede realmente ser juzgado a posteriori, la crítica al modelo que tenemos basada en el beneficio especifico o exclusivo que pueda darse, resulta, por tanto, de una hipocresía y cinismo encantadores.
    Son realmente los políticos, a través del marketing político, los que verdaderamente crean expectativas y se han convertido en los grandes manipuladores de la sociedad. La desafección por la política y las instituciones que tenemos, no ha surgido de la nada.

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