Gotham City, además de la ciudad en la que vive y a la que protege Bruce Wayne cuando por las noches se disfraza de Batman, es el nombre de una misteriosa firma de consultoría y análisis que ahora esta muy de moda, porque acaba de destapar el escandalo de Gowex, una de las empresas tecnologías españolas aparentemente con mayor proyección, a la que ha hundido en bolsa.

La firma que lleva con orgullo el nombre de la oscura metrópoli del hombre murciélago ha demostrado tener mejor información (o ser más capaz en sus análisis, o más honesta…) que el resto de los analistas, y hace unos días publicó un informe en el que valoraba la acción de la firma tecnológica en cero, ya que decía que el 90% de las ventas que declaraba eran ficticias y que los buenos resultados presentados eran tan solo un ejercicio de “contabilidad creativa”, cuando no totalmente falsos.

Nadie sabe quien está detrás de Gotham City. Se les acusa de aprovecharse del impacto de sus informes para hacerse ricos, ya que en el momento de publicar sus análisis las acciones de Gowex se desplomaron. Si los responsables de Gotham City “estaban en corto” en las acciones de esta compañía, es decir, si apostaban por su caída, pueden haber ganado mucho dinero estos días, porque lo cierto es que la misteriosa firma de análisis acertó: poco después de destaparse todo el tinglado, el responsable de Gowex, modelo de emprendedor, confesaba ante el juez haber maquillado las cuentas de la compañía.

La credibilidad de una empresa que cotiza en bolsa es vital, ya que si la gente no confía en ella, en la capacidad de sus gestores o en la veracidad de sus cuentas, nadie tendrá ningún interés en poner su dinero allí; como consecuencia, la acción caerá y la empresa perderá atractivo para los inversores, en un círculo vicioso de difícil salida.

No voy a entrar en si es ético o no hundir una empresa para ganar dinero por el camino, lo que quiero ilustrar con este ejemplo es lo importante que es la “credibilidad” en unos casos y la poca importancia que le damos en otros, o mejor dicho, la poca importancia que le damos en España en otros casos.

El equivalente en la vida pública: un escandalo que afectase a la línea de flotación de la credibilidad del partido en el poder, por ejemplo, no tiene aquí ninguna repercusión.

Como parece indicar el caso de Gotham City mostrando la verdad de empresas como Gowex, cuando nos jugamos los cuartos la información cuenta, lo que podría hacernos pensar que la credibilidad de aquellos en cuyas manos ponemos nuestro dinero es importante: el día que Steve Jobs anunció su enfermedad las acciones de Apple se desplomaron, porque la gente confiaba en su capacidad para dirigir la compañía.

¿Qué es lo que hace entonces que cuando hablamos de la vida pública, de la política, de los que toman decisiones que nos afectan en todos los ámbitos, no solo, aunque también, en el monetario, parezca que todo nos da igual?¿Por qué dejamos que nos gobiernen imputados en procesos judiciales y sospechosos de infringir la ley?

Si bien es verdad que cada vez que se destapa un escandalo de índole política ocupa durante algún tiempo las portadas de los periódicos, sobre todo las de aquellos medios que no son afines al partido político involucrado, lo cierto es que al cabo del tiempo todo parece dar igual, las cosas se olvidan, y tenemos, por ejemplo, al contable del partido en el poder cantando la Traviata desde su celda en la cárcel de Soto del Real sin que nadie parezca prestarle atención.

Cuando, hace ya más de año y medio, se destaparon las acusaciones de Bárcenas por el escandalo de los sobres y de los sobresueldos en B en seno del Partido Popular, afectando a muchos miembros del Gobierno, yo estaba en el extranjero, y lo que todo el mundo se preguntaba allí es cuanto tardaría el Gobierno en pleno en dimitir. Yo me sonreía ante su ingenuidad, y me costó convencer a mis amigos de otros países que aquí no iba a dimitir nadie, porque en España a los políticos les da igual ser o no creíbles, entre otras cosas porque no tiene ningún efecto sobre sus posibilidades de ser elegidos. Lance Armstrong, el ciclista, ha tenido que decir adiós a su incipiente carrera política porque los americanos pueden votar a casi cualquiera, pero jamás votarán a un mentiroso. Aquí, sin embargo, imputados y chorizos reconocidos son elegidos una y otra vez.

Entonces, ¿por qué les votamos? Esa es un pregunta de difícil respuesta, pero puede que sea porque tal y como funciona esto no tenemos mucho donde elegir. Si el gestor de una compañía que cotiza en bolsa no merece nuestro respeto, o no nos parece capaz, no invertimos en esa empresa. No le dejamos nuestro dinero y, si queremos invertir, nos buscamos otra. Pero si, por ejemplo, el ministro que nos impone el PP no nos merece ningún respeto las opciones que nos quedan son escasas.

Es la falta de credibilidad, la falta de ejemplo de nuestros políticos lo que hace que duelan tanto campañas como las del señor Montoro contra la economía sumergida, o contra el fraude en el subsidio del desempleo; no porque no tengan su razón de ser (aunque la mayor parte del fraude, la parte del león, sea el fraude de las grandes empresas y de las grandes fortunas) sino porque estas campañas institucionales, sabiendo lo que sabemos (Bárcenas, Gurtel, ERES, Noos…) me recuerdan un poco al anuncio de Maradona contra la droga.

Sin excluir que pese a las apariencias mediáticas pueden acabar siendo inocentes, algo falla cuando sobre el señor que gobierna un país, aquel que me hace apretarme el cinturón y no deja de pedirme esfuerzos adicionales, ese que lucha contra la economía sumergida para poder recaudar más impuestos, hay muy fundadas sospechas de que ha cobrado durante años dinero negro.

Una de las grandes promesas del Gobierno era la transparencia. ¿En qué ha quedado la famosa Ley de Transparencia?

4 comentarios

4 Respuestas a “¿QUÉ HA SIDO DE LA LEY DE TRANSPARENCIA?”

  1. colapso2015 dice:

    … no siento repetirme, pero lo que escribes es resultado de las listas proporcionales. Pues ni son representativas ni soportan la revocación de mandato, no existe contacto real alguno con el elector. No son los “políticos”. Es el sistema.
    Ni revocable, ni representativo y encima los partidos son órganos (pagados por el) del Estado (la corporación), …, el resultado obvio.

    Como decía Montesquieu que decía Epicuro:
    “Epicuro hablando de las riquezas,– «lo que está corrompido no es el licor, sino el vaso». –”

  2. Loli dice:

    Parece que entre los papúes Kapauku, de Indonesia se organiza la propiedad de la tierra cultivable de forma que el acceso a ésta se controla por grupos de parentescos denominados «sublinajes».

    Cada «sublinaje» se lidera por un «cabecilla», y su autoridad depende de su generosidad.

    De forma que si uno de estos «cabecillas» se manifiesta egoísta, acumula riquezas y no se muestra generoso, su palabra no se toma en serio, pierde credibilidad, y sus decisiones no se llevan a cabo ni se tienen en cuenta.

    Este hombre rico, y a pesar de serlo, además de despojársele de autoridad, es reprendido y condenado al ostracismo (sin perder su fortuna, parece ser).

    Esto, en un grupo social pequeño y cohesionado en función del parentesco, lleva al afectado a tener que cambiar de actitud, o …marcharse.

    En nuestro país, la falta de credibilidad o coherencia de las personas que aspiran a un cargo político, no es indispensable para que sean votados.

    Las listas cerradas y la falta de interés de los españoles en general, en tomarnos la molestia siquiera de indagar sobre los candidatos a formar gobierno, facilitan esa carencia de requisitos importantes para presentarse a unas elecciones.

    Además tengo la impresión de que, el hecho de que en otros países, queramos o no, con más tradición democrática que el nuestro, la simple imputación de «mentiroso» sea causa de su ostracismo político, aquí nos lleva a la hilaridad, cuando no a la mofa.

    Somos una sociedad que utilizamos mucho tiempo y «neuronas», en , por , ejemplo, estrategias futbolísticas. Parte de ese tiempo y de nuestra capacidad intelectiva, la podríamos emplear también en indagar en nuestro sistema político, en cómo funciona, en investigar y ver qué candidatos se ofrecen a gestionar nuestras vidas, relaciones sociales y recursos durante cuatro años, sus trayectorias, sus conocimientos, sus capacidades.

    No es fácil…pero si tenemos neuronas para otras cosas, ¿porqué no para pensar en cómo mejorar la democracia de nuestra «polis»?.

    ¿Serán más demócratas, aunque solo sea en ese aspecto de credibilidad en su generosidad, los papúes de Indonesia?…Igual sí

  3. O'Farrill dice:

    No es un problema de más leyes, sino de cumplir e interpretar correctamente las existentes. Por ejemplo Ley Orgánica 2/1982 de 12 de mayo del Tribunal de Cuentas: «órgano supremo fiscalizador de las cuentas y de la gestión económica del Estado, con funciones de fiscalización externa, permanente y consuntiva de la actividad económico-financiera del sector público y enjuiciamiento de la responsabilidad contable….» etc. etc. Por no hablar de la Intervención General del Estado y otros varios órganos que obligan a una transparencia total hasta que llega un gobierno de cualquier color y considera que todo eso es muy complicado y le impide hacer la «política» que quiere. No hace falta enumerar ejemplos conocidos ni hacer referencia a los que se quedan sin conocer. Se inventa una norma que contradice el espíritu y muchas veces la letra de la que les resulta molesta ¡y a vivir que son dos días! O se saca de la manga los chiringuitos fuera de control institucional.

  4. Loli dice:

    Estoy de acuerdo que no es un problema de más leyes.

    Igual lo que ocurre es que hay tantas… y tan ambiguas.. que necesitan de otras que las vayan matizando, pero sin acabar con esa ambigüedad…y así hasta conseguir un entramado que hace muy difícil su eficacia.

    Por otro lado, tengo la impresión, de que tenemos un enmarañamiento legislativo que, además de enlentecer y burocratizar la justicia, facilita que, mientras tanto, se vayan colando normas que hacen degenerar esas leyes.

    Es posible que tengamos los órganos legislativos suficientes como para no necesitar siquiera formulación de un «Ley de Transparencia».

    El caso es que ésta se ha hecho imprescindible. Hay que preguntarse qué es lo que está fallando.

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