¡Bienvenidos a un combate que hace que los enfrentamientos entre Ali y Frazier parezcan una pelea de patio de colegio entre dos niños con problemas de psicomotricidad! Están a punto de contemplar un combate a muerte entre dos titanes como nunca antes había visto el mundo, dos hombres excepcionales que decidieron amargarse la vejez en una estéril discusión que tuvo en vilo a la Ciencia (que entonces aún se llamaba Filosofía Natural) durante años.
Estamos en 1711 y dos contendientes se disputan el Título: ¿Quién inventó el Cálculo diferencial? ¿Gracias a quién podemos viajar en avión, hemos pisado la Luna, podemos hablar unos con otros desde miles de kilómetros de distancia, poner una lavadora o ver la televisión?
En la esquina derecha, 68 años, con una llamativa peluca, “el Último Genio Universal”… ¡Gottfried Leibniz! Uno de los mayores pensadores de la historia. ¡Una bestia intelectual! Filósofo -con importantes aportaciones en metafísica, epistemología y lógica-, matemático, jurista, e historiador. ¡Un rival difícil en cualquier controversia!
En la otra esquina, 70 años, con el gesto adusto que siempre poblaba su cara, tenemos al defensor del título, el “Científico Más Grande de Todos los Tiempos”. ¡Si amigos!: los especialistas no se ponen de acuerdo en cuanto a quien es el segundo científico más revolucionario: puede ser Einstein, puede ser Maxwelll… pueden ser muchos, pero el trono indiscutible de Mente Más Poderosa de la Historia es para… ¡Sir Isaac Newton!
Aquí le tienen, preparado para destrozar a su rival en la batalla de las ideas.
Que empiece el combate:
Todo empezó en 1696 cuando el matemático francés L`Hòpital escribió el primer libro de cálculo diferencial, en el que reconocía las aportaciones de Newton, pero donde explicitaba que el método de Leibniz era mucho más fácil y rápido de entender, debido a que la notación que utilizaba (que es la que se utiliza hoy en día en todo el mundo) era mucho más simple e intuitiva, dando origen a un cruce de acusaciones mutuas entre los partidarios de ambos genios tratando de dilucidar a quien le correspondía en realidad la invención de las derivadas y las integrales; pero los peones, llegado el momento se apartaron y es en 1711 cuando estos dos titanes deciden subirse al ring para pelear por el título de Inventor del Cálculo.
Cuando a dos bestias intelectuales les da por enzarzarse en una pelea todo lo que crece a su alrededor corre peligro, y pobres aquellos que eligen el bando equivocado. Newton en esa época era, por méritos propios, la estrella más brillante en el mundillo de los filósofos naturales, por lo que cuando la controversia llegó finalmente a la Royal Society, esta tomó partido por Newton, publicando en 1713 un documento (diseñado por Newton casi con total seguridad, pues era muy influyente en la institución) que daba la razón al genio británico hundiendo en la miseria al pobre Leibniz, que murió en otoño de 1714, al poco tiempo de leer el documento en el que se le consideraba culpable de plagio (entonces no había internet y los papeles tardaban un tiempo en llegar de un país a otro), sin tiempo para rebatir sus argumentos.
Pese a que siglos después la controversia sigue en pie, todo parece indicar que los dos llegaron a las mismas conclusiones de forma independiente y que, aunque Newton descubrió primero los principios del Cálculo, Leibniz obtuvo los mismos resultados utilizando otros métodos.
La batalla la ganó en su día Newton, pero a la larga fue el alemán el que ganó la guerra, pues hoy en día es su método el que se estudia y su notación la que se utiliza en todo el mundo. Es más: hay quien dice que los físicos y matemáticos británicos estuvieron por detrás de los del continente durante muchos años debido al lastre que supuso el tener que utilizar la farragosa notación de Newton, en lugar de la Leibniz.
Hasta aquí la historia del combate, pero os he recordado esta historia por dos motivos: el primero, porque me parece muy interesante que la gente recuerde que los más grandes genios pueden también llegar a ser muy casposos, y en segundo término para sacar a colación la edad de los contendientes en el momento de la pelea: en 1711, como ya hemos mencionado, Newton tenía 68 años y Leibniz 65.
El segundo murió, en plenitud de capacidades intelectuales a la edad de 70 años, Newton lo hizo con 84 años de edad; muy lejos ambos de lo que está en el imaginario colectivo impreso como “la edad a la que se moría la gente por aquellos tiempos”. Porque todos pensamos que antes la gente moría muy joven ¿verdad?: ¡pues no!
Newton dijo adiós con 84 años, pero hay casos aún más llamativos, como el de Miguel Ángel, que murió con 89 años o Tiziano (muerto a los 88 años), pese la imagen que tenemos de que, en todo siglo anterior al XX, la gente fallecía, irremediablemente, joven.
Lo que sí es cierto es que, por aquel entonces, la longevidad estaba reservada a unos pocos (que generalmente vivían bien, ninguno de los que he mencionado eran pobres) y hoy en día la longevidad está cada vez más al alcance de un elevado porcentaje de la población mundial, algo que va a cambiar sin remedio el modelo social, para bien o para mal, pero algo para lo que la sociedad actual no está preparada.
Porque el modelo social, al menos, hasta finales del siglo pasado, se basaba en que una persona invirtiese el primer tercio/cuarto de su vida preparándose para vivir en sociedad, pasase después a ser un elemento productivo y estuviese un porcentaje muy importante de su vida criando a sus hijos, y luego se muriese a una edad razonable, sin dar demasiados problemas.
Pero todo está cambiando: cuando la vida media es de, digamos, 70 años, es razonable para un modelo de sociedad como el nuestro trabajar 35 o 40 y retirarse. Es razonable casarse (monógamamente, digo) y tener hijos en la madurez y criarlos durante una parte importante de tu vida… y tus hijos serán importantes para ti, entre otras cosas porque has dedicado muchos años a alimentarlos en todos los sentidos; pero ¿qué va a pasar si, como todo parece indicar, cada vez van a ser más los que van a llegar hasta edades muy avanzadas?
El problema que se presenta no es solo -que también- cómo vamos a pagar las pensiones; sino, en un sentido más amplio, cómo vamos a adaptarnos a una sociedad cada vez más anciana, con todos los cambios de modelo que esto puede implicar.
Un ejemplo: la familia. Ahora un señor de 80 años mira el hijo que tuvo a los 28 y que vivió en su casa casi 30 años y esos años representan el 40% de su vida; aunque solo sea por el tiempo que han convivido juntos, el hijo es importante para el padre y viceversa. Pero si el ser humano vive 100 años el porcentaje se reduce, y si llegamos a los 130 años con un mínimo de capacidad intelectual, el periodo de crianza de los hijos será solo un recuerdo para muchos, cambiando totalmente la forma de interactuar entre generaciones, con las implicaciones que tiene para el modelo de familia.
Por otro lado, las sociedades envejecidas pueden perder empuje, capacidad de adaptación y espíritu de cambio; una capacidad que será imperativa en muchos ámbitos, y que no se si un señor o señora de, digamos 80 años, será capaz de afrontar con el mismo espíritu que alguien más joven.
Por poner un ejemplo: en nuestro tiempo la movilidad laboral suele ser coto privado de la gente joven y a partir de cierta edad no se concibe el cambio de empleo (mucho menos el de profesión), pero en un escenario de aumento de la longevidad el mundo laboral cambiaría totalmente; si la esperanza de vida sigue aumentando, y aunque está claro que hay un límite a lo que un ser humano puede vivir, cada vez un porcentaje mayor de la población tenderá a alcanzarlo, no será viable una jubilación a los 65 -ni a los 70, ni a los 80- y lo más probable es que tengamos que reinventarnos profesionalmente varias veces a lo largo de nuestras vidas: nada de acomodarse en un trabajo cuando ya tienes unos años de experiencia. Aunque solo sea por salud mental tocará desarrollar varias profesiones a lo largo de una vida (si es que los robots nos dejan algo que hacer…).
Y hablando de gente a la que no le gusta cambiar de trabajo: ¿se imaginan un mundo en que los gobernantes vitalicios vivan 120 años? Stalin, Franco o Juan Pablo II seguirían hoy en el cargo, Rajoy sería un recién llegado a la política y a Putin (que tiene ahora 65 años), le quedaría al menos otro medio siglo en el poder….
¿Se imaginan otros 50 años con Putin en el Kremlin?
No sé si prefiero no vivir tanto…
Es frecuente oír, actualmente, la frase de que ahora la gente vive más tiempo, en los países del “primer mundo”, gracias al acceso a medicamentos por parte de los más mayores.
Frase que, si se analiza en profundidad, es como para dejarte bastante perplejo, ya que cuando uno conoce los procedimientos y protocolos que se aplican en cuanto a la prescripción y adjudicación de las medicinas,( sujetos, en general, a principios muy generales y paliativos de sintomatología, sobre todo en lo que a la tercera edad se refiere), la primera imagen que se viene a la cabeza es la de un elefante desorientado y aterrado, entrando en una tienda de fino cristal de Bohemia.
Alguien que esté cercano al mundo clínico de los “ancianos”, no puede menos que pensar que, si se vive más, es a “pesar” de estar “multimedicamentados”.
Porque, puede que, primero, ese aumento de esperanza de vida biológica, esté también influida por otros elementos que no se suelen tener en cuenta, como la adaptación y la elaboración de recursos fisiológicos que un ser humano haya podido desarrollar, a lo largo de su vida, dependiendo de las dificultades de supervivencia a las que se haya tenido que enfrentar, y hubiera podido superar, (con daños colaterales invisibles en el momento, pero que en un momento determinado de ese ciclo vital…terminan por manifestarse, de un modo u otro), y por otro lado, seguimos sin tener en cuenta factores que nos rodean y forman parte de nosotros, como esa materia que no vemos, y a la que la Física ya se está acercando en su posible detección y mesura.
En ese aspecto, tengo la impresión de que existe un importante escalón entre las posibilidades de alargar los años de vida, y de que ese alargamiento vaya acompañado de capacidades, no ya intelectuales, sino cognitivas, a la par.
Eso que denominamos “calidad de vida”, y que resulta, muchas veces, una temible etiqueta para decisiones trascendentes que nos otorgamos, al amparo de una irresponsable actitud ante lo que, y sobre todo desde la Medicina, se desconoce prácticamente al completo: la vida.
El ejemplo del artículo me hace pensar que, podría estar ocurriendo ahora mismo lo contrario de entonces, es decir de la época de Leibniz y Newton.
Parece que personas con posibilidades de una vida más cuidada y sin problemas inmediatos de trabajar para poder comer, dedicaron todas sus capacidades al cultivo del conocimiento, del arte, del pensamiento…. Y que el fruto de esos trabajos quedaron como legados sin los cuales, los avances del ser humano, se hubieran visto, seguramente, mucho más ralentizados.
Ahora, esas posibilidades respecto a una vida menos “dura”, están mucho más al alcance de todos, pero lo que estamos demostrando, al menos en Occidente, es que no la aprovechamos para el “dècalage” que se puede estar produciendo entre las posibilidades de vivir más, y que esa vivencia vaya acompañada de un mayor crecimiento mental, también.
Podemos pensar que eso es imposible, que un avance en años supone también un decaimiento físico y cognitivo prácticamente insalvable, pero la Ciencia está demostrando que no es así necesariamente, que existe la posibilidad de una actitud distinta, ante por ejemplo la alimentación, incluso respecto a nuestras propias expectativas vitales en cuando a deseos y necesidades.
Un trabajo más temprano de nosotros mismos, desde la demanda de que se den las condiciones necesarias para utilizar el tiempo “libre” en nuestro cultivo interior, que irremediablemente es externo también, en pedir conocimiento, arte, y nuevos caminos de pensamiento….
Un trabajo, que igual, de comenzarse temprano, iría rebajando la diferencia que actualmente se observa entre la denominada “esperanza de vida”, que cada vez es mayor, y el estado de nuestras “mentes”, que sin embargo, parece menguar con esa “esperanza”…, en general.
¿Tiene que ser necesariamente así?.
Yo creo que no…, pero quizás tengamos que empezar a fijarnos, o a plantearnos, que esa posibilidad futura, a lo mejor no tan lejana, de poder vivir dos o tres centenares de años, podría llegar desde el acceso a otros ámbitos de nuestra propia estructura biológica, y también de otros elementos fuera de ella, que directamente obviamos simplemente porque no los vemos.
Sobre todo, puede que la disponibilidad a ese acceso, facilitaría pasos muy importantes en nuestro propio funcionamiento biológico, y no se podrán dar sin, primero, reconocer lo que nos limita, y segundo, estar dispuestos a la renuncia de esos aspectos limitantes.
Disponibilidad que, no veo, puedan llegar de la mano del bloqueo que suponen los egocentrismos personales y territoriales, con que estamos regando los modelos sociales que podrían estar propiciando otras cosas.
Sinceramente, no me imagino a un Putin, a un Trump.., como tampoco pudieron un Stalin o un Franco, por ejemplo, aguantando en su biología recambios que borrasen las huellas de su vida.
Quizás puedan llegar a los 120 años, pero no con las capacidades que ahora, aunque sean muy cortitas, se piden para seguir gobernando…
Igual llegar a vivir doscientos o trescientos años, requerirá una actitud más limpia, más honorable y generosa, por parte del ser humano…
El título debería ser «¿Qué harán cuando cumplan 100 años?», porque eso será en próximas generaciones.
Buenas a todos,
Me pregunto, ¿qué aportaremos cuando vivamos 100 años?
Entonces ya no me pregunto sobre que haremos cuando lleguemos a 100, sino que iremos haciendo a lo largo de todo el camino hasta llegar a los 100.
¿Será mas notoria la rigidez mental y los enfoques clásicos, arraigados en el pasado? ¿Una sociedad dominada por jerarcas ancianos, de mentalidad clásica?
O por el contrario, ¿retaremos a la sociedad con una visión constantemente renovada y joven, con la experiencia de haber vivido 100 años?
Es decir, ¿Viviremos 100 años manteniendo el status quo? o ¿Viviremos renovándonos a lo largo de 100 años?
¿Seremos capaces de con 99 años, aprender a cuestionar con frescura la rigidez mental de aquellos que tiene 25 años y que aún no han aprendido a renovarse?
Un saludo,