De 2000 a 2008 el modelo económico de nuestro país se basó en un enloquecido crecimiento del ladrillo, que llegó a su apogeo en 2006, año en que se empezaron a construir más casas en España que en Alemania, Italia, Francia y Reino Unido juntos. En esos años el endeudamiento relacionado con la vivienda llegó en nuestro país al billón de euros, es decir, el 100% del PIB español.
Como era lógico, este modelo reventó violentamente en la crisis de 2008 y desde entonces todavía andamos tambaleándonos, buscando nuestro ser. Simplificadamente -dado que hay otros factores- hemos ido saliendo de la crisis mediante una disminución de salarios, que ha determinado un aumento en la productividad. Sin embargo, esa reducción salarial no ha venido acompañada de una disminución del precio de bienes y servicios, lo que ha supuesto que una buena parte de la población se encuentre en una situación económica precaria. Cuesta llegar a fin de mes y asumir gastos básicos como vivienda, alimentación o vestido.
Obviamente, esto ha provocado el consiguiente cabreo, que se ha convertido en el caldo de cultivo de movimientos populistas, como el independentismo catalán o el auge de los extremismos.
Parece que ahora volvemos a congratularnos del aumento de la construcción de viviendas en 2018, como si el único modelo económico posible fuese un crecimiento desaforado de la construcción durante un periodo, para después volver, como en el día de la marmota, al estallido de la burbuja y a la consiguiente crisis.
En fin, una economía de este tipo, basada en bajos salarios, necesariamente conduce a un mercado laboral cada vez menos cualificado, ya que los trabajadores más preparados y capaces, que aspiren a una mayor retribución, tenderán a irse a otros países donde puedan conseguirla.
Llevamos años oyendo aquello de que debemos apostar por un cambio de modelo y se nos llena la boca hablando de que hay que fomentar la investigación. En tiempos ya de precampaña hemos oído al líder del PP que nos propone competir nada menos que con Silicon Valley. Sin embargo, aparte de buenas palabras (en algunas opciones políticas ni siquiera eso), nada se ha hecho para apostar decididamente por esa aventura.
Para emprender ese camino resulta imprescindible tomarse en serio la reforma universitaria. En los últimos rankings de Universidades, según el que tomemos, solo hay una o ninguna Universidad española entre las 100 mejores del mundo. Aunque podamos discutir la fiabilidad de estas mediciones, lo cierto es que cualquier país que quiera tener un papel relevante en el mundo de la investigación, debe contar con Universidades punteras y con una vida universitaria rica, dinámica y en contacto directo con la sociedad y el mundo empresarial. El tipo de Universidades que atraen el talento de profesores y alumnos y que generan el entorno idóneo para la investigación.
En la actualidad, las Universidades públicas españolas son enormes estructuras burocráticas más preocupadas por proteger a quienes han hecho carrera en la organización que por captar a los mejores en cada ámbito. Y así nos luce: por poner un ejemplo cercano, en la London School of Economics ha habido un buen número de premios Nobel de economía entre sus profesores y alumnos, mientras nuestras Universidades son un erial. Y cualquiera que haya sido estudiante es consciente del brutal impacto que en nuestras vidas y carreras han tenido los grandes profesores que hayamos tenido la suerte de tener.
Por supuesto, para que se produzca el cambio en profundidad de las Universidades es imprescindible que revisemos la consideración social, económica y profesional del docente y del investigador. Si estos tienen un papel absolutamente esencial en el cambio de modelo hacia el que queremos dirigirnos ¿no parece importante que tengan una consideración social equivalente a la importancia de su papel? Y, sí, ya sé que en el mundo en el que vivimos eso pasa en buena medida por subidas de sueldos, difíciles de plantear en Universidades públicas. Pero también es cierto, como se trató en el artículo del blog que os enlazo, que tenemos una inflación de plazas universitarias y que tiene poco sentido que la Universidad sea “gratis” con independencia de los niveles de renta.
En fin, una reforma universitaria ambiciosa debería revisar el tema tabú de la financiación, para mejorar los recursos, y diseñar un sistema en el que prime el talento sobre cualquier otro criterio.
El segundo factor que es imprescindible abordar es el del entramado regulatorio. La obsesión normativa a la que estamos sometidos asfixia la libertad individual, imprescindible en cualquier proceso creativo. El miedo al quebrantamiento y la carga de la burocracia anestesian el impulso individual.
Hace algún tiempo leí que una de las razones por las cuales el sector de las nuevas tecnologías había progresado exponencialmente en los últimos años frente a otros sectores, como, por ejemplo, el farmacéutico había sido la poco tupida regulación de aquel frente a la malla normativa de este.
Es obvio que en un mundo tan complejo como el que vivimos se hace imprescindible una regulación que defina límites claros, pero debe mantener el difícil equilibrio entre libertad y seguridad, de forma que ni aniquile la una ni ponga en riesgo la otra. Nos encontramos en un momento en el que la ignorancia y la falta de contención de los legisladores están paralizando la actividad económica. En España el efecto se multiplica por nuestros 17 legisladores autonómicos.
Y, por último, ¿a qué estamos esperando para implementar de verdad reformas tributarias que animen a las empresas a lanzarse en serio a financiar la investigación y el desarrollo?
El filósofo José Antonio Marina lleva tiempo señalando que España perdió el tren de la Ilustración y el de la Revolución Industrial y que, si pierde el del cambio de modelo en el que ya estamos inmersos, se convertirá en el bar de copas de Europa. Estando en riesgo el futuro de las nuevas generaciones, ¿habrá alguien que apueste en serio por un modelo basado en la excelencia y en la innovación o vamos a seguir “tirando” con el de bajos salarios, ladrillo y crisis cíclicas?
Isaac, posiblemente el error consista en creer en «modelos» o «patrones» que garanticen seguridad de desarrollo a cualquier país. Llevamos muchos años copiando o estableciendo los que nos son impuestos desde las oligarquías del sistema económico mundial y así nos va. Los ricos aumentan su capital mientras la pobreza va creciendo en su amplitud a lo largo y ancho del planeta. La monumental deuda de los estados (de todos) no sé quien la va a afrontar, pero las deudas crean sumisión en quienes las contraen frente a quienes las costean. Estados endeudados es equivalente a pueblos endeudados para siempre.
Con este panorama tratar de buscar salidas es realmente difícil, salvo que surgiera el milagro y la codicia (que no la ambición) desapareciera de estas sociedades orientadas solamente al dinero y al consumo compulsivo de bienes. Ahora, de nuevo, en Davos resuenan los cánticos de alabanza a la «globalización» que nos ha arruinado y ha llevado a las clases medias (las que crean riqueza de verdad) a la desaparición. Con ellas desaparece el estado como tal y sus ciudadanos pasan a la condición de súbditos.
Es indudable que existen recursos en todo el mundo y que todo podría cambiar si nos olvidamos de las ideas imperiales (globalización), para centrarnos en el desarrollo de quien carece todavía de los más elementales medios de subsistencia. Existen recursos siempre que las ayudas del primer mundo no vayan impregnadas de egoismo y estafa al mundo subdesarrollado. Siempre que tales recursos sirvan en primer lugar para los pueblos que los poseen. Pero debemos contar con eso que se llama «naturaleza humana» corrupta y sin escrúpulos que es quien maneja los hilos de la política, la economía y la sociedad, ahora con «ideologías» que nos llevan a la confrontación y la miseria, utilizando para ello los «géneros» o el llamado «cambio climático» (que no es tal).
Por esa razón no solo es cuestión de Educación (que también). Vemos cómo los más y mejor «educados» forman ese núcleo de lo que se ha dado en llamar «Nuevo orden Mundial» porque ahí están sus intereses. Vemos cómo las «élites» (extractivas) se aprovechan de las personas y de su ignorancia que no forman parte de esos colectivos. Vemos como las sociedades se han ido automatizando con notable empobrecimiento de ideas propias y cada vez más dependientes de los «amos». Vemos cómo los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, son simples voceros propagandistas (Goebbels) de las nuevas ideologías y maestros en el adoctrinamiento social.
Por eso surgen los movimientos que peyorativamente se llaman «populistas» pero que son simplemente «populares». Gentes que van abriendo los ojos ante el engaño y la estafa de sus dirigentes, puestos al servicio de intereses bastardos (aunque los revistan de buenas intenciones).
El día que los ciudadanos recuperen sus derechos y libertades reales cercenados por el pensamiento único global, podríamos vislumbrar una cierta esperanza de recuperación de actividades económicas plurales y diversas, dejando fluir libremente ideas y proyectos, sin encorsetamientos fiscales ni administrativos…. Ese día podemos darnos cuenta de que el planeta, la naturaleza y los hombres, pueden convivir sin enfrentamientos ficticios o interesados. Si ese día no se produce, habrá que recordar las palabras del cuervo a la entrada del infierno: «Dejad atrás toda esperanza».
Un saludo.
Algunos creen que China luego de Mao cambió de modelo económico porque el Partido lo quiso (los miembros fuertes del Partido no pasan del 0,1% de los dos tercios de población adulta en edad de trabajar). No, el Partido no diseñó un nuevo modelo. Otros creen que en la Cuba post-Fidel el modelo está cambiando porque Raúl y sus 40 ladrones han querido cambiarlo. No, Raúl no diseñó un nuevo modelo. En ambos casos, los gobernantes se han visto forzados a introducir cambios en su control brutal de la economía, pero por sí mismo el relajamiento del control no ha implicado un cambio de modelo económico —en ningún sentido de la palabra modelo (por modelo Isaac parece entender la estructura de la productiva productiva). Yo prefiero hablar de sistema económico —como en los viejos textos—para centrarme en el papel crítico de la intervención estatal en la satisfacción de las demandas de los residentes legales del estado-nación. Hay muchos motivos para predicar que esa intervención sea mínima pero esta prédica choca con la realidad de la política y por lo tanto con lo que uno puede esperar del gobierno de turno y de cualquier gobierno futuro.
El análisis económico nos ha enseñado cómo estudiar las demandas presentes y futuras de los residentes y las distintas formas de satisfacerlas. Cuando hablamos de demandas no hablamos de lo que la gente quiere sino de lo que está dispuesta a sacrificar para obtener lo que quiere: suponemos que quienes nada tienen solo podrán obtener algo rogando compasión a otros y que los que sí tienen algo recurrirán a la voluntad o la coerción para obtener lo que quieren sacrificando parte de lo que tienen. Hemos aprendido mucho sobre cómo los gobiernos pueden manipular las demandas de los residentes por eso una primera dimensión de un sistema económico es el grado de intervención con el propósito inmediato de cambiar efectivamente las demandas. Solo 50 años atrás, las demandas parecían limitarse a “necesidades básicas”, pero hoy demandamos una gran variedad de bienes y servicios, muchos cuestionados por los santurrones que nos quieren imponer sus preferencias. Más importante, en todos los países, los gobiernos intervienen para limitar unas demandas y promover otras, pero no hay criterios simples que expliquen sus intervenciones.
Cuando hablamos de formas alternativas de satisfacer demandas, reconocemos la creciente complejidad de estas formas. La demanda final de los residentes es satisfecha por un eslabón próximo a ellos —un comerciante, un empleado de comercio, un profesional, un técnico, un empleado administrativo, un burócrata. Tras ese eslabón hay cadenas más o menos complejas, frutos de interacciones entre muchas personas. Hablo de complejidad porque la gran mayoría de esas cadenas se han generado por interacciones espontáneas, adaptaciones a nuevos desafíos, no diseñadas por un gran diseñador; sí, algunos gobiernos han intentado y siguen intentando copiarlas pero con poco éxito —incluso en China. En los últimos 50 años, además de grandes cambios en las demandas, hemos visto grandes cambios en las formas en que se satisfacen las demandas, tanto a nivel de eslabón próximo (el más visible para los residentes en cuanto consumidores finales) como a nivel de las cadenas tras esos eslabones. Los gobiernos siguen intentando controlar —a veces con argumentos racionales, pero generalmente con excusas grotescas— esas formas, incluyendo intervenciones menores como la obligación legal de informar hasta intervenciones extremas en que el gobierno se arroga el monopolio del bien o servicio demandado por los residentes. El análisis de esta intervención puede hacerse de varias maneras, pero cuando el interés inmediato es entender esa intervención o se centra en quienes deben asumir obligaciones legales que los gobiernos imponen a los residentes o en los instrumentos que dan contenido a estas obligaciones legales. A pesar de los muchísimos análisis y evaluaciones de políticas públicas, el análisis de la intervención estatal a nivel de estado-nación todavía está lejos de explicar el grado y la variedad de esa intervención ya que los casos extremos del análisis teórico nunca se han dado y todo indica que nunca se darán (sí, ni siquiera la economía de Corea del Norte puede analizarse como un caso extremo de totalitarismo por su dependencia de China).
Dicho de otra manera, para entender el sistema económico español uno debe entender cómo ha cambiado la intervención estatal durante un período relativamente largo, digamos los últimos 50 años. Por interesante que pueda ser entender cómo se satisface la demanda por vivienda en España, las conclusiones no se pueden extrapolar a cómo se satisfacen otras demandas. Lo mismo vale para cualquier conclusión basada en estudios de demandas específicas. Sí, la abundancia de estudios sobre cómo se han estado satisfaciendo algunas demandas específicas engaña sobre lo que realmente sabemos a nivel de estado-nación. Cuando cambia el foco del análisis, desde una demanda específica a la economía nacional, el punto de partida es el estudio de la política y el gobierno a nivel de estado-nación, algo que nos plantea la pregunta de cuánto sabemos sobre el negocio de la política en general y la gestión de gobierno en particular.