La retransmisión televisada del suicidio asistido de María José Carrasco, enferma desde hace años de una esclerosis múltiple, ha supuesto la irrupción en los medios del delicado asunto de la eutanasia. Y lo ha hecho con un auténtico grito a la cara de todos. Una especie de “Señorías ¡caso cerrado!” ¿O es que no hemos podido ver todos con nuestros ojos el sufrimiento prolongado de una mujer con esclerosis? Su inexorable deterioro ¿Es que acaso no hemos visto en directo el cuidado de su marido cuando le asiste en la decisión de suicidarse?
Este despliegue mediático, presidido por la potencia de las imágenes, ha producido el efecto (buscado o no) de eliminar el debate y provocar una corriente de opinión simplificada y claramente favorable a la eutanasia. Un lamento colectivo de “legisladores hagan algo al respecto”.
Sin embargo, la cuestión es mucho más compleja. Científicamente, sabemos poco sobre la vida y mucho menos sobre la muerte. Filosóficamente, no hemos llegado a asomarnos a los grandes interrogantes entre los que destaca el de cuál es el sentido de la vida. Sin hacer un planteamiento serio sobre estas cuestiones, parece una osadía abordar la legislación sobre la muerte.
En cualquier caso, lo que estaba claro hasta hace bien poco era que el derecho a la vida tenía un carácter sagrado. Así, desde que, tras la II Guerra Mundial surgieron los derechos humanos, sólo de uno de ellos se predicó su carácter absoluto e ilimitado: del derecho a la vida, ya que es el sustrato en que se sustentan y ejercen el resto de derechos, que sin ella carecen de sentido. En palabras de nuestro Tribunal Constitucional, el derecho a la vida es “esencial y troncal en cuanto es el supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible”. Esto está cambiando a marchas forzadas, sin una reflexión y un debate de una profundidad proporcionada a la gravedad del sacrificio del derecho que nos ocupa.
Por supuesto, no se discuten los llamados tratamientos paliativos que pretenden reducir el sufrimiento del enfermo. Lo que está en cuestión es el llamado derecho a morir o más bien el derecho a decidir sobre la propia vida. En este sentido, el Gobierno ha aprovechado la marea del suicidio de María José para volver a sacar a la palestra la proposición de ley presentada en 2018 y que, al parecer, contaría con un amplio apoyo parlamentario (PSOE, Podemos, PNV, ERC y PDeCAT). Esta proposición reconoce el derecho a morir de las personas que sufren graves padecimientos a causa de su enfermedad, incluyendo a los que padecen una discapacidad grave crónica.
Lo primero que hay que decir es que, internacionalmente, el reconocimiento del derecho a la eutanasia es la excepción -en nuestro entorno sólo se reconoce en Holanda, Bélgica y Luxemburgo- y las recomendaciones tanto de Naciones Unidas como del Consejo de Europa apuestan por los tratamientos paliativos. Además, como desarrolla el interesante artículo que os enlazo, los países que la han reconocido se están deslizando por una peligrosa pendiente. Así, en Holanda se ha extendido a personas con sufrimiento psíquico (depresión), a menores de entre 12 y 16 años con graves padecimientos e incluso, a través del Protocolo Gröningen, a “bebés con un pronóstico de calidad de vida muy pobre asociado a un sufrimiento continuo y sin esperanza de mejoría”.
Resulta interesante el papel que os enlazo del grupo de expertos de Naciones Unidas que denuncia que los viejos “a veces son tratados como cadáveres” y que existe una predisposición a “tratarlos como si estuvieran muriéndose con independencia de cómo sea de seria o irreversible su situación actual”; negándoseles el derecho a “recibir el mismo tratamiento que pacientes jóvenes” y convirtiendo así la “predicción de su muerte en una profecía autocumplida”. El papel aplaude la aproximación al problema de la Convención Interamericana para la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores que tiene como finalidad última no tanto “una buena muerte, como una buena vida hasta el final”, reconociendo el derecho a los “cuidados paliativos”, definidos estos como aquellos que “afirman la vida y consideran la muerte como un proceso normal; no la aceleran ni retrasan” y comprenden una “atención y cuidado activo, integral e interdisciplinario de pacientes cuya enfermedad no responde a un tratamiento curativo o sufren dolores evitables, a fin de mejorar su calidad de vida hasta el fin de sus días”.
Evidentemente esta aproximación más “humana” a la enfermedad, la vida y la muerte choca con el planteamiento económico-utilitarista que preside nuestro modelo y que considera como prototipo de persona al adulto en edad y con plena capacidad productiva. Cuanto más lejos nos encontremos de ese prototipo, más difuminada queda nuestra consideración como persona. En los extremos se encuentran el niño, el viejo o el incapaz. Del niño valoramos su capacidad de generar rentas futuras (y pagar las pensiones de los que ahora producen). Ese es su valor. Pero ¿y del viejo, del enfermo crónico o del incapaz que no tienen un pronóstico favorable para generar rentas? Son un coste hasta su muerte. ¿Qué hacemos? ¿Los invitamos a un suicidio compasivo?
Como están proponiendo los organismos de protección de derechos, probablemente habría que abordar una aproximación lo más profunda posible a la vida y la muerte en la que, educativamente, pudiéramos llegar a tener otra visión del ser humano, independiente de su utilidad económica o su capacidad de producir; socialmente, se diera un apoyo emocional, intelectual y sanitario a quienes padecen acompañándolos en la enfermedad; y, políticamente, se fomentara un debate profundo sobre el modelo social hacia el que queremos caminar.
Y quizás con una aproximación de este tipo hacia la vida, María José no habría deseado poner fin a la suya.
Isaac, discrepo profundamente con usted. Los buenos deseos y las buenas intenciones no implican derechos. Si hablamos de «derecho a algo», dígame quiénes tienen «la obligación legal de hacer o no hacer algo». No dudo que todos deseamos vivir bien y por mucho tiempo, pero bien sabemos que para que esos deseos se cumplan, una primera condición necesaria (nunca suficiente) es sacrificar cosas que también nos gustaría hacer o no hacer, y una segunda condición necesaria (nunca suficiente) es la ayuda de otros.
Yo no cuestiono los buenos deseos –acepto que cada uno defina qué es vivir bien y cuánto tiempo querría vivir bien. Sí cuestiono primero que no se quiera aceptar la pobreza de nuestros conocimientos sobre los varios peligros que pueden frustar nuestros deseos y segundo que no hay razón alguna para imponer a los demás obligaciones DE HACER ALGO por nosotros para que podamos cumplir nuestros deseos. Si queremos vivir bien y largo, sacrifiquemos lo que haya que sacrificar para no correr peligros, o para que podamos asumir sus consecuencias, y dejemos de entrometernos con las vidas de los demás imponiéndoles obligaciones legales para que nos ayuden. No seamos negligentes con los peligros y ganémosnos la generosidad de otros para que quieran ayudarnos sin obligación legal alguna.
Y recordemos que hay un trade-off entre vivir bien y vivir largo. Una vez que uno define qué entiende por vivir bien, pronto se da cuenta que condiciona cuánto podría vivir –y viceversa, si tengo 60/70/80 años y quiero vivir hasta los 100 años se que debo sacrificar algo. Todos hemos conocido alguien que quiso vivir «todo=sin sacrificar nada» de joven y no llegó a viejo –aunque muchos envidian a los que tuvieron la suerte de haber vivido «todo» cuando joven y haber llegado a viejo (esto es a una edad en que ya no pudieron gozar «todo»). Una y otra vez nos encontramos con los muchos que quieren tener todo sin sacrificar algo –y peor si hay que sacrificar algo para que ellos puedan tener todo que los demás estén forzados a hacer el sacrificio.
Y si tenemos la mala suerte de que «algo nos golpea» y ya no podremos vivir ni bien ni largo, aceptemos que no tenemos por qué obligar a los demás a que nos ayuden, a que sacrifiquen algo para «mantenernos» vivos por si la fortuna cambia. Mejor asegurarnos que los demás, sobre todo los más jóvenes, aprendan de qué se trata la vida.
Para concluir y para evitar los malentendidos de los virtuosos, nada de lo anterior significa que estoy rechazando que los demás hagan algo para acelerar la muerte de alguien con probablidad cero de volver a vivir «bien» (cualquiera sea la definición de «bien»). Si quiere hacer que lo haga y yo lo aplaudo, pero por favor no pida un reconocimiento especial. Y si el moribundo le pide ayuda para morir ya y decide hacerlo, también lo aplaudo y no pediré que lo castiguen por esa ayuda. Y si decide no ayudar, simplemente me callaré porque no me entrometo en las vidas de los demás. Y si el moribundo pide mi ayuda, las circunstancias condicionarán mi reacción, y cualquiera sea mi decisión no perderé tiempo buscando la aprobación de otros ni rendiré cuenta a terceros.
Hay una afirmación importante en el post que me parece profundamente equivocada. Más allá de mi posición moral en el comentario anterior, en el terreno jurídico es equivocado afirmar que el derecho a la vida alguna vez tuvo un carácter sagrado, y en particular que después de la SGM este derecho ha sido absoluto e ilimitado. NO, NUNCA LO HA SIDO O LO SERA. No puede serlo porque de lo contrario toda conducta humana que pusiera la vida propia o ajena en peligro –por bajísima que fuera la probabilidad– debería ser ilícita. Ni nunca todo ha estado prohibido por haber elevado la vida a valor absoluto, ni nunca todo ha estado permitido porque las normas jurídicas han reconocido la necesidad de contener nuestra maldad, idiotez y estupidez en acciones que podrían poner en peligro la vida. Podemos lamentar fracasos en esa contención, pero la esencia de las normas es ese reconocimiento.
¿Qué implica lo anterior para el aborto y la eutanasia? A diferencia de la argumentación de mi posición moral, un asunto personal, la argumentación de cualquier posición jurídica no puede ignorar el derecho existente y debe ser consistente con las normas jurídicas vigentes. La protección de la vida antes de nacer y antes de morir también está y seguirá estando marcada por los valores que “la sociedad” atribuya a la vida Y al goce de la vida. Las normas cambiarán según sea el balance de esos valores (o la ponderación o el trade-off o como quiera llamarse la consideración simultánea de los valores en juego), pero los cambios no reflejarán la posición personal de ningún miembro de “la sociedad” (algo que por supuesto rechazan quienes consideran a “la sociedad” como manipulada por un grupo secreto de Inhumanos de este u otro mundo).
¿Qué implican para cada uno de nosotros las normas jurídicas vigentes? Ni yo ni nadie (por privilegiado que parezca o pretenda ser) puede cambiar las normas jurídicas con su acción individual. Si en alguna situación rechazara el balance implícito o explícito de valores que da contenido a una norma jurídica y pensara hacer lo prohibido, se que podría tener un castigo, y entonces lo importante es si estoy dispuesto a pagar ese precio si fuera sentenciado por no cumplirla. Si tuviera la suerte de ser privilegiado, quizás nunca sería sentenciado y me resultaría “gratis” hacer lo prohibido. Pero si pensara que muy probablemente seré sentenciado y tendré que pagar el precio que implica el castigo, entonces mi decisión de hacer o no lo prohibido no es distinta de cualquier otra decisión en que debo tomar en cuenta los peligros relevantes.
Por cierto, si mi rechazo del balance de valores en una norma jurídica es “muy fuerte”, en lugar de hacer lo prohibido por la norma en cuestión, puedo hacer lo permitido por otras normas, esto es, predicar para cambiar la norma cuestionada. Hoy unos pocos nos bombardean con sus prédicas sobre el aborto y la eutanasia para cambiar las normas relevantes. Algunos quieren que determinadas conductas hoy ilícitas sean lícitas, o sea eliminar el castigo por hacer algo hoy prohibido. Otros que no haya cambios, y quizás que se aumente el castigo por hacer lo prohibido. Si nos limitamos solo a las personas directamente involucradas —las madres en el aborto, los enfermos terminales en la eutanasia— esos cambios probablemente no tengan consecuencias significativas (poco cambiarán tanto el número de mujeres en embarazos no-deseados debido a su negligencia como el número de enfermos conscientes de que la decisión deben tomarla en el momento del diagnóstico y no dejarla para mañana). Los cambios sí pueden ser importantes para personas indirectamente involucradas, esto es, quienes ayudan en el aborto o la eutanasia y quienes comparten sus vidas con las mujeres embarazadas o los enfermos terminales. En el aborto los más afectados podrían ser aquellos a quienes se les quiere imponer la obligación legal de ayudar y las parejas cuando se los excluye de la decisión de abortar. En la eutanasia podrían ser aquellos a quienes se les quiere imponer la obligación legal de ayudar y las personas que comparten vidas con enfermos inconscientes que no han manifestado decisión sobre cuándo y cómo poner fin a su sufrimiento. Lamentablemente en ambos casos —aborto y eutanasia— los prejuicios heredados de otros tiempos nos engañan sobre lo que está en juego.
El tema de la eutanasia me irrita tanto que no puedo evitar – o a lo mejor podría, pero no me da la gana – ponerme un poquito leona.
Y es que lo veo muy fácil.
Lo único que la muerte necesita para ser digna es que no la administre ninguna voluntad humana, propia o ajena, y por más que se esgriman argumentos (humanitarios) que pretendan justificar el quitar la vida.
Además, si es por voluntad propia y el que lo desea lo tiene tan claro, lo tiene también muy fácil. Que cierre la boca con mucha fuerza y firmemente resuelto a no respirar; y que se mantenga en sus trece pase lo que pase.
Isaac, excelente artículo estupendamente argumentado.
Una vez pregunté en clase, respecto al tema de la eutanasia, a un médico que era el que la impartía, si estábamos tan seguros de que a alguien a quien se le aplica deja de “sufrir”, o inmediatamente entra en un estado de “paz” y “serenidad”, que parece ser lo que se pretende ante una perspectiva de irreversibilidad de su dolencia y de su dolor.
No me supo contestar, pero sí me gané la desaprobación generalizada del resto de la clase, y la terrible pregunta: ¿qué harías tú si fuese un ser querido al que vieses sufrir de ese modo?.
Lo cierto es que el argumento que luego salió a relucir fue el que en realidad también se utiliza en el tema del aborto, cuando las conexiones neuronales, al menos hasta las que llegamos a detectar, no son suficientes como para indicar que se está produciendo una receptividad sensorial, por lo tanto, y eso es lo que me sorprendía, no podemos hablar de “sufrimiento”, claro que tampoco de “felicidad”.
Y parece que esa argumentación basada en la observación bastante grosera y superficial de lo que se ve en apariencia, es lo que se brinda a los legisladores y a la gente, para embarcarles en algo tan peliagudo como es el decidir sobre procesos que nos son completamente desconocidos.
Se sabe que es muy difícil, y no sé sí se ha conseguido, llegar a determinar, con exactitud, cuando las funciones cerebrales que tenemos detectadas en la fisiología, dejan de poder ser observables, y también que eso no significa que no se mantengan durante más tiempo, ya que el problema estriba en que sus frecuencias no puedan ser aún mesuradas, sobre todo desde la práctica clínica, que es eso “práctica”, y no se contempla mucho como “ciencia”.
Por eso se establecen unos parámetros, para poder manejarnos en el tema de la “muerte cerebral”, que serían los que determinarían el momento “real” de la misma.
Hay que saber que son consensos.
Los mismos que permiten la extracción de órganos, una situación de frecuencias cerebrales irreversibles y difíciles de detectar pero que mantienen funciones vitales durante un tiempo limitado de los sistemas orgánicos.
Pasado ese tiempo, ya no se detectan esas ondas….,no se puede, sin embargo determinar con exactitud cuando realmente esa función cerebral desaparece, pero evidentemente lo hace.
¿Qué ocurre mientras con las funciones que mantienen aún con actividad las células del cuerpo?, porque es evidente que mientras ese proceso está en curso, el de la muerte, siguen ocurriendo cosas, de hecho las células de los diferentes órganos siguen produciendo proteínas y haciendo sus funciones, si no sería imposible su valía para donaciones.
Creo que muy poco se estudia el tema, sí que en algunos ámbitos, con poca trascendencia fuera de ellos, como por ejemplo en geriatría, se ha observado cómo, fisiológicamente ante la entrada inminente de un estado agónico…por evolución natural, y si antes en la vida de la persona no ha existido un consumo y abuso de sustancias de esas características, se produce una liberación importante y no conocida en las distintas etapas de la vida, de compuestos mórficos, segregados, seguramente, desde determinados puntos de la corteza cerebral, quizás desde más sitios.
Estas sustancias, entre otras cosas, evitan la sensación de ahogo o asfixia, ante la insuficiencia respiratoria que se produce en esos momentos…es solo una de sus capacidades, y pertenece a nuestro propio funcionamiento orgánico, y su liberación a la sangre en esas cantidades y con esa configuración solo está programada para determinados estados, uno de ellos parece ser el momento próximo a la muerte “natural”.
Bueno, es solo una de las cosas sobre las no se habla apenas, sé que es algo que no solventaría los planteamiento que se están imponiendo al respecto de la “denominada muerte digna”, pero al menos podríamos ver que hay muchas cosas que no se están exponiendo y que se está hurtando a un debate que no debe ser cerrado…
Nos jugamos mucho en ello, aunque no sea más que por pura prudencia sobre qué estamos haciendo, qué leyes primordiales podemos estar violando, y qué consecuencias nos están trayendo, a nosotros…y a los que vengan.
“El desconocimiento de la ley, no exime de responsabilidad al quien la incumple”, es una premisa, y es tremendo, porque a mí me inculcaron, como “regla de oro”, que ante cualquier duda ante un tratamiento terapéutico, siempre elegir el de menor efecto o el considerado de menos efectos colaterales, hasta resolver esa duda…siempre, siempre…la prudencia ante una situación de ignorancia.
¿Cómo no se plantea lo mismo ante algo de dimensiones de la envergadura como es la de la vida…como es la de la muerte?, con tanto cómo se ignora, ¿cómo dar un carpetazo tan negligente diciendo que son debates cerrados?.
Vivimos en un modelo social centrado en lo “aparente”.
La vida de las personas está muy determinada psicológicamente a la necesidad de responder a esa aparente imagen que se nos impone desde las etapas más tempranas de nuestras vidas.
Esa determinación psicológica dibuja las necesidades que se convierten en parámetros de “vida digna”, y que también construyen la “autoestima”, las “decepciones”, los “fracasos”, las “depresiones”…..inclusive si no pasamos por esas “enfermedades”, somos “entes raros”, incluso “insensibles”, parece que es necesario asumir y vivir en todas esas contingencias para hacernos merecedores de ser llamados “civilizados” y “progresistas”.
Asumir y vivir dentro de todo ello, nos lleva, por tanto, y casi de cabeza, también a definir lo que es “digno y lo que no de ser vivido”, todo dentro de un estereotipo de necesidades que dibujan imágenes de lo que debemos ser, de cómo debemos aparentar ser, si se rompe esa imagen, la depresión, la tristeza, el sufrimiento….nos acechará desde todos los puntos de vista, desde todos los puntos desde donde nos observa el modelo social que nos envuelve.
El amor…no se ve…, y cambia actitudes, cambia la forma de percibir las cosas.
Sería tremendo el darnos cuenta que, por seguir la máxima irreal de lo “que no se ve…es que no existe”, estemos conculcando Leyes superiores de la propia Naturaleza, y puede que con ello, prolongando el sufrimiento…aunque ya no exista soporte físico-visual, para verlo, de aquellos a los que decimos ayudar en momentos, a los que nunca, anímicamente, debimos dejarlos llegar.
Lectura recomendada disponible en librerías:
Hay un clásico que todo ciudadano debería conocer: «Seducidos por la muerte» de Herbert Hendin. Dicen que por este libro decidió el TS USA que no había derecho constitucional al suicidio.
También nos conviene recordar cuál es el obstáculo legal al suicidio voluntario asistido. Se trata del artículo 143 del vigente CP. Suiza ya lo ha eliminado y de momento se ha convertido en paraíso también terminal.
Les aconsejo guardar el texto de este artículo porque verán que se omite en todos los debates públicos que sobre la cuestión vayan surgiendo. Hasta que la gente madure y se harte.
Dice el art. 143 lo siguiente:
1. El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años.
2. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona.
3. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte.
4. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.
Nuestro sistema político no sigue los principios morales derivados de las creencias religiosas hoy aún dominantes. Es más, propugna la no existencia de principios morales exógenos en la esfera pública. Fuera del Poder no hay moral. El sistema decide qué es moral y qué no lo es. Algo que, vista la vigente legislación pro aborto, es evidente. Así un polvo poligenérico es sagrado mientras que un ser vivo humano no lo es. Guste o no guste esto es lo que nos dice el sistema en sus códigos.
Por lo tanto el Estado carece, en mi opinión, de base argumental para erigirse en PENALIZADOR de una decisión libre tomada por un ciudadano cualquiera. No hay justificación posible.
En todo caso el papel del Estado podría ser el de Certificar que el Suicida se encuentra en situación de tomar dicha decisión libremente y por lo tanto la procedencia de eliminar el Artículo 143 en su totalidad es evidente. Lo que ahora se discute es solo un caso particular de lo que acabo de describir: Cuando el ciudadano está en situación terminal, con graves sufrimientos y sin sedición.
Pero no es esto lo que «buscamos» –como se dice dentro del»circuito»–.
¿Y Qué «buscamos»?
Muy sencillo:
Hay dos medidas que son necesarias para que el sistema totalitario de poder en el que vivimos se complete y se cierre el círculo.
Digo Totalitario porque lo es: el Poder –independientemente de la ruta de acceso al mismo –es monolítico y total sobre las parcelas más importantes de la vida y de la muerte. Nosotros no decidimos nada y de hecho somos como el ganado de una granja o los ciervos y jabatos de un coto de caza a los ojos del poder que actúa tras los partidos que figuran como sus principales agentes. El poder busca decidir por nosotros y que nuestra decisión no tenga valor alguno sin pasar por sus manos. Big Brother esto ni lo perdona ni lo consiente.
Para Conservar y ejercer dicho Poder han comenzado creando la estructura hospitalaria de los «Comités de Bioética» para DECIDIR la muerte asistida, protocolos de tratamientos, etc, Todo ello para que la decisión final de un ciudadano que «No Ha Decidido» qué hacer a la hora de morirse sea REEMPLAZADA por la de dichos comités hospitalarios públicos. Creo que hasta hay hasta plaza sindical en estos Comités que ya existen.
La Segunda Medida es la idea emergente de un mundo en el cual el dinero sea electrónico. Kenneth Rogoff acaba de publicar hace un año o dos un pasito más hacia la dictadura global: «The Curse of Cash». El poder se lo agradecerá. Un mundo sin dinero en manos de su propietario es un mundo sin libertad. un mundo de «DEPENDIENTES» totales y vigilados constantemente.
Esto es lo que «buscamos», esto es lo que «queremos». ¿O no?
Vivimos y viviremos muchas propuestas en ambos sentidos. Ambas son, en mi opinión, dos trampas a evitar en el camino al Leviatán Total.
Los Paliativos terminales son completamente habituales en la actualidad como podrá comprobar cualquiera que haya tenido pérdidas familiares cercanas desde, al menos, 1970. Aquel año viví la primera y hace ahora un año la última. Por tanto nada más hace falta (caso de suicidio asistido aparte).
Vean nuevamente o lean «Soylent Green» para ver a dónde conduce la Vía Pública actual. En Sylent Green habían añadido el recicleje del contenido nutricional de los Suicidas. Un mundo «Sostenible». Seguro que les suena.
No puedo olvidar casos tenebrosos como los sucedidos con personas de edad en algún hospital de Madrid donde entraron hace unos años por Urgencias y «el protocolo», amablemente, evitó que salieran por su pie que es como habían entrado.
El sistema va a intentar entrar fuerte en ambos campos, lo está haciendo y alistando ayudas y lobbies para ello. Las políticas del PSOE y de C’s esta semana vienen promoviendo activa y silenciosamente el primero de ellos que ya está dispuesto para ser activado cono órgano oficial y remunerado (hoy es voluntario) en cualquier momento. El PP, como de costumbre, calla o no, pero luego hace lo que se le ordena.
Que C’s se meta en estos jardines es sorprendente. Más lo es que se ponga al frente de un entierro y no me va a quedar más remedio que aconsejar a algún amigo hoy en la cúpula que se vaya alejando antes de que le salpique.
Habrá que pedir a nuestro colega O’Farrill que nos explique cómo se ha colado C’s dentro del Liberalismo.
En conclusión: Más bien parece que no se busca mejorar nada para el ciudadano normal. Si se buscase, lo más sencillo sería eliminar los artículos del CP que penalizan el Suicidio y la Inducción al Suicidio. Facilitarlo y dejar que la gente sana decida libremente.
Medios libres no iban a faltar incluyendo garantías notariales de cordura y buen estadio anímico.
Pero lo que se busca es Reafirmar el Poder del Estado sobre vidas y haciendas. Somos Ateos, nos dice el Estado, pero seguimos buscando desesperadamente al Dios Protector en el Estado. El colmo de la estupidez.
Hoy, en España, se suicidan en silencio 11 personas cada día y, claro, buscan mayormente el Tren o el Automóvil como método expeditivo porque el Leviatán se lo Prohíbe. ¿Por qué?
La lógica de la supervivencia del Sistema de Poder, hoy, exige.
1. Actuar sobre los costes terminales de la Vida. Una gran losa sistémica consecuencia del proceso de compra del voto.
2. Controlar el Orden durante el proceso de empobrecimiento de una población crecida y moldeada en la idea contraria: no hay límite al gasto.
Los Partidos –los principales beneficiarios del sistema– están trabajando solícitos en ambas direcciones. Pero no trabajan para nosotros ni mucho menos están dispuestos a darnos la menor libertad.
Buenos días y muchas gracias al Sr. Salama por el artículo.
Estimado Manu: la respuesta a tu pregunta es que el liberalismo es muy adaptable, pide poco y da un cierto prestigio social. Los dos sabemos cómo C’s buscó un espacio que pudiera tener una consistencia y, ya que no existe ningún partido liberal como tal, se lo apropió. Esto le permite pactar con unos y con otros, ser el perejil de todas las salsas y estar siempre en condiciones de ser cortejado. No es una mala estrategia si lo que se pretende solo es el protagonismo resultante.
En todo caso el derecho a una muerte digna cuando las condiciones de «indignidad» humana son relevantes, estaría dentro de la libertad personal de cada uno con independencia de que pueda requerir la confirmación médica o social. Cuando las personas no ven horizonte en sus vidas, se produce el deseo de terminar cuanto antes. Es la desesperanza emocional lo que más condiciona junto con la forma de evitar unos «paliativos» que, a veces, se convierten en lo contrario.
Tanto la cuestión del aborto como la de la muerte digna son muy poliédricas y complejas. Cada caso será distinto y sólo puede tratarse individualmente, todo lo contrario de lo que significaría su tipificación legal.
Un saludo.
Buenas tardes Sr Salama
Excelente artículo y comentarios.
Simplemete añadir la variable económica. Sin esa variable todo lo demás, excepto la voluntad del Poder Leviatánico de ser venerado como nueva religión, cómo dice MANU, donde lo que hay son sinergias.
Olvidénse de la moral cuando manda el dinero. Una gran mayoría de los «eutanasiados» son «viejos».. que cobran pensiones que paga el Estado y gastan en recursos sanitarios que también paga el Estado, incluso en USA..
Y si se tiene que ahorrar .. Curioso mundo donde primero se nos imposibilita ahorrar para tener una pensión sin depender «de» y donde además se nos someta a una sanidad carísma donde gran parte de sus costes se derivan de la aplicación de unso protocolos que luego son los que van a legitimar que nos den matarile.
Cuando digo dinero no me refiero a unos seres de aspecto huraño y avariento que no paran de mirar el índice de S&P, me refiero a recursos que al Poder (o sea el Estado Leviatánico, donde tienen sitio en su mesa esos señores; pero no sólo esos señores) no le queda mas remedio que asignar para que parezca que se ocupa de nosotros.
Un cordial saludo
Tomas Moro, publicó su libro UTOPIA, en 1516.
Además de ser un individuo muy consecuente con su vida, murió en el patibulo por negarse a firmar el acta de Supremacía y aprobar el matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena.
En el libro citado se plantean temas como el matrimonio del clero, el divorcio o la eutanasia, por lo que el planteamiento es muy antiguo.
No quiero decir con esto que su idea sea transpolable a la sociedad actual, pero si seria recomendable revisar algunos conceptos sobre que se entendía por una vida o una muerte dignas.
La vida tiene valor en funcion de como se haya vivido y se viva y la percepción que cada uno tiene de este hecho no es extensible a otras vidas.
Me parece tremendamente dificil hacer balance de una vida para determinar si un individuo ha cumplido su fin ( el que sea este) en ella aunque pudieramos o no alargarla por metodos clínicos.
Independientemente de planteamientos etico-morales, (no tiene el mismo alcance que se practique eutanasia al rey o al papa, que a alguien con menos relevencia social).
Como digo obviando estos planteamientos, creo que atribuirse el conocimiento sobre el dolor y el sufrimiento intolerable e intratable propios o ajenos, sin un debate mas en profundidad del que se esta llevando a cabo me parece una osadía.
Pero lo que ya me suena a risa, es que la aprobación o no de una ley sobre este tema, lo decida el estado.
Solo faltaría que se aprobara la eutanasia por sufragio universal.
Un abrazo
En su obra teatral «Espectros» el dramaturgo Ibsen toca esta cuestión donde la madre es requerida por el hijo para acabar con su enfermedad. El telón cae mientras la madre se debate entre la duda de qué hacer….. y el sol empieza a filtrar sus primeros rayos al interior de la casa.
Hace ya unos tres años, tuve ocasión de ver otra obra teatral (no recuerdo el título ni el autor), en que la madre, durante unas navidades se dispone al suicidio junto a su hijo (afectado por Síndrome Down), al enterarse de que está enferma grave y a su muerte quedará solo…. al final la esperanza triunfa sobre la desesperación.
Supongo que son muchas las personas identificadas con situaciones semejantes pero con distintas circunstancias. Que son muchas las personas que, en uno u otro momento, se han planteado acabar con todo el dolor o la incertidumbre de unas vidas sin futuro…
¿Y la familia? Ese bastión que antes era capaz de hacerse cargo de cualquiera de sus miembros para apoyarlo, cuidarlo y protegerlo…. La familia salvo excepciones ya no existe; ahora es el Estado. Bien a través de centros propios o privados. En unos casos porque muy pocos asumen tal responsabilidad por imposibilidad real de hacerlo, en otros porque, desgraciadamente, ese familiar complica la vida más o menos cómoda de los demás. El Estado además aplica ayudas a la «dependencia» que permiten buscar apoyos externos a quienes puedan necesitarlo…
Lo dicho, es un debate abierto que nunca podrá cerrarse ya que afecta sólo a los sentimientos, la conciencia y a las emociones. Ahí el Estado sólo puede respetar las decisiones individuales de sus ciudadanos….
Un saludo.
Muchas gracias a todos por tan interesantes comentarios, que han dado lugar al debate inteligente que reclamaba el artículo sobre una cuestión de tanta importancia.
Únicamente me gustaría precisar a EB que, en general, los tribunales constitucionales de nuestro entorno han afirmado el “carácter absoluto” del derecho a la vida (por ejemplo en la Sentencia del Tribunal Constitucional español 48/1996, de 25 de marzo, FJ 2). Esta afirmación se entiende como que el derecho a la vida no cede en su conflicto con otros derechos fundamentales “relativos”. Así, por ejemplo, mientras el derecho fundamental a recibir una información veraz puede ceder frente al derecho a la intimidad y a la propia imagen (y viceversa); estos derechos no pueden hacer ceder al derecho a la vida. Por supuesto, como apunta EB en su atinado comentario, el derecho a la vida sí se encuentra limitado por el derecho a la vida de los demás (por eso en el debate jurídico del aborto el caso más complejo es el del riesgo para la vida de la mujer).
Incluso en el debate constitucional sobre el aborto se ha mantenido el carácter absoluto del derecho a la vida (al menos formalmente), que no puede ceder frente al derecho a la libre determinación de la personalidad y a la intimidad personal de la mujer; pero el TC llega a la conclusión legitimadora del aborto afirmando que el derecho fundamental a la vida surge con el nacimiento y que el feto no tiene tal derecho sino que simplemente existiría un interés jurídico (más débil que el derecho) a la protección de su vida. Este interés jurídico sí puede ceder frente al derecho a la libre determinación y a la intimidad personal de la mujer.
Es decir, formalmente el derecho fundamental a la vida sigue siendo absoluto, pero queda “debilitado” mediante la restricción de sus titulares (¿quién sabe si en un futuro a un viejo con vida “indigna” se le excluirá también del derecho fundamental?).
Saludos