Queremos certezas

En las últimas semanas se ha producido una cierta intranquilidad en la población a la vista de las noticias publicadas sobre los riesgos de trombos por la administración de algunas vacunas para el COVID-19 como la de AstraZeneca o la de Janssen.

El hecho de que todo lo relacionado con la pandemia esté en el centro de atención mediática, lo cual no sorprende a la vista de lo que nos está afectando a nuestras vidas en todos los órdenes, no ayuda a ver los hechos con cierta objetividad.

Así pues, según los datos disponibles, la probabilidad de padecer un trombo al suministrarnos la vacuna de AstraZeneca es del 0,001% (1 de cada 100.000 personas vacunadas, aunque hay otras fuentes que reducen esta cifra). De una población teórica de cien mil, según las estadísticas actuales, acabarían muriendo 60 por COVID-19 en caso de no vacunarse, frente a solo 3 en caso de haberlo hecho y a una persona que desarrollaría coágulos sanguíneos potencialmente letales.

Si alguna vez nos hemos entretenido en leer el prospecto de un medicamento hasta el final, habremos podido observar que la cantidad de posibles efectos secundarios de cualquiera de ellos pone los pelos de punta y desanima a tomarlo a cualquier persona que sea algo aprensiva. (Las personas menos sensibles pueden echar una ojeada al prospecto de la aspirina, el paracetamol, el ibuprofeno o el omeprazol, por decir solo algunos, para hacerse una idea).

Por otro lado, cuando comparamos el riesgo de padecer un trombo sanguíneo debido a estas vacunas con el de otras sustancias, aquellas no salen tan mal paradas. Así, según la agencia española del medicamento, la probabilidad de resultar afectado por esta enfermedad, en el caso de las mujeres que emplean píldoras anticonceptivas, es de 90 a 120 casos por cada 100.000. En el caso del tabaquismo se habla del orden de 170-180 casos para el mismo volumen de población.

La conclusión de las agencias especializadas es que, de forma global, los beneficios de estas vacunas para el COVID-19 superan claramente los posibles inconvenientes. Un análisis más profundo, en el que no vamos a entrar en esta ocasión, nos llevaría a hacer un estudio por grupos de edad, en el que habría diferencias relevantes.

¿Existe un riesgo en vacunas? Sí, pero también lo hay en cualquier otra medicina y en cualquier otra actividad de las que habitualmente hacemos, el riesgo cero no existe.

Pero más allá de la discusión sobre las vacunas y sus efectos, en lo que quería centrarme en esta ocasión es en la necesidad psicológica que tenemos de que nos ofrezcan certezas, de que nos aseguren qué es lo que va a pasar (y especialmente qué es lo que nos va a pasar a nosotros).

En estos tiempos, en que la pandemia nos ha puesto en una situación de tensión, se observa, tanto en las tertulias televisivas como en los comentarios con conocidos, que se exige a las autoridades y a los científicos que acierten a la primera, que no expresen dudas y que nos indiquen cuál es la solución a nuestros problemas. Aguantamos mal que nos digan que hay una probabilidad entre cien mil de que tengamos un trombo; porque ¿y si me toca a mí?

Pero la realidad es compleja, no es blanca ni negra sino que está llena de grises, está formada por probabilidades de que nos ocurra una cosa u otra. La ciencia avanza a golpe de experimentación, de teorías que triunfan y otras que acaban por desecharse porque se demuestra que no responden a la realidad y, en ese camino, se dan muchas contradicciones y equivocaciones, por lo que no deberíamos pretender que la ciencia “llegue a conclusiones finales a la primera”, de hecho la historia demuestra que todas las teorías científicas son válidas solo provisionalmente, hasta que hay otra teoría que la desbanca ya que se demuestra que es más exacta.

En el ámbito político, esta falta de certezas nos lleva a un mayor sectarismo y a dar mayor credibilidad a aquellos políticos que expresan afirmaciones categóricas. Se tiende a pensar que los que plantean incertidumbres o bien están inseguros y no valen para darnos soluciones, o bien nos están mintiendo. Una democracia madura sería aquella en la que la que los ciudadanos asumen la incertidumbre y toman sus propias decisiones responsablemente.

Lo cierto es que estamos en una época de incertidumbres. Más allá de la situación actual de pandemia, si nos comparamos con generaciones anteriores, es verdad que hay una mayor inestabilidad laboral, que la tasa de divorcios es cada vez más alta, que las cosas están cambiando tan rápido que un elevado porcentaje de los puestos de trabajo del futuro tendrán poco que ver con lo que nuestros jóvenes están estudiando hoy en día, etc.

Ante esta situación de incertidumbre, hay básicamente dos posturas a tomar: la de aferrarse a lo conocido y la de adaptarnos buscando una parte positiva (o posible al menos) en todo ello.

La actitud de resistencia al cambio nos lleva a intentar mantener a toda costa nuestras costumbres y nuestras creencias de toda la vida. Esto conlleva, por ejemplo, lo de solo prestar atención a aquella información que nos confirma nuestras opiniones anteriores. Cuando digo prestar atención me refiero no solo a leer o escuchar los medios de comunicación afines a nuestro pensamiento, sino a dar credibilidad solo a las noticias y opiniones que concuerdan con la nuestra. En este sentido las redes sociales tienen un efecto perverso, según ya comenté en otro artículo, ya que seleccionan de manera automática aquello por lo que en el pasado nos hemos sentido más interesados mostrándonoslo de forma preferente. En una sociedad tan polarizada como la actual estas actitudes son desafortunadamente cada vez más corrientes.

Los viejos refranes españoles de “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. “virgencita, virgencita, que me quede como estoy” y tantos otros reflejan claramente nuestra preferencia por tener certezas, por no cambiar y que todo siga exactamente igual. Nuestro cerebro está diseñado para buscar patrones de certidumbre, para adelantarnos al futuro y saber lo que va a pasar. Nuestra mente se siente cómoda en el ámbito de lo previsible y de las opiniones firmemente asentadas. El poder decir “ves, ya te lo dije” nos provoca incluso una cierta sensación de superioridad.

Las creencias nos generan una sensación de certidumbre y se construyen desde la parte racional del cerebro. Las vamos alimentando y reforzando con las experiencias y las referencias que tenemos. El problema está en cuanto nos llegan nuevas evidencias que contradicen nuestras creencias previas, que hemos consolidado tanto que consideramos ya parte de nuestra personalidad. Hay que preguntarnos si estamos lo suficientemente abiertos de mente para dejarlas entrar y poner en duda lo que pensábamos antes.

La época de confinamiento durante la pandemia y las limitaciones que todavía subsisten están suponiendo una dura prueba para todos. Algunos se han amoldado en la medida de lo posible y han encontrado incluso algunas ventajas en el hecho de poder trabajar desde casa, en estar más con la familia o tener más tiempo para leer. En el caso de personas más sensibles o aquejadas de enfermedades, la cosa ha sido más dura.

Cualquier situación de incertidumbre o cambio nos debería llevar a adaptarnos a la misma, a buscar lo que nos puede ofrecer de nuevo y positivo. Se dice que hay un proverbio chino que te desea que “Ojalá vivas en tiempos interesantes” y creo que actualmente vivimos tiempos de este tipo. La sociedad está cambiando de forma acelerada impulsada por los cambios tecnológicos, la inseguridad laboral, el desprestigio de las instituciones y de la clase política así como la paulatina desaparición de creencias inmutables (ya sean de carácter religioso o ideológico). Todo esto hace que haya importantes dudas sobre cómo debemos actuar, pero también nos ofrece oportunidades de crecimiento.

En cualquier caso solo tengo una certeza, y es que la vida merece la pena mirando cara a cara a la incertidumbre y a la aventura de lo desconocido. ¡Buen camino!

3 comentarios

3 Respuestas a “Queremos certezas”

  1. O'farrill dice:

    Galbraith ya anunció «La era de la incertidumbre» allá por los años 70. Toffler lo llamó «La tercera ola»… Totalmente de acuerdo en que el individuo ha buscado siempre certidumbres o «riesgos controlados» en sus actividades. Es una cuestión instintiva, de sentido común. Por eso los poderes que lo saben ofrecen seguridad incluso a cambio de libertad. Es más, probablemente la «seguridad» sea lo que hace que se vote a unas formaciones u otras en los sistemas democráticos porque es un término muy amplio que abarca desde la salud al trabajo o al empleo. Los refranes no andan muy despistados cuando así lo proclaman sin que nadie los haya contradicho.
    Como el artículo va de la tan manida pandemia y sus vacunas (que no son tales aunque así se las denomine), por mucho que se esfuercen los medios oficiales en proclamar los beneficios de la misma y se saquen estadísticas más o menos cocinadas para su aceptación sumisa, no se puede negar a nadie que tenga opinión propia nacida de la propia responsabilidad.
    En todo caso voy a dar algunos datos del propio INE sobre el número y la causa de defunciones a lo largo de los años, ciñéndome a los anteriores a la pandemia del SARS CoV-2 (una enfermedad respiratoria, según nos dicen):
    En el año 2015 hubo en España un total de 422.568 muertes (51.848 enfermedades del sistema respiratorio); en 2016 hubo 410.611 (46.812 del sistema respiratorio); en 2017 hubo 424.523 fallecimientos (51.615 del sistema respiratorio); en 2018 hubo 427.721 defunciones (53.687 del sistema respiratorio). La mayor tasa de muertes está ligada al sistema circulatorio y a los tumores que sobrepasan ampliamente en ambos casos las 100.000 muertes anuales.
    Con respecto a 2019 el INE parece no tener datos que sigan el esquema anterior (podemos preguntarnos el porqué) y aparecen muertos con supuesto Covid 19 hasta la actualidad (14 meses) un total de 77.591 fallecidos. No aparecen ya las enfermedades respiratorias en los datos publicados para «enero-mayo 2019 y 2020» : 231.014 fallecidos de los cuales 32.652 se asignan 32.652 a «Covid-19 virus identificado», 13.032 a «Covid 19 sospechoso», 13.015 a «enfermedades isquémicas del corazón», 11.317 a «enfermedades cerebrovasculares» y 9.284 a «demencia». Como verán no hay otras causas de enfermedad.
    Parece claro que, según estos datos oficiales, se ve la pandemia de forma diferente en sus resultados. Otra cosa es el número mayor o menor de contagios que -afortunadamente- no han llevado a la muerte.
    La pregunta es: ¿porqué los años anteriores nuestra salud y nuestras muertes no tuvieron tanto interés mediático?
    Un saludo.

  2. Loli dice:

    Cuando miramos el prospecto de cualquier medicamento, digamos corriente, normalizado ya para tratamiento de distintas sintomatologías y/o patologías, estamos leyendo todos los posibles efectos secundarios, o no deseables, aunque el porcentaje de los mismos sea de un 1% o mucho menos.

    Y ¿por qué?, bueno, pues entiendo que:

    Primero, porque responde a un blindaje por parte de las industrias farmacéuticas ante cualquier demanda al respecto, es decir, cuando accedes a un medicamento con su correspondiente prospecto, aunque haya sido prescrito por tu Sistema de Salud, también estás realizando una especie de “consentimiento informado” particular al hacer uso de él.

    Segundo, ese prospecto se ha podido completar tan minuciosamente debido a todo el tiempo que se ha utilizado y que ha permitido ir reportando toda clase de efectos a través de la denominada “farmacovigilancia”, ya sea desde organismos institucionales como directamente privados y/o dependientes de ambos.

    Los medicamentos digamos “más novedosos”, los que han salido al mercado recientemente, también llevan su correspondiente prospecto, como por ejemplo los denominados “de última generación” como podrían ser determinados tipos de antibióticos, antidepresivos etc…, que salen al mercado después de pasar una serie de fases experimentales con los tiempos marcados.

    La actual terapia contra el SARS-CoV2 ya sea en forma de “vacunas” más al uso, o directamente con una nuevo abordaje de tipo “´génico”, se realiza en fase aún experimental debido a la urgencia del momento, como así lo expresan las farmacéuticas que lo fabrican y sacan al mercado, manifestando este hecho a los compradores, haciendo aparecer en sus prospectos todas las indicaciones de uso y haciendo constar que, al estar en fase experimental, no han podido comprobarse todos los efectos que, en una situación normalizada, se hubieran ido recopilando en el tiempo estándard estimado para la puesta en circulación de este tipo de “acciones terapéuticas”.

    Es un matiz importante a la hora de comparar la lista de efectos secundarios que asumimos de medicamentos conocidos a los recién llegados, y encuentro engañoso que se comparen ambos sin tenerlo en cuenta.

    Con esto quiero decir, que, efectivamente, estamos acostumbrados a vivir bajo certezas, eso es evidente y esta crisis ha venido a poner patas arriba ese “paragüas”, pero me temo que, también a poner sobre la mesa una verdad incómoda, que es, a mi modesto entender, que toda vivencia requiere asumir un riesgo y que seguramente ambas cosas, vida y riesgo, forman una tándem que requiere de la elevación del nivel de consciencia para avanzar, y que, quizás, esa premisa forme parte del impulso evolutivo del hombre.

    Si la presente crisis sanitaria hubiera encontrado, como así debiera haber sido, por lo menos en lo que toca a los países desarrollados, simplemente porque teníamos las circunstancias y los elementos para que así fuera, a una sociedad avanzada, con unos niveles aceptables de responsabilidad y por lo tanto mucho más independiente de las “certidumbres” y de los poderes que basan su autoridad en proporcionarla, si se hubiera topado con una sociedad abierta a aumentar su consciencia, y por tanto, también su responsabilidad, seguramente los resultados hubieran sido muy diferentes, al menos, en cuanto a la creciente y continuada pérdidas de libertades, que, poco a poco, o quizás, mucho a mucho, están viniendo para quedarse…igual que el Covid y su virus causante.

    1. Francisco Díaz-Andreu dice:

      Hola Loli.
      Efectivamente, esa necesidad que muchos sienten por tener certezas a toda costa, nos lleva a que se acepten con mucha más naturalidad pérdidas de libertad. Es el consabido binomio de seguridad – libertad. Hay una tendencia a sacrificar la libertad para dotarnos de una mayor seguridad.
      Como dices, toda vivencia implica asumir un riesgo y además significa amoldarse a la realidad, aunque no responda a nuestros esquemas mentales previos. Y esto nos lleva a una mayor libertad, a ser libres para cambiar de opinión y elegir en cada momento lo más adecuado a las circunstancias actuales.

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