Retablo de la Virgen de Sijena, 1367-1381
Supongo que la historia es de todos conocida, pero por si acaso la resumiré. El Monasterio de Sijena data del s. XII y tuvo un papel destacado en la historia de lo que hoy es Aragón y Cataluña. En 1936, al comienzo de la guerra civil, fue incendiado, perdiendo buena parte de las obras que guardaba. Josep Gudiol, comisario de la Generalitat de Cataluña para el patrimonio artístico, consiguió rescatar algunas de ellas. Tras restaurarlas, fueron llevadas en 1940 a Cataluña. En 1997, el Gobierno de Aragón inició la batalla judicial para recuperarlas. Finalmente, el pasado 11 de diciembre, por orden del juez, se entregaron a Aragón 44 de las piezas en litigio.
Era evidente que la decisión del juez iba a incendiar el ambiente político en Cataluña, en plena campaña electoral. No obstante, aunque se hubiera producido en cualquier otro momento, tampoco habría sido un asunto pacífico. No solo porque afecta a Cataluña y Aragón, con una larga historia compartida y cuajada de encuentros y desencuentros, sino porque, en general, este tipo de conflictos son habituales en cuanto se trata de bienes de prestigio asociados a un pasado histórico de “grandeza” por parte del país o región que los perdió.
De hecho, estamos acostumbrados a que los gobiernos utilicen sus competencias en el ámbito de la cultura para construir la visión que más les conviene sobre el pasado histórico de sus respectivos territorios. Desde los nacionalismos más viscerales hasta los regionalismos más “inofensivos”, casi todos intentan manipular lo que se va conociendo sobre sus respectivos pasados. Tan acostumbrados estamos que ya hemos perdido la capacidad de escandalizarnos ante lo que es un abuso descarado. En todo caso, este asunto nos permite hacer algún comentario sobre la política cultural que debería subyacer a la determinación de los gobiernos por recuperar su patrimonio histórico.
Tomemos un poco de perspectiva y recordemos que España está configurada por un territorio con una larguísima historia. Desde los primeros restos conocidos, con más de un millón de años, hasta el presente, han debido ser muchísimos los pueblos que lo han vivido. Quien más y quien menos habrán dejado aportaciones interesantes para comprender cómo y por qué hemos llegado hasta aquí; por tanto, serán innumerables los restos valiosos que estarán ahí, esperando a ser recuperados.
Cualquier política cultural que se precie tendría que estar decidida a recuperar y conservar esos restos y a fomentar la investigación para poder ir desvelando el sentido de sus aportaciones a nuestra historia. Sin embargo, no es lo que vemos.
Es cierto que muchos de ellos estarán bajo tierra en el campo, bajo los cimientos de muchas de nuestras ciudades o vete tú a saber dónde. Pero otros están ahí, a la vista, deteriorándose con el paso del tiempo y ante la ignorancia, la desidia o la falta de medios de las instituciones competentes. Este país está plagado de huellas materiales de nuestro pasado en situación de abandono. Eso sí, cada vez que salta la noticia de que una pequeña ermita románica o un poblado ibero ha sido expoliado, todo el mundo se escandaliza.
Por tanto, es obvio que una política realmente comprometida con la cultura lo primero que tendría que plantearse es dotar de los presupuestos apropiados a las instituciones responsables de la conservación y recuperación de nuestro patrimonio histórico. Pero, además, habría que exigir a esas instituciones que dispusieran de proyectos concretos para recuperar y restaurar todos y cada uno de los restos conocidos. Y auditarles después en la ejecución de los mismos.
Sorprende, por ejemplo, que se debata tantísimo sobre las inversiones en grandes obras de infraestructura y, sin embargo, no se preste atención al estado de deterioro en que se encuentra la enorme cantidad de yacimientos o restos arqueológicos que tenemos por doquier.
Pero demos un paso más. Bueno, demos un salto de gigante. Supongamos que todos los gobiernos que tenemos en España (municipales, autonómicos y nacional) cumplieran con su responsabilidad y recuperasen todo el patrimonio histórico de su competencia. La pregunta sería: ¿y después qué? Ya sé que llegar a este punto sería un sueño. Vale, pero insisto, ¿después qué? ¿Hay más cosas que hacer?
¿A todo lo que debe aspirar una política cultural como Dios manda es a tener los yacimientos, o construcciones históricas, restaurados, y los museos repletos de objetos tras lustrosas vitrinas, para que los miren los pocos visitantes que se acerquen a curiosearlos? Mientras se va avanzando en ese aspecto, ¿no se deben hacer más cosas?
Por ejemplo, ¿cómo y quiénes deben contextualizar esos restos, interpretarlos (ofreciendo las diversas versiones existentes y no solo la oficial) y facilitar su asimilación por el gran público? ¿Cómo se consigue que la progresiva recuperación de ese patrimonio histórico sirva para estimular el interés de los ciudadanos por profundizar en su conocimiento sobre el pasado de estas tierras y sobre el modo en que se fue forjando el presente? En definitiva, ¿cómo se consigue que todo ese trabajo de recuperación de nuestro pasado sirva de verdad para aumentar y enriquecer la cultura del conjunto de nuestra sociedad? Porque este es el auténtico desafío, no se nos olvide.
Así que, una vez que el Gobierno de Aragón ha recuperado el tesoro del monasterio de Sijena, no debería limitarse a exhibirlo en ese monasterio o en un museo cercano. Porque, si fuera así, su “victoria” apenas habrá servido para aumentar la cultura de los aragoneses, que es lo que debería ser el fin de su política cultural, y este largo pulso con Cataluña no habría sido más que un medio para ganar votos; en definitiva, un ejemplo más de populismo barato.
Interesante artículo que invita a reflexionar sobre las artes, grupo en el cual hace mucho tiempo no está la política.
Las Artes no pertenecen a esos limites . Qué tal que el Louvre tuviera que devolver la Mona Lisa a Vinci o el Prado La Anunciación a Fiesole. Y eso causará alborozo a los políticos de uno u otro bando.
Produce melancolía la ignorancia de los políticos