Es de sobra conocido el dato del progresivo envejecimiento de la población española. Con una esperanza de vida de 83,6 años (la más alta de la UE) y una preocupante baja tasa de natalidad de 7,4 nacimientos por cada 1000 habitantes (la más baja de Europa).
Esto nos lleva según el INE a un índice de envejecimiento de 129,17%, es decir más de 129 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16. Esto contrasta con el valor de este índice en 1984 que era del 46,7%, lo cual nos deja bien claro que la tendencia en los últimos años ha sido hacia un mayor envejecimiento y todo apunta a que estos valores seguirán aumentando en los próximos años.
Esta situación plantea una serie de problemas cruciales para el país ya que afecta a la sostenibilidad del sistema de pensiones, a la necesidad de reforzar el sistema sanitario y el de ayuda a la dependencia, entre otras cuestiones.
Por otro lado, la edad media de jubilación en España está en los 64,5 años, un año por debajo de la edad ordinaria fijada por la ley, y todos conocemos que un número importante de empresas ofrecen prejubilaciones a edades más tempranas (muchas veces en la forma de un despido para que el Estado se haga cargo, vía prestaciones del paro, de hacer el puente hasta que pueda acceder a la jubilación oficial). En algunos sectores se están produciendo éstas con cincuenta y pocos años.
Aparte de las jubilaciones, quedarse en el paro con una edad superior a los 55 años supone un problema importante dada la dificultad de encontrar trabajo de nuevo; de hecho, según el informe #TuEdadEsUnTesoro de la Fundación Adecco, un 40% de los responsables de Recursos Humanos admite descartar directamente las candidaturas de mayores de esta edad..
La pregunta es si nos podemos permitir el lujo de prescindir del talento de las personas mayores. En mi opinión, ni podemos ni debemos hacerlo.
En primer lugar porque los datos que he mencionado anteriormente nos ofrecen un panorama futuro de asfixia de las cuentas de la Seguridad Social por falta de cotizantes. La pirámide de población va a provocar que el número de trabajadores veteranos sea cada vez mayor. Un estudio de la Autoridad Independiente de Responsabilidad fiscal (Airef) citado por el BDE, indica que en 2050 habrá solo un trabajador por cada jubilado, mientras que en 2019 había algo más de 2 cotizantes por cada pensionista.
Estos datos nos indican que el sistema va a necesitar un incremento en la participación en el mercado laboral (y por tanto en la cotización a la Seguridad Social) de los mayores.
En segundo lugar es un desperdicio de recursos no aprovechar la experiencia de aquellos que conocen bien su oficio y que, en el momento de mayor conocimiento acumulado, se les expulsa del mercado laboral. Siempre me ha sorprendido la brusquedad con que, al jubilarse una persona, se pasa de estar un día con plena dedicación a la empresa, a la mañana siguiente en que su aportación pasa a ser nula.
Tanto desde un punto de vista psicológico personal como del interés para la empresa, considero que sería más lógico que, en la mayoría de los casos, la desconexión de lo laboral fuera paulatina, de manera que el interesado tuviera tiempo de irse adaptando a la nueva situación y buscarse ocupaciones alternativas siendo, para la empresa, una manera de aprovechar la experiencia atesorada por el trabajador.
La presión del día a día y la responsabilidad sobre los resultados son generalmente lo que más pesa en la carga de trabajo de una persona y lo que más le estresa, por lo que habría que buscar mecanismos para liberarle de estas tareas y dedicarle a aquellas cosas que, siendo importantes, no queda habitualmente tiempo para hacer. Estoy hablando de la reflexión estratégica a largo plazo (hacia dónde debemos ir), de la revisión de sistemas de trabajo y procedimientos que optimicen la gestión, de la formación y mentorización de los más jóvenes, etc.
No en todos los trabajos es posible esta alternativa ni todas las personas estarán interesadas en ello, pero en muchos casos sí y se debería facilitar tanto por las empresas como por la legislación laboral y el sistema de pensiones. Actualmente la legislación dificulta y desincentiva enormemente estas opciones, lo cual va en contra del interés global en un futuro cada vez más cercano.
La fundación Instituto de Empresa ha emitido un informe (Intergeneracionalidad: oportunidad de innovación para la empresa y la sociedad) en el que aboga por la colaboración intergeneracional como manera de aprovechar el talento y la energía de las personas maduras a la vez que esto tiene efectos positivos en la salud de las mismas, que ya de hecho es mejor que en generaciones anteriores y por tanto están en condiciones físicas de asumir ese rol.
Creo que no se valora suficientemente la riqueza que supone el intercambio entre generaciones, tanto para los jóvenes como para los mayores. Nos es familiar lo positivo del trato de abuelos con nietos, pero no se es consciente de lo beneficioso que puede ser en otras edades y contextos.
También ha tratado extensamente el tema la Fundación Adecco y la Fundación SERES en su Libro Blanco sobre la Gestión del talento sénior en España.
En dicho libro se hacen distintas propuestas de mejora de la situación entre las que destacan las estrategias de diversidad, equidad e inclusión. En ellas están las de la mentorización de jóvenes por veteranos (y la mentorización inversa mediante la que el joven enseña nuevas tecnologías a los mayores), los planes de acogida liderados por séniores y el voluntariado corporativo.
Uno de los objetivos del libro es dar recomendaciones a la administración pública para que prevea planes específicos en esta área ya que todavía no los hay. Uno de los temas pendientes más importantes es el facilitar la inserción laboral de los veteranos e incentivar la prolongación de la vida laboral, sea parcial o totalmente, apostando por modelos más flexibles que permitan compatibilizar la labor profesional con el cobro de la pensión. Otros son impulsar el aprendizaje permanente (necesario para la inserción laboral) y fomentar los contratos de relevo vinculados a la jubilación parcial.
Para el interesado supone asimismo un cambio de actitud ya que se va a encontrar un mercado laboral diferente, que va a requerir el esfuerzo de una nueva formación (especialmente en competencias digitales) y la necesidad de vencer la resistencia al cambio.
Algunas propuestas se apuntan ya en el documento recientemente publicado por el gobierno “España 2050. Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo”.
En el capítulo 5 se analiza el desafío de adaptar nuestro estado de bienestar a una sociedad más longeva. Se indica que “España deberá apostar por la tecnología, rediseñar parte de su Sistema Nacional de Salud, asegurar la sostenibilidad y suficiencia de su sistema público de pensiones, y lograr que las personas en edades avanzadas tengan una participación cada vez más activa y satisfactoria en la vida económica y social del país. La forma en que concebimos la vejez y la división entre el trabajo y la jubilación también tendrá que cambiar, algo que no solo beneficiará al Estado sino también al conjunto de la ciudadanía”.
También se indica que “La vejez del futuro no será la vejez del pasado. Comenzará mucho más tarde, será más dinámica, y no estará tan asociada a fenómenos como la inactividad o la dependencia. Eso significa que, si hacemos los cambios institucionales y culturales necesarios, en las próximas décadas, la tasa de empleo de los españoles y españolas en edades avanzadas podría aumentar considerablemente y por voluntad propia”
El documento es cierto que incluye la necesidad de aprovechar la experiencia de los mayores y contiene ideas necesarias para el futuro. Ahora habrá que ver si se desarrollan convenientemente y se concretan en hechos reales.
Hace algún tiempo, en un hospital público importante y dentro de la dinámica de una Unidad de Cuidados muy especializada, ante el éxito de los programas de formación continuada que se prodigaban a los trabajadores sanitarios, de todas las categorías, en esa unidad especializada se estuvo abrazando la idea de incorporar dicha dinámica formativa dentro de la propia jornada laboral.
Era así que se llegaba a barajar la posibilidad de reducir las horas “a pie de cama” en la unidad para profesionales como los de Enfermería, que tenían que tener una gran especialización en técnicas complejas y en instrumentación propia de la singularidad de esa unidad, para que parte de esa jornada se dedicase a una formación y actualización mantenida y continuada por parte de otros profesionales de más nivel, como médicos o trabajadores especializados de otras áreas relacionadas, como personal enfermero de probada experiencia, mérito y autoridad, e inclusive con personas de categoría laboral más baja, pero de probada reputación, competencia en su vida laboral, como para haber acumulado una importantísima y valiosa experiencia en esas Unidades de Cuidados altamente sensibles.
Se planteaba así reorganizar las “planilla” para mantener siempre el personal necesario en la atención de las camas y poder realizar las sustituciones sin problemas.
Resultaba inviable, claro, el personal, en todas las categorías siempre trabajaba por debajo de los “mínimos” acordados, y las libranzas, vacaciones y bajas no siempre sustituidas, y si lo eran, por personas que venían de fuera de esa Unidad, y también del propio hospital, sin contacto reciente con este tipo de trabajo, a los que había de enseñar deprisa y corriendo los más elemental…
Siempre me llamó la atención encontrar muchas veces a personal de enfermería, en este caso, con edades avanzadas en cuanto a su vida laboral, y sin, lo que se daba en denominar: “plaza fija”, esto es funcionario por oposición y plaza “en propiedad”, pero con una dilatada experiencia laboral a sus espalda aunque no siempre dentro del circuito público, realizando trabajos verdaderamente agotadores con un importante sobreesfuerzo físico y psicológico en la plantas hospitalarias de la Sanidad Pública, bajo contratos temporales de verano, fiestas o bajas, y considerando una suerte, encima, poder acceder a trabajar para la Administración, y acumular…puntos, ya sea para una jubilación más honrosa económicamente, o acariciando la idea una oposición que permitiera unos últimos años laborales más desahogados en cuanto a precariedad profesional.
Naturalmente, la propuesta esbozada al principio del comentario no pasó de ser eso, prácticamente un especulación utópica…pero se había llegado a plantear.
Curiosamente, sin embargo, llegué a comprobar, que uno de los escollos más importante para una mayor flexibilidad del personal en esos aspectos, residía precisamente en los Convenios Laborales que regían el sector, y en las dificultades devenidas de todos aquellos privilegios asignados desde estos convenios a un montón de actores contemplados en ellos, que a veces poco tenían que ver con el trabajo que pretendían regular.
Así, teníamos que, para alguien “propietario” de su plaza, automáticamente y sí así lo deseaba, podía, por edad, y simplemente solicitándolo, acceder a puestos más burocráticos dentro de la profesión, y dejar el “campo de batalla” del trabajo «en planta».
No ocurría esto con otros profesionales que careciesen de esa “propiedad”, su “plaza fija”, aunque acreditasen un bagaje superior tanto en experiencia como en conocimientos, si su vida laboral había transcurrido fuera, en ámbitos “privados”, o distintos a los considerados «públicos».
Me pregunto cuánta gente acreditada, que podría aportar experiencia, conocimientos, valores, que podría estar preparando y manteniendo cursos formativos de forma contínua dentro de la propia jornada laboral y aumentando la excelencia de todas las categorías de la profesión en su trabajo diario, si se liberaran de trabas administrativas, burocráticas muchas veces no alienadas en interés de la actividad del sector que se pretende regular, sino del mantenimiento de privilegios y privilegiados muy ajenos al mismo.
Se me ocurre que, aún dentro de la dificultad del ejemplo con el que abro mi comentario, una parte sustancial de los problemas que acarreaban la propuesta, la falta de personal para asegurar la continuidad de los cuidados mientras una parte asiste a esa formación continuada, quizás se podría abordar con el acceso a la preparación de esos cursos, de personas preparadas para impartir sus conocimientos, pero con las condiciones físicas más mermadas para el esfuerzo físico y mental que requiere el trabajo práctico.
Sería necesario idear caminos, formas o métodos de recoger uno montón de gente, de experiencia insustituible, para regular y hacer accesible esa experiencia a esos circuitos profesionales internos de determinados sectores.
Entiendo que lo aquí expuesto no deja de ser un ejemplo y quizás una especulación, más que una reflexión, al respecto.
Sin embargo no dejo de pensar que, de cambiar profundamente actitudes como las que se plantean en el artículo, podría no ser algo tan inaccesible, o tan lejano a nuestras posibilidades reales actualmente.
Hola Loli. El ejemplo que pones es perfectamente aplicable a lo que he intentado indicar en el artículo. Hay ejemplos similares en todos los sectores, lo que pasa es que hay que hacer un esfuerzo de imaginación y creatividad para ponerlos en marcha en cada caso. Hay además mucha gente que estaría dispuesta de buena gana a ofrecer su experiencia, incluso con poca o nula compensación económica.
El problema está en cuanto las trabas legales, ya sea por legislación laboral o por la correspondiente a la prestación de pensiones, dificultan o impiden este tipo de acciones. Muchas veces la gente acaba por arrojar la toalla y quedarse tranquila en casa.
En esto la administración tiene que poner remedio. En primer lugar para aprovechar ese conocimiento acumulado, y en segundo porque nos va la viabilidad del sistema de pensiones a medio plazo en ello.
Es un hecho que en todas las especies los «senior» lo tienen crudo. Son desplazados de los grupos sociales para ser sustituidos por sangre nueva con más poder físico y, supuestamente, mejor preparados para enfrentar los problemas de convivencia y supervivencia por haber sido instruídos por los mayores para ello. Luego se retiran habiendo cumplido su misión a morir en paz cuando les llegue la hora.
El mundo de los humanos ha tratado de corregir con la Cultura tales circunstancias, dándose la paradoja de que, cuanto más primitiva es la Cultura del grupo, más respeto hay por sus mayores, por sus consejos y por sus experiencias.
Por el contrario, «matar al padre» se ha convertido en una cuestión freudiana en el mundo occidental. El simple hecho de la edad ya supone un serio inconveniente en las relaciones sociales, profesionales y familiares de nuestras sociedades. Todas ellas quieren creer que el mundo ha empezado con los jóvenes y a ellos se rinde todo tipo de pleitesías, olvidando mientras tanto a esos «senior» y dejándolos a su suerte (tanto en el ámbito familiar, como en el profesional). El resultado suele ser nefasto en cuanto a resultados.
Hace bastantes años colaboraba con una gran consultora en cuya plantilla no se aceptaba a nadie con más de 35 años. Esa era la edad de uno de sus jefes de departamento que, en las reuniones de trabajo, utilizaba una pequeña libreta de notas ante la rechifla de los demás dotados con el consiguiente «portátil» de la época. Pues bien, la cuenta de resultados final daban la razón a la libreta de notas, mientras algunos portátiles iban desapareciendo (los despedían) por falta de resultados.
Hoy día seguimos en el culto juvenil, mientras se desaprovechan las aportaciones de los mayores. Un emprobrecimiento social que pasa factura.
Un saludo.
Hola O’Farrill.
Totalmente de acuerdo en que se desperdicia el potencial de los mayores.
Huyendo de extremismos, ni se puede desaprovechar el conocimiento de las personas de más edad, ni se debe despreciar lo que aportan los más jóvenes: impulso, ilusión, nuevas formas de plantearse los problemas, etc.
La virtud estaría en que supiéramos aprovechar lo mejor de los dos mundos trabajando conjuntamente. Y esa cooperación es la que no se está fomentando suficientemente y considero que, más allá del ámbito familiar, se debería hacer un buen uso en el ámbito empresarial y social.
Esto supone un esfuerzo no solo por parte de los jóvenes (en los que a veces descargamos toda la responsabilidad) sino también por parte de los séniores. Deben éstos hacer un esfuerzo por acercarse al punto de vista de los jóvenes y aprender las nuevas tecnologías, a las que aquellos se adaptan de forma natural. A veces la comodidad de quedarse en lo ya conocido impide progresos en esta área.
Muchas gracias por su respuesta. Todos hemos sido jóvenes y hemos creído que el mundo y la historia empezaba con nosotros. Después «la juventud es una enfermedad que se cura con los años» se nos hace patente.
Pero no es cuestión de edades cronológicas, sino de edades mentales. Por mis actividades teatrales he estado muy cerca de los jóvenes que querían ser «artistas» y llegar a crear un personaje teatral….. pero sin trabajar demasiado, sin soporte intelectual, sin vocación real en definitiva…. acaban monologando con ellos mismos….o ante sus familiares y amigos.
La primera vez que estuve al frente de una empresa pionera en España (y en el resto del mundo), en la primera entrevista con un profesional «senior» tuve que oír: «me fiaría de ustedes si tuvieran el pelo blanco». Luego los hechos demostraron no sólo los conocimientos que en esa época ya teníamos, sino la responsabilidad profesional y empresarial de nuestros trabajos. Llevaba desde los catorce años trabajando.
Pero respetaba, admiraba y estudiaba a los magníficos «senior» de la época (una pérdida que se trata de consumar con las «memorias» falsas).
Con más de sesenta años era asiduo a un local en Lavapiés donde se leía poesía y se hablaba de literatura, junto a unos jóvenes estudiantes en su mayor parte de Filosofía (otra llamada a extinguir) o Arte Dramático, con edades entre 18/25 años. Nunca me sentí «en corral ajeno». Siempre aprendí de ellos porque ellos también aprendían de mí. Ya existían las tecnologías, pero eran vistas como deber ser: como simples herramientas que, en su primera época provocaron la frase: «un burro con ordenador, siempre será un burro».
Por eso y algunas cosas más que están en mi vida, relativizo mucho ese obsceno «babeo» por las máquinas que les quitan empleo, conocimientos, posibilidad de vivir sin depender de ellas… Porque les están convirtiendo en adictos, irresponsables y nuevos fieles de liturgias que son en su mayor parte puro camelo para crear dependencia, doctrina y anacrónicas religiones.
Un cordial saludo.