Este año no tengo vacaciones, así que solo me queda soñar con ese momento ideal veraniego que desearía vivir. Cierro los ojos con melancolía y dejo volar mis pensamientos por una playa casi desierta en la que un grupo de amigos bastante guapos charlamos y reímos mientras vemos las olas morir y resucitar en la orilla. Mis amigos me presentan a un hombre encantador y atractivo que casualmente se fija en mí (casualmente no, claro, el sueño es mío) y cautivado por mi belleza (que en este caso es muchísima) se me acerca y me ofrece dar un paseo sobre la arena.  Hablamos, nos reímos, y cuando menos me lo espero (aunque me lo espero un poco porque me lo estoy inventando yo), me besa coincidiendo JUSTO con el comienzo de los fuegos artificiales de las fiestas del pueblo (muy bonito el pueblo). Reímos por el susto inicial, nos abrazamos para terminar de verlos y volvemos al grupo de amigos guapos donde todos ríen… O sea, ríen por algo, no es una panda de desequilibrados que se ríe sin más, no, ese no es mi sueño. Y charlamos y nos miramos iluminados a la luz del fuego y… Un momento. Estoy describiendo un anuncio de cerveza. ¿Cómo es posible que los creativos de una agencia de publicidad sepan exactamente cómo es mi sueño? ¿Acaso se han metido en mi cerebro? Y si mi sueño está en un anuncio, ¿será también el sueño de todo el mundo? ¿Cómo de auténtico es un sueño que compartimos todos? ¿Es posible que todos tengamos el mismo sueño? Y es entonces cuando uno descubre que lo que está persiguiendo simplemente responde a una situación idílica consensuada y colectiva que nos han ido inoculando a través de la publicidad, el cine y la literatura. Y aunque esto ya lo sepáis, la conclusión es demoledora: Nuestros sueños no son nuestros.

Por eso empiezo a desconfiar del mensaje que llevamos escuchando desde la infancia (Disney ha hecho mucho daño): “Persigue tu sueño”. Quizá valga la pena perseguir un sueño, pero que sea nuestro. Porque perseguir una situación que no nace de ti solo puede llevarte a la insatisfacción permanente. Y un día, en la playa, rodeada de amigos, ese hombre atractivo y encantador te besa, pero no hay fuegos artificiales y en vez de entregarte a la pasión, te entregas a una absoluta decepción.  “Esto no era así”. Y aunque todo sucediera según lo planeado en el anuncio, lo que estarías viviendo sería un esquema diseñado por otros que probablemente no tenga nada que ver contigo, ni con tus deseos más profundos, ni con tus necesidades, ni mucho menos con lo que tu biología sueña para ti.

Lo grave es que esta tendencia es perfectamente trasladable a todo lo demás que creemos nuestro. Hay quien mataría por defender sus ideales, principios o sueños sin intuir siquiera que todos esos valores no le pertenecen. Me atrevería a decir que ni siquiera muchos de nuestros pensamientos nos pertenecen, sino que se instalan en el cerebro tras escucharlos día tras día a lo largo de la vida hasta que creemos que forman parte de nuestra identidad.

Pero necesitamos creer que somos libres, y reivindicamos nuestra libertad constantemente con slogans de otros. Reivindicamos una libertad que tampoco es la nuestra sino la que nos han incitado a reivindicar.

¿Cuántos de los objetivos que perseguimos son realmente nuestros y cuántos inducidos? Quizá no sea importante saber cómo el entorno enriquece o intoxica nuestros sueños, pero sí lo es saber que nuestra identidad está por encima de lo que pensamos. Y sobre todo, que no somos solamente lo que pensamos, porque de ser así, en este momento todos seríamos la misma persona. Solo recordando esto, dejaríamos de temer no tener opinión sobre algunas cosas, o no tener la razón en todo momento, o reconocer nuestro desconocimiento, o llegar incluso a cambiar sin miedo de opinión.

Ojala pudiéramos entender que somos mucho más que un conjunto de doctrinas que repetimos casi hipnotizados, movidos por la necesidad de afianzar una personalidad inventada. Y no creo que en sociedad uno pueda sobrevivir sin inventar una personalidad, pero al menos inventémosla bien; inventemos algo que despunte entre tanta trashumancia ideológica, algo que nos libere de este rebaño que acaba pastando siempre donde alguien quiere que pastemos y encima creyendo que la pradera la hemos elegido nosotros.

¿Cómo discernir entre lo que nace de nosotros y lo que nos han inoculado? Probablemente, prescindiendo de una idea preconcebida de cómo debería ser nuestro futuro. Confiando más en lo que desconocemos y menos en los frutos de nuestra especulación. Sacando el valor hacia la improvisación en vez de refugiarnos en el pensamiento único. Dejando de encorsetar nuestros días en función de un objetivo estático. Poniendo algo de nuestra parte para permitir que la vida nos sorprenda, porque quizá la vida tenga algo preparado mucho mejor que un anuncio de cerveza.

8 comentarios

8 Respuestas a “Todo por un sueño”

  1. Adam Smith dice:

    Bárbara, en mi larga vida he conocido muchas personas que predicaron y predican su discurso de este post. Como yo, estas personas tuvieron la suerte de que sus circunstancias fueron favorables para querer y poder romper con el pasado, más por buscar un futuro distinto (no digo mejor) que por rechazo del legado recibido en la niñez y la adolescencia.

    Hoy, cuando miro para atrás, me doy cuenta primero que la prédica de muchos de ellos no pasaba o pasa de una simple justificación frente al resto del mundo de su frustración por no haber sido capaz de siquiera haber imaginado una alternativa posible. Y segundo que la prédica de otros se tradujo o traduce o en un encierro financiado por parientes y amigos (modernos Franciscos de Asís) o en una forma de ganarse la vida que saca provecho de jóvenes rebeldes siguiendo las normas que hacen posible otros mercados (caso de muchas ONGs, o peor de muchos empresas comerciales disfrazadas de agentes culturales).

    Hoy, cuando miro para adelante, en particular cuando hablo con mis nietos, me doy cuenta que la prédica (es decir, eso que generalmente llamamos educación y usted llama inoculación o inducción) debe centrarse más en la razón que en la emoción porque la primera puede iluminar y la segunda oscurecer los límites de nuestras capacidades. Sí, Disney nos hizo emocionar mucho y no razonar lo suficiente, pero peor han sido los Nerudas, esos que intentaron o intentan emocionarnos para vendernos a los Stalin, a los Che, o algún otro tirano (aprovecho para destacar que muchos de los frustrados mencionados en el párrafo anterior terminaron vendiéndose a tiranos).

  2. Alberto Donaire dice:

    En mi larga vida he conocido muchas personas que predicaron y predican el mismo discurso con que usted responde a este post, señor Adam Smith. Convendrá conmigo en que, por virtuosa que pueda llegar a ser la razón, no se la debe confundir con la inteligencia, ni a la experiencia con el resentimiento, esa amargura que acaso nace de un ego frustrado por no haber sido capaz de inteligencia suficiente como para que la razón, conjugada con sentimiento y capacidad de aventura, iluminen el camino del pensamiento hacia el descubrimiento de espacios más anchos, luminosos y complejos que los ofrecidos por el modelo imperante, hacia paisajes de la consciencia donde la muerte ya no produce temor; un modelo que mata la resurrección para otorgar carácter de divinidad a los argumentos economicistas que obligan a adorar la supervivencia en la lucha de clases como el paradigma máximo.
    No obstante permítame el comentario de que meter a Stalin, a Neruda y a Ernesto Guevara en el mismo saco no parece una proposición surgida de un razonamiento demasiado iluminado.

    1. Adam Smith dice:

      Usted cree que hay un modelo imperante que lo limita en sus esfuerzos por buscar otros caminos. Yo no. Yo creo que hay límites a nuestra búsqueda pero no debido al modelo sino a nuestras limitaciones naturales, limitaciones que aclaro no están distribuidas igualitariamente. El cuento del modelo imperante puede que sirva para calmar las conciencias de quienes han dejado de buscar. Nunca antes en la historia, tantos han tenido tantas oportunidades para buscar un camino propio y vaya que duele saber que cualquiera sea el camino elegido –incluso la renuncia a seguir buscando– no será fácil, que habrá mucho sacrificio por delante. Sí, sacrificio de cosas que uno valora pero que no pueden tenerse por buscar otras que valoramos más (quizás le sirva de consuelo saber que en las etapas de nuestro ciclo vital, lo que debemos sacrificar o por lo menos el valor que le atribuimos a las cosas sacrificadas cambia).

      En algunos países, nuestros límites naturales se agravan por la tiranía de unos pocos y a veces de grupos grandes pero raramente mayoritarios. Neruda cantó a los tiranos de su gusto, en particular a Stalin y el Che que asesinaron masivamente para acceder y gozar del poder. Muchos otros también lo hicieron, pero su ejemplo es clarísimo y contundente, y el hecho de que hoy muchos fracasados sigan adulando a Fidel Castro y otros similares pero sin cantarles (supongo que por un mínimo de vergüenza) no cambia la historia.

  3. No nos precipitemos, señor Smith, mi posición no es la que usted sugiere. Y si he dejado esa impresión con mis palabras sin duda se debe a la precipitación por contestar a su comentario primero. Nada más lejos de mi pensamiento y de mi actitud vital que la rebeldía y la reivindicación. Por el contrario, opino, quizás como usted, que nuestras limitaciones naturales dibujan los perfiles del modelo en que vivimos y que la condescendencia con ellas unida a una complicidad social basada en una pesadilla de limitaciones compartidas, lo convierte en emperador totalitario. Creo firmemente por tanto que no sólo es una opción, sino la responsabilidad principal de cada cual ampliar las fronteras de su capacidad.
    El artículo de Bárbara nos recuerda que la mayor parte de las ideas que creemos nuestras, y desde luego absolutamente todas las ideologías a las que nos pudiéramos adherir vienen diseñadas desde la intención de generar referentes a base de reforzar nuestras limitaciones, precisamente para mantener activas las fronteras del modelo. Que cuentos como el de las izquierdas y las derechas está escrito con la sangre y la estupidez nacidas de unas limitaciones capacitivas demasiado evidentes para discutirlas.
    No me gusta Neruda como poeta, ni su panfletarismo político, ni creo en la guerrilla, fusil en mano, como método para acabar con «los malos», y menos en las guerrillas diseñadas por la CIA.
    Pero por favor, no compare a un asesino en masa como Stalin con Ernesto Guevara. Estudiemos con rigor su figura, más allá del icono creado a lo POP por las agencias de publicidad y propaganda del American Way of life.

    Gracias.

    1. Adam Smith dice:

      En su pequeño mundo en que le tocó vivir, el Che fue peor que Stalin. Por suerte para la humanidad, no pudo hacer carrera política en su país de origen (que es el país donde viví mis primeros 25 años) y por extranjero no pudo cumplir su sueño de dictador en algún país pobre y pequeño de AL. Sólo pudo ser un vulgar mercenario de Fidel (sí, Fidel lo manejó porque siempre controló el financiamiento de sus campañas militares).

  4. Loli dice:

    El corazón tiene motivos que la razón no entiende.

    Esa razón aún en pañales, caprichosa y llena de deseos inmediatos a la que es fácil argumentarle vidas imaginarias y sueños cronológicamente elaborados, como los que trata el artículo de Bárbara.

    Pero, es que hay más, un mundo de emociones, sensorial y sensitivo que se encuentra cercado por ese neocórtex aún infantil pero con aires de adultez…que aún no ha conseguido, (aún se utilizan muy poquitas conexiones neuronales de las potencialmente posibles).

    Es ese cerebro límibico que parece mirarse continuamente en el corazón (y su peculiar estructura y funcionamiento), pareciendo pedir ayuda para no sucumbir a tanta presión, para que las emociones tengan un sitio donde poder mirarse, donde dar fuerza a la intuición…

    Y aunque hasta ahí mismo van dirigidos los mensajes estereotipados, con un poco de atención, a veces no es complicado darse cuenta de que los sueños más profundos no corresponden a los impostados…

    A veces no hay más que observar que cuando se desea mucho algo …y al final se consigue….no nos sentimos más felices…..a veces sí más frustrados.

  5. Manu Oquendo dice:

    El fin de semana pasado uno de los nietos vino a decir que tenía un capricho «imperioso» y lo expresaba muy bien. Dijo, «¡Pero, abuelo, I have a dream!

    Estábamos en plena clase de basket vespertino y el abuelo se plantó y preguntó. «A ver, Mateo, a ver. ¿Quién manda? ¿Tu dream o tú?»

    A uno le salió de forma natural porque así nos educaron pero este nieto, que de tonto tiene lo justo, se quedó pensativo y, tras unos largos instantes lo entendió (por la cara de sorpresa que puso al descubrirlo).

    Al final de la clase pudo realizar su «dream» pero para entonces ya entendía que hay que saber mandar sobre uno mismo y que no es fácil llevar la contraria al Anunciante de Cerveza. Ni al abuelo.

    Saludos y enhorabuena a Bárbara y a los estupendos comentarios.

  6. Elesenin dice:

    Pero los publicitarios, para vender cervezas tendrán que adaptarse a los sueños preexistentes del personal. Un anuncio con una pareja de feos y tontos paseándose por un polígono un domingo por la tarde no creo que tuviese la capacidad de modificar nuestros sueños ni nuestros objetivos vitales.

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