Los seres humanos nos hemos dedicado a inventar refranes y frases hechas que nos aporten algo de esperanza para esta tarea incomprensible que es vivir. Supongo que meteorológicamente tiene cierto sentido que tras la tormenta llegue la calma, pero si lo pensamos bien, no existe una lógica natural que explique que tras una mala racha llegará sin duda una buena racha. Así como no existe nada que asegure que tras pasarlo mal vas a pasarlo bien o que tras un fracaso te espera un triunfo. Estas predicciones nacen en busca del consuelo, por otra parte inevitable, para intentar entender algo de lo que nos está ocurriendo y, sobre todo, para intentar controlar algo de lo que está por ocurrir.
Todo este tipo de teorías sobre lo bueno y lo malo, surgen de un comportamiento cristiano en el que nos enseñaron que tras el sufrimiento llega el premio. Algunos pensaron que el premio era el cielo, y otros aspiramos a conquistar el cielo en la tierra. No pretendo ser pesimista, pero el optimismo hueco basado en el deseo de lo que quieres que pase y tan alejado de la realidad, no ayuda a superar los acontecimientos, sino que nos deja en manos del predeterminismo, en el que el ser humano se sienta a esperar a que la vida recompense su dolor. La única recompensa que conlleva el dolor es la superación de éste, y me temo que conseguirlo depende de nosotros y no de las circunstancias. Vamos a tener que desarrollar nuestra capacidad de alegría al margen de que nuestros objetivos se cumplan. Porque podrían cumplirse todos, incluso hoy mismo, o mañana, pero también podrían no cumplirse jamás. Y que sepamos, vida, solo tenemos esta.
La frase de “ya no puede pasarme nada más” es tan peligrosa como falsa, pero aparece en nuestras mentes para intentar encontrar una tregua en épocas revueltas. Quizá nos ayude repetírnosla de vez en cuando, pero no está mal recordar que se trata de un placebo cerebral. Unas horas después de morir mi padre, viajaba en avión hacia el tanatorio y atravesamos varios momentos de tensas turbulencias. Pese al nerviosismo que percibí a mi alrededor, yo ni me inmuté. Y no por sangre fría, sino por una regla inventada. Pensé: “No puede pasarme nada más. Sería un ensañamiento kármico”. En aquel momento me relajó, pero no se sujetaba en ninguna certeza cosmológica. No existe un número concreto de desgracias por persona en alguna lista divina: “A ver, a este se le ha muerto su padre, le han despedido del trabajo y ahora tiene una gripe. ¿Lo divorciamos? No, el cupo estaba en tres para este año. Ah, pues nada. Siguiente”.
La vida, por difícil que se ponga, no nos debe nada. Por mucho que nos haya hecho sufrir y por mucho sufrimiento que le quede aún por arrojarnos.
Cuando una amiga termina una relación de pareja y está destrozada, siempre hay quien le dice que el siguiente novio será mucho mejor. Pues puede ser que sí o puede ser que no. Puede que te haga muy feliz o puede que te maltrate. Lo que te espera no depende de la acumulación de dichas o desgracias que acarrees. Y en caso de que dependa de algo, no podemos pretender entenderlo racionalmente, y mucho menos prepararnos para ello.
En la cultura del autoengaño, en la que tanto nos cuesta reconocer que hemos fracasado, o simplemente pronunciar la frase “no lo sé”, es fácil resistirse ante la incertidumbre absoluta de lo que está por llegar. Porque hay que poner en marcha un complicado mecanismo de humildad para afrontar el futuro despojados de escudos argumentales. Vivimos sumidos en una desértica ausencia de certezas, en la que a veces divisamos el oasis de los lugares comunes, aunque a menudo resulte ser un espejismo.
No hay instrucciones, no hay GPS, no hay un Google Maps que nos acerque a nuestro destino sin rasguños. Inventarnos las reglas no va a ayudar, sino a retrasar lo inevitable; aceptar que no tenemos ni puta idea de qué estamos haciendo aquí.
Derribados estos mitos, nos quedamos al borde de un precipicio existencial. Y sin derribarlos, también nos quedamos al borde de un precipicio existencial, pero con los ojos vendados.
Imagino que sólo nos queda abrazar la ignorancia en vez de rehuirla. Y admitir la inestabilidad como parte de nuestra vida, y no como un lastre momentáneo del que pretendemos liberarnos.
Ojala seamos capaces de inculcar a las siguientes generaciones que no podemos prepararnos psicológicamente para lo que desconocemos, que inventarnos el futuro no va a hacerlo más amable, que nadie sabe si lo que está por llegar será bueno o será malo, que no tenemos por qué saberlo, y que lo único seguro es que, al menos, será nuevo.
Tras la tormenta… Vete tú a saber.
En ocasiones ― muchas, y esta es de esas ― una lee un artículo y le gusta, sí, pero al considerar que no tiene nada que añadir ni nada que objetar se calla y no comenta. Se me viene a la cabeza, hoy por cierto, que leer y no comentar puede equivaler al voto en blanco; uno acude al artículo y, bueno, ha estado ahí y aunque no haya un comentario que de fe, una ha leído.
Bueno, esto ha sido una divagación mía como preámbulo al intento de plasmar una reflexión al respecto de la idea de certeza.
A mi entender la realidad que cada ser vivo interpreta como tal estará bastante condicionada por su propio “ser optimista” o “ser pesimista”, y si el ser vivo en cuestión es consciente de hacia cual de los dos polos va su (inevitable) tendencia, no se le despintará ― por muy optimista o pesimista que sea ― que en sus barruntos, malos o buenos, puede estar no acertando en absoluto.
Pero creo también que el propio ámbito, la propia historia, el propio cúmulo de todas las sustancias tangibles o esencias intangibles que circulan por el interior de cada uno, tienen su “qué decir” a la hora de poder estar muy seguro (absolutamente seguro, me atrevería a decir) de qué nunca podrá sucederle ni de a qué metas o logros podrá o no alcanzar o a qué abismos de frustración o de fracaso podrá o no descender.
Y según escribo estoy dudando, que conste, y más considerando que no me estoy refiriendo a objetivos materiales ― y si alguien me interpelase con que “pues entonces a cuáles” tendría que responder que no lo sé ―; pero sí tengo no sé qué concepción desdibujada de que en toda persona hay un “algo” que de alguna manera la blinda, la hace inasequible o invulnerable ya sea para lo bueno o el bien (el que se pueda dar o el que se pueda recibir, que tampoco eso sé) como para lo malo o el mal.
Y que contra eso no se puede luchar porque se integra en esa parte de nosotros que queda fuera del alcance de las posibilidades que nos brinda esta (pequeñísima) fracción del existir que es nuestra vida mortal.
Hola Alicia:
Cuándo te refieres a que «intuyes» que en cada «persona hay un algo que de alguna manera la blinda…», ¿a qué te refieres?¿a algo que nos protege de «sentir»?¿o a la necesidad que tenemos, cómo apunta Bárbara en su comentario, de tener prefigurado lo que va a pasar…y de esa manera sentirnos artificiosamente protegidos por algún «ente» fuera de nosotros que no a a permitir «sobresaltos» imprevisibles que no podamos soportar?.
De ser así, reconozco que es una idea a la que es muy difícil sustraerse, pero, me temo, que, como se deduce del artículo, no deja de ser un artificio del pensamiento ante el hecho cada vez más evidencial de que desconocemos cómo se van a desenvolver las cosas, nuestras vidas, y que quizás, y asumiendo un nivel de valentía, para mí todavía inimaginable, hemos de abandonarnos a la vida…a su devenir…con la menor intención posible de preveerla….y perder el miedo a «sentir»…quizás también.
Un saludo
Es que he de admitir que me cuesta pasar la idea a palabras. Sé que en ningún caso me estoy refiriendo a hechos constatables o acontecimientos que puedan darse o no. Al decir que creo que en cada persona hay algo que la blinda me refiero a que en su propia naturaleza hay algo innato (pero no igual en todas, claro) y ajeno no ya al deseo sino a la voluntad que no va a permitir que, aunque quiera y ponga todo el empeño, suba a según qué «cielos» o descienda a quién sabe qué «infiernos».
Quedaría más claro si pusiese un ejemplo, pero no quiero hacerlo porque el ejemplo nos circunscribiría a la vida de «a pie» que aun con sus dificultades es más llevadera.
Pero ejemplos los puede haber a cientos. Tú misma, seguro, los conoces a montones y, si no te das cuenta, sólo puede ser porque mis explicaderas no dan para más.
Bárbara nos plantea el sentido de las cosas. El sentido de lo que tenemos por nuestras vidas.
Es un asunto importante y resbaladizo porque abre el descenso hacia las simas de la melancolía y lastra el entusiasmo necesario para los siguientes pasos del camino.
Si todo tiene un sentido es más fácil ubicar en torno a él nuestras sensaciones, pensamientos y estados de ánimo.
Este ha sido siempre uno de los papeles de las religiones: Dar un sentido trascendente a nuestro devenir y a nuestros actos de tal modo que a lo largo del camino encontremos el báculo y la brújula.
Esta búsqueda, confirmación o reconfirmación, es necesaria y constante a lo largo de nuestras vidas, más allá de la valoración circunstancial de cada situación.
Esto, creo, debe ser un acto y una actitud constante y frecuente: La reflexión esencial para llevarla a la acción.
Se puede y se debe hacer cada día durante unos minutos de aislamiento. Nos lo enseñaron nuestras madres y la práctica se va auto reforzando a sí misma a lo largo de nuestros días adultos.
Quizás sean los minutos más importantes de nuestras vidas biológicas.
Religiones hay varias y nosotros pertenecemos al núcleo Judeo-Cristiano –del cual también desciende el Islam– y no es este lugar para divagar sobre sus numerosísimas facetas.
Una religión en este contexto es una Cosmología y un Sentido.
Además de ellas y a partir de la Ilustración –que intenta consagrar un Estado-Dios a través del Laicismo doctrinario– se desarrollan otras –conocidas como Religiones de Sustitución—: Marxismo, Nacionalismo y Ecologismo. Es decir, conjuntos de ideas que también pretenden dar un orden y un sentido a las vidas humanas.
Nosotros somos un ente religioso. Nuestro nivel de auto conciencia y nuestra capacidad de imaginación nos permiten elaborar escenarios y normas de comportamiento que evolutivamente han beneficiado a quienes las poseían en relación a aquellos grupos que pretenden carecer de ellas.
Dentro de cada Religión hay muchas formas distintas de enfocar estos temas. Nosotros provenimos de la rama católica también muy rica en matices.
Una forma de crear matices es a través de lo que los Teólogos conocen como Cristologías y el catolicismo nos ofrece una rica variedad de ellas que, además, se entroncan con todo el fecundo pensamiento filosófico al menos hasta Kant y hoy incluso con lo que se vislumbra en las fronteras de la física moderna.
En los tres Campos (Cristologías, Filosofía y Física) es posible hoy ver una Convergencia que resalta mucho más que en otros momentos de la historia y que, creo, abre un camino en el cual no va a resultar tan sencillo simplificar cuestiones como la vida y la muerte, la transitoriedad y la eternidad, lo real y lo posible, el bien y el mal, la entropía y la sinergia.
Por ejemplo:
El viejo debate entre materia y espíritu adquiere un matiz radicalmente diferente cuando caemos en la cuenta que por debajo de ciertas dimensiones de partículas (de las que estamos hechos) lo que no existe es la materia.
O la definición de vida. Tan difícil que en los mejores diccionarios necesita páginas y páginas sin llegar a agotarse.
O cuando Kaku, el profe de física de Cuerdas (vibraciones de partículas ignotas e inmateriales) describe nuestros cuerpos como meras «Funciones de Onda». Complejas, sí. Pero funciones de onda inmaterial.
Estamos en los albores y con la certeza de que esto es un breve lapso en una línea interminable de concreciones de la «no materia».
Quisiera terminar recordando lo que hablábamos tras un comentario de Inés hace unas semanas.
Que toda nuestra religión (Religión: restablecimiento de lazos entre origen y destino) se puede resumir perfectamente en dos temas citados por Etienne Gilson en «Historia de la Filosofía Medieval»:
1. Reconocimiento de una causa primera. Exodo 3.14.
2. Esa Causa primera –Dios– es Amor en el Sentido griego de Ágape.
Es la Síntesis de la Cristología del Nuevo Testamento entre nosotros.
¿Qué es Ágape? La búsqueda del bien del otro sin esperar retribución. Casi nada.
Un saludo y perdón por el rollo, pero Bárbara, como de costumbre, toca temas especiales.
Buenos días
Muy bueno Bárbara!
Muchos apuntes interesantes e inteligentes: el engaño y el autoengaño, el sentido y el sinsentido. El papel del azar que obviamos casi siempre y es uno de los mayores determinantes de nuestras vidas.
Y todo porque nuestro cerebro es una máquina implacable de dar sentido a las cosas que nos pasan cuando hay tantas que carecen de él.
Saludos
La reflexión es necesaria y positiva, si, pero, desde dónde se realiza..¿desde las experiencias acumuladas a lo largo del día, y en base a referentes ya establecidos en nuestra razón?
Se me hace insuficiente…como bien apunta Manu en su comentario, no sabemos qué es la vida, dónde empieza y termina la materia…y ni siquiera, y en base a los avances en Física, si podemos hablar en términos de comienzo y fin.
Pero el tener conceptualizado ese hecho, no significa que lo conozcamos, y creo que «conocer» trasciende el argumento organizado como pensamiento desde la razón.
Manu, también plantea que somos un «ente religioso», y yo también lo creo, además el orgen semántico de la palabra ya de por sí es enimgmático: re-ligar…volver a ligar…pero ¿el qué?.
A lo mejor desde el misterio de qué es realmente la materia y la vida, el origen esencial de las religiones o su intención original, fuera el de ir dando pautas…desde conocimientos ya establecidos y quizás muy antiguos y/o supuestamente perdidos, al ser humano para que pueda ir dando pasos en la búsqueda de ese misterio del porqué de su existencia.
Y se me antoja que ese re-ligar, es mucho más complejo de lo que nos gusta imaginarnos, y además depende mucho más del trabajo interno de cada persona, que del
comodín que pueda suponer, aunque ayuden y mucho , tratados y estudios teológicos, o intentos de normativizar ese camino espiritual, que, finalmente, todos y cada uno de nosotros hemos de afrontar un camino interno….que también intuyo es de una inquietante singularidad…
Abrazar finalmente nuestra vida como enigma, es colocarnos continuamente, como apunta Bárbara, al borde de la inestabilidad…y asumir esa inestabilidad desde una actitud intelectual, casi es contraproducente…la razón normalmente intenta prevenir, establecer comparaciones y tratar de diseñar un plan de actuación para esa prevención….
Quizás dar oportunidades a los sentimientos, a la sensorialidad, a la sensibilidad…tenga que ver con asumir de algún modo esa inestabilidad que parece consustancial a la existencia…..hace falta valor.
La vida, toda ella y a lo largo de todo lo que tenemos por tiempo, no es ni más ni menos cognoscible que el resto de lo que observamos.
Es decir, más bien tirando a poco y con mucha imaginación.
Es importante interiorizar la dimensión de nuestro desconocimiento para valorar en su medida lo que creemos ir conociendo sin por ello deprimirnos o perder un ápice de nuestra maltratada independencia.
La conciencia de un gran desconocimiento, –tan evidente y tan bien ilustrada por la metáfora de la Caverna de Platón–, está presente en todas las culturas desde el inicio de los tiempos — pero está estructuralmente ausente de nuestra Cultura actual.
Tenemos hoy la pretensión de que el Desconocimiento «tira a escaso» y eso porque no hemos puesto suficiente pasta en el empeño. No es cierto pero lo creemos.
Hay antropólogos que piensan que nuestro diferencial más significativo es la capacidad de Imaginar y que gracias a ella nos vamos sosteniendo.
El caso es que somos Vida en evolución y nos aferramos en exceso a una de sus múltiples y breves manifestaciones.
En algún momento deberíamos tratar de marcar la dirección de nuestra propia evolución.
Esta pretensión no está exenta de los imperativos de establecer uno o varios escenarios cosmológicos para proceder desde la visión holística de cada uno de ellos y ver hacia dónde nos conduce.
Esto tendrá que ser un Derecho Humano fundamental y hoy es inexistente. Seguimos la dirección política del Mito del Hormiguero.
Es el derecho a estar fuera del Hormiguero.
Es decir, tendrá que darse una revisión fundamental de los actuales parámetros culturales y políticos para evitar el hormiguero en el que ya nos han comenzado a meter.
Saludos
Hello, bueno, hace tiempo que no escribo en el blog, por ello que saludo así; cómo siempre..estos artículos de Bárbaras, qué buenos son!!..
siempre escuché una canción en la infancia..no sé si religiosa o..de autores, ni idea!! etc!!-su empiece era: «Qué quedó al final..después de tanto caminar,
que quedó después..que no ha podido ser verdad?..ETC…
sí era una canción..autores desconocidos..igual religiosa..
La vida qué es?–un camino, un viaje!!..y cómo tal lleno de accidentes para algun@s..ojalá no fuera así..pero así es!!-
lo del karma cósmico!!..para quién crea en estas cosas..porque los que «mueren en guerras»?- lo merecen?…EN Absoluto.
Cómo tal camino, deberíamos aprender!!, en todo momento hasta el final..aunque a veces creamos que nuestra cabeza no dá para más;
Y cómo tal aprendizaje..cometer los mismos errores?…No Por Favor!!
Y al final qué queda?, sí que queda!, que nos queda..quizás lo que nos hayamos ganado, ni más ni menos..contando con algo de suerte claro!!- pero todo está en..qué vamos haciendo, con qué sentido, y desde qué intencionalidad!!..
así lo pienso al menos..eso de lo religioso..uff-me queda grande!!
así que aunque..no «entendamos bién qué narices hacemos en este mundo-inmundo..me ocurre algo: » yo tampoco sé vivir..estoy improvisando…»-