La idea del progreso, característica de la sociedad moderna, ha pasado a ser un lugar común en el imaginario colectivo que expresa la certeza de un sentido de mejora en la condición humana, a través del aumento del bienestar, auspiciado por las leyes de mercado y la mejora de la técnica.
No obstante, las bases que han hecho progresar la sociedad han ido cambiando a lo largo de la historia. Otras civilizaciones más antiguas han perseguido sin duda una idea similar, pero a través de otros ideales, como fueron la búsqueda del bien, la justicia y la verdad. Pero solo en la civilización actual existe explícitamente la concepción de que todo este proceso de crecimiento y mejora puede resumirse en el aumento del producto interior bruto de una nación; como un fin en sí mismo, sin atender a otras variables.
Mi propósito aquí es discutir, a lo largo de varios artículos, las bases sobre las que se ha gestado ese compromiso con las actuales formas de progreso mercantil.
Ahora bien, sin investigar en profundidad la naturaleza histórica de nuestra especie será difícil comprender cómo hemos llegado hasta aquí, y más aún, entender la función que ha desempeñado la idea del progreso en nuestra evolución.
Lo que debe quedar bien sentado es que los seres humanos, desde el comienzo de su desarrollo, han mostrado una tendencia a explorar territorios desconocidos y probar rutas alternativas, ya que nunca se han conformado con someterse durante mucho tiempo a un solo modo de vida, por perfecta que pudiera ser su adaptación a él.
Al hacer una lectura retrospectiva a partir de las preocupaciones de nuestra propia era, no solo inmensamente productiva sino también enormemente despilfarradora y difícilmente sostenible, tendemos a despreciar los logros de la humanidad primitiva; ¿no será que la mayor parte de lo que somos se lo debemos a los hallazgos de aquellos a los que calificamos como primitivos?
Quienes desdeñan los errores del saber precientífico subestiman los amplios incrementos de conocimientos positivos que lo justifican; y a menudo este conocimiento era más importante que las herramientas físicas empleadas. Mucho antes de que las técnicas de la Edad de Bronce hubiesen explotado plenamente las mejoras previas en horticultura y agricultura, el hombre arcaico ya había hecho la tarea preliminar de explorar y adaptar verduras, granos y frutales, además de los que siguen siendo nuestros animales domésticos; y lo habían hecho tan bien que, salvo por unas pocas plantas, todos nuestros vegetales y animales domésticos son productos del Neolítico. El hombre civilizado refino las variedades primitivas, pero no ha cultivado ninguna nueva especie importante desde entonces.
Salvo en lo referente al tiempo que se necesitó para dar estos primeros pasos, la magnitud de estas adquisiciones es plenamente comparable con la de los progresos científicos que en nuestros días culminaron con el descubrimiento del genoma humano o la partícula de Higgs.
La propia existencia de lenguas gramaticalmente complejas en los albores de la civilización, hace más de cinco mil años, cuando las herramientas seguían siendo muy toscas, hacen pensar que la especie humana pudo haber tenido necesidades mucho más fundamentales que la mera supervivencia, ya que esto podría haber continuado haciéndolo de la misma forma en que lo hacían sus demás antepasados homínidos.
Siendo así, ¿qué necesidades fueron esas? Tales preguntas son difíciles de contestar por la falta de pruebas y registros en la existencia prehistórica, lo que ha limitado la investigación y ha propiciado que la interpretación oficial sea una mera especulación basada en lo poco que se conoce. Esto propicia que cada nuevo hallazgo se vuelva incompatible con la teoría vigente y exija una revisión de los manuales de historia.
Pero prescindir de la especulación tampoco es la solución. Y no hay que olvidar que muchas veces los propios eruditos especializados presentan teorías contradictorias y todas tienen cabida en las revistas académicas. Pero, ¿a cuál de todos ellos hay que darle la razón?
Dondequiera que se celebre la llegada de las estaciones con fiestas y ceremonias; donde las etapas de la vida humana se festejan y ensalzan con ritos familiares y comunales; donde el comer, el beber y la fiesta constituyan una actividad importante de la vida; donde el trabajo, aún el más duro, rara vez esté separado del ritmo, la canción, la compañía humana; donde familiares, vecinos y amigos forman todos parte de una comunidad visible, tangible y cara a cara… allí late, en esencia la cultura Neolítica, aunque se usen herramientas de acero aleado y mil camiones ruidosos lleven los más diversos productos a los supermercados.
Las formas de organización social que acompañan a la cultura Neolítica fueron una contribución tan importante a la civilización como algunos de sus inventos técnicos. La reverencia que entonces se sentía por los antiguos modos de vida y el saber de los antepasados conservó muchas costumbres y rituales; entre ellos los principios básicos de la moral, indispensables para mantener la integridad o la prosperidad del grupo humano local.
Pero creo que el momento decisivo de la evolución humana se dio cuando el hombre descubrió el arte. El estilo del Neolítico muestra una expresión simbólica que parece acompañar un giro general de la cultura. Esto constituye quizá uno de los cambios más profundos que ha existido en la historia. Hoy día se describe el Neolítico en razón del conocimiento y uso de la agricultura o de la ganadería, pero esta descripción no suele referirse al desarrollo artístico; y este avance probablemente fue determinante, porque se entiende que refleja un salto inédito en la consciencia humana.
Un salto que probablemente tuvo lugar mucho antes de los tiempos a los que nos referimos. El descubrimiento de las pinturas de las cuevas de Altamira, que se enmarca dentro del Paleolítico superior, ha abierto un debate en la interpretación de los seres humanos de aquella época, demostrando que no sólo tenían tiempo para el arte, sino también ambiciones, devociones y aspiraciones comparables a las nuestras.
La autotransformación del hombre fue, sin duda alguna, la primera misión del arte; todo avance cultural, aun hecho sin esta intención premeditada, es un esfuerzo para rehacer la personalidad humana. Desde el momento en que la naturaleza cesó de moldear al hombre, esta tarea la asumió nuestra propia especie, abriéndose nuevos caminos de trabajo.
Al atribuir la misma importancia a la agricultura, el lenguaje, la organización social, los rituales y el arte, como agentes principales en la evolución inicial del hombre, no pretendo insinuar que ninguna de estas facetas estuviera separada del conjunto de las actividades humanas.
Y es asimismo muy significativo que tres de los más importantes componentes de la técnica moderna (el cobre, el hierro y el vidrio) se usaran por primera vez como adornos, en forma de cuentas o canutillos y quizá como asociaciones mágicas, miles de años antes de que tuvieran un empleo industrial.
El número y carácter innecesario y fantástico de las necesidades físicas, morales, estéticas e intelectuales que se crearon no puede explicarse a partir de la mera supervivencia. Ni siquiera dedicando toda una vida a procurarse lo superfluo el hombre «primitivo» habría podido jamás avanzar en estos aspectos tanto como lo ha hecho en lo necesario para cubrir sus exigencias materiales.
¿Somos tan diferentes del hombre del Neolítico?
No puedo sino estar de acuerdo con todo
Un saludo
Celebro la edición de articulos como este. Me hace sentir las emociones de los saberes que siempre he encontrado en esas expresiones del hombre primitivo.
Me despierta, este articulo, el interes por esas culturas ancestrales que se han adjetivado, con desden, como primitivas.
La piedra tiene un significado profundo en nuestro camino.
Este, dice el autor, que es el primer articulo me despierta curiosidad por el segundo
Es curioso que regreses al Neolítico para hablar de un concepto que se forja en la ilustración… imagino que te iras acercando a esa época en cada nuevo artículo.
Echo en falta algún comentario sobre las creencias religiosas y su impacto en el «progreso»… si se buscan paralelos etnográficos se pueden sacar conclusiones interesantes, de la misma manera que algunas cavernas conservan «fósiles vivientes» que representan etapas muy antiguas de la historia.
También hubiera sido interesante mencionar el papel decisivo de la mujer en la domesticación de las plantas… recordar que la diosa Ceres (testimonio de un culto muchas mas antiguo) da nombre a los cereales.
Interesante artículo!
Inteligente y acertado artículo, en el que el autor hace referencia a la dimensión que cobra la cultura como ( culto, cultivo) de manifestaciones artísticas y espirituales,
probablemente ligado a un mundo femenino, como insinua Robin, del que deberíamos empaparnos en el momento histórico que estamos respirando.
Además nos descubre la probabilidad de una vía que conduce al hombre a tomar consciencia de su espiritualidad.
Nos describe la existencia de lenguajes, que a mí me conducen a imaginar la coexistencia con el hombre desde practicamente sus inicios, como si el lenguaje y el hombre nacieran simultaneamente.
Por si fuera poco, nos abre el artículo a más reflexión, sobre la enorme cantidad de avances, que realizó el hombre, en lo que se dió en llamar » la revolución neolítica».
* Como curiosidad, la diosa Ceres no solo dá nombre a los cereales, sino también a la cerveza.
¡ Enhorabuena Pablo!
Estoy de acuerdo en que el arte es uno de las mayores descubrimientos del ser humano, uno de esos que, como la capacidad de amar, son difícilmente explicables si tomamos como base una explicación de la evolución del hombre al uso. Desde esas perspectivas, el surgimiento de estos fenómenos son difícilmente explicables. Fundamentalmente porque el grupo, para su supervivencia material, no tiene aparentemente ninguna necesidad de ellos. Y la supervivencia material es aquello en lo que hemos estado muchos hasta hace no tanto tiempo (¡en España hasta hace tan solo 50 años!), y aquello en lo que todavía muchos están.
Prácticamente nadie en el mundo antiguo, ni casi nadie en el medieval, han tenido necesidad de ellos. Es una deformación de nuestra forma de percibir la historia y de nuestra forma de transmitirla, hacer partícipe a toda la sociedad de los logros de una exigua minoría, hacer partícipes a todos de las realizaciones de una élite. ¿Cuántos campesinos griegos han tenido consciencia de la diferencia de que establecía Platón entre el Ser y el Estar? ¿Cuántos han experimentado hacia sus congéneres un sentimiento verdaderamente fraterno? ¿Cuántos han sido, siquiera, conscientes de su existencia misma como individuos? Quiero decir, cuantas personas, a lo largo de la antigüedad hasta el año 1600 han tenido nombre y apellidos. Muy pocas, mucho menos de un 1%, mucho menos incluso de un 1 por mil o incluso uno entre diez mil.
El progreso, por tanto, y bajo mi punto de vista, no es o no ha sido hasta ahora una condición social, sino algo inextricablemente unido a cierto número muy limitado de individuos que sí llegaron a ser conscientes de su existencia como individuos y que, por tanto, sí estuvieron en situación de dar importancia a ciertos aspectos de la existencia que iban más allá de la mera supervivencia.
¿Somos tan diferentes a los hombres de Neolítico? Si tomas el conjunto social SÍ, como la día y la noche; si tomas como referencia solo a las respectivas élites, NO, incluso nos podríamos llevar más de una sorpresa.
Pero ahora la situación parece ser distinta. Ahora sí existen grandes masas de población conscientes de sí mismas, de su existencia como individuos, de su existencia más allá del grupo. Sí existen grandes masas poblacionales con la percepción de que su existencia de alguna forma va más allá de su esperanza de vida, que de alguna forma trasciende. Y trasciende a través del arte, y trasciende a través de de la poesía y trasciende a través de la limitada experiencia que aún tenemos del amor. Solo falta esa élite que antaño existía y que hoy es verdad que no existe.
O sí existe, pero no es reconocida.
El hecho de que ahora grandes masas de población sean conscientes de si mismas, aunque solo sea de forma primaria y elemental, es el motivo por el cual las ideas de raza, nación o grupo se utilicen de forma malintencionada para que el Poder siga manejando todo el cotarro. Su gran argumento y estrategia es la creación de la «clase media», débil colectivo fácilmente manipulable, sumiso y panzesco al que hacer creer mediante la publicidad -entendida como propaganda social- identificarse con su capacidad de consumo. Es la razón de las tres guerras mundiales, las dos conocidas y la que parece avecinarse en forma de lucha entre el primer mundo y el Islam.