Les voy a contar una anécdota que un buen amigo me narró hace unos días. En un viaje de negocios, estaba el buen hombre haciendo tiempo en el hotel, viendo la televisión como si tal cosa y cambiando los canales para tratar de encontrar algún programa que le pudiera interesar. Se paró en uno de esos reportajes grabados en directo, en los que una de los cientos de miles de viviendas en España iba a ser desalojada por la comisión judicial encargada de ejecutar la sentencia correspondiente, con la oposición de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) que se habían movilizado para paralizar el lanzamiento. Era una señora extranjera, rumana para más señas, la deudora hipotecaria, que se había refugiado entre el salón y la terraza del inmueble tratando de esquivar como podía la acción de la comisión y la policía. Tras varios intentos grabados en el reportaje, los funcionarios consiguen acceder a la vivienda, sacar a la pobre señora de la casa que la había pertenecido de “facto” hasta ese momento, y vencer la oposición vecinal y asamblearia.

Hasta aquí una historia repetida hasta la saciedad desde hace unos años a esta parte. La sorpresa viene cuando mi buen amigo reconoce en el reportaje a la señora desahuciada como una asistenta que había estado sirviendo en su casa durante varios años. La desazón que empezó a sentir le fue invadiendo el cuerpo hasta el punto que, llegada la hora de la cena, no pudo probar bocado del disgusto que sentía. Me contaba que para él fue una especie de tortura psicológica, ver como alguien tan próximo había tenido un desenlace tan dramático, y dándole vueltas a la cabeza empezó a pensar si debería haber mantenido el contacto con ella para posibilitar una ayuda que le habría servido para evitar una situación tan difícil, y fue repasando una por una todas las señoras que habían servido en su casa, y lo que hubiera podido ser de su futuro. Imaginen que, a partir de esto, el buen hombre continuó con sus cavilaciones pensando en la mierda de sociedad en la que vivimos, en los derroteros por los que había transcurrido la vida de la pobre mujer, evitando en la medida de lo posible pensar en un desenlace fatal, y que de alguna manera había una culpabilidad o, cuando menos, una responsabilidad personal en lo que le había pasado.

Tal fue el desasosiego que sintió toda la noche, que al día siguiente, a través de su mujer, consiguió el número de móvil del hijo de la señora rumana, y dio con ella a través del teléfono. De su conversación con ella averiguó que había pasado más de un año y medio desde el reportaje, y que ella tras perder la casa se fue a vivir con su hijo adulto y rehízo su vida trabajando en la hostelería. El problema, según le contó, es que la pareja que tenía en aquellos momentos, que era ocho años más joven que ella, se había marchado con una española más jovencita directora de una sucursal bancaria, dejándola a ella con las deudas contraídas por la hipoteca, e incapaz de hacerles frente con su único sueldo. Intentó apoyarse en la Plataforma para evitar lo inevitable, abandonar la vivienda, si bien si logró una dación en pago que la eximiera de hacer frente durante el resto de su vida al pago de una vivienda en la que ya no residía.

Según cuenta nuestro amigo, ella se alegró mucho de recibir la llamada y agradeció enormemente que se hubiera acordado, pero le pareció muy chocante que se hubiera preocupado por el problema que apareció en el reportaje, pues para ella había sido un lance más de una vida jalonada por los avatares de una emigración forzosa. El significado que para ella tenía la vivienda era mucho menor que el que estaba teniendo para nuestro protagonista, que no daba crédito, pese al alivio que sentía, a la facilidad con la que ella había encajado una historia que a él le había parecido tan terrible.

No se pretende sacar la moraleja de que los problemas de vivienda que se están teniendo en nuestro país dependen de la subjetividad de quienes los vivan, con el fin de relativizar un grave problema social, sino reflexionar sobre los motivos por los que estas cuestiones adquieren tal nivel de dramatismo.

Todo este enredo en el que estamos inmersos empezó en pleno franquismo, cuando en los años cincuenta se impulsa, desde el Instituto de la Vivienda, la organización de las Viviendas de Protección Oficial. Con el fin político de ligar a las personas a una residencia fija, se llevó a cabo durante casi 20 años la práctica del eslogan “un español, un propietario” que favorecía la creación de grandes operaciones urbanísticas en toda la geografía española, de manera que la mayoría de la población tuviera acceso a las viviendas en régimen de propiedad. Siendo este uno de los ejes vertebradores más importantes de la política social de nuestro personalísimo régimen nacional-sindicalista ultracatólico anterior, entre las personas se asoció de forma indeleble la pertenencia a la propiedad, de manera que solo sientes que perteneces a un conjunto en tanto en cuanto eres dueño de una propiedad, consiguiendo así que cada españolito sintiera que su lugar en el mundo se conseguía a partir de ser propietario de su vivienda.

Desde entonces esta perversa asociación no ha parado de crecer hasta límites insospechados. Tener nuestro “pedacito” de tierra, aunque sea hacinados unos encima de otros en edificios y barriadas, es el fin último del españolito, quien sin ello se siente como huérfano, apátrida, desarraigado o algo bastante parecido. “¿Alquilar?… Es tirar el dinero”. Los “buitres”, tan asociados históricamente al mundo y las promociones inmobiliarias, no han dejado de aprovecharse del efecto llamada que esta necesidad sobrevenida ha creado entre una población infantil y primaria. Ese efecto llamada ha adquirido a todas luces características de psicosis colectiva, sin que nuestros gobernantes hayan hecho lo posible para evitar sus más negativas consecuencias. Una sociedad que se define del bienestar, ampara entre sus correligionarios una legión de familias que han tenido y siguen teniendo que endeudarse a plazos de 40 ó más años (toda la vida activa) como consecuencia de una enfermedad de la que se aprovechan promotores, inmobiliarias, bancos, municipios, y un sinfín de personajes de toda índole al amparo de las subcontratas. Y dejamos para otro día el efecto demográfico producido por la necesidad de ingresar un mínimo de dos sueldos, con el objeto de poder hacer frente al pago de la vivienda. ¿Cabría preguntarse qué efectos habrán producido en las cuestiones relativas a la demografía, la maternidad y demás aspectos similares, derivados de la brutal especulación colectiva y condena económica que ha sido la compra de vivienda en nuestro país? Y todo ello en la cara de unos responsables políticos que se llenan la boca con las  políticas sociales. ¿Qué clase de país es aquel que, por un lado, se jacta de la cooperación para el desarrollo de los países más deprimidos, mientras que en el suyo propio permite que cientos de miles de situaciones de sus grupos familiares se esclavicen de forma cuasi perpetua mediante un préstamo hipotecario?

Entender la vivienda como un servicio más, como la educación o la sanidad, en las que a nadie se le ocurriría comprar en propiedad una plaza en un colegio o una cama en un hospital, tiene muchas más ventajas que perjuicios para la mayoría de la población, entre otras la versatilidad de las soluciones habitacionales entendiéndolas desde la transitoriedad, o la capacidad de ajuste por coyuntura a los ingresos reales de la unidad convivencial.

Por ende, la idea de ser propietario favorece entender el terreno, el territorio, el suelo o la parcela, como propia, como mía, en una concepción que arrostra una cantidad inusitada de acepciones nocivas y contaminantes, pues favorecen los aspectos más primarios, tribales y reafirmantes de los grupos, en una suerte de nacional-inmobiliarismo despreciable. No estaba nada desencaminada esa publicidad rastrera que apelaba a “La República independiente de mi casa”; de ahí, entre otros sin duda, el derecho a decidir en cuanto una comunidad de propietarios se pusiera de acuerdo en ello.

7 comentarios

7 Respuestas a “VIVIENDA PARA DESVIVIR”

  1. Javier Colomina dice:

    Carlos, durante el franquismo la inmensa mayoría de viviendas de protección oficial era de alquiler bajísimo y a los 20 años alquilando se concedía en propiedad por muy poco dinero. Había viviendas malas pero las había, y muchas, buenas y hasta excepcionales. Desgraciadamente estas últimas se las quedaban arquitectos, ingenieros, psicologos, médicos, etc, etc. Hablo de pisos alrededor del Bernabeu en Madrid, algunas en Paseo de la Habana, y también en Sarria en Barcelona.
    Realmente pienso que desde el 2000, yo no vivía aquí, se creó un meme o virus de la mente sobre «el chollo» de ser propietario a la vez que se despreciaba, aún se desprecia, a los que alquilan.

    1. Carlos Peiró Ripoll dice:

      Hola Javier,

      Para hacerse una idea de la importancia en el franquismo sobre la generación de una mentalidad de propietario de una vivienda, solo en el quinquenio 1955-1960, se construyeron 3 millones de viviendas por parte del INV. El Estado adelantaba hasta el 80% del valor de las viviendas, a devolver en 50 años -la mayoría sin intereses-, proporcionaba los materiales, y con primas a la construcción de un 20% a fondo perdido, y tenía una facultad ilimitada de expropiación de los terrenos, entre otros privilegios. Tu referencia a los alquileres se refiere a que los promotores, obligados por los planes gubernamentales, ofrecían los pisos en régimen de alquiler con derecho a compra, los cuales se formalizaron en un 86% de los casos.

      Es cierto lo que comentas del anacronismo de que bajo esas políticas se construyeron también viviendas de un nivel, por superficie, ubicación y calidades, claramente superior a las que puden considerarse «viviendas sociales, de renta limitada, y subvencionadas», que fueron luego acaparadas tanto por empresas privadas especuladoras como por profesionales liberales. Pero, en cualquier caso, ese me parece otro tema al planteado.

      En cuanto al carácter «político-social» propagandístico de las iniciativas de construcción de viviendas del régimen, de las que parte la actual concepción de la propiedad de la vivienda, conviene revisar, el simultáneo nombramiento del ministro falangista que llevó a cabo el plan de vivienda al que nos referimos D. Jose Luis Arrese, y la sorprendente restitución en su puesto de D. Emilio Romero como director del diario Pueblo desde el cual se «voceó» adecuadamente dichas políticas entre la población: «Un español, un propietario».

      Para los curiosos adjunto un enlace interesante

      http://biblioteca.ucm.es/tesis/19911996/S/2/S2003901.pdf

      Gracias por tu participación y un saludo,

  2. Colapso2015 dice:

    La burbuja inmobiliaria tiene que ver sólo en parte con el descalabro para una parte de la población. Pues recordemos otra parte sigue viviendo muy bien. Burbuja de crédito fiduciaria (valga la redundancia), burbuja estatal (normativas-idiotes) y bastantes más.

    Resulta curioso que ataque la propiedad privada como algo en contra del desarrollo (“en una concepción que arrostra una cantidad inusitada de acepciones nocivas y contaminantes, pues favorecen los aspectos más primarios, tribales y reafirmantes de los grupos”)

    Como si ello nos llevase a la tribu. En primer lugar debo admitir que yo también ataco al dogmatismo sobre la romana costumbre, acaecida realidad con el desmoronamiento del imperio, y nueva estratificación de los eternos 3 estados.
    Pero ello, no implica que observe los beneficios de la propiedad privada.

    La propiedad, sirve bien a los propósitos de toda sociedad, un interés propio enmascarado en un interés común mayoritario (mercado) y de un grupo de poder (capitalismo).
    La aceptación de esta, contra lo que usted dice marca una distancia entre el clan, la tribu, el aspecto primario que se manifiesta en un territorio usufructo (propiedad) común a un grupo con actuación común. Y reafirma la decisión y libertad del individuo frente al grupo, tal es así, pienso que solamente las democracias (efectivas) se pueden dar en grupos de propietarios o usufructuarios (el alquiler es una forma temporal y condicional de propiedad privada material). El valor del bien está en su uso.

    Debo añadir, el concepto de propiedad privada es un tanto ilusorio en los estados totales-burocráticos actuales. Como ejemplo le puedo decir que tanto el color, material, ubicación, forma, de una casa o piso están estipuladas por ley. También lo están el número de metros cuadrados que usted puede obrar, cuando puede obrar, quien debe hacer la obra, que deben hacer los anteriores, la luz que debe entrar, ventanas, puertas,…, etc. Como tienes que pagarla (ahorro penalizado) frente a crédito,…, etc.
    Tanto para cambiar una puerta como un simple pintado sería necesario llamar al Dios de lo común y los papeles,…, ¿Quien lleva al primitivismo la propiedad o el Estado-Dios de la “seguridad”?
    La propiedad si bien no es un derecho natural (sea lo que sea) se desarrolla de forma natural cuando la capacidad tecnológica aumentan. El ejemplo más claro es el neolítico, otro similar las colonizaciones europeas sobre territorio de usufructo indígena.

    Gran parte de los problemas de vivienda y muchas otras cosas se deben a regulaciones de rapiña, usadas por una mafia burocrática, que como en las tribus consideran que la dirección de todo el mundo debe ser marcada por el líder. A la cual una gran masa sigue a base de pienso de populismo.

    Es el poder, es la política,…

    1. Carlos Peiró Ripoll dice:

      La idea de propiedad de la frase «en una concepción que arrostra una cantidad inusitada de acepciones nocivas y contaminantes, pues favorecen los aspectos más primarios, tribales y reafirmantes de los grupos”, hace referencia en la línea del artículo a la asociación propietario-pertenencia-grupo, pues como es lógico y usted indica, hay múltiples formas de entender el sentido de propiedad en las que caben, sin duda, las positivas. En realidad, lo adecuado, y más saludable para todos, sería sentirnos usufructuarios de todo lo que tenemos, incluida nuestra propia identidad, evitando una actitud desde este punto de vista que sería de apropiación.
      Saludos,

  3. Rafa dice:

    Sin querer adentrarme en los oscuros inicios de la situación urbanística en la que nos encontramos en este momento en España, me gustaría aportar algún dato al respecto.

    El Ministerio de la Vivienda, que nace el mismo año que nací yo (1956), obliga a través de una normativa cohercitiva, a los ayuntamientos de ciudades a partir de un nº determinado de habitantes, a ir obteniendo un patrimonio municipal en la ciudad, e instaura la categoría de suelo urbanizable o no, además de instaurar un Plan de Protección Oficial de la Vivienda, que pretende la promoción de la venta de viviendas, a cada vez un número mayor de personas.

    Pero esta Ley trae como consecuencias, entre otras.

    Que más que la habitabilidad, se prima la titularidad de la vivienda, y en este plan, más que arquitectos o ingenieros intervienen abogados, por lo que además de que se traza un mapa de las ciudades, basado en el precio del suelo, el cambio de titulares fomenta la especulación,y se tienen menos en cuenta temas importantes para la salubridad.

    A partir de este momento, parece ser que ninguno de los gobiernos posteriores ha dejado esta práctica, y despues de las maniobras especulativas urbanísticas que todos conocemos y que las leyes anteriores, han permitido e impulsado hemos llegado a la situación en la que nos encontramos en este momento

    Aunque, como dijo un eminente Ingeniero de Caminos Canales y Puertos, que intervino en gran parte de la construcción de la ciudad de Madríd a partir de aquellos años, que fué Fernandez Casado.

    «A pesar de la mala urbanización de la ciudad, siempre nos quedarán LAS AFUERAS»

    UN ABRAZO

  4. Sergio dice:

    El problema de la sociedad occidental moderna no es la existencia de la propiedad privada en sí (recordemos las «maravillas» que produce un sistema como el comunista monopolizado por el estado y donde absolutamente nada es administrado por particulares), sino que la hemos convertido en un ídolo. No es que no deban existir propietarios (entendidos como administradores de un determinado bien o espacio) pero sí deberíamos entender la propiedad como algo más transitorio, más relativo. Al fin y al cabo nadie es propietario de nada para siempre, tarde o temprano dicho propietario morirá y por tanto dejará de administrar el bien en cuestión. ¿Por qué entonces comprometer económicamente tu vida, hasta el límite del absurdo, con hipotecas salvajes, sólo para adquirir la propiedad total y exclusiva de esa vivienda en la que no vas a habitar eternamente (ni tú ni nadie)?

    Por tanto, en vez de construír, vender y comprar un hogar nuevo para cada familia (algo que además a la larga es materialmente insostenible, acabaríamos llenando el mundo entero con ladrillo) se podría fomentar mucho más la herencia y el traspaso de las viviendas ya existentes, por supuesto reformando cuanto sea preciso. No tiene por qué ser malo que padres e hijos, cada uno con sus respectivas familias, compartan un mismo espacio durante generaciones. Lo vemos problemático sólo porque no estamos acostumbrados, pero en otras culturas es algo muy normal. En muchas otras partes del mundo (y aquí mismo hasta hace bastante poco) se da el concepto de familia extendida, por tanto esa coexistencia generacional no se percibe necesariamente como una violación de la intimidad ni como una fuente de problemas.

    También se debería fomentar mucho más el alquiler y la vivienda compartida, no sólo entre parientes, sino también entre amigos o incluso desconocidos. Una vez construída y pagada una casa donde puede vivir cierto número de personas no hay necesidad de construír otra para albergarlas a todas. Es económicamente y ecológicamente absurdo. Hay que aprovechar mejor el espacio ya disponible y renunciar a construír nuevos espacios si no es necesario. Algunos dirán, en parte con razón: «pero cada persona o familia requiere su propio espacio, surgirían problemas de convivencia». Mi respuesta a esto es doble. En primer lugar, el hecho de compartir un mismo espacio habitacional no implica que no pueda existir una cierta división de dicho espacio que permita la intimidad necesaria para cada cual. En segundo lugar, y sobre todo, ¿no será que achacamos a un problema de espacio lo que en realidad es un problema social y moral de incapacidad para la convivencia y el respeto mutuo? ¿Realmente es tan difícil? ¿La solución a los problemas de entendimiento que surgen entre nosotros es atomizarnos, que cada uno viva en su isla para así no soportar a los demás ni ser soportado por ellos? ¿En serio?

    Finalmente otra cosa que hay que potenciar mucho más es la autoconstrucción. La vivienda se encarece muchísimo porque casi siempre la encontramos ya totalmente hecha. Si participamos en su construcción todo se abarata muchísimo.

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