Imaginemos, estimado lector, que a ti te hubiese nombrado ministro el presidente del Gobierno. Sí, uno de esos ministros que, sin ser miembro de ningún partido, y para tu sorpresa, el presidente ha decidido incorporar a su gabinete porque alguien de su confianza le ha hablado muy bien de ti.
Nunca has vivido esta situación y, por tanto, no sabes qué es lo que se hace en estos casos. Pero, lo que sí tienes claro es que no te gusta nada eso de llegar al ministerio y cesar a todos los altos cargos que llevan en sus puestos unos años, por el mero hecho de haber sido nombrados por tu antecesor, miembro del partido que ahora está en la oposición. Esto lo habías discutido muchas veces con tus amigos y siempre habías defendido que eso era un error. Por varias razones.
Lo que sí tienes claro es que no te gusta nada eso de llegar al ministerio y cesar a todos los altos cargos que llevan en sus puestos unos años, por el mero hecho de haber sido nombrados por tu antecesor, miembro del partido que ahora está en la oposición.
En primer lugar, porque salvo el círculo de colaboradores más próximo al ministro, es decir, secretario de estado, director de su gabinete y algunos asesores, todos los demás, el subsecretario y los directores generales, son funcionarios y, por lo que sabes, la mayoría sin filiación política. En segundo lugar, porque al cesarlos se pierde la experiencia que han acumulado en sus cargos. Una experiencia importante sobre los asuntos que han gestionado. Lo cual implica una cierta descapitalización del Estado. Y, en tercer lugar, porque eso va contra la profesionalización que crees necesaria en la cúpula de la Administración y significa, por el contrario, seguir con la politización de esos puestos. Además, tienes entendido que en los países más avanzados de Europa quienes ejercen esos puestos suelen seguir, aunque cambie el gobierno. Así que, con estas ideas en la cabeza, llegas al ministerio dispuesto, en principio, a hacer mínimos cambios en el equipo directivo.
No obstante, eres consciente de que tu experiencia en situaciones de este tipo es nula y, como supones que entre quienes han pasado por ellas los habrá habido poco o nada sectarios, y con ideas similares a las tuyas, decides llamar a algunos de ellos para pedirles consejo. En esas conversaciones te explican los motivos que a ellos les llevó a cambiar a casi todo el equipo que se encontraron. También tienen su peso.
Por una parte, había una cuestión de orden práctico: tú llegas al ministerio con unas cuantas ideas muy claras de lo que conviene hacer. Ideas que, naturalmente, quieres que se traduzcan en proyectos concretos y que, además, se pongan en marcha inmediatamente, porque tienes prisa. Mucha prisa. Sin embargo, los directores generales que están ahí llevan años apostando por otras líneas de actuación porque estaban convencidos de que era lo más conveniente para el interés general. Por tanto, a ellos les va a costar abandonar sus proyectos para impulsar otros distintos. Es probable que, con más o menos intensidad, tratasen de convencerte para continuar con ellos. Y, aunque te convencieran en algunos casos, podrías llegar a encontrarte con un ambiente demasiado reacio a los cambios que tú quieres llevar a cabo.
Tampoco hay que perder de vista el componente emocional. En definitiva, es posible que muchos de ellos se sientan especialmente vinculados con el anterior ministro, que fue quien les nombró y con el que, quizás, tras haber compartido muchos éxitos, crisis y fracasos, han establecido una buena sintonía personal. Un sentimiento como de estar en el mismo barco. Muy humano y comprensible, pero poco apropiado para conectar ahora con otro ministro cuyo discurso público, por aquello de la lucha política, va a construirse sobre la crítica a lo realizado por su antecesor; es decir, lo realizado por ellos mismos.
Y cuando te estalle una de esas crisis que pueden llevársete por delante, y tengas que salir a dar la cara y explicarle a la sociedad qué es lo que ha pasado, en base a la información que te pasan tus directores, no querrás albergar la más mínima duda sobre la fiabilidad de esa información ni la lealtad de quienes te la proporcionan.
Es más, cuando empiecen a lloverte los ataques y las críticas desde la oposición (y sobre todo desde su prensa afín), cosa que sucederá a las pocas semanas de haber aterrizado en el ministerio, y tengas la sensación de que algunos de esos ataques están tan bien informados que, probablemente, están siendo alimentados desde el interior de tu propio ministerio, te surgirá la inquietud de si algunos de esos altos cargos que has mantenido estará pasándole esa información a su anterior jefe. Y cuando te estalle una de esas crisis que pueden llevársete por delante, y tengas que salir a dar la cara y explicarle a la sociedad qué es lo que ha pasado, en base a la información que te pasan tus directores, no querrás albergar la más mínima duda sobre la fiabilidad de esa información ni la lealtad de quienes te la proporcionan.
Como todo esto viene a cuento de la excesiva politización de la Administración Pública, tus interlocutores te señalan otros matices importantes. Esa politización se debe también a que cuando se nombra a un funcionario director general y, aunque en su elección solo se hayan tenido en cuenta sus cualidades profesionales, este ya queda “marcado” políticamente. A partir de ese momento es difícil que se pueda quitar de encima el “sanbenito” de que, si no es del partido del gobierno que le nombró, al menos será de los que “están en su órbita”. Marcado ya con esa etiqueta, no es lo peor que el gobierno entrante le cese, es que además es muy probable que lo dejen en un rincón sin hacer nada, o dedicado a tareas menores, pero intentando que esté lo más alejado posible de los asuntos importantes. Por si acaso.
De este modo, gente muy profesional, que ha acumulado una gran experiencia, se ve condenada al ostracismo; siendo así que, paralelamente, hay multitud de asuntos de primer nivel que se beneficiarían mucho de su dedicación. Cuando, al cabo de los años, vuelve al poder el partido de quien le nombró, quizás alguien se acuerde de él y de su nombre al nuevo ministro entre una lista de posibles candidatos para tal o cual puesto. Y si, finalmente, le llegan a hacer una oferta, es muy posible que la acepte con tal de salir de la “vía muerta” en la que está. Así, funcionarios competentes que, inicialmente, no tenían ninguna adscripción política, pueden acabar sintiéndose, en la práctica, más afines a un partido que al otro, solo porque unos le han tratado bien y los otros mal.
Esa politización se debe también a que cuando se nombra a un funcionario director general y, aunque en su elección solo se hayan tenido en cuenta sus cualidades profesionales, este ya queda “marcado” políticamente.
Con estas reflexiones bajo el brazo, llegas a la conclusión de que para reducir el nivel de politización que hay en la Administración, hay que resolver dos problemas. El primero de ellos es de procedimiento y requiere medidas de carácter legal. Medidas que, en síntesis, garanticen la selección de candidatos para esos puestos directivos mediante concursos de méritos abiertos al público durante períodos de 5 o 6 años, renovables. El segundo problema es más complicado porque se dirime en el ámbito psicológico de los responsables políticos de cada momento.
En este caso, ese ámbito psicológico es el tuyo y, por tanto, solo depende de ti decidir cómo lo vas a afrontar. Hay una cosa que tienes clara: no tiene sentido llegar y barrer a todo el equipo nombrado por tu antecesor. Lo lógico es analizar cada caso: habrá quienes, además de ser notoria su afinidad política, se sabe que eran “uña y carne” con el anterior ministro, y en cambio habrá otros con un perfil mucho más neutral y profesional. En este segundo caso, una conversación franca con cada uno de ellos, donde quede claro lo que tú esperas de él y cuáles son tus reglas de juego, puede ser más que suficiente para que se integre en tu equipo sin ningún problema, y de paso puedas beneficiarte (tú y el país) de su experiencia.
Al margen de todo, es posible, apreciado lector, que te sorprenda lo poco que se habla de todo esto en los medios de comunicación, teniendo la trascendencia que tiene. Es uno de tantos temas de la vida política en que nos conformamos con una visión meramente superficial.
Ser ministro es pasar a ser empleado del Estado (en el caso de que no lo seas anteriormente). Esto supone que, o bien tu preparación y conocimiento de la materia que te toque te da un «plus» de autoridad o, quizás más habitual, que hayas tenido la habilidad de irte colocando «partidariamente» en los lugares que pueden posibilitarlo.
Personalmente sería partidario de que el Parlamento, al encargar la formación de gobierno, no se limitara a dar la confianza o investir a un presidente, sino que éste tuviera que proponer y el Parlamento dar el VºBº a su equipo. Habría una corresponsabilidad que impediría de entrada nombramientos fallidos.
Estamos acostumbrados a que la promoción pública (ser ministro no es más que eso ya que la politica la marca el partido), proceda de «afinidades» (algunas como la de Pablo Iglesias e Irene Montero recuerdan a sistemas cuestionables) donde entran en juego criterios personales de empatía, pero pocas veces de reconocimiento de mérito. Esto es por una razón, si yo nombro a alguien que puede hacerme sombra, probablemente tenga que estar vigilando cada uno de sus actos que puedan repercutir en la percepción de los demás (el caso de Errejón o Carolina Bescansa es paradigmático, como lo puede haber sido el de García Margallo en el PP).
Por todo ello se suele confiar más en los entornos «dóciles» a los que se otorga un puesto y que crea agradecimiento, que en los entornos que puedan brillar más que yo. Es la posición más corriente y, como vemos, ajena en todo caso al «interés público».
Hay que insistir en que el «ejecutivo» no está para «dar ideas» o menos aún imponerlas, sino para aplicar las que nacen del parlamento. El que éste se haya hecho inoperante, no existan propuestas o iniciativas parlamentarias al no existir una representación real de los ciudadanos y que las mayorías puedan imponer la que les «manda» quien les ha puesto en las listas, es todo un proceso perverso de supuesta democracia, donde las personas no pueden elegir libremente a quien les parezca o revocar tal representación; donde no existe debate político permanente en los partidos y sus afiliados o simpatizantes (están «bunkerizados» no sólo físicamente, sino lo más grave intelectualmente); donde el valor del voto es desigual e injusto en cada lugar de la geografía nacional; donde se siguen guardando privilegios hacia unos y se persigue con saña a los otros; donde el «constituyente ha sido capturado por el constituído» (Pedro de Vega); donde la inseguridad jurídica dimana de un caos normativo que cada uno interpreta a su forma….
No, no es atrayente la responsabilidad ministerial.
A mi me parece que los Partidos Políticos actuales nacen porque son «capturables» por el poder real. Así funcionan. Como apéndices dactilares.
Estas agrupaciones crecen con todos los problemas estructurales descritos por Robert Michels en su obra «Los Partidos Políticos» (1925, hay traducción y edición actual de Amorrortu) y los que explica Luigi Ferrajoli en «Poderes Salvajes» (2011) Trotta. Esto debiera bastar para descalificarlos como formas de representación.
Si a ello sumamos que muchas Constituciones , como la Española en el Art. 67.2, prohíben el Mandato Imperativo, es decir, la forma más limpia de representación, pues lo llevamos claro.
Quien se sorprenda de que la principal preocupación y actividad de estas organizaciones vaya siempre muy por delante y sea divergente de los intereses de sus representados y votantes es que no ha terminado de enterarse de lo que ante sus narices sucede.
Evidentemente lo anterior, siendo rigurosamente cierto y palpable –vean cómo Rajoy se rió en la cara de no menos de 3 millones de sus votantes durante los primeros cuatro meses de la legislatura que inició con una amplia mayoría absoluta– no resuelve nuestro predicamento ni la pregunta de D. Manuel Bautista.
Hay algunas excepciones a lo anterior. No perfectas, pero diferentes y bastante eficaces para la consecución de sus objetivos incluyendo en ellos la defensa de sus afiliados y los intereses de sus cúpulas. Se trata de Partidos como el PNV y las mutantes Siglas derivadas de Herri Batasuna.
Estos partidos tienen una amplia base social, organizada y activa. El PSOE en Vascongadas comenzó igual, tratando de replicar su estructura de base cuya cara visible son los Batzokis, las Herriko Tabernas y las, ya sin vidilla, Casas del Pueblo socialistas.
En las dos primeras se ve claramente funcionar el «tejido social» y el entramado de intereses recíprocos.
Esto proporciona a la base social un mayor control sobre las cúpulas que, por entendernos, deben «explicarse» por la calle y en sus bares teniéndolos muy en cuenta.
En otras palabras, para quien quiera sentirse mínimamente «ciudadano soberano», las estructuras actuales a nivel Nacional no sirven para nada y probablemente son negativas para los intereses del conjunto de los españoles. Retiro «probablemente».
Finalmente, para responder a la pregunta, tres amigos y un conocido acaban de acceder a posiciones muy altas, solo uno de ellos ministro y los otros tres en cargos que realmente son más importantes que el ministro. Todos han aceptado el cargo y a mi modo de ver todos lo han hecho con un sentido altruista de su decisión porque no lo necesitaban.
Salvo el caso de Borrell y quizás la nueva Jefa de Contabilidad y Presupuestos –como si esto cualificase para dirigir la destrozada Economía de España– la primera línea ministerial es una especie de Vogue en Vídeo plagada de señoras de cuota, una sobrerrepresentación de homosexuales y prácticamente sin representación de los varones, especie en extinción. Todos bajo un prototípico macho alfa que se basta y se sobra para manejar al grupo. Normal hoy día.
Sin embargo, por debajo de las ministras, y de lo que he visto, han reclutado a muy buenos profesionales y con experiencia relevante en sus funciones. Estas decisiones estaban tomadas antes que muchas de las ministeriales. Lo cual da una señal de que esto llevaba más tiempo en marcha de lo que parece porque en buena parte de ello se notan acuerdos PP-PSOE y una cierta confianza mutua.
Así que me parece que la maquinaria va a funcionar bien y la cúpula tratará de brillar ante las cámaras constantemente en un juego al que ya nos vamos habituando. En España hay enormes profesionales, muy distintos de las cúpulas políticas actuales, lo que debiera ser objeto de reflexión pausada.
En este esquema, ser ministro, es degradante porque vas a dedicarte al Show Business y a la manipulación emocional. Lo bueno de verdad en este gobierno es ser Subsecretario o DG.
Es decir, si te nombran ministro, no aceptes. Si te nombran Subsecretario o DG, piénsatelo.
Saludos
Saludos
Veo que hay dos comentarios a esta columna, pero me es imposible acceder a ellos.
Ayer había uno. De un muy ilustre forero que venía a comentar que los verdaderos cargos de poder son los de Directores Generales y Consejeros, los altos funcionarios pactados entre él poder duro de verdad, que están al cargo de la cosa.
Siendo los ministros un simple atrezo para tenernos entretenidos y mirando la mano y no lo que de verdad ocurre.
También comentaba que en dichos altos funcionarios hay, en su opinión, una gran parte vocacional y que en algunos casos hay hasta talento. Un poco optimista me parece, pero no voy a ser yo quien le heche vinagre a la cosa.
Pero me extraña que dicho comentario ahora haya desaparecido y que sea imposible acceder también a los comentarios en cuestión.
Simplemente por ello escribo el mío. espero no molestar.
Un cordial saludo
Tampoco veo el comentario en la parte de últimos comentarios en general, a las diversas columnas publicadas ultimamente.