Cerca del 80% de los diputados son abogados o funcionarios. Especialistas en leyes o personal de la administración del Estado, es decir, profesionales que, de una u otra forma, dedican su tiempo a hacer funcionar esta maquinaria inmensa y omnipotente que hemos construido, sus claves, sus reglamentos, sus herramientas y sus funciones. Son los expertos en sus engranajes, en observar sus deficiencias, establecer sus usos y marcar las rutas a las que debe dirigirse.
No hay ningún filósofo, ningún sociólogo o antropólogo, ningún psicólogo o psiquiatra, o sea, nadie que haya estudiado específicamente al ser humano y le haya dedicado tiempo a conocer las culturas de las sociedades que se han ido pergeñando a lo largo de la historia de nuestra especie. No hay eruditos, ni intelectuales, ni historiadores ni tampoco artistas. Lo más parecido a perfiles que pudieran tener que ver, aunque sea lejanamente, con profesionales que tengan una relación directa con las personas son algún profesor universitario o algún economista.
Los políticos, que desde que el final del comunismo perdieron la referencia ideológica a la que oponerse o parecerse, son esas personas que ahora se dedican especialmente a ganar elecciones. No tienen ideas, solo una ideología que viene marcada en esencia por oponerse a lo que el otro, que opta a lo mismo, pueda decir; y afinan sus armas puliéndolas lo más posible para convencer a un electorado al que saben bastante indefenso. Perdida la distinción decimonónica entre la derecha y la izquierda, perdido el referente de capitalismo frente a comunismo y todos los peldaños intermedios que los separan, los políticos se dedican a ejercer una profesión. Y para ello estudian Derecho u opositan.
Ahora que son el segundo o tercer problema de nuestro país, superando el 20% y aproximándose rápidamente al 30%, en la percepción ofrecida en las encuestas del CIS, y acuciados por una crisis que empezó financiera y que ya es global, producida por ellos mismos, deberíamos preguntarnos qué está pasando para que esto suceda. Entre las diferentes variables que se barajan se mencionan con frecuencia la pérdida de representatividad, la permanente sensación de manipulación de la opinión pública, una férrea disciplina partidista y esas listas electorales confeccionadas para garantizar el control de los candidatos y su sumisión a los intereses de los grupos de poder, pero hay un aspecto general de fondo que creo que se nos pasa por alto indudablemente, como es el de los estudios y la preparación de los señores diputados.
Para aderezar el debate, puede ser útil rescatar un episodio que muestra el choque entre la verdad y la máquina de ganar escaños y elecciones. En las pasadas elecciones un conocido escritor, Álvaro Pombo, incluido en las listas electorales de UPyD, en plena campaña electoral, tuvo la osadía de cuestionar el sostenimiento del actual sistema de seguridad social, cuya inviabilidad es incuestionable. Medio mundo, incluido su partido, se le echó encima, y la avalancha debió ser de tal calibre que se vio obligado a rectificar pasadas 24 horas. Una escena que recuerda mucho a cuando tu abogado te orienta y te sugiere que solo muestres ante el juez aquellas tesis que puedan favorecer tus intereses, más allá de que sean ciertas o falsas. Y es que pesan demasiado los intereses electorales, y eso significa arrinconar las ideas, sujetar la verdad y manipular las opiniones. De los antiguos rituales electorales de los mítines multitudinarios, concebidos para dar a conocer los programas de los partidos, a los que ahora solo acuden los acérrimos; hemos pasado al marketing de lo ideológico, al uso de técnicas publicitarias para impactar la sensibilidad del elector y a la propaganda fácil de los eslóganes, los carteles y las fotos de diseño. Y estos son solo algunos ejemplos de una realidad más amplia y global, en la que el poder adopta formas tecnocratizadas encubiertas en ideología de patio de colegio, para garantizar su puesto, central y único, del manejo de los individuos y los colectivos sociales.
Y no es suficientemente conocida la íntima relación que une a los estudios y la profesión que desarrollas con los estilos, los valores y los principios, que fraguan una forma de ver la vida de las personas que profesa cada disciplina del conocimiento. Así, las creencias más profundas de nuestros dirigentes seguramente se basan en el imperio de la ley y la perpetuidad del estatus quo del medio en el que moverse, como buenos abogados y funcionarios que son. ¿Quiénes si no son los aliados naturales más adecuados para el engranaje del poder?
La ley que nació con la vocación de no aplicarse hasta el último término, ve traicionada la esencia con la que nació, convirtiéndose en el catecismo regulador que ordena y dirige todas y cada una de las facetas de la actividad humana, tan dispares entre si y tan difíciles de ajustarse a leyes, como el aprendizaje y la educación, la ciencia, las relaciones de pareja, los vínculos afectivos, la reproducción, la cultura, la agricultura, las energías, la maternidad, los celos, el deporte, la salud y un sinfín de ejemplos más.
El desglose de toda esta legislación, y de mucha más, da lugar seguramente a las mayores de las bibliotecas que cualquier civilización nunca antes haya podido elaborar. ¿Y cuánto conocimiento hay en ellas? ¿Cuántas verdades, reflexiones, aseveraciones y sofismas contienen, para legarlos a próximas generaciones? ¿Qué aprenderán nuestros descendientes de ello, y qué pensarán de nosotros? No hay que ser especialmente lúcido para deducir que toda esa reglamentación, en cualquier sociedad, parte de una desconfianza básica en el ser humano, de una supuesta necesidad de las poblaciones y los ciudadanos de ser tutelados; y las leyes se convierten en algo para lo que no fueron diseñadas, un espejo en el que reflejar el ideal humano, que dificultan la agilidad, la velocidad y el impulso que todo individuo necesita, favoreciendo la estaticidad, el seguidismo y la colectivización.
Una de las cuestiones más transcendentes que se nos presentan en este principio de siglo, es el enfrentamiento, a veces abierto, a veces soterrado, entre este primer mundo parapetado hasta la saciedad tras los derechos, los intereses y las estructuras impermeables; y un mundo en desarrollo ávido de crecer y de dejar de ser el hermano pequeño al que destinar un pequeño porcentaje de las sobras del primero, y solo cuando las cosas nos van bien. La evolución, como tantas veces, la va a propiciar la necesidad, antagonista natural de la garantía, con el riesgo de que se voltee y se convierta en revolución.
Y de España cabe preguntarse, para terminar, qué legislación es aplicable al Quijote, porque dicen por ahí que han visto a Sancho de alumno en un Máster de Derecho de caballerías, preparándose las oposiciones a funcionario de Correos.
Nos va a pillar el toro.
(Este artículo se publicó por primera vez el 14 de Noviembre de 2012)
Carlos, tu artículo me parece magnífico. Estoy completamente de acuerdo contigo en que la preparación y educación de los políticos condiciona lo que son capaces de hacer. No sólo de abogados vive el mundo. Es necesario que haya científicos de todas las ramas, expertos distintas áreas del conocimiento.
Pero como bien comentas, en la política actual lo más importante no es hacer lo mejor para el país, sino ganar las elecciones. Si sacas los pies del tiesto, te los cortan.
Ya me gustaría a mí ver un gobierno que nombre ministro a una persona preparada, aunque no pertenezca a su partido político, ni siquiera a un partido de su coalición de gobierno. Creo que esto no lo verán mis ojos.
Suscribo tu último comentario, el toro, el tren, y la economía nos van a pillar si un milagro no lo remedia.
Lo que realmente me preocupa es que Sancho se haya hecho abogado, por él y por los abogados.
No entiendo el porqué de esta frase tuya, Carlos. A mí me parece que Sancho fue muy buen abogado:
http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte2/cap45/default.htm
Porque siendo muy buen abogado, estaba al servicio del Caballero héroe, trovador, visionario, utópico, idealista, conjurador de maleficios, valiente, desprendido, amador, pasionario, irracional, leal y matagigantes, entre otras cosas principales.
Igualito que ahora.
Fantastica reflexión de Carlos Peiró, basada en el raciocinio y en el sentido común.
Via preferente a la profesionalización de la clase politica, si las ideologias han sido prostituidas y devoradas por el capitalismo, los partidos políticos deberían evolucionar por el bien de todos a la efectividad de la gestión.
Me gustaria leyeran el articulo de JOSÉ EUGENIO SORIANO GARCÍA, catedrático de Derecho Administrativo. Ex Vocal del Tribunal de Defensa de la Competencia. Autor de libros jurídicos sobre los nombramientos de los cargo públicos a ver si algún dia nos dejan de engañar y podemos aplicar algo de sentido común.
http://www.elimparcial.es/nacional/control-de-la-arbitrariedad-de-los-nombramientos-politicos-en-empresas-122023.html
Buenas tardes, Carlos,
Quisiera matizar que no todo licenciado en Derecho es Abogado. Ni todo el que se incorpora a un colegio de abogados, vive de esa profesión.
Hay muchos políticos que tienen una licenciatura en Derecho para optar con más posibilidades a ser concejal o diputado dentro de su partitocracia. Y algunos otros, ya dentro de la política, dan el paso de colegiarse para dar a entender que tienen oficio y no utilizan el cargo para enriquecerse. Cualquiera sabe que la base universitaria no equivale a que entiendan siquiera la necesidad y legitimidad de una ley. De técnica procesal, mejor ni hablemos. Si lo hicieran bien no habría tantos problemas prácticos de aplicación -el abogado aplica la Ley, no la hace-, incluso de interpretación. En este sentido, todo se pacta; se introducen párrafos o coletillas en un texto legal porque las mayorías o minorías lo exigen, no porque tenga una sistemática y un pensamiento profundo.
Lamento que se desprestigie tanto y cada vez más -por más motivos- la profesión de abogado por parte de esos políticos que se atribuyen una condición con un simple carnet a los fines únicamente de aparentar y confundir, y los demás se lo crean.
Victoria
Magnífico artículo. Hay que difundirlo.
Para mi este articulo, de Peiro, tiene claroscuros. El descrédito de los políticos tiene aspectos justificables y otros que son efecto de la propaganda destructiva, con fines no muy claros.
En la vida política ha habido, y hay, personas, de distintas profesiones, que se han dedicado a explorar las mejores maneras de organizar una sociedad. Esta labor requiere un trabajo complejo, de mucha entrega y responsabilidad. Desgraciadamente, estas personas pocas veces han podido medrar en el, estrecho, marco social. Ha habido poetas, artistas, filósofos que han apoyado esas tareas. También ha habido, dentro de ese mismo grupo de intelectuales, quienes han abogado por políticas racistas, exclusivistas o de esa índole.
Con respecto a la «verdad» sobre las «insostenibilidad» de la Seguridad Social, en boca de un escritor, no tiene porque tener mayor acierto. Yo creo que no hay que entrar en la complicidad gremial, como bien defiende Peiro, incluso en este asunto. Hay temas que requieren un estudio muy profundo y no vale la pena mencionarlos, así, de pasada y con marcado acento de juicio.
Bravo toma dos aspectos del artículo, que tienen un sentido bilateral, a la par que centrífugos. La justificación del descrédito de los políticos, no es, como categoría cartesiana, un elemento menor dadas las circunstancias en las que se están moviendo los círculos de responsabilidades, aunque hayan sido plasmados en múltiples ocasiones. Y la insostenibilidad de la Seguridad Social actual, puede contemplarse desde variadas y contraindicadas aristas simultáneas, y no por ello impenetrables al juicio de los simples mortales.
En todo lugar y tiempo, el artículo incide en un aspecto por si mismo destacable, que no es lo mismo que lo expuesto. La tesis, se centra en la procedencia de los políticos, no solo respecto a su formación, sino en la manera de ver el mundo y nuestra realidad. Cuando se habla tanto de la distancia de los políticos con la ciudadanía, no creo que esta venga dada solamente por una actitud de aquellos con estos, también por una cierta incapacidad para entender otros mundos, que no se ciñan exactamente al «poder» y al «Estado», a los que pertenecen y defienden sin lugar a dudas. E, igualmente, como otro aspecto de la cuestión sobreañadido, se ha instalado una forma de hacer política basado en un conjunto de mitos, tabús, tótems e iconos, estereotipos y clichés, formas de hablar y de estar, guiños y complicidades, a desarrollar en próximos artículos, en que los esquemas de referencia, entre ellos los de derecha e izquierda, que no permiten a quien no participe de ellos, hacer unas formas libres de política, de ahí la referencia al comentario del escritor referido, de cuyos comentarios sobre la situación sobre la Seguridad Social no tengo conocimientos suficientes para juzgar.
Leyendo sobre la etimología de “política”, descubro que en la Grecia clásica existían los “πολιτικός” o “politikós” y los “idiotikós”. Los primeros se preocupaban por los asuntos del Estado, que eran los asuntos de todos los ciudadanos. Los segundos no se interesaban por los temas concernientes a la “polis”, sino que solo se ocupaban de sus intereses particulares o privados: eran los “ἰδιώτες”, “idiotes” o “ciudadanos privados”, término que evolucionó luego a “incultos” o “no conocientes de las artes”, derivando siglos más tarde a nuestra palabra actual “idiota”.
Ahora mismito estamos en el punto álgido de “siglos más tarde”.
Salidos de facultades de Derecho, de otras de nuestras “ilustrísimas” universidades, de las academias de oposiciones o de los cuartos de estar donde se han empollado los manuales de funcionarios del Estado, demasiados son los políticos que solo miran por sus intereses: tener poder, hacer contactos para tener más poder, más dinero y más notoriedad, acceder a cuantos más puestitos, mejor, porque más puestitos significan: ¡más poder, más dinero y más notoriedad para yo, yo y yo!
Esto… ¿y los ciudadanos? ¿Pero eso qué es lo que es? Ah, unos que se ponen como figurantes para las fotos que les van a dar más poder.
O sea, tenemos unos políticos idiotas.
Si lo que Peiro quiere decir es que la Política no ha de ceñirse a la lucha por el Poder. Estoy totalmente de acuerdo. Esto implica que los modelos sociales de convivencia sean mucho más oxigenados de lo que las instituciones implantan. Esto implicaría que no buscáramos el Estado sino la Libertad. Es difícil definir el concepto de Ser por lo cual prefiero no usarlo y en cambio uso Libertad, que es de más común interpretación.
Esto proyectado a una organización social se acerca a la Municipalidad, a la vida Comunal. A la convivencia entre individuos con diferentes características y reglada de acuerdo a los sucesos cotidianos. Todo lo demás implica una abstracción de Poder, de Frontera, de Defensa, de Religión, de Raza, etc. En eso estamos y quizás por eso están los políticos que, aunque parezca absurdo decirlo, nos dan Seguridad. Buscamos, su amparo, su responsabilidad, su supuesta eficacia para gobernar. Que es esto un Estereotipo, pues claro. Que el Arquetipo sea nuestra propia y consciente responsabilidad, pues claro.
Carlos, realmente crees que con la actual composición de las cámaras y sobre todo y más importante, con su actual funcionamiento, importa mucho la formación o preparación de los Diputados o Senadores?….
Actualmente estas Instituciones son dominadas por la Junta de portavoces, son los que realmente deciden qué y cuando….los demás solo pulsan el botón de voto y eso cuando asisten…. pero mientras sigamos permitiendo que los partidos políticos dominen la vida política y no los representantes que votamos, sinceramente solo me preocupa la formación que puedan tener los portavoces de la junta….. los demás como si quieren ser analfabetos, con saber pulsar el botón que les dicen, vale….
Un saludo
Coincido contigo Gregorio en que las Cortes son una simple extrapolación del número de escaños de los partidos al apoyo o no de las iniciativas presentadas. Pero el artículo no pretendía hacer un análisis de un funcionamiento parlamentario que no hace honor a su nombre.
Es solamente una reflexión crítica, en este caso de las cámaras, del peso que tienen determinadas profesiones, o formas de ver el mundo, y sobretodo, de las notables ausencias que se producen relativas al mundo amplio del conocimiento.
Quería hacer hincapié en el carácter de estructura de poder que domina, y como otras, con distintas visiones, otros fines y otras propuestas no caben, y me temo que nunca cabrán allí.
totalmente de acuerdo contigo…. hay áreas de la sociedad muy representadas y otras que no aparecen, pero como bien sabes, solo los que dirigen los partidos deciden quien presentan en sus listas y ciertamente ciertos conocimientos son mas difíciles de controlar, luego mejor a lo seguro…. lastima, algún día alguien reformará el actual sistema electoras…o al menos eso deseo….
un saludo
Señor,
Una ideología política ha sido siempre un producto, perverso y provocador(esto si, dependiendo del talante y talento del promotor) Y claro esta que a la mayoría de los políticos, les importa un bledo el bien general (incluso para sus seguidores)
La actual clase política no ha inventado nada (todavía) solo, al igual que las ratas, se ha adaptado a las circunstancias de los últimos 2000 años.
Creo que su esfuerzo de «intelectualizar» el comportamiento de la clase política tiene mas bien méritos culturales rozando el altruismo (sic) Y digo intelectualizar para, literalmente, su esfuerzo, y no por ellos.
Hablo de todo esto por la tristeza amarga que me «ocupa» viendo el derroche mental(de calidad, sin duda) por parte de tanta gente al margen de la sociedad. Si, margen.
Por que estas mentes no están, como debería, dentro. Sino orbitan como inocuos factores, creadores de ilusiones y muy de vez en cuando, de alguna esperanza.
La naturaleza humana es primero practica, material y por esto votan con algún u otro grupo, los seguidores quieren ser compinches y no enemigos del poder.
Todo esto se podría evitar construyendo una justicia de verdad. O sea, provocando una real separación de poderes.
Así que le propongo que mire el tema de las consciencias de «sus señorías» los jueces .
Despertar con suavidad alguna «integridad moral» en las filas de los votantes es, desde luego, muy bonito pero poco eficaz (son muchos)
Pero dirigiendo el esfuerzo para «levantar ampollas cerebrales» a los jueces, creo yo, podría tener mas efecto. Los jueces son muchos menos que los votantes. Pero siempre pueden hacer mucho mas para los votantes que los votantes mismos.
Que tenga un buen día, siempre
Con simpatía, Jorge
pd: lamento cualquier error de escritura, pero el castellano no es mi lengua materna, sin embargo lo adoro al igual que el materno.
El artículo empezaba bien pero…. Es bueno cepillarse la seguridad social solo por que lo diga un (mal) escritor, así sin una alternativa detallada, racional y económicamente sostenible??? …. Los experimentos con gaseosa
D. Antón: Todas las críticas son buenas, es norma aceptarlo así para cualquier persona pública o que publica.
Pero es que afirmar que un artículo es de un mal escritor porque se cepilla la seguridad social, sin que haya una sola palabra en ese texto que mencione tal cuestión, parece algo más que sospechoso.
No será que estabas escribiendo en el blog de Tintín, y se te ha escurrido el dedo.