
Cúantas veces se oye, especialmente en las consultas de temas de pareja, aquello de que “¡no hay quién te aguante!”. Tras la sorpresa inicial de la exclamación, y descartado que el destinatario del mensaje sea el propio terapeuta -descarte no siempre igual de convincente-, entramos en la consabida escena en la que en realidad ninguno de los presentes aguanta al otro.
“…churumbeles caprichosos, déspotas, engreidos que lo van tiranizando todo allá por donde pasan”.
Durante los estudios universitarios, allá por los años ochenta, se iba poniendo especial énfasis en fomentar y desarrollar la tolerancia a la frustración, como un pilar fundamental en el desarrollo de una identidad sana y fuerte. Cuatro décadas después, y como tantos otros postulados, no solo no se ha logrado el fin sino que se ha ido en la dirección diametralmente opuesta, en favor de churumbeles caprichosos, déspotas, engreidos que lo van tiranizando todo allá por donde pasan.
Nuestro profesor en la materia en estos temas, acérrimo seguidor del primer equipo de su ciudad, nos indicaba que cuando nació su primer hijo, y con el fin de fomentar esa resistencia a la frustración, inmediatamente al bebé lo hizo socio del eterno aspirante que rara vez conseguía nada. No es el motivo de este artículo el profundizar en las motivaciones subjetivas del profesor, y que cada uno saque sus propias conclusiones, pero si se propone hacerlo hágalo siempre antes del minuto 93.
“…le pides a los Reyes Magos cuatro cosas y solo te traen una, a cuando pides quince y te quejas porque una o dos de ellas no son de tu absoluta satisfacción”.
Por razones de distancia y de alejamiento, desconozco los derroteros por los que acabaron yendo los destinos de la personalidad del menor, pero bien podría ser que lejos de soportar la frustración se convirtiera en uno de esos fanáticos cuyo ánimo cursa al hilo de los resultados del equipo de sus sueños y desvelos.
Bien distinta es la frustración cuando de pequeño le pides a los Reyes Magos cuatro cosas y solo te traen una, a cuando pides quince y te quejas porque una o dos de ellas no son de tu absoluta satisfacción, pero así es el mundo que hemos construido. En realidad desconozco los motivos por los cuales la Plataforma de Afectados por la Carta a los Reyes Magos no se ha materializado, siendo tan cierto, tangible y palmario el profundo daño que el cúmulo de frustraciones epifánicas ha causado en la psique colectiva, casi tantos como el Bambi de Walt Disney.
“La aún reciente pero rápidamente olvidada pandemia… retrató con nitidez la inseguridad de base sobre la que asentamos nuestras sensaciones de felicidad”.
Tampoco entiendo como no se ha incluido un apartado al respecto en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, y se puedan canalizar adecuadamente las demandas infantiles por los atentados a los derechos fundamentales íntrinsecos a su tierna infancia. Y vamos a dejar de lado de momento la vulneración de derechos históricos acaecidos en generaciones anteriores mediante alguna ley que lo regule acertada y justamente al gusto del legislador.
La aún reciente pero rápidamente olvidada pandemia, puso en evidencia muchas cosas, y entre ellas la fragilidad del mundo que pisamos ante contrariedades de cierto calibre, y lo endeble de las estructuras a las que fiamos la propia supervivencia, pero sobre todo, retrató con nitidez la inseguridad de base sobre la que asentamos nuestras sensaciones de felicidad.
“Las adicciones, las manías, las fobias y las obsesiones campan a sus anchas por las mentes de los individuos”.
No sabría decir exactamente cuando, pero muy pronto, un niño se hace consciente de su extrema vulnerabilidad, al principio más física y luego más emocional, y desde entonces conjura una buena parte de sus esfuerzos y energías en minimizarla todo lo que puede, a veces con estrategias psicopáticas mediante juegos de poder. Es curioso y paradójico como en uno de los mejores mundos conocidos hasta ahora, en cambio la capacidad de resistencia a las adversidades esté a los niveles más bajos que se puedan recordar.
“Así que nadie se queje de no aguantar, porque en realidad no nos soportamos demasiado ninguno a nosotros mismos”.
Las adicciones, las manías, las fobias y las obsesiones campan a sus anchas por las mentes de los individuos, como formas defensivas de actuar reactivamente contra las amenazas vitales, y los fármacos que se utilizan para favorecer la tranquilidad alcanzan niveles jamás vistos hasta la actualidad.
La vida es un escenario esencial y la mente voluntaria ha decidido defenderse en exclusiva de sus riesgos y peligros. Así que nadie se queje de no aguantar, porque en realidad no nos soportamos demasiado ninguno a nosotros mismos. Razón por la cual existe el turismo, las vacaciones, las industrias del entretenimiento, las plataformas televisivas, y todo aquello que parece prosperar en un mundo enfermo de Ego.
La huida hacia adelante en la que llevamos décadas, hace que dividamos la realidad entre aquello que lo favorece -como Bambi- y aquello que nos fuerza a mirarnos a nosotros mismos.
Un excelente análisis de una sociedad perdida en esa supuesta felicidad que nos transmiten los medios de comunicación siguiendo las «modas» del momento.
Hace unos dias sobre una pared repleta de «affiches» publicitarios, alguien colocó una sola frase: «Con tanta peña alrededor y cada vez más solos». No se puede sintetizar de mejor forma la artificiosidad construida en el mundo de las relaciones sociales, donde cada vez es más difícil encontrar lo que es un amigo de los de antes. Las redes han capturado imagenes, comentarios más o menos brillantes y exhibiciones groseras personales. La inhibición se termina en ausencia de la «peña»; horas más tarde la realidad de la soledad intenta neutralizarse buscando afanosamente en el móvil un placebo a la inseguridad personal.
Todos llenos de «proyectos», corriendo como hormigas sin rumbo ante la destrucción del hormiguero social (nación, familia y amigos) que antes nos cubría de la intemperie de las frustraciones. Todos acudiendo a ese otro mundo profesional sanitario para salir con la receta de los antidepresivos, de los hipnóticos, de los somníferos que sólo nos van a perturbar más. Todo ello a mejor beneficio de esa industria farmacéutica que nos protege.
La complicidad del sistema sanitario (con las excepciones que sean) en todo ello, demuestra que ya no existe el juramento hipocrático, sino la adhesión o sumisión incondicional de sociedades (antes soberanas) a lo que se le imponga desde el extenso mundo de los poderes institucionales.
En efecto, lo vivido con la pandemia ha sido una muestra experimental de como se pueden doblegar voluntades ante un pánico irracional desde el simple relato (aún sin resolver). Cómo se puede manipular datos e información al servicio de esos «poderes» en la sombra que controlan todo: vida, aficiones, intereses, actividades, preparación, conocimiento y ,sobre todo, desvíos en la senda establecida.
Por eso no nos aguantamos unos a otros, por eso odiamos a los que piensan diferente (mucho más si tienen razón), por eso nos dedicamos a destruir lazos y provocar conflictos antes inexistentes. En esa semilla de enfrentamientos crecen las malas hierbas de quienes los provocan.
Un saludo.