“El perro es el mejor amigo del hombre”, se suele decir y aseverar como un tópico instalado en muchos comentarios. Y parecería que es una de esas frases célebres atribuibles a algún gran personaje del pasado, un filósofo griego, un erudito del medievo, algún premio nobel de la paz o el descubridor del ADN. Pues no. Lo dijo nada menos que un abogado en Estados Unidos cuando tuvo que hacer su discurso ante el jurado, en un caso en el que su cliente tuvo la desgracia de que un vecino celoso de su propiedad se cargara a su mascota.
Podría el abogado haber afirmado: “la escopeta es la peor aliada de los criminales”, o quizás “un sentido de la propiedad excesivamente acusado es la mayor fuente de instintos asesinos”, o también “la ira ciega sobremanera la capacidad racional de las personas y les hace cometer las mayores barbaridades”, y seguramente cualquiera de estas verdades hubiera tenido más autenticidad que la que eligió premeditadamente el abogado para ablandar las conciencias a los miembros de un jurado y lograr que su cliente fuera adecuadamente indemnizado por los daños morales del episodio.
Pero lo peor no es que se haya creado esta especie de relación de amistad entre, en este caso, un animal y el hombre, lo peor es que en nuestras cabezas, simples y sugestionables, con facilidad se puede invertir la sentencia y que actuemos como que “el hombre es el mejor amigo del perro”. O eso parece suceder cuando se puede ver a tanta gente tratar a los perros y a otros animales mejor que si fueran personas. Y surge la duda, ¿eso contribuye a que los animales sean más humanos, o por el contrario a que nosotros seamos más animales?
Una de las alienaciones más destacables del medio urbano es la abismal distancia con la que, desde aquí, se distinguen las cosas del entorno rural. De hecho, cuando los paisanos de los pueblos ven como son tratados diferentes animales por parte de los ciudadanos parece dibujárseles una sonrisa en los labios o en el pensamiento. ¿Cómo puede haber sido esto de pasar de considerarlos como fuente de alimento, ayuda al trabajo más duro y explotaciones para el consumo, al extremo opuesto de reclamarles los mismos derechos que a los seres humanos en un plano de igualdad?
Al igual que otras cosas, un conjunto de circunstancias relativas confluyen para que se cree una verdad más absoluta. Por un lado tenemos a la teoría darwiniana, que en su versión más popular crea una ideología en la que los animales serían escalas inferiores de los hombres, haciendo con ello una fácil extrapolación en la que ellos serían como nosotros pero menos evolucionados, favoreciendo una identificación elemental con ellos.
Otro factor clave, con un efecto no menor, es la proliferación de lo que podríamos denominar “humanización” de los animales a través de los “mass media”. Se pueden destacar en el trayecto hasta nuestros días tres hitos: la popularización de las fábulas de Esopo en la instrucción elemental de los niños durante el siglo XX, E.T. una de las más exitosas películas nunca vistas con un logrado personaje humanoide mezcla de extraterrestre, animal y ángel de la guarda, y la factoría Disney con sus clásicas películas y personajes, donde los ratones son tan simpáticos y los patos hacen heroicidades. Mención aparte merecen esos documentales en los que los pájaros fraternizan entre sí, los lobos sufren porque les mangan en cuanto que se descuidan las piezas cosechadas con el sudor de su frente, y las fabulosas águilas son acosadas por malvados hombres sin escrúpulos. Pero el premio en este carnaval se lo llevan esos en los que, tras unas muy medidas piruetas de los guionistas en la elección de las imágenes y los textos a editar, se les pone nombre de mascotas a los felinos más feroces, a los que se trata como amiguitos y se les denominan con apodos cariñosos, mientras que se atribuyen intenciones familiares y bienintencionadas a sus comportamientos.
Dicen los investigadores del desarrollo infantil, que entre los seis y nueve años se produce un fenómeno universal en los niños, consistente en que estos adquieren una importante cercanía a los animales del círculo doméstico. Indican como los menores, como consecuencia de un juego psíquico proyectivo profundo, contemplan en la realidad de los animales sus propias manifestaciones anímicas. Valga decir como ejemplo de ello, la potente fascinación en esa edad por los dibujos animados, frecuentemente de animales. Es decir, forma parte intrínseca de un periodo de crecimiento, descubrimiento y evolución infantil, que como otro estadío más del desarrollo, avanza en sus hitos y retos respecto al anterior, pero será asimilado, superado y trascendido por el siguiente.
Siendo esto así, estos estilos tan popularizados en nuestra sociedad, estarían indicando un significativo infantilismo en la manera de contemplar al mundo, a la realidad, pero sobre todo al individuo, en la que se ensalzarían las virtudes de aquellos aspectos característicos de las mascotas y su relación con ellas. Y no todo queda ahí, porque estos valores no adquieren solo la afirmación de sus beneficios, como la fidelidad con el amo, la predisposición permanente al encuentro idílico y una interlocución fácil y sencilla, sino que incluyen en sí mismas, y muchas veces son expresadas, la negación del valor de otros principios, singularmente aquellos que atribuyen al hombre características propias y definidas, y con ello se hace negativa la autonomía porque la entiende como traición y el criterio propio como un desapego deleznable. Es decir, en este juego el escenario es el de los hombres destructivos contra los inofensivos e inocentes animales.
También subrayan las experiencias terapéuticas la importancia que adquiere no solo en niños, sino también en adultos, la utilización del contacto, crianza, cuidado y relación con ciertos animales, los más próximos al entorno del hombre, en aquellos casos en los que el individuo haya sufrido un fuerte trauma y padezca importantes secuelas psicológicas como consecuencia de ello. Un accidente de tráfico, un atentado terrorista, un desastre natural o un episodio sangriento y cruel son algunas de las circunstancias en las que está aconsejado este tipo de tratamientos de recuperación, con significativos buenos resultados. El animismo como forma religiosa, y de ahí el característico nombre que se le da a estos seres vivos conocidos como animales, tiene como una de sus principales particularidades la ausencia total de elementos de pensamiento en su génesis, desarrollo y prácticas, por lo que supone una ausencia completa de aspectos tan intrínsecamente humanos como el análisis, el raciocinio y el razonamiento. Es decir un empobrecimiento de las cualidades humanas.
Pero además, lo anterior nos lleva a una conclusión preocupante, como es sospechar que la actual práctica de acompañarse de animales está escondiendo una situación negativa y deficitaria de sus amos en términos psicológicos, no solo infantilizada, sino de cierta envergadura patológica, caracterizada por la sublimación de lo animal y la degradación de los aspectos pensantes y racionales.
Como se ha dicho, al observar muchas de las relaciones que se establecen en nuestra sociedad respecto a los animales, tanto los de nuestro entorno como los de medios abiertos, salvajes y diferentes, se puede determinar un cierto grado de correlación negativa entre la simpatía a lo animal con la antipatía a lo humano, en la que siempre sale bien parada la naturaleza de lo animal, por muy animal que esta sea, y denostada la humana a la que se le atribuyen la causa de los mayores males del mundo.
Bien está que no haya un trato cruel y animal con el resto de los seres vivos con los que compartimos el planeta, y que se intenten lograr espacios de cohabitación entre todos, pero llegar al grado de consideración al que se está llegando no deja tener elementos un tanto absurdos.
Y es que, seguramente, la versión del hombre que se vuelca en nuestro medio social, o está distorsionada y sesgada malintencionadamente, o se asienta sobre parámetros alejados y premeditadamente escondidos de la gran cantidad, variedad y envergadura de las enormes capacidades, aptitudes y valores que somos capaces de alcanzar y desarrollar. ¿No estaremos hablando respecto a los humanos demasiado de sus derechos y muy poco de sus valores y capacidades que les hacen únicos? ¿No esconderá lo primero una trampa, de la que no somos muy conscientes, que confiere definitoriamente a las personas una excesiva inferioridad, dependencia y carencias? Porque si tuviéramos que extrapolar la idea de la persona que puede inferirse de todo este panaché ideológico circense, resultaríamos ser un enorme simio, que solo piensa en copular, comer y medrar, que está obsesivamente pendiente de la consecución de unos derechos independientemente de lo que haya hecho para lograr lo que persigue y con una mente solo puesta en su propia supervivencia entretenida.
Al respecto resulta especialmente doloroso como esta sociedad trata a los héroes, que entendidos como aquellos que son capaces circunstancial o permanentemente de mirar frente a frente a la muerte, a su propia muerte, llegan a alcanzar tal grado de altruismo y entrega, consciente, voluntaria y decidida, que nunca ningún animal estará, ni lejanamente, capacitado para alcanzar esas cotas de valía y de valor, y en ello radica una de las diferencias esenciales de nuestra capacidad de transcendencia.
Tuve un perro que murió de cáncer; hice por él cuanto estuvo en mi mano pero murió de cáncer.
Y es que los animales, igual que las personas, mueren por accidente, por agresión, por enfermedad o por vejez.
Seres racionales e irracionales estamos sujetos a las mismas eventualidades. Entre los irracionales lo mismo da a la hora de enfermar o morir que tengan un dueño que se ocupe de ellos y los cuide que no tenerlo y ser salvajes, o callejeros o asilvestrados. He conocido gatos callejeros que han vivido más de quince años sorteando coches e intentos varios de envenenamiento.
Los humanos tratamos de atajar nuestros males, pero, ¿y qué?
Pretendo decir con esto que no es la razón de los humanos, ni nuestra intención ni voluntad de manejar las riendas de nuestros destinos ni los de nada vivo que esté a nuestro cargo, garantía más que bastante endeble de que las cosas vayan a discurrir tal como se las desea.
Los humanos, de la mano de nuestra razón, ideamos, suponemos, recordamos, comparamos, planificamos, elucubramos, imaginamos, y con toda nuestra carga de ideas, suposiciones, recuerdos, comparaciones, planificaciones, elucubraciones e imaginaciones obviamos, para otro momento (que en muchas vidas nunca llega) el vivir el ahora mismo y al hilo del instante, dedicando nuestra energía y nuestra inteligencia a aplicar un “orden” ideal que a saber si se logra, o si es tan “ideal”.
Y, en todo ese tejemaneje tan racional y tan humano, ¿no estamos de algún modo traicionando a nuestro destino, incumpliendo nuestra misión y desatendiendo nuestra razón de ser?
Los animales, desde que nacen hasta que mueren, se adecúan, sin rechistar y sin pensarlo, a su para qué y para el que fueron creados. Un animal nunca hace dejación de sus “obligaciones”, ni se traiciona ni traiciona a otros, ni se ve sometido (como sí nos vemos los humanos) a sentimientos de culpa por hechos pasados en los que se infligió daño, ni de rencor por afrentas recibidas.
Los animales no comen si no tienen hambre, no beben si no tienen sed, no duermen si no tienen sueño, no copulan si no están en celo y, más, considerando, en el último caso, que carecen de un interlocutor al que referir (tomándose unas cañas) sus proezas en el terreno sexual o de un “compañero/a de cama” al que impresionar.
Los animales, con su ausencia de razón, viven, sin pretenderlo y sin saberlo, en todo momento al límite de sus posibilidades. Son “respetuosos” para con su “yo esencial” (una forma extravagante de expresarlo, lo reconozco) hasta las últimas consecuencias.
Los humanos, con toda nuestra razón y nuestro raciocinio, nos ponemos de continuo la zancadilla a nosotros mismos.
Me pregunto, con todo esto, si los humanos no estamos lastrados por esa Razón de la que tanto nos enorgullecemos.
lo de las madres y desmadres?, tenía curiosidad por ese artículo inexistente, vaya…
oh vaya, tengo una gata que habita en mi casa desde los 0 años, y ella se cree humana, es así y yo no la voy a cambiar su opinión que no soy nadie para hacerlo;
desgranar este artículo tiene tela, pero esta gata no dice nada de recibos , impuestos, subidas de iva, y de guerras no tiene ni idea; cuando está hasta el moño, bufa..y se la entiende, cuando tiene celo es bién pesada, pero..
esté medio loca yo o no, estoy aprendiendo mucho de ella, de cómo vive, de lo que valora, de los siestones que se pega tan ricamente…no me expando, no tengo tiempo, me pregunto que hacemos los humanos-sufriendo tanto por todo, que hacemos los humanos planificando guerras sangrientas por todos lados, que hacemos los humanos chantajeandónos en todo momento unos y otros..
no sé, igual estoy RECHALADA, palabra que no pongo en duda, pero YO estoy aprendiendo porrón de esta gata y lo seguiré haciendo. :-))
Magnífico, Carlos.
Cuanto más se habla de derechos más embrutecidos estamos. Además, ya no sabemos qué contenido han de tener esos derechos. Se afirman subjetivamente y en la circunstancia espacio-temporal que más beneficia a quien lo alega.
Antes te arañaba un gato y no pasaba nada; ahora, se denuncia porque hay un ánimo rentista. También se utiliza a los animales para obtener beneficio pues también forman parte importante del sistema consumista: veterinarios, alimentos, seguros, etc.
Tu reflexión de que estamos infantilizados y algunos bastante «tocados» es palmaria.
Me ha encantado conocer el origen de la expresión con la que inicias tu artículo.
Muchas gracias.
Un abrazo.
Sin ánimo de molestar, en estos dos comentarios tenemos dos magníficos ejemplos de personas que reniegan de su humanidad, y reivindican la animalidad.
Al autor le ha salido el tiro por la culata, pero que muy bien.
humanidad, y reivindican la animalidad. Y cual es la diferencia, si el ser humano es un animal muy mal llamado homo sapiens sapiens.
Decia mi abuela. El hablar no tiene puertas. Viva el verbotrafico!!!
Somos animales y algo más. En ese ALGO hay cosas buenas y cosas malas. Por ejemplo, un animal mata para comer, pero la tortura es sólo una capacidad humana.
Una de las grandes capacidades que nos define como humanos es el lenguaje. Hemos llegado a un punto en que se hace muy difícil el entendimiento entre las personas. Algunas palabras se utilizan de forma fraudulenta y producen tal confusión que estamos llegando de nuevo a Babel.
El respeto a los animales no está reñido con el respeto a las personas. Es cierto que hay exageraciones que probablemente no contenten ni a los animales pero creo que no se pueden mezclar las cosas.
Hay animales con idiomas muy elaborados. Los cetaceos son un ejemplo.
Tienes razon que hemos llegado a un babel producto de tanta palabreria hueca.
Es cierto que al hablar de la relación con los animales podemos distinguir entre el entorno de ciudad y del campo. La relación y la familiaridad adulta es muy diferente en ambos entornos pero también depende de si se les conoce o no. Una línea divisoria bastante sinuosa.
Porque no es cierto que la separación sea lineal o drástica. Los niños del campo tienen una relación muy natural, respetuosa y espontánea de los animales de su entorno aunque, también es cierto, los adultos del campo muestren una relación necesariamente más utilitaria y de firme separación entre ambos mundos. Esto también se ve en ciudades con personas como cazadores o gente que no convive con animales.
No digamos ya si se trata de animales marinos con la excepción de los delfines que en algunos mares como el Cantábrico son seres respetados desde antiguo posiblemente por motivos utilitarios dado que se creía que señalaban la presencia de bancos de pescado. Con los delfines siempre ha habido una relación especial y hay muchas historias muy reveladoras.
El ser humano no se distingue especialmente por su sensibilidad y respeto hacia la vida, da igual qué vida, y además es un ser bastante inseguro y despistado acerca de su posición cósmica.
Somos dados a configurar el cosmos en términos antropocéntricos y a establecer taxonomías que, frecuentemente, no resisten ni el paso del tiempo ni el análisis contrastado. Pero podemos aprender.
Mis hermanos y yo nos criamos en el campo y a metros del mar y hemos visto que una gallina, un conejo, un choto, un caballo, un ciervo, un grillo o un jabalí cautivo no es un ser tan diferente de nosotros y que hay percepciones que dependen de la relación que con ellos se establece.
Hay antropólogos bien famosos que cuando les preguntan acerca de la conciencia del yo y la persistencia temporal de esta así como de la memoria como rasgos exclusivamente humanos, te dicen que no pueden estar tan seguros de ello. Que puede ser cuestión de grado más que de frontera.
A mi modo de ver lo que llamamos materia animada, viva, tiene una cualidad especial que no hemos terminado de captar o de aceptar. Su plasticidad y su complejidad son insondables.
A estas alturas de mi vida no veo las divisorias tan claras como las pintamos y lo que percibo es una especie de magma que temporalmente se configura de unas formas o de otras, que muda, pero nunca desaparece bajo las formas cambiantes.
Me gusta mucho la definición del físico Kaku que nos describe como funciones de onda en reconfiguración temporal permanente pero con idénticos ladrillos. Extenderlo a la vida, a toda la vida, es inevitable y una vez que lo haces creo que se entiende todo un poco mejor.
Y en cuanto a la inteligencia, pues depende.
No demos por sentado que lo somos más que muchos animales ni que estamos mejor hechos que ellos.
Hay casos de lo contrario hasta tal punto que no resulta anómalo llegar a la conclusión de que nosotros –en esta etapa de nuestra propia evolución– somos fruto de un Dios menor, es decir, no de los más espabilados.
Al observarnos es fácil ver que estamos muy a medio camino y con cantidad de funciones, incluso las que llamamos superiores, bastante deficientes.
Pensemos en la fragilísima y deficiente memoria, por ejemplo. O en la lentitud de transmisión de información neuronal que nos impide recurrir al lóbulo frontal para funciones elementales de supervivencia o performance. O en la disonancia cognitiva tan infrecuente entre animales.
Y luego está el trato que marca tan profundas diferencias en todas nuestras relaciones con todo.
En fin.
No es infrecuente que nos pongamos a disertar y a dictaminar sobre temas que no conocemos demasiado. No me parece que el hecho de haber tenido en casa un perro o un hamster nos legitime para hablar de «los animales» refiriéndonos a todas y cada una de las especies que nos acompañan en el planeta.
Quien ha tenido la ocasión de tratar de cerca con animales de diferentes especies tarde o temprano se topa con experiencias que pueden llegar a tocarle de maneras inesperadas, como puede ser la de encontrarse con una mirada llegada de no se sabe dónde que por unos instantes pulveriza todas las certezas sobre su modo de percibir la realidad hasta ese momento. Para recomponer nuestra tranquilidad podemos darnos entonces explicaciones más o menos elaboradas desde lo psicológico, pero esas argucias psicológicas no van a desvelarnos el misterio que late en modos de consciencia desconocidos y difícilmente accesibles; ni nos va a aclarar por qué ni para qué compartimos espacios y tiempos con infinidad de seres instalados en situaciones de consciencia tan enormemente diversas. No creo que sea por nada que la palabra «animal» esté emparentada con ánimo y con alma.
Me pregunto qué opinaría el de Asís sobre este artículo.
Una reflexión interesante, Alberto. No he tratado de cerca con otros animales quelos domésticos y, de niña, los veranos en el pueblo de mis padres, con vacas, cerdos, burros, gallinas… Y, de siempre, de todos los que tienen facciones que de algún modo se asemejan a las humanas y pueden sugerir una expresión, un «estar pensando algo», me ha sobrecogido enormemente la mirada.
Creo que algo que envidio de los animales, y que me gustaría encontrar en mis congéneres y en mí misma, es la limpieza que hay en sus miradas; nada engañoso, nada que induzca a interpretaciones como a las que puede invitar (con el correspondiente margen de error) la mirada humana.
Pienso muchas veces en cómo un león podría comerme, pero me comería sin odio.
No sé para qué fueron creados, pero sí estoy segura que no sólo para servirnos de compañía, o de alimento, o de fuerza motriz.
Tienen que tener su propia razón de ser más allá de la utilidad que las personas podamos encontrarles.
Me he centrado en este comentario de Alberto, pero los de Manu y Leocadia también me han gustado muchísimo.
Gracias Manu Oquendo por tu reflexión, en la que percibo, además de conocimiento , un profundo respeto por el tema. Te has referido en un párrafo a que el hombre , en este punto de su propia evolución, es fruto de un Dios menor. Si te apetece, a mi me gustaría que desarrollaras esta idea. Me ha dado qué pensar a cerca del estado del hombre y su esencia, qué tipo de Dioses son esos a los que te refieres, y si ciertos estados de divinidad quizá estén sujetos a evolución, a cambio…
Gracias también Carlos; creo que este tema ha generado cierta polémica interesante.A mi siempre me ha interesado el significado de la palabra animal y la relación tan directa que muestra con ánima. Intuitivamente me hace pensar que, quizá no tengan capacidad de raciocinio porque quizá no lo necesiten como instrumento evolutivo, y por lo tanto sólo tienen ánima, que quizá sea una «parte»(no encuentro otra palabra más adecuada)del ser vivo no sujeta a transformación y por lo tanto más cercano a lo esencial. Por otro lado también creo que animales y hombres no tenemos la misma función en la Tierra y , por qué no, en el Universo(o poliverso), por lo tanto creo que la comparación en algún momento pasa a ser un tanto rara… Sí me parece interesante observar el papel simbólico que juegan los animales en todas las cultura, y cómo en muchos mitos, cuentos, narraciones populares, sirven al hombre en su camino, lo protegen , lo impulsan, lo guían…para que éste cumpla lo que en el cuento es su misión.
Un escrito apasionado, que comparto al completo.
Desde un entorno rural las cosas tienen siempre otras miradas. Los gatos tenían su lugar para dormir en el «doblao» de las casas, a la vez que mantenían a raya a otros animalitos y preservaban lo que se guardaba allí durante el invierno. De día rascaban la puerta de la gatera y salían libres por los tejados. Siempre se les dejaba un plato de comida en el patio- patio, puerta con gatera, y campo alrededor-, había condiciones, aún las hay.
Hoy hay personas que compran hamburguesas a sus hijos pero el mejor pienso vitaminado y carísimo del mercado a sus animales. La investigación científica en determinadas áreas, como por ejemplo, huesos, músculos, cartílagos, o técnicas quirúrgicas, está mucho más avanzada que en Medicina. La farmaceutica veterinaria poderosísima y las clínicas todas privadas, se forran. Mientras tanto algunos enfermos lo pasan realmente mal en los hospitales públicos.
En las Facultades llegan señores a pedir llorando las cenizas de su perro, al crematorio. Otros no irán ni al entierro de sus padres.
«Y es que con los animales es tan fácil. Primero, no hablan tu idioma así es que siempre se imagina la reacción. Vuelven- no te abandonan, no se van con otros- y por otra parte si se pierden se moviliza lo que haga falta, incluso se ofrecen recompensas. Se les adivina felices y ¡a ver quién osa decir que no lo son! ¿eh?» El dueño lo sabe mejor que nadie. Son tan monos.
Se vuelcan en ellos instintos protectores, maternales, paternales, cuidadores, benefactores, todos muy caritativos.
«Se lo merecen, porque «nunca traicionan» y lo más importante: son agradecidos, no los humanos como a éstos a los que se les abrió la puerta de mi ciudad y estropean mi barrio, ¡que se vayan a que los den de comer los gobiernos de sus países que nos lo ponen todo perdido, no como la caca de mi perro que huele a gloria.»
Sin embargo, es claro como la luz del día que mucha gente se siente sola (deba sentirse o no) y traicionada por los de su especie. Todo eso que no han encontrado en los humanos, parece que lo encuentran en el trato con los animales. Tener animales es una responsabilidad. Los que así lo sientan, no se darán por aludidos. Para otros muchos es un capricho y por eso las ciudades están llenas de animales abandonados con el peligro a terceros que eso supone- zonas residenciales a veces más peligrosas que las selvas- animales comiendo en vertederos. Un desastre también para el animal, que duele mirar. También por eso mucha gente los acoge. A uno de nuestra especie, que también duerme en la calle, y come en vertederos.. ( palabras mayores).
En cuanto a los héroes animales y humanos creo que les importa un pito el reconocimiento.
Disculpa que discrepe con tu opinión. De acuerdo que en el campo cada animal tenga una utilidad, pero no cuentas lo que pasa cuando esa utilidad se termina. Como es un animal, una «cosa», se le elimina, sin el más mínimo reparo, en ocasiones utilizando medios escalofriantes, Prefiero no entrar en detalles, pero lo que se hace por ejemplo con los galgos clama al cielo.
Y te diré algo más: uno de los motivos por los que se sabe tanto de músculos, cartílagos y demás, es porque en las facultades se permite la experimentación con animales VIVOS. ¿Te ofreces voluntaria para que hagan contigo lo mismo, y así se pueda hacer un gran servicio a la humanidad? ¿Has visto alguna vez lo que se hace con conejos, ratones, cobayas, etc, para crear esa cremita o ese rimmel que nos va a poner más monas? creo, sin ánimo de ofender, que das una visión un tanto sesgada de las cosas.
¿Por qué muchos de nosotros (y me incluyo) amamos a los animales? porque estamos hasta el gorro de personas que, tras una maravillosa sonrisa y deliciosas palabras, esperan a que te des la vuelta para ponerte a caer de un burro. Porque los animales no tienen tapujos, ni dobleces, ni hipocresías. Se limitan a eso, a ser animales, simplemente.
¿Sabes por qué se acoge a un animal que duerme en la calle y come en vertederos, y no a un humano en las mismas circunstancias? porque el animal te lo agradece, y el humano puede que te arree una puñalada para robarte lo poco que tienes. Y ¿por qué sabemos que ésto es así? porque en el fondo, muy en el fondo, todos sabemos que seríamos capaces de actuar de esa forma.
Los seres humanos hemos evolucionado a partir de los animales, pero a veces me planteo hasta qué punto ha merecido la pena perder tanto por el camino…
No pretendía entrar en las consideraciones, y mucho menos en las relaciones, de la especie humana y el resto de las especies. Solo trataba de avisar de los peligros en la consideración sublimada tanto de la animalidad del hombre, como de la humanización de los animales, entendiéndolos como una degradación de la Humanidad.
La relación de la especie humana y el resto de las especies, es un capítulo tan vasto de la historia, que requeriría no de un artículo sino de todo un tratado de varios tomos para abordarlo.
Respecto a algunas de las afirmaciones vertidas, solo unos pequeños apuntes.
La separación del hombre respecto al resto de animales, puede ser drástica o no dependiendo de con que cualidad sean observadas ambas realidades. La especia humana contiene al resto de especies (vegetales, reptílicas, mamíferos, primates) y en ese sentido podríamos decir que es ellas, pero también tiene singularidades genéricas que ninguna otra especia posee, como por ejemplo el libre albedrío, el simbolismo abstracto, la sobrenaturalidad o el metalenguaje, que la hace sustancialmente distinta.
Además, en el bagaje histórico de la naturaleza animal de la especie humana, hay un fenómeno bien conocido desde la antigüedad, con características mágico-ilusorias, que perteneciendo en exclusiva a la naturaleza del hombre, le hace capaz de transmutarse en otros seres vivos. El licántropo, el centauro, la cierva mitológica y águila real, son ejemplos de una capacidad perdida en la que a través de ciertos ritos, los más evolucionados de las tribus adquirían las capacidades atribuidas a estos. De eso solo nos quedan los símbolos de los escudos nacionales, como derivaciones de las estructuras sociales de antaño: Leones, osos, toros, bueyes, serpientes, águilas, etc. Los estudios sobre la psicopatología psicótica y esquizoide de Jung a partir del análisis del animismo centroafricano, es un brillante tratado de estas facultades en desequilibrio.
Decían las antiguas religiones mesoamericanas, y también las andinas, que el Gran Señor había puesto a las fieras (animales) en el mundo para que la torpeza humana pudiera superar su ceguera, y observándolos pudiera ver reflejado en ellos sus propios estados anímicos. Quizás, por esas cosas de la comunicación extrasensorial, algo de ello llegara a Assisi, y a partir de entonces en la vieja Europa en unos de sus periodos criminales se viera obligada a volver los ojos desde este gnosticismo a su origen primigenio. Y entonces el Gran Alma, con los zorros incluidos, aceptarán el sacrificio y devolverán parte de la sabiduría perdida.
Y la humanidad como especie tiene una historia ciertamente vil con los animales. Los puso a su servicio y aún sigue explotándolos más allá de lo aceptable. Vacas en permanente maternidad proveedoras de leche, gallinas en permanente promiscuidad, perros haciendo de vigilantes jurados, gorrinos a punto de estallar cuando son tres o cuatro semanas de platos combinados, patos cirróticos. Quizás los animales aceptaron el sacrificio como contribución en su momento a la especie reinante para que esta pudiese superar la animalidad, pero dudo que nunca con el fin de este enriquecimiento ilícito.
La Humanidad como especie se siente culpable y en deuda con los animales, y la forma más adecuada de restañar lo hecho no consiste en pedirles perdón, ni en hacerles humanos, ni rendirles pleitesía, sino en aceptar la responsabilidad que tenemos como especie cúspide.
Pero todos estos son otros temas.
Os dejo aquí este video, parece más una composición que filmado de la realidad, pero es precioso.
http://www.flixxy.com/bear-animal-nature-film.htm
Si los cetáceos tienen lenguajes (no idiomas) muy elaborados, lo que está claro es que tú no eres un cetáceo.
Mira a ver si te pasa lo mismo que a los nacional-socialistas con «su» lenguaje.
«me puedes decir cual es la diferencia entre lenguaje e idioma.?? No me digas que idioma es un lenguaje muy eleborado, porque eso no cambia nada.
Las expresiones faciales y corporales, que transmiten tan bien un estado de animo, son un lenguaje corporal – como la risa o el llanto – y los compartimos con muchos animales y en especial con los grandes monos.
Jugar a las palabritas sin analizar conceptos es un tanto aburrido y no lleva a nada.
Se mas humilde y realista. No seremos cetaceos pero indiscutiblemente somos animales.»
Ariadne, ¿no crees que si no sabes una diferencia tan básica como la que hay entre el idioma y el lenguaje, no deberías ir a aprender antes que ponerte a dar lecciones?
De acuerdo con Yaya. Tal vez matizaría que el animal no es exactamente que agradezca el ser bien tratado, que la gratitud no tiene lugar (ni tiene por qué tenerlo) en el repertorio de cualidades de la animalidad; lo que sí que es muy cierto es que el animal nunca pedirá más, en tanto que, entre humanos, “si me das cinco es seguro que te estás guardando treinta”, cuando puede estar siendo que tras dar cinco te estén quedando dos, o incluso uno…
A veces se me ocurre, cuando veo a los mendigos durmiendo en la calle, si no sería posible el invitarlos (bueno, sin aglomeraciones, claro) a “viva conmigo en mi casa, sin lujos pero a gastos pagados, a cambio usted mantiene (sin necesidad de deslomarse) la casa medianamente limpia, que qué le puede llevar, ¿un par de horas? El resto de su tiempo, para usted, para que incluso desempeñe un trabajo remunerado (si es que lo encuentra) fuera. Y cuando no necesite ya mi techo nos decimos adiós, tan amigables”.
En el mejor de los casos siempre habría desavenencias y roces, y en el peor resultaría que lo estás explotando.
Con los animales nunca pasa.
Y lo que dices de los productos de belleza. Con qué inocencia nos acicalamos a costa de su dolor y de su sufrimiento y de su muerte.
Y, en cuanto a los que utilizamos como alimento. Leí en alguna parte que la cantidad de proteínas que necesita ingerir a diario una persona está entre 0´80 y 1 gr por cada Kg. de su propio peso que, considerando que no sólo hay proteínas en las carnes y pescados, permitiría que con bastantes menos de los que a diario se sacrifican en los mataderos alcanzase para este mundo nuestro, tan primero, y para mundos segundos y terceros.
Y, lo de los galgos cuando termina la temporada de caza.
Y tantas cosas más.
A mi me parece que nos empeñamos en buscar similitudes, y que pasa como con las brujas en Galicia: «Haberlas haylas». Y me pregunto el motivo por el cual se da tanta insistencia y perseverancia en ello.
En el texto he pretendido reflejar la importancia que tiene el hecho de que cada humano asuma su humanidad, y como, en muchos casos, la forma de relacionarse con los animales en la consideración que se les tiene y, sobre todo, en el trato que se les da, me parece que es una manera de evadir la responsabilidad que supone «ser humano».
La diferencias, reconociendo lo aseverado de las similitudes, estriba en cosas tan obvias como que los comentarios realizados en esta misma página son absoluta, y exclusivamente, humanos.
Gracias por la participación y un saludo a todos.
Cabe recordar, por mal que suene, que la Naturaleza no nos pertenece, nosotros formamos parte de ella, de ese Ánima en constante cambio y transformación, renacimiento y muerte, y que no es Salvaje quién vive en la naturaleza, respetuosamente y en alianza con ella, es absolutamente salvaje…quién la destruye en base a intereses poco humanos y decididamente especulativos.
Lo de la humanidad de los humanos, a ver si nos dan ejemplo nuestros representantes los políticos and company, e impiden como sea tanto desahucio abusivo e ilegal, para que los humanos no queden varados en las calles, como si fueran perros..que digo perros…como si fueran incluso menos que Basura, la cual incluso dispone de un contenedor bien hermoso donde estar.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/07/20/madrid/1374331335_404494.html
Se las llama “especies invasoras”.
Es decir, que un buen día y por puro capricho, con el mismo ánimo hortera y chabacano con que cualquier patán humano se embarca en un crucero, las cotorras y los mapaches hicieron sus respectivos equipajes y se vinieron aquí, a hacer turismo, a conocer la Comunidad de Madrid y, de paso, arramblar con la fauna y con la flora autóctonas. Y ahora, claro, hay que exterminarlos como sea porque son un problema.
¿Quién ha creado el problema?
Gente estúpida que decidió adquirirlos, como mascotas, lo mismo que se adquiere cualquier objeto decorativo que cuando uno se cansa de él lo regala o lo saca de casa, lo coloca en la acera junto a los contenedores de la basura y cierra la puerta de su casa. Problema resuelto y se quedan tan anchos.
Pero los animales no son objetos. Los animales son seres vivos a los que la Naturaleza creó y colocó en su hábitat, en el lugar del planeta en el que cada especie encontraría su medio de vida, la forma de cubrir sus necesidades y, al mismo tiempo, estaría contribuyendo a mantener eso que creo que se llama “equilibrio ecológico”.
Poco a poco el Hombre ha ido invadiendo los espacios que alguna vez fueron naturales de los seres vivos no racionales que, debido a su carencia de razón y ante la imposibilidad de maquinar maldades, no tuvieron la precaución de adelantarse a los humanos tomando la iniciativa y siendo ellos los que pusieran coto a su entorno y a su medio.
Los seres vivos no humanos nunca han invadido nada. Ha sido el ser humano el que por distintos intereses, la mayor parte de las veces bastante mezquinos, han ido desplazando a los animales y a las plantas de los lugares en los que nacieron. Los humanos no nos hemos integrado con la Naturaleza, la hemos combatido y parece que le vamos ganando.
Podemos sentirnos orgullosos, estamos creando día a día el mundo que queremos y a nuestra medida.
El mundo que nos merecemos y que satisfará todas nuestras expectativas. Ciudades cada vez más grandes y más deshumanizadas en las que acabará por no quedar espacio para los sentimientos ni para un mínimo de piedad o, por lo menos, para un mínimo de eso que se llama “sentido común” y es no menos raro, exótico, y merecedor de ser desterrado de las conciencias como son desterrados (no importa por qué medios) las cotorras y los mapaches de la Comunidad de Madrid.