Dentro de las categorías que componen las disfunciones psíquicas conocidas como psicopatologías, en los últimos 50 años se han hecho grandes esfuerzos por definirlas, catalogarlas y estructurarlas. Pionera en esta labor de análisis y síntesis ha sido la APA (American Psychiatric Association), que desde 1952 lleva publicados cinco amplios tomos sobre la cuestión, en sus conocidos como DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders).
…esta clasificación se atiene exclusivamente a los síntomas –evidencias– relacionados con cada enfermedad o trastorno descritos.
Para los profanos en la materia, conviene indicar que esta clasificación se atiene exclusivamente a los síntomas –evidencias– relacionados con cada enfermedad o trastorno descritos, no haciendo ninguna extrapolación o sugerencia respecto a su origen o causa (excepto en aquellos que están relacionados con situaciones directamente ligados con ellos, como accidentes o traumas, o con momentos evolutivos en los que se producen –infancia, adolescencia, etc.–). Es decir, y no es poco, que se limita a hacer una descripción profusa de en qué consiste cada una de las categorías, sin entrar en otras valoraciones, habituales del ámbito de salud mental del que se trata.
La razón por la que este aspecto es esencial radica en que, cuando la salud mental empezó a ser tratada científicamente -en el sentido de rigurosa y sistemática- ya desde el comienzo se mezclaron los síntomas que eran descritos con las explicaciones que aseveraban las causas por las que se producían, hasta el punto de que no era sencillo diferenciar unas de otras, dando lugar a toda una amplia literatura poco clarificadora, así como la proliferación de escuelas, metodologías y orientaciones, que han pretendido entender los fenómenos psíquicos desde sus postulados, idearios y perspectivas.
…la dificultad con la que los estudiosos se han encontrado en la categorización de todas las problemáticas relacionadas con los procesos «adaptativos».
Más allá de estas peculiaridades, ha llamado especialmente la atención, la dificultad con la que los estudiosos se han encontrado en la categorización de todas las problemáticas relacionadas con los procesos “adaptativos”, que a diferencia de los denominados “estructurales” (psicosis, esquizofrenias, depresiones, trastornos por ansiedad, etc.), se resistían a poder reunirse en torno a patrones comunes y estandarizados. Se entienden como tales a las personas que padecen psicopatías donde se recogen a sujetos violentos, criminales, defraudadores, violadores, asesinos, delincuentes, y hasta toxicómanos, y un sinfín de individuos donde lo poco que se podía decir de ellos es sobre el daño que producían y el peligro para otros, o para la sociedad en general.
Solo unos pocos rasgos comunes podían definirlos, y entre ellos destacaba su manifiesta falta de empatía.
Reunidos en el epígrafe de “psicopatías”, se resistían a ser adecuadamente entendidos bajo criterios científicos modernos. Solo unos pocos rasgos comunes podían definirlos, y entre ellos destacaba su manifiesta falta de empatía por aquellos que sufrían sus comportamientos dañinos; rasgo que, junto a los problemas para gestionar sus emociones o un deficiente manejo de sus impulsos, nos decía demasiado poco sobre ellos, y tampoco los diferenciaba demasiado del resto de los mortales. Probablemente la dificultad para entender su problemática reside en el hecho de que los modelos científicos clásicos basados en la causalidad no se ajustaban a los comportamientos manifestados.
En cambio, y desde entonces, empezaban a proliferar grados menores de psicopatías, que no resultando tan graves como para suponer una amenaza a la sociedad que requiriera de medidas judiciales, sí adquieren las características de inconvenientes, trabadores, y dificultosos para el sistema social. Y empezaron a crecer desmedidamente los espabilados, tramposos, listillos, amañadores, trepas, pícaros, advenedizos, apalancados, y una larga lista de personas que ponen por norma sus propios intereses por encima de los del conjunto, o los de los demás. Y lo que es peor, en puestos de relevante responsabilidad.
La manipulación de los valores más relevantes de la sociedad se hace habiendo aprendido a esconder las intenciones ocultas detrás de discursos.
La manipulación de los valores más relevantes de la sociedad se hace habiendo aprendido a esconder las intenciones ocultas detrás de discursos bien pensantes de lo políticamente correcto, resultando la actualización del muy antiguo mecanismo de “predica una cosa, pero haz lo que pretendas conseguir”. Hoy la hipocresía social ha alcanzado niveles inimaginables, y de la misma forma que se quemaban personas detrás de la ideología del amor, o se abusaba de niños a cuenta de una especie de fraternidad perversa, ahora se proclaman derechos populares supremacistas (obsérvese la contradicción), o se consigue la gobernanza con aquellos que apelan sin rubor a la demagogia.
Otro de los avances que nos están ofreciendo las neurociencias es poder desentrañar estos, hasta ahora, misteriosos comportamientos. Un estudio pionero del departamento de Resonancia Magnética del Hospital del Mar de Barcelona, se ha dedicado a reunir múltiples investigaciones sobre el cerebro psicópata en relación con estas psicopatologías a nivel mundial, y a analizar y sintetizar sus conclusiones.
…se trata de una deficitaria relación entre dos partes esenciales de su funcionamiento, las emociones y la cognición.
Lo que se desprende de sus conclusiones es que no hay una anomalía estructural en una o varias áreas del cerebro, sino que se trata de una deficitaria relación entre dos partes esenciales de su funcionamiento, las emociones y la cognición. Simplificándolo, describen que hay problemas de comunicación e interacción entre lo que se siente y lo que se razona. Y, en concreto, sobre las experiencias vividas por los sujetos analizados se indica que se da una sobremaduración de las áreas “racionales” en un momento excesivamente temprano en la evolución individual del cerebro, durante las fases en las que estas están siendo creadas (infancia, primordialmente). Por diferentes motivos, el individuo “decide” dar prioridad a su pensamiento, y actúa desde parámetros puramente racionales ante las vicisitudes que se le plantean, haciéndose resistente al sufrimiento y a las emociones negativas que interiormente se le suscitan, de forma que bloquea la relación entre sus actos y el dolor, o entre estos y las relaciones afectivo-emocionales con las personas con las que se relaciona.
No es que no sientan el dolor ajeno, ni que no tengan remordimientos como los más extremadamente enfermos, sino que ninguna de estas realidades tiene impacto suficiente como para evitar una acción encaminada al logro de sus propios fines. Estas personas nunca sacrificarán ni renunciarán a sus objetivos, pese al malestar concreto o general que pudieran estar produciendo.
Se sugiere en el estudio que estas anomalías provienen del exceso de sufrimiento crónico de los niños.
Se sugiere en el estudio que estas anomalías provienen del exceso de sufrimiento crónico de los niños, expuestos a experiencias negativas, insatisfactorias o bloqueadoras permanentemente, y que adoptan una “actitud cerebral” defensiva ante ellas. En cambio, no indica nada respecto a los excesos de un sistema educativo primordialmente racionalista, que desconsidera, cuando no arrincona y desprecia, los sentimientos y emociones de los niños que son criados en el seno de una sociedad. No descartemos que la cacareada “Inteligencia emocional” no tenga mucho que ver con todo ello.
Ya lo estamos viendo y padeciendo en nuestro entorno directo, pero puede que solo sea la antesala de lo que nos espera.
Aún quedándonos con la primera de las sugerencias (estrés emocional), los pelos se ponen como escarpias pensando en la responsabilidad que tienen contraída las instancias sociales dedicadas al desarrollo y crianza de los niños, como son las familias y los educadores. Una en franco retroceso, si no en descomposición, y otra sumamente preocupada por el bilingüismo y otros “esenciales” procesos adaptativos al futuro mercado laboral. Ambos bastante alejados de los principios éticos y morales de la cosmogonía cristiana de “amor al prójimo”.
Ya lo estamos viendo y padeciendo en nuestro entorno directo, pero puede que solo sea la antesala de lo que nos espera. Me temo que se avecina para las próximas generaciones una auténtica lucha social entre los íntegros y los perversos, donde estos cuentan con mucha ventaja para la consecución de sus fines, pues están instalados en muchos de los centros neurálgicos como son los medios de comunicación –aquí son una aplastante mayoría–, la política, algunos movimientos sociales, sindicatos, etc.
Siempre ha habido y habrá lucha entre íntegros y perversos. El primer paso para entender de qué estamos hablando es definir las líneas que separan unos y otros, aunque nuestros pobres conocimientos implican que todavía es una línea gruesa, muy gruesa. Y el segundo es tener una apreciación, por infundanda que sea, sobre el porcentaje de población que definitivamente califica como perversa, cualquiera sea la definición que se tome. Yo apuesto que en los últimos 3 mil años ese porcentaje nunca superó el 20% y siempre ha estado cerca del 10%. Porcentajes mayores solo se deben a la «perversidad» asociada a calificar a los que piensan, hablan y especialmente obran distinto que nosotros como «perversos».
Distinto es el caso de los estúpidos (definición de Carlo Cipolla). No son perversos pero su negligencia es tal que sus acciones causan daños graves a otros aunque ellos no se beneficien. Todos en algún momento hemos hecho alguna estupidez, pero hay muchos que parecen predispuestos a acciones estúpidas con una frecuencia que asusta. Y por supuesto el problema es mayor cuando estos estúpidos se juntan y en pareja o en grupo «disfrutan» sus estupideces.
Llevo tiempo preocupado por el escaso progreso de los psicólogos en estas materias. Todos los humanos somo diferentes a pesar de nuestras similitudes pero los psicólogos poco, muy poco, han avanzado en definir las dimensiones relevantes y los grados de cada dimensión para definir categorías (tipos de personalidad) que ayuden a entender nuestras conductas individuales y sociales.
En efecto, los que Carlos llama «perversos» no sólo están en los sectores que enuncia, sino que por desgracia, han contagiado al resto de la sociedad en mayor o menor medida. Se trata de la lucha por la supervivencia que lleva a tomar parte, bien por quienes todavía se aferran a principios y valores ya desechados (conocidos como «pringaos») y los que se suman al juego de la corrupción o de las corruptelas en el ámbito en que se mueven (son los «listos». Hace muchos años nos llamaba la atención el funcionamiento a base de corrupción de determinados países. Hoy debemos decir y lamentar que la corrupción ha tomado cuerpo en nuestras sociedades «avanzadas» y domina todos los estamentos. Mafias, cárteles, oligopolios, «lobbys», son ya más que conocidos en su actividad descarada, pero hay otros muchos que permanecen escondidos en la sombra y sólo son reconocibles cuando nos afectan personalmente. El «juego de la corrupción» se blanquea incluso con actividades de «interés público» o «interés social» en muchos casos y tienen las leyes a su favor. La hipocresía social ha creado unos «mitos» que se consideran nuevos dioses a los que adorar, seguir, respetar y, a ser posible, emular. Todo ello acompañado de una amplia literatura y diagnósticos profesionales que forman las nuevas religiones. Ante este panorama el individuo, en su soledad cada vez mayor, se siente perdido, asustado e inseguro por lo que prefiere sucumbir a la tentación de corromperse y ser como los demás, a marginarse en reductos de ideales ya caducos.
Nos esperan tiempos de incertidumbre y zozobra cada vez mayores y, como decía Benedetti, «al final hay que elegir» donde queremos estar.
Un saludo.