Nos es habitual a los adultos recordar la infancia como ese espacio dilatado en el tiempo en el que fuimos felices, pese a algunas cosas, y vivimos la vida con marcada intensidad entre juegos, colegios, hermanos, deberes y divertidas peleas. Podría haber sido mejor, sin duda, pero no suele haber mucha gente disconforme absolutamente con esa etapa, que deja un recuerdo imborrable en la percepción histórica que se tiene de uno mismo.
Nunca tiempos pasados fueron mejores, y algunos de los que lo afirman suelen padecer de cierta aversión a los progresos. Pero tampoco los tiempos presentes son lo más por definición, puesto que son mejorables, y en los avances, a veces, se dejan valiosas cosas atrás que pueden ser recuperadas.
Por ello, haciendo una retrospectiva a esta fase de la infancia por la que todos estamos obligados a pasar, de las cosas que quizá se echan más en falta cuando uno se hace mayor, es la marcada ausencia de preocupación que teníamos de niños por los problemas que acechaban constantemente a los adultos, a los que se solía observar con una mezcla de desentendimiento e ignorancia. La sensación de vivir sin problemas o dificultades podía ser tan absoluta como la absorción que se producía cuando un juego era lo que mantenía tu total atención.
Igualmente era comentada entre los amigos y colegas de aventuras, gamberradas y triquiñuelas la sensación ambivalente al contemplar aquello de “hacerse mayor”. Por un lado se establecía una veneración casi mística a los más mayores, y no digamos a los adultos, pero por otro por momentos producía pavor el comprobar que a aquellos derroteros eran a los que estabas condenado a llegar.
Ese mito generalizado de la infancia feliz, que como todos los mitos tiene sus exageraciones y falsedades implícitas, era consecuencia directa de un statu quo en el que el factor dominante era la protección colectiva de los menores, una sensación de amparo inconcreto pero tangible en la que ser niño ofrecía un aval claro para que las conductas y comportamientos se tamizasen y relativizasen siempre por el hecho de serlo, sin que eso supusiera que cuando te pasabas te pudieran poner tieso, rígida y autoritariamente.
Es esa mirada amable hacia la niñez, la sensación de estar defendido desde dentro y desde fuera, de dejar hacer sin darle tanta importancia a lo que se hace, de despreocupación y de alegría, la que muchas veces se recuerda, por su ausencia, contemplando a la infancia de hoy.
En el trato con los niños ya no se ve tanto de esto y, en cambio, se observan cosas no del todo agradables. Hay como un cierto descuido de aspectos que tenían un sentido y generaban un bienestar. Así, se percibe: una agresividad que antes era canalizada muchas veces a través del mundo del juego; una ausencia de caminos preestablecidos donde el malestar emocional pueda expresarse sin destrucción; una conflictividad frecuente consecuencia de los desencuentros y la falta de comunicación; una excitación general en la que la necesidad de satisfacción rápida tiraniza frecuentemente las demandas que ellos realizan; y una sensación primaria y básica de que nuestros niños no están cómodos con la infancia que les está tocando vivir.
Demasiado preocupados, a veces solos o desasistidos, desubicados o perdidos, no encuentran el lugar en el que estar bien en su infancia. Ven a los padres sobresaltados por una salud psicotizada y alarmista, obsesionados por los resultados escolares en cuanto se tuerce la primera, ensimismados con los quehaceres laborales de los que no paran de hablar…
Los juegos de creación libre, esos mundos inventados y fantaseados hasta la saciedad con los que se predecían las futuras heroicidades, no acaban de ser del todo considerados por falta de utilidad y no son del todo pragmáticos de cara a ese futuro laboral y profesional que parece atenazar a los mayores. Quizá estemos empezando a perder un poco la perspectiva de la infancia solaz y su algarabía, la de sus secuaces y rocambolescos inventos, y la estemos sustituyendo por la importancia del bilingüismo, la informática y la pronta y fácil adaptación al medio, que siempre insiste en esa necesidad de nuevo cuño llamada “socialización temprana”. Ante las incertidumbres y dilemas habituales en la crianza de los hijos, los padres parecen haberse agarrado a una cuartilla de instrucciones de montaje para componer una idea estándar: los “Niños IKEA”.
Entre unos y otros estamos desmantelando el manto protector de la niñez y nuestros agentes son: la selectividad precoz, los tentadores anuncios de juegos de marca por televisión, los excitantes productos de consumo con sus cromos y sus kit de montaje, la presión escolar y familiar hacia el rendimiento y el éxito, la razonable psicopedagogía de manual, los parques temáticos de ocio, las videoconsolas de las soledades ausentes, las ideas freudianas del trauma infantil, los cuentos didácticos y el punzón de pinchar los contornos de los peces y los pajaritos, los 365 Reyes Magos del Corte Inglés y las mochilas de Pin y Pon, las farmacéuticas, las madres hipocondriacas y los padres solteros, las meriendas enlatadas y los cumpleaños prefabricados.
¡Cenicienta ha muerto! ¡Viva Cinderella™!
Interesante articulo.
dada la extensión de lo escrito por el profesor Carlos Peiró, necesito a manos llenas, volver a leerlo..tratandóse de la infancia, todavía más..comentar o no después….pues…igual.
Entre que el artículo es largo y que no conozco a los niños de cerca no sé por dónde meterle mano al asunto pero sí sé que tengo unas ciertas opiniones o percepciones de los niños y de su mundo. Aun a riesgo de pecar de carca me voy a aventurar a expresar que creo que por lo general no son felices; y que no lo son (entre otras cosas) porque han perdido ciertas referencias como pudiera ser, por ejemplo, la madre envolvente y protectora (no absorbente, si para una madre, que lo ignoro, es posible proteger sin chupar la sangre) que el niño, de regreso del colegio en el que había tenido sus más y sus menos, encontraba en casa, esperándolo, a él precisamente, con una sonrisa o (que también podía darse y se daba) con el ceño fruncido por tal o cual cosa.
Y aunque los padres no fueran perfectos el niño estaba siendo el centro de su propio mundo. Se sentía lo más importante para alguien.
También tiene que ver, me atreveré a opinar (ya he avisado que estoy dispuesta a pecar de carca), el hecho de que los niños nacían de padres y de madres que – con todas las posibilidades de error que pudieran caber – habían, de algún modo, premeditado el formar una familia y tener hijos.
Hoy, que las relaciones afectivas son más como que a salto de mata, hombres y mujeres a veces demasiado jóvenes se ven padres y madres de unos hijos que no estaban siendo el objetivo de su relación; y en muchas ocasiones son un “accidente” al que ellos se avienen o, en no pocas ocasiones o ahí están las estadísticas, no se avienen.
Y les conceden, esos padres y madres (cuando sí se avienen) un lugar en sus vidas y en sus sentires y en los hogares. En los hogares donde más, con habitaciones bien equipadas, pero en las vidas y en los sentires no tanto.
Y se les acopla y se les hace encajar con las conveniencias; y en lugar de dedicar el tiempo libre a ellos se los incorpora a la expedición al centro comercial a hacer la compra para toda la semana.
Y el lunes vuelta a empezar.
Siempre hay una sonrisa en los artículos de Carlos. Quizás es lo que nos falta en la vida cotidiana, una sonrisa gamberra, una sonrisa infantil.
Valentina dice cosas que pasan, es cierto, el mundo se ha vuelto una distancia corta, ya no gira, ya no sueña. Recuerdo una bella frase de Cortazar «solo con mi deber y mi tristeza». Los niños de ahora están solos sin deber y con tristeza. Por que que es deber?. Hacer lo que se debe hacer?. Encadena esto a los articulos de Sanchez Ludueña en este Blog. Deber, es estudiar materias que no interesan, a las que no se les relaciona con su crecimiento, con su imaginación. Además,como señala Peiro, se nos nota a los padres frustrados. Valentina acota, nos lo llevamos al supermercado y, si se portan bien, les compramos un juego de consola. Los consolamos «365 días de Reyes Magos», como dice Peiro.
Hace unos días hablaba con una chica, de Rusia, y me decía que las de su edad eran unas niñas en España. Que en su país, a su edad, ya se tenían hijos, ya se tenían responsabilidades, etc. Si, la libertad digital, nos ha llevado al insomnio.
El artículo tan bien narrado y tan bién escrito y con tanta densidad dá para leersélo una y más veces, aunque, se le pudiera meter alguna puntilla igual; No todas las infancias fueron buenas ni lo son hoy en día, los niñ@s de la guerra-durante la guerra civil española,los niñ@s que viven en Palestina desde hace unos 60años bajo ocupación y barbarie israelita, tod@s l@s niñ@s e infancia que sufren guerras y hambre en el mundo?-qué infancia tienen, que vida tienen?..por estos lares llamados primer mundo..pues ya se sabe, aún con todo lo nuevo o malo por venir..la infancia sigue siendo infancia en función de circunstancias, que l@s chavales y chavalas están ultraprotegidos y por ello algo atontados-nada que decir al respecto- pero que ahí está la jodida crisis económica para espabilarles aunque bruscamente; que por este primer mundo, así llamado?, la infancia prácticamente es instructiva y muy pero que muy materialista,lo es, pero hay camino en la vida para seguir aprendiendo y moldeándonos a nuestro querer y entendimiento, como mejor lo vayamos viendo, vamos!..en fin, buena infancia la que nos tocó vivir a algunos aunque con traumas y dificultades,y en todos los tiempos humanos suceden acontecimientos que siempre nos ponen en situación de revisar y pensar, qué está pasando?- y hacia dónde queremos ir yendo?,-y cómo queremos ver a nuestros hijos el día de mañana..aún con la que va a caer..en lo económico-que va a ser pero que tremendo para la mayoría de las personas adultas y acompañantes: infancia y ancianidad.
Todos los niños son felices; pues la infancia se acompaña de forma inherente por despreocupación y alegría. Los niños se dan cuenta de cosas, pero no las entienden, ya que no han tenido aún la posibilidad de ver la fotografía completa.
El problema de los niños de hoy día son sus infantiles e inmaduros padres, y una sociedad inmadura y consumista donde la permisividad y el exceso de cosas materiales causa en todos, niños y adultos, sensaciones de infelicidad, hastío, hartazgo, como en todo lo deseado que ha sido conseguido demasiado fácilmente, y, en casos peores, depresiones.
Los niños de este siglo son los niños más malcriados de la historia. Salvo excepciones, lo tienen todo. Las horas diarias perdidas jugando delante de dispositivos electrónicos les pasarán factura, y sus padres consentidores lo lamentarán.
La sociedad ha ido de un extremo al otro en un período corto de tiempo.
Los padres han permitido que sus hijos no tengan valores como el estudio, el respeto a los adultos, el esfuerzo, y la capacidad de pensar por ellos mismos.
Es alarmante en lo que esta sociedad tonta y materialista está convirtiendo a niños y a la mayoría de adultos: en seres infantiles, vagos y consentidos.