
En las antiguas escuelas persas, en las que se enseñaba a los hijos de las élites gobernantes y en las que los sacerdotes de las religiones zoroástricas establecían el modo y la forma de educarlos, se realizaba un ritual sagrado a los niños en torno a los siete años, que traducido, viene a decir algo así como “el inicio del viaje sin retorno”.
Más adelante, salpicado por la geografía occidental, este ritual esencial se recogió en religiones posteriores y ha llegado a nuestros días en diferentes versiones. La judeo-cristiana, más próxima a nuestra cultura, lo llegó a establecer como uno de los hitos sagrados que conforman el devenir de la vida humana, estableciéndolo como uno de los más importantes sacramentos a cumplir. La primera comunión, heredera de estos ritos, además de otros muy distintos procesos religiosos, se entendía como la entrada del niño en el mundo de la razón (“uso de razón”), fijándose en un momento y una edad muy determinada, sobre los siete años de vida.
La primera comunión, heredera de estos ritos… se entendía como la entrada del niño en el mundo de la razón
Vestigios de esta ancestral perspectiva religiosa se han mantenido vivos en distintas fuentes culturales, como en los cuentos trovadorescos medievales. Uno de los arquetipos implícitos en ellos consiste en que el protagonista debe realizar la proeza de ir al “castillo de Irás y no Volverás”, donde reside un dragón malvado, un ogro cruel, o una serpiente venenosa (o cualquier otra figura temible fantástica), a la que debe vencer para liberarse a sí mismo, a una princesa, o al pueblo en general, de la terrible influencia que aquel ejerce de alguna maligna manera.
La importancia de este paso evolutivo en los niños está tan anclada en nuestro subconsciente colectivo, que hasta en los programas escolares aún se recoge sin saberlo. En la organización de los tiempos infantiles de los programas educativos modernos, aún prevalece sin cuestionarse, el paso del ciclo de Infantil al de Primaria a esta misma edad, dándose un importante giro al estilo, los contenidos y la organización de su vida escolar. Y, lo que es más, hay un cambio significativo de la manera en que se fraguan las relaciones con ellos desde las instancias educativas (profesores, tutores, etc.).
Ahora, con la ciencia actual al servicio del conocimiento, sabemos que aquellos antiguos “popes” zoroastristas no andaban nada desencaminados en cuanto a sus conocimientos del mundo infantil. Efectivamente, toda una revolución biológica y neuronal se efectúa de forma natural en el ser humano en torno a esas edades, y de esos cambios destaca de las demás, la manera en que es concebido el Tiempo. Desde la concepción animista previa, en la que la sucesión de momentos es solo una variación caótica de espacios superpuestos, en la que el antes y el después son reversibles e intercambiables, se pasa a una concepción (ideación) lineal del trascurso natural de los episodios, en el que el presente en el que vivimos es la consecuencia de lo anterior, y la antesala de lo siguiente, sin posibilidad alguna de revertir esta sucesión.
…aquellos antiguos “popes” zoroastristas no andaban nada desencaminados en cuanto a sus conocimientos del mundo infantil.
Desde una perspectiva sagrada, la importancia que le han dado las religiones a este momento es muy significativa. Además de lo que supone en cuanto a las capacidades de ampliación de la consciencia y autoconsciencia, tiene auténticamente relevancia en lo relativo a la relación del individuo con la vida, pues inevitablemente está preestableciendo un trayecto determinado y un final que es su límite. A la postre, consiste en la toma de conciencia de la existencia de la muerte, de tu propia muerte.
Tomado así, bien sabían esos antiguos sacerdotes y sus sucesores, de la importancia de la sacralización de ese hito interno en la evolución personal, lejos de la actual perspectiva constructivista, pues consideraban que ese redimensionamiento de la consciencia individual debía asociarse a lo que sus religiones postulaban respecto al “más allá” del mundo meramente sensitivo que nos rodea. Es el factor clave de la transcendencia lo que dotaba de su sentido esencial y último a la vida.
Es el factor clave de la transcendencia lo que dotaba de su sentido esencial y último a la vida.
Cuesta entender que en la ideología social imperante, asentada sobre la negación legítima de nada previo o posterior a la muerte, donde el hombre solo es materia con un inicio, un recorrido y un final, se reivindique la importancia del lugar, la forma y el espacio en los que unos huesos, que son entendidos solo como tales, deben residir.
La desgracia de los conflictos bélicos es inmensa sea cual sea su forma, más para los que fueron protagonistas de ellos que para los que posteriormente no lo han sido, y es bastante más importante que los vencedores dejen de auparse glorificándose sobre los vencidos, a que estos se empeñen en desdibujar la derrota como forma de reconciliación. ¿O, es que no se trata de eso?
Como dice Carlos Peiró en su artículo, en los modelos educativos de muchas culturas existen ritos iniciáticos que pretenden marcar los cambios que coincidiendo con la biología , se producen en la vida de una persona.
Viene a ser como una toma de consciencia en la que el individuo como consecuencia de su papel individual y social, debe modificar su forma de actuar frente a el mismo y frente al grupo.
Aunque estos cambios no se producen de manera automática, el rito simboliza la muerte del niño y nacimiento del adolescente y mas tarde la muerte de este y el nacimiento del hombre, etc…
Tambien se han descubierto tumbas iniciáticas, en muchos lugares y desde muy antiguo, que hablan de ritos de iniciación; peparación del individuo para el tránsito hacia estados mas espirituales por decirlo de alguna manera.
En definitiva todos estos ritos, entienden la vida como una evolución permanente en diferentes momentos de la vida, que nos enseñan y acercan al conocimiento.
Si no se asume este estado de evolucion permanente cuando llega el tránsito que no podemos obviar ni disimular, el de la muerte física, logicamente sentimos pavor, ademas de tener también mucho miedo a vivir, pues afrontamos la vejez como si fueramos jovenes, o la madurez como eternos adolescentes.
Nos hemos saltado la muerte del niño y el nacimiento del hombre y despues la del viejo.
Creo que la falta de sensibilización de este hecho tanto individual como colectivamente, esta produciendo sociedades inmaduras, ademas de individuos vivos pero muertos o por lo menos catatónicos.
Un abrazo
Personas ateas pidiendo poder enterar a sus muertos y otras personas religiosas mirando a otro lado. Cosas veredes…..
Has titulado tu artículo con la palabra muerte.
Has elegido hablar de algunas cosas sobre la muerte.
La muerte, dentro de nuestros cuerpos, no de los humanos ( que antropocentrismo tan miedoso tenemos….) sino de todos los que viven y vivieron…. crea unos vínculos con la entropía y con los ritmos espacio-temporales que no puede ser razonada ni desde la psicología ni desde la religión ni desde los mitos, si dejamos ya de una vez de poner a los homos y homas en el centro de la vida en tierra.
Dicho ésto, los que buscan a sus muertos, para enterrarlos, vencidos o vencedores, sólo quieren cerrar una herida, hablar de esa herida es tan esencial … pues es la única manera de enterrarla, de recogerla, de lamerla, de cerrar los ciclos.No sólo lo hacen los humanos, lo hacen otros mamíferos, que van con las crías muertas hasta un lugar donde reposen, lo hacen los peces, los murciélagos, las langostas y los hongos. Lo hacen cada día las células de los cuerpos de los vivos. Asimilar la muerte, tener la oportunidad de recuperar los restos y enterrarlos, para que los restos reposen, yse hagan humus, para que no se pierdan las memorias, para que no se sigan viendo más fantasmas.
Has nombrado a la muerte, ojalá no se comerciara con ella. No elegimos nadie cómo nacemos, pero sí debemos elegir que jamás se manipule nuestra muerte, que la barca llegue tranquila y con música a llevarnos en paz a la otra orilla, pero que no deje a nadie morir en medio del mar, jamás, ni en una cuneta …ni en cientos.
Y ninguna muerte, Carlos, ninguna, es motivo de arte, ni de baile, todas las muertes que se presencian en directo son actos violentos fruto de hombres despiadados, desalmados. Todas, desde la tala de un árbol porque molesta hasta la pisada salvaje de un hormiguero.
¿Se pierden las memorias aunque desaparezcan los restos de nuestro espectro de visión?.
¿Dependen del conocimiento cierto de dónde estén enterrados los restos mortales de alguien el que su memoria desaparezca o no?.
La radiación de la luz no visible, los rayos X, los rayos gamma, los infrarrojos, aquellos por encima o debajo de nuestro espectro de visión, son los que más inciden en nuestra vida, en nuestros tejidos, en nuestros órganos…en nuestros corazones.
Las huellas de los seres vivos, es posible que se mantengan bajo leyes aún inescrutables, aún no abarcadas por la ciencia…., que ordenan y mantienen sus ciclos, si no fuera así, supongo que hace tiempo habríamos desaparecido.
Si solo dependiera de la manera en que el ser humano ha tratado el tema de la muerte a lo largo de la historia, o de cómo ha conservado sus restos mortales, y pensamos en la crueldad de las guerras, las invasiones, las matanzas…en fin…si de ello dependiera… no quedaría memoria que justificase el paso del hombre sobre esta tierra, o que la sustentase.
El hombre tiene la necesidad de recoger y localizar en un sitio los restos mortales de aquéllos a los que, de una forma u otra, son o han sido, sus seres queridos, los que formaron parte de su clan familiar, o incluso…simplemente aquellos a los que amó en algún momento.
Y es curioso, porque cuando alguien muere, se le llama “deudo”.
Es posible que en nuestra psique colectiva y ancestral, se mantenga, envuelta en celofanes de mitos y recogidas en ritos y folklores, la constancia de que las huellas de los que mueren impregnan y dan vida a nuestro mundo.
Sus memorias, aquello que pudieron ser y no fueron, pasan a nuestra custodia, nos hacemos “deudores” de algo que difícilmente somos capaces de definir, pero que sin embargo parecemos sentir profundamente, y esa necesidad, parece, también, que la plasmamos en los “camposantos”, en los cementerios a donde localizar nuestros “deudos”.
Pero entiendo que, independientemente de esta necesidad psicológica,y legítima también, las memorias, las huellas de alguien sobre este mundo, no se pueden perder.
Aunque no sea la tierra húmeda y dispuesta quien las recoja, aunque sean lechos marinos, ríos o lagos los que conozcan de muertes trágicas, o no, o muros de fría piedra, o feroces llamas hayan consumido vidas….nada de eso se ha perdido, no podemos creernos tan potentes.
A lo mejor lo que relega a la condición de “fantasma”, aquello que no sabemos qué es, que no vemos, de lo que solo nos parece percibir de forma etérea e inquietante en los ambientes…sea lo que realmente responde a ese concepto de “deudores, al que parece que respondemos ante alguien que fallece.
A lo mejor es la la manera de morir, la que impregne más la atmósfera de los que viven, la densifique, o no…, es decir, la limpien, la hagan más fluida…y con ella los propios ciclos vitales de todo lo que nace, crece, vive y muere…para vida de otros en este mundo.
Es importante saber dónde están los restos de nuestros seres queridos, cuidar el lugar y respetarlo como se merece.
Pero el que “descansen en paz”, no tengo tan claro que dependa de ello.
El conseguir borrar definitivamente las fuentes, las causas oscuras que dieron lugar a muertes que no debieron ser, a “deudos” que lo fueron porque no se les permitió cumplir sus proyectos de vida…quizá eso sí que podría empezar a proporcionar “paz”, y si se la proporciona a ellos, a lo mejor, nos estaría “lloviendo” el sosiego suficiente en este mundo, como para empezar a impulsar modelos superiores de sociedad.
Ese es realmente un trabajo más arduo, es más fácil sustituirlo por actos simbólicos, que tampoco hay por qué eludirlos.
El problema es que, finalmente todo se concentre en el acto simbólico en sí, de tal manera que se le dote de una envergadura que no tenga, se elabore la trama de complicados debates que sustraigan otros que deberían estar dándose, y mientras, se estén perdiendo esfuerzos por entender, desde todos los aspectos posibles, qué es lo que no puede volver a facultar tragedias como las vividas, y facilitar que ese entendimiento, su acceso a él, llegue cada vez más a todas las capas sociales, que seamos capaces de reflexionar sobre lo que acontece, sin que tengamos necesariamente que envolvernos en el estereotipo de una “sigla” determinada que defina o resuma lo que no hemos sido capaces de estructurar por nosotros mismos, y que encima, eso, nos proporcione “orgullo”.