Cuenta la historia, según el legado de Plutarco, que la mujer de Julio César fue reprobada por su marido, por las habladurías que aseguraban que un joven patricio romano, que estaba profundamente enamorado de ella, intentó seducirla en la fiesta sagrada anual con la que se conmemoraba la bondad de la Diosa, haciéndose pasar por uno de los músicos (saliens de lidio) que amenizaban las ofrendas. Aunque nunca se pudo probar que la mujer hubiera cometido falta alguna, ni que hubiera dado pie a semejantes aspiraciones del fogoso patricio, a Don Julio no le gustó ni una pizca este episodio, que zanjó con un divorcio y una frase que pasó a la historia: “no basta con que la mujer del César sea honesta, también tiene que parecerlo”.
Puestos a suponer, no es muy creíble que Pompeya, la esposa, estuviera completamente al margen de los propósitos de su enamorado admirador, porque cuando menos, resulta halagador ver como hay quien se fija en tu belleza y hace lo posible por conquistarte. Pero no hubo manera de coger a la mujer en la más mínima falta, y parece que la solución del conflicto obedeció más al interés del marido por vincularse con el linaje y la familia de su tercera mujer que a los hechos narrados.
De siempre las apariencias han sido motivo de comidillas, habladurías y correveidiles variopintos, y si se trataban de cuestiones que de una u otra forma alteraban la moral dominante adquirían más morbo cuando las personas en cuestión tenían un puesto o significación mayor en la escala social, política o religiosa, alimentando con ello ese hábito tan rural como hipócrita de la crítica mórbida y malsana.
Cuando el fundador del psicoanálisis empezó a relacionar los actos fallidos y otros comportamientos con la manera en que el inconsciente expresaba sus perversas y libidinosas intenciones sorteando el control moral del individuo, descubrió como el uso de frases hechas, dichos populares o refranes, en su utilización concreta también eran formas que las podían estar revelando. Siguiendo esta pista podríamos preguntarnos el motivo por el cual la frase que dio fin al incidente descrito está tan en boga en la actualidad.
No cabe duda de que estamos en una fase de desarrollo del primer mundo en la que la imagen personal ocupa el primer y más importante eslabón en la jerarquía de las prioridades individuales. Imagen no solo física o estética, sino especialmente social y política. Esta actitud fomenta lo externo, lo superficial y lo aparente, desconsiderando los aspectos más profundos e internos de la persona. Es como si hubiéramos invertido la famosa sentencia y la hubiéramos convertido en un “para qué voy a esforzarme por ser honesto, si lo que importa es parecerlo”.
Y así estamos asistiendo al espectáculo en el que cada cual se esfuerza en hacer parecer lo que no es, en el que de lo que se trata es de simular, disimular, emular y cualquier forma de “mula” que sirva para ese fin del buen parecer ante los demás y lo mediático. Estos denodados esfuerzos alcanzan a todas las capas de nuestro mundo social, y el que más o el que menos quiere estar a bien con sus poses del bien pensar, el bien sentir o el bien parecer, y para ello se aprende unos cuantos dichos para cascarlos en cuanto pueda, y gasta el dinero que se tercie para hacerse las operaciones estéticas que correspondan o para el gimnasio en el que hacer musculitos.
El referente de la mujer del César es hoy una presentadora de los telediarios matinales, un colega enrollado en los aperitivos de los bares en fin de semana, un convencido de la participación popular, un vecino que siempre acude a las soporíferas reuniones sobre los bienes comunes y un político bien vestido que arma como nadie un discurso con en el que más votos cosechar. A ninguno de ellos parece importales lo más mínimo las personas en si mismas con las que trata, sino obtener de ellas lo que se persigue: auto imagen, aceptación, escalafón social, reconocimiento personal, y votos. Mi autoestima es la moneda con la que hoy nos movemos en términos de espacio social.
Poco importa la filosofía y sus aportaciones sobre las formas de entender la vida y la existencia. Menos la psicología en cuanto a descubrimientos sobre el funcionamiento de nuestro cerebro. De nada la biología respecto a la manera en la que se desarrolla la vida. ¿Qué es la Física de partículas, sino el motivo por el que a alguien le dan un premio? La cultura se ha convertido en actos y lugares en los que, divertidos o dramáticos, nos hacen pensar como original aquello mismo que pensábamos al entrar en ellos. Actos de autoafirmación con los que tapar las carencias y los complejos arrastrados.
La mujer del César es una funcionaria de la estética. Y cada vez nos cuenta con menos reparos la dedicación que le tiene a las sucursales de los bancos, los despachos de las farmacias, las barras de los bares y las últimas maniobras con el botox.
Y la última y más novedosa variante del buen parecer es la imagen que se logra de uno mismo a partir de los pensamientos expuestos, para lo que se hace fundamental ofrecer un aspecto en el que las propias ideas planteadas sean las que mejor vistas estén, las que mejor imagen den de uno mismo, y con las que obtener el alto beneficio de la aceptación de los demás. La imagen propia con la que mi pensamiento se proyecta sobre los demás. Actos para mi mejor conservación vestidos de progresía, porque muy lejos están de favorecer cualquier cambio personal o social relevante.
Poco importa la autenticidad de esos pensamientos si resultan convenientes, poco interés hay en desterrar prejuicios, clichés y esquemas preconcebidos, porque solo se trata de afianzar nuevamente lo comúnmente consensuado. Formas de una hipocresía muy antigua, vestida de una modernidad progresista y buenista con la que conseguir una de las más altas distinciones que se pueden alcanzar en la actualidad: el Buen Ciudadano.
Nos han cambiado a la mujer del César, y ha dejado de ser alguien que se esfuerza en hacernos ver lo que es, para ahora aparentar siempre lo que no es. Impostada ella, impostores los que la observan, y doblemente impostores los que la “retransmiten”.
Carlos,
Le «retrasmito» este link en que un nuevo medio, The Philosophers’ Mail, se presenta a sus lectores
http://www.philosophersmail.com/290114-what-whoarewe.php
Según el artículo, siguiendo lo narrado..se pudieran sacar algunas cosas: «no basta con que la mujer del césar sea honesta también tiene que parecerlo», cuando además esto se dice siendo los intereses ajenos incluso a lo dicho…bien..
a veces me pregunto, qué narices quiere de mí la «sociedad»?–que sea guapa, lo mas guapa posible, que tenga pasta y trabajo..y sobre todo pasta (dinero, y más mejor), que tenga hijos y que los mantenga por supuesto y que además lo haga casi todo a la perfección incluso eso de amar- o querer a un varón..etc..etc…bién..
ahora me digo, que coño y qué narices quiere de mí la «sociedad»..que yo no puedo dar..pues mira..casi todo!!–casi todo!!
y quién es «la sociedad», quienes son?, donde están?, cómo se llaman?, a qué intereses realmente están aludiendo?–
y claro!!–escucha, oye..habla, qué dice la gente, desde donde hablas..desde donde se habla..antes era el «trabajas o estudias», ahora..qué..los jóvenes ell@s saben sus contraseñas y claves..
lo de los actos fallidos e intenciones y pensamientos está buenísimo, y si se escucha un poco a la gente..sólo un poco–también se saben muchas cosas etc..
opino que la mujer del césar poco tiene que ver en lo escrito, vamos que ni el césar la quería ni el adulador se hizo con ella, y seguro que andaba pensando ella, en cómo vivir tranquila y punto!!—
sin sentir tanta imposición externa, así como subliminal y no tanto…y desde luego, deseando comer sin miedo a ponerse gorda, deseando desmelenarse sin temor a que la digan pareces una «bruja», y por supuesto..esperando a su próximo príncipe o sapo azul con el que echarse unos porvillos mágicos y majestuosos, que después del plantón del césar no es para menos!!..
en fin que la mujer del césar, yo creo está de enhorabuena..y cazando mariposas de colores..hasta que esta «sociedad» «cambie» de valores..y la atsmosfera donde se pueda uno desenvolver sea algo mas propicia, para con las personas y mucho más con las féminas..que esa frase «mujer del césar»–ya lo dice casi todo!!; (posesión?).
Entiendo que no me expreso demasiado bién pero a ver si alguién me pilla la «idea» de lo que expreso vale?.
En un sistema social cuya economía se base en el comercio y en el consumo, es fundamental para su mantenimiento un incentivación continuada del deseo alrededor de los productos a lanzar a ese mercado.
Deseo que hay que convertir en necesidad, y para ello se recurre y se utilizan hallazgos científicos de toda índole, pero sobre todo creo que biológicos y psicológicos, en función exclusiva de mantener niveles suficientes de motivación para el consumo.
Las motivaciones inconscientes poseen mayor energía; hábilmente manipuladas podría hacer parecer al receptor del mensaje publicitario que estaría realizando el trabajo de llevarlas al consciente simplemente con atender a dicho mensaje.
De esta manera el receptor recibiría la imagen estereotipada que contiene el mensaje como si de algo propio y profundo se tratara, le parecería consciente y racionalizado, aunque no fuera así, llegaría a hacerle creer en la necesidad de poseer cualquier cosa que tenga que ver con ella.
Jung venía a decir que las imágenes psíquicas innatas que pertenecer al inconsciente colectivo (arquetipos) son formas preexistentes, esquemas portadores de energía que tienden a expresase en símbolos y que mantienen su reflejo en mitos y leyendas.
El mundo de la publicidad ha llegado a formar un mundo de imágenes e incluso de marcas, que intentan suplantar mitos y símbolos de arquetipos.
Lo que ocurre que la tarea de llevar al consciente contenidos con tanta fuerza energética y/o emocional, es una tarea de desarrollo individual, que de algún modo intuimos forma parte de nuestro desarrollo como seres humanos, de nuestro destino.
El utilizar estos hechos para mantener sistemas económicos y con ellos modelos sociales determinados, puede llegar a ser, cuando menos…incompatible con el desarrollo humano.
El hacernos creer que el acercarnos a imágenes que suplanten la energía del mito y la esencialidad del símbolo, a través de un bombardeo continuo a través de todos los medios de comunicación disponibles…el hacernos creer que con ello ya hemos realizado un trabajo que no hemos hecho, nos vacía de contenido, en una palabra, creo que nos «desenergetiza», nos deja sin fuerza.
Y con ello a merced de los mercados y de los modelos sociales que sostienen.
Modelos, sistemas sociales los suficientemente listos como para no permitir a sus poblaciones al menos comprobar que hay un trabajo de desarrollo personal que solo cada uno de sus componentes puede realizar, y por lo tanto descubrir que los estereotipos son impostados, y la estética, sin embargo, es individual y profunda.
Pompeya, al menos, además de parecer honesta, tenía que haber realizado el trabajo de serlo.
Fantástico análisis, Carlos.
Imagino que la perversidad de disfrazar la conveniencia con el aparente servicio a los demás que ofrece el «publicista» (me refiero a cualquier ser humano que realmente lo que quiere es aprovecharse de ellos, bien para engordar su ego u obtener cualquier tipo de beneficio o utilidad) es que termina creyéndoselo y no será capaz de reconocer que está enfermo, y los destinatarios, a fuerza de insistir en esa actitud masivamente, tampoco discernirán…
Un saludo,