
En el ámbito de la intervención psicológica, desde el comienzo de la pandemia, los casos que demandan atención han crecido exponencialmente. La mayoría de ellos, por las características de nuestros sistemas de salud, se han atendido desde la atención médica primaria mediante la utilización de los psicofármacos habituales.
“Estas superestructuras cerebrales son de las esenciales en el funcionamiento del cerebro”.
Suelen consistir en afectaciones relacionadas con lo que se conoce en el ámbito clínico como el eje depresión-ansiedad, con un sinfín de cuadros con diferentes matices distintos pero con sintomatología común. Están implicadas un buen número de áreas cerebrales que están especialmente activas en cuestiones relacionadas con la supervivencia, los deseos e impulsos y los circuitos del “placer”.
Estas superestructuras cerebrales son de las esenciales en el funcionamiento del cerebro, y consecuentemente, están directamente involucradas en la manera en que encaramos, desarrollamos y decidimos sobre la vida que llevamos adelante. A los efectos, están muy presentes en el día a día, y se nos manifiestan conscientemente de forma clara y resultan muy perceptibles al más común de los humanos.
En lo relativo al “placer”, por la importancia que adquieren en nuestras sociedades autodefinidas como de bienestar, las afectaciones en dicho eje adquieren una importancia inusitada pues, en la organización vital, las prioridades, los estilos de vida y las expectativas, la consecución de la satisfacción se convierte en algo básico para las personas que poblamos estos colectivos. No es para nada igual, esta pandemia que estamos viviendo, que aquella que a principios del siglo pasado asoló el mundo y que fue llamada gripe española, pues en aquel caso se acababa de terminar la I Guerra Mundial, y fue muy aguda la situación de penuria, escasez y hambruna entre la mayoría de la poblaciones próximas a nuestro entorno, amén de las carencias y desigualdades propias de hace más de un siglo.
“…esclavizados por generalizadas fuentes placenteras con las que nos rodean y nos rodeamos, nos ha pillado desprevenidos para esta infección generalizada…”
Esta actual nos pilla con una amplia clase media, acomodada y acomodaticia, coberturas sociales consistentes para la mayoría de la población, Estados muy sobredimensionados, y unos estilos y calidad de vida muy al alcance de la generalidad de las capas sociales. Pese a que los dispositivos de atención sanitaria se hayan visto desbordados por las olas que se han sucedido estos meses, no hay comparación posible con tiempos anteriores. La dramática situación vivida en las residencias, en las que han muerto desatendidos decenas de miles de ancianos, no desdice de esta tesis pues no hace sino poner en evidencia la hipocresía en las que están instaladas, y el carácter de aparcamiento con la que esta sociedad suele tratar a sus mayores.
En cambio, y precisamente por la “burbuja mental” en la que habitualmente nos encontramos atrapados, esclavizados por generalizadas fuentes placenteras con las que nos rodean y nos rodeamos, nos ha pillado desprevenidos para esta infección generalizada de consecuencias mortales en muchos casos. Es como si nos hubieran sacado de nuestro placentero sueño de deseo y buen rollo, y nos tuviéramos que enfrentar en combate con un monstruo mortal. Nadie estaba preparado para morir, y menos cuanto más joven se es. Dedicábamos nuestros esfuerzos a trabajar -los que podían-, a disfrutar -la mayoría- con el ocio y el entretenimiento como foco principal, y a soñar con unas buenas vacaciones que siempre resultaban lejanas y escasas, mirando de reojo en el “por si acaso” a las ayudas públicas que, como una red, nos pueden rescatar de los contratiempos de caídas imprevistas.
“En la antigua Grecia existía una eterna disputa entre estoicos y epicúreos sobre el papel que debería jugar el placer en la vida las personas…”.
No es de extrañar que la maltrecha cultura (o eso dicen que es) sea una de las peor paradas sin que haya casi nadie que la defienda, y que la hostelería, otra de las más afectadas, e hiperpresente en nuestras vidas, sea la más añorada en los devaneos mentales durante la vigilia y lo onírico.
En la antigua Grecia existía una eterna disputa entre estoicos y epicúreos sobre el papel que debería jugar el placer en la vida las personas, donde los primeros acusaban a los segundos de ser unos hedonistas por consentirse aspectos excesivamente placenteros, pues creían que el hombre debería aprender a manejar y gestionar el sufrimiento propio e inevitable del hecho de vivir. En la actualidad, es más que evidente que hay una clara descompensación entre estos dos aspectos, y si bien haber logrado una vida más satisfactoria es positivo, la incapacidad para elaborar la ausencia del placer en general nos hace más débiles y vulnerables. Así la ecuación de los gobernantes de os doy placeres y nos dejáis para nosotros el poder, les sale a ellos más a cuenta.
“Este descentramiento afecta a muchos y nos es un tema menor porque se nos va de las manos con suma facilidad…supone un desequilibrio emocional en términos de depresión y/o ansiedad”.
Lo cierto es que a nuestro cerebro lo teníamos muy acostumbrado a que la triada compuesta por deseo-placer-recompensa, o lo que es lo mismo impulsos-dopamina-opiáceos, se haya instalado como el principal pilar y eje esencial desde el cual centramos nuestras vidas. En su versión negativa, obviamos con demasiada ligereza las cifras que ofrecen año tras año desde hace décadas los “observatorios” dedicados a las drogas (legales e ilegales), que vienen a corroborar esta necesidad de búsqueda de placer legendaria, y en la que tanta gente se encuentra ahora atrapada y sin saber donde buscar la salida. Toda una antítesis del estado catastemático (ideal) predicado por Epicuro, pues a la ataraxia (éxtasis espiritual) nunca se llega por vía de la aponía (satisfacción de los impulsos primarios), aunque sea necesaria.
Y en las consultas psicológicas, para los que se la pueden pagar, nos encontramos con una casuística de lo más sorprendente. Cuestiones menores en el día a día de las personas, han empezado a adquirir una importancia exagerada, como si le pidiéramos “peras al olmo” y necesitáramos obtener un placer excelso de algo trivial. También, otras actividades que anteriormente producían clara satisfacción empiezan a perder esta cualidad si se dan en este ambiente general de preocupación. Se van adquiriendo costumbres que antes ni nos planteábamos e incluso denostábamos, con tal de obtener alguna clase de placer por pequeño que sea. Este descentramiento afecta a muchos y nos es un tema menor porque se nos va de las manos con suma facilidad, pero para otros directamente supone un desequilibrio emocional en términos de depresión y/o ansiedad.
Y todo este desconcierto con un fondo de angustia por lo que estamos pasando, y un horizonte muy poco halagüeño, en el que las vacunas adquieren las características de salvación redentora que antaño se depositaban sobre las creencias religiosas. Y en el paisaje, las farmacéuticas de Iglesias modernas, los científicos de personajes mesiánicos, y los políticos en modo Poncio Pilatos porque lo suyo es otra cosa.
¡Qué mundo este!
«Y en las consultas psicológicas, para los que se la pueden pagar, nos encontramos con una casuística de lo más sorprendente. Cuestiones menores en el día a día de las personas, han empezado a adquirir una importancia exagerada»
No se preocupe, sufre usted un sesgo de confirmación debido precisamente a ese detalle de ‘los que se la pueden pagar’. Estas cuestiones menores van progresivamente desapareciendo entre las personas a medida que en nuestra sociedad occidental en decadencia van tomando importancia cuestiones mayores del tipo «qué voy a hacer ahora que me he quedado sin trabajo a mi edad», «qué voy a hacer cuando me echen de mi casa», «cuando me corten luz y agua», «qué van a hacer mis hijos sin nada cuando me pasa algo», etc.
Esos problemas «de primer mundo» que tanto le preocupan serán cosa totalmente del pasado más pronto de lo que parece. Para muchísimos jóvenes ya son problemas de un mundo que no existe desde hace años. Por no hablar de pagarse un psicólogo: vamos, eso ya es ciencia ficción para el 90% de la población.
Es importante la perspectiva de las consecuencias que la crisis sanitaria va a provocar (o está provocando ya) en la mente humana. Los comportamientos de recelo, desconfianza y hasta cierto odio en las miradas, junto a la agresividad manifiesta (por ejemplo a la hora de conducir) es toda una sintomatología de una sociedad enferma, no del SARS CoV-2, sino de su propia inanidad, de su miedo, de su inseguridad….. Una sociedad «anómica» (sin pulso) la calificaba el profesor Dalmacio Negro hace ya años……
No se trata ya de incapacidad de gestión política de unos dirigentes que marchan por otros derroteros en pos de una «agenda» global: «Japón debería ser el socio global de los EE.UU. en la gestión de la nueva agenda de los asuntos mundiales…» (Zbigniew Brzezinski.- «El gran tablero mundial.-1997), sino de la constatación de la «decadencia de Occidente» (y de gran parte del mundo) que pronosticaba Wolfgang Spengler ya en los principios del siglo XX, que nos hace incapaces de reaccionar como sociedad que ha dejado en la cuneta desde hace tiempo los valores y principios que la cohesionaban.
El pánico, un estadio superior al miedo puesto que es irracional, se vuelve así a las nuevas religiones científicas buscando salvación en las llamadas «vacunas» (aunque no respondan al concepto usual por su relación con el ARN) convertidas en dogma de fe para muchos creyentes, aunque se haya advertido por activa y por pasiva de sus efectos y consecuencias. Una conversión masiva donde tiene algún significado la frase atribuida a David Rockefeller: «Ahora sólo es necesaria una crisis mundial, para que las naciones acepten el nuevo orden….» (la agenda del capitalismo global pintado de color «verde» a través de las supuestas izquierdas progresistas).
Gracias por el artículo. Un saludo.
Las vacunas van a mandar esta pandemia al cajón de los recuerdos. Y todo volverá a la normalidad, en lo social, rapidísimamente. La crisis económica durará más no como para que se rompa nada. El muerto estará en el hoyo, el vivo que pueda irá al bollo, el que no pueda se sumará a la larga lista de los que se aguantan con lo que les queda, y sanseacabó. Seguiremos con nuestra progresiva decadencia como antes, hasta lo que dure el chiringuito.
Con suerte, en el futuro la Historia juzgará a los responsables que nos obligaron a (cruelmente) «convivir con el virus», pero yo personalmente ni en eso confío mucho ya. Desde luego, lo que parece es que políticamente no le va a pasar factura a ninguno de nuestros «líderes». Está todo atado y bien atado: el sistema es en sí mismo lo suficientemente perverso incluso como para que esto, en muy poco tiempo, ni siquiera parezca que haya ocurrido.
Una anécdota en la ya anodina historia de una cultura que ya no da más de sí, excepto ridículos esperpentos.
En este y otros foros es fácil ver que hay un alto nivel de consenso sobre la degradación acelerada del sistema de vida occidental. Las diferencias son de grado, no de fondo, y el fenómeno parece imparable, tal es el aparente poder de sus promotores. Unos de ellos son visibles y otros están camuflados para mayor éxito de su trabajo destructivo. Es un fenómeno repetitivo en la ya larga historia de las muertes civilizatorias. Son inducidas por sus élites en el poder.
Hay incluso bastante evidencia de que pocas disciplinas académicas se han librado de la labor de zapa de esta carcoma que hoy representan nuestras élites centradas en destruirnos destrozando hasta nuestras raíces mientras exhiben su descarnada incompetencia para el bien.
Hay también un altísimo grado de consenso acerca de la situación pero está ahogado dentro de cada uno de nosotros, con muy escasos momentos de compartir estados de ánimo y de sentir la gran sintonía social que al respecto existe. La pandemia ha acentuado el aislamiento a pesar de Internet y las posibilidades de comunicación que nos ha ofrecido durante este periodo para poder hablar, escuchar y vernos en eventos que antes eran presenciales.
Quizás ya sea tiempo de comenzar a pensar en formas de salir del profundo hoyo en el que nos han sumido tras décadas de «deconstrucción».
Y, por cierto, estimado «Ya me voy», no lo haga todavía y bienvenido.
Buenos días