Cuando la aplicación generalizada de los métodos anticonceptivos, en los años 70 y 80, se empezó a instalar dentro de las políticas de acción/conductismo social, en un aspecto tan característico de la vida humana como es la reproducción, la idea de control, manejo y planificación sobre nuestras propias vidas alcanzó un auge espectacular, estando en la actualidad en la cresta de la ola de nuestra particular forma de vivir.
Fue uno de esos arrebatos de modernidad, de los que las sociedades occidentales nos hemos acostumbrado a amamantar en nuestro seno y que abiertamente recogemos como positivos; sin que su adecuación a las realidades familiares y personales a las que se aplica, ni los importantes matices que se deben incorporar, ni mucho menos el influjo que ese concepto implícito supone para el gran colectivo social se aborden debidamente, o se traten ni de lejos con la importancia que tienen.
A algunos, olvidando que había sido algo practicado y anhelado desde siempre, esta posibilidad de planificación les daba vértigo, pues creían que la llegada de niños a este mundo es potestad divina; y si la ciencia estaba siendo capaz tanto de posibilitarlo como de impedirlo, se estaba dejando sin contenido a un dios creado, quizás, por su mente.
Lo cierto es que ese salto se ha ido traduciendo posteriormente en una organización completa de los aspectos más importantes de nuestra vida, pasando de encontrar el momento más idóneo para tener hijos en cada proyecto vital, a la completa ordenación de toda ella. Asentado el principio freudiano de que el pasado es inamovible y probablemente traumático, solo nos queda el control sobre el futuro, de forma que nos acerquemos paulatina y progresivamente hacia su arreglo.
Claro es que este arreglo deberá hacerse desde las bases, valores y principios de un presente que consideramos más o menos bueno, y de un futuro que imaginamos mejorable. Y así, silenciosamente, vamos transformando la planificación en previvificación, es decir en saber lo que queremos y no queremos vivir. De tal manera que los carriles sobre los que hacer discurrir nuestra vida han de fijarse en recorridos y en tiempos predeterminados, en los que cualquier variante imprevista es un inconveniente, y si persiste acabará convirtiéndose en un claro malestar.
Cualquier analista avezado en el estudio de la realidad humana, sabrá sin dudar que este es uno de los principales síntomas de la neurosis, que paradójicamente surge a partir del miedo atávico y acerbo a la psicótica histeria de conversión original de la que se pretende escapar.
Planes de pensiones y de jubilación, vacaciones pre o pos pagadas, ahorros programados, inversiones a futuro, segundas residencias frente al mar, seguros y más seguros para todo tipo de cuestiones, son barreras a todo riesgo con las que amachambrar las perspectivas más aterradoras con las que nos cacarean todos los medios de comunicación, dotando al conjunto de esta sociedad de uno de los estados de mayor y más profundo agarrotamiento y bloqueo de los que uno es capaz de vislumbrar.
El estado de bienestar, junto con ese extraño concepto que es la calidad de vida, está siendo el envoltorio ideológico con el que disimular nuestros miedos, afirmar nuestras débiles certezas, despejar las dudas que nos impulsan, disipar los sueños que nos revelan realidades ocultas, y apartarnos de una vez por todas de una posibilidad de ventura que pide a gritos y con desesperación un mínimo de aventura para lograrla.
Paralelamente va creciendo por doquier, la búsqueda de experiencias que, como consecuencia, se salgan de los carriles sobre los que discurre nuestra “planificada” forma de vivir, desde los más estrafalarios paseos por el espacio, rallys por los desiertos más inhóspitos, ascensos en romería a las cumbres emblemáticas, y un largo etcétera de ocurrencias desde las que, cuando menos intuir, el definitivamente perdido sentido heroico de la vida.
El discurso de los derechos, ambidiestro por su naturaleza tan imposible de negar como de articular, tiene un ánima infantil de niño huidizo y temeroso que reclama una sobreprotección al Estado, que necesita tanto como la parálisis que le provoca, y cuya velada forma nos retrotrae a tiempos europeos totalitarios que van tomando cuerpo en millones de votos.
A las clases medias, que son las que sujetan con su tejido y valores a la sociedad actual, no le gustan nada los imprevistos, y con los deseos abiertamente descontrolados no paran de clamar por un futuro sin cambio, transformación o metamorfosis, haciendo que los avisos que el tiempo se empeña en mostrar, niños y ancianos incluidos, formen parte de las cláusulas que queden prohibidas en unas pólizas que gestionan los políticos, acaudalan a los bancos, manipulan los telediarios, y se enseña a anhelar en las escuelas. Es la auténtica “seguridad social”, que ha pasado de la ayuda a las cadenas de las que tan orgullosos nos sentimos todos.
La mayoría de las manifestaciones multitudinarias, por no decir todas, que se expresan en las últimas décadas y que convocan las distintas sensibilidades de colectivos muy afines, tienen ese turbio tamiz de fondo que las une y las vertebra, esa conjura colectiva contra el viejo enemigo histórico de la humanidad, que es nuestro más íntimo acompañante: el miedo.
Pues no, no será la vida eterna lo que se persigue, pero se le parece un montón.
Efectivamente el miedo es lo mas atavico. El analisis de la dependencia vista asi tiene una connotacion mas alla de la «proteccion» legal. El Estado de Derecho tiene un analisis historico que tendria una larga trayectorica historica, filosofica, juridica, etc.
La pregunta sobre la dependencia implica una abstraccion sobre el valor del hombre como constructor, como transformador. Es que la fundacion de las ciudades, de las naciones, del manejo de los medios de produccion, etc., ha tenido una perspectiva mas amplia que «la seguridad social». Y entonces, creo yo, que apuntar a algo que implica un riesgo de, incluso, del Derecho Natural, no creo que sea lo mas adecuado ni coherente.
Comparto este pensamiento central de que toda nuestra vida está ordenada en exceso en este estado de bienestar. He vivido en Sudamérica donde todo es incierto, pero muy vivo. Sensacional artículo, lástima que este blog no sea más conocido.
Como de costumbre Carlos va al corazón de los temas y este de cómo se van conduciendo nuestras vidas a través de pulsiones primordiales es tan importante que me atrevería a traer una pequeña arenga introductoria para que todos nosotros tengamos un poco más claro cómo percibir las cosas que suceden incluso cuando parecen ser inocuas y de naturaleza secundaria.
La Percepción, efectivamente, es crucial y a ello se dirige siempre buena parte de la Acción Comunicativa del sistema de Poder.
A pesar de que a las escuelas psico-sociológicas dominantes les disgusta y tratan de relegarlos al olvido, hay un conjunto de Autores que creo que debemos tener en nuestras bibliotecas y leerlos despacio y repetidamente a lo largo de la vida.
Son los siguientes:
Gustave Le Bon. La Psychologie des Foules. 1895. Tiene traducción española y se puede aún conseguir nuevo en España.
William McDougall. An introduction to Social Psychology. 1908. Asequible a buen precio en 2ª mano en UK.
Wilfred Trotter: «Instinct of the Herd in Peace and War» 1916. Recién traducido, lo he terminado hace un mes y si consigo hacer un estudio introductorio medio decente trataré de facilitar su lectura.
Sigmund Freud. «Psicología de las masas y análisis del yo» Escrito en los años 30. El PDF libre es accesible en Internet, unas 40 páginas.
Freud cita a todos ellos si bien lo hace desde su perspectiva de Psicólogo Humano Introspectivo –antropocéntrico– y fuera de la línea que predomina en los otros autores, la Biológica y común a todos los animales gregarios.
Le Bon es diferente. Es quizás el menos «científico», su método es especulativo racionalista, cartesiano a veces, pero la obra citada es densísima, de muy fácil lectura, polémica en algunos momentos pero demoledora y básica para entender la naturaleza y evolución del Marketing de Consumo y el Marketing Político actuales e incluso mucho de las políticas Educativas y Culturales vigentes desde la postguerra.
El mundo académico de hoy día, dominado por las estructuras globalizadoras con intereses en todas las Ideologías del Poder, trata de olvidarlos o incluso de desacreditarlos o ignorarlos.
Creo que el motivo es claro: el mundo actual, con problemas de Tránsito entre Horizontes, exige masas dóciles, sumisas y muy manejables y trata de evitar que la sociedad produzca individuos autónomos con intención de realizarse individual y colectivamente desde la libertad y la madurez personal.
Independientemente de la Retórica, los arquetipos humanos, los Modelos de Comportamiento, que están siendo activamente promocionados desde la publicidad y el sistema educativo dejan pocas dudas al respecto.
En este sentido incluso hay esfuerzos por dirigir el sentido evolutivo de la especie como preconizó Darlington en 1969 en «The evolution of man and Society»
Los autores que he citado son fruto cultural de un momento de impulso y de un entorno liberal: La segunda mitad del XIX. Nacieron en él y vivieron en directo los efectos de los Comportamientos Gregarios y los modelos de liderazgo correspondientes a cada tipo de gregarismo.
En el estamento académico hoy predominan quienes tratan de dar valor al concepto de «Masa» como factor Instrumental Revolucionario y de Progreso. Entre ellos está Stephen Reicher (The Psychology of Crowd Dynamics, PDF accesible).
Lógicamente, el Sr. Reicher también es activo en los movimientos «abertzales» afines al Scottish Nationalist Party, pero ilustra muy bien lo importante que es el asunto de La Masa para cualquiera de nosotros y para quien quiera usarlas para alcanzar cuotas de poder. A mi modo de ver también es un buen ejemplo de cómo la academia está involucrada en la dirección social.
En nuestro caso se trata de entender naturaleza de todos estos factores y de estar prevenido contra las continuas manipulaciones del entorno y del sistema de poder.
Saludos