A lo mejor con siglas se entiende algo peor, pero se trata del antiguo y familiar Trastorno de Estrés Postraumático, ese conjunto de síntomas que hacen referencia a un intenso y desagradable episodio en nuestras vidas.
Según las historias de nuestros abuelos, tampoco habría que remontarse mucho tiempo atrás para imaginar que las vidas de todas las personas estaban en buena medida afectadas por estos trastornos: guerras, invasiones, violencia, los desarraigos derivados de la emigración o inmigración forzada por la adversidad, lucha de clases, cataclismos naturales o lo que hay detrás de una corta esperanza de vida. Habría que ver si la capacidad de encajar golpes de nuestros abuelos, la famosa resiliencia, se ha mantenido en la actualidad, porque ahora estos trastornos aparecen ante situaciones mucho más triviales como el síndrome postvacacional.
Siguiendo la lectura que hacen algunos investigadores, a una sociedad se le podría hacer la misma historia clínica que a un paciente, con resultados reveladores y sorprendentes. Y si tuviéramos que hacérsela a la sociedad española nos encontraríamos seguramente con que hay un episodio colectivo que está enfermizamente impreso en la memoria grupal: nuestra pegajosa guerra civil.
Sueños recurrentes, pensamientos reiterativos, revivificaciones, asociaciones simbólicas con el presente, son algunos de los rasgos activos que revelan la presencia positiva de las secuelas del episodio traumático. Y en cuanto a los negativos, la evitación del recuerdo, la disociación alienada, la amnesia total o parcial, también indican que el episodio no está superado y permanece hierático bajo la capa de la consciencia. En ambos casos esta sintomatología indica estar bajo los efectos del shock producido por la experiencia traumática, y son situaciones naturales transitorias que tienen por función evitar una mayor desestructuración psíquica en los individuos que la padecen, por lo que son mecanismos necesarios para la supervivencia.
Como toda experiencia con potencial desestructurador, el sujeto que lo ha vivido necesita de un proceso de trabajo posterior para “integrar” esas vivencias y poder recuperar un funcionamiento psíquico y neuronal normalizado, y de las diferentes fases por las que atravesará la principal es la que tiene que ver con el duelo interno por lo acontecido.
En este duelo se trata de asimilar lo hipotético del suceso –“podría haber muerto yo”– o con la asunción de los daños acaecidos –la muerte de un ser querido o tus propias secuelas físicas–, tras cuya elaboración el sujeto inicia una relación nueva con el hecho de vivir.
Se puede sostener que la sociedad española 75 años después de terminar la guerra civil aún no ha integrado lo que sucedió, permaneciendo en el subconsciente colectivo de forma tan evidente como opaca para profanos y políticos. Y esto es así fundamentalmente porque se le han escatimado las oportunidades para ello por parte de los dirigentes del país, en especial tras la dictadura durante y después de la transición, en las que primó un aparente pragmatismo en el que se atisbaba aún el miedo a la acción militar de los salvapatrias.
Uno de los tratamientos de elección en esta psicopatología, es la psicoterapia aplicada al trastorno conocida como “tratamiento por inmersión”, en el que en condiciones controladas se somete al individuo a experiencias similares a la original dotándole de medios e instrumentos para el control psíquico de la situación. No cabe duda de que la sociedad española está plenamente preparada para revivir las experiencias y poder manejar el duelo, si lo que se planteara fuera una inmersión global en todos los fenómenos y episodios ocurridos, y no solo en aspectos premeditadamente parciales. Por lo tanto no es una solución cauterizante, sino más bien una reproducción con intención, que desgraciadamente tiene el efecto contrario, el mantenimiento del trauma. Aún padecemos los juegos políticos e ideológicos de muchos que manipulan la memoria colectiva para romper el tabú forjado en la transición, con el fin de avivar el maniqueísmo visceral y sangriento que domina cualquier contienda y así reescribir las historias. El afán de algunos colectivos, grupos y pueblos por redefinirse, reinterpretarse y posteriormente reafirmarse de forma diferente a la que han sido, se asienta en esta forma falaz de psicoterapia.
Para otros la mejor solución es la desmemoria, entendiendo que son cuestiones sobre las que conviene pasar página, dejando que el tiempo transcurrido vaya borrando las huellas negativas que se han marcado en nuestra historia viva. Al hacerlo, más allá de las diferentes intenciones con las que puedan hacerlo unos u otros, se va eliminando la sintomatología más característica asociada al episodio, pero permanece la fractura interna ahora con diferente manifestación, en la que pervive la radicalidad expresada con fórmulas de abierta irracionalidad destructora, como es la ira intempestiva, el odio obsesivo a algunas ideas, las sensaciones de persecución, la hipervigilancia patológica a los símbolos que cristalizan los episodios traumáticos, etcétera. Esta forma de ganar tiempo, para curar las fracturas internas, obvia que el cerebro de la humanidad necesita operar de forma integrada para actuar de manera sana, con todas y cada una de sus partes activas y en conexión con las demás, llevando a cabo sus funciones tratando de potenciarse mutuamente, eliminando las trabas que se interponen, y buscando el mayor desarrollo posible del conjunto.
En realidad, el mejor tratamiento, científicamente avalado y contrastado, para que el cerebro-nación cure de su mal, radica en un proceso de trabajo en el que el sujeto aprenda a manejar su mente, de forma que las parcelas en las que queda encapsulado en el episodio traumático reactiven sus funciones paulatinamente con el resto. Trayendo al recuerdo las experiencias negativas que activan los movimientos oculares propios del sueño REM, se enseña a la persona a reorientar la atención conscientemente en la búsqueda de información pertinente para la reinterpretación del episodio, facilitando nuevas vías de elaboración de lo sucedido. La eficacia del sistema es tal que es utilizado como tratamiento de elección en Irlanda del Norte con el terrorismo, en Estados Unidos en las catástrofes naturales, o en Israel en lo relativo a las guerras con los países árabes.
Los problemas-país que están encima de la mesa, son como consecuencia de que como pueblo aún no hemos hecho bien el duelo de la guerra civil, donde cada vez son menos importantes los componentes ideológicos y más los emocionales, tales como el reconocimiento de la cerrazón, el afán sanguinario, la ceguera por el odio al contrario, el redescubrimiento de los argumentos y las equivocaciones, la destructora gestión de la culpa y el abanderamiento de la muerte. Tener el coraje de hablar abiertamente de ese dolor que palpita en el alma española, reconectando, versionando y ampliando las pequeñas historias parciales y locales, así como los grandes episodios, sí que sería un auténtico ejemplo como colectivo.
Si desde el reconocimiento del dolor y el horror y la cerrazón fundamentalista se pudiera crear una cultura de la guerra civil, en la que se hablara, documentara y se mostraran los sucesos, se daría un gran paso. Si los historiadores, periodistas y documentalistas, junto a los políticos si quisieran aportar y no ganar, se conjuraran para ofrecer una versión amplia, abierta, apasionada de lo humano, y no de los eslóganes panfletarios, para utilizar los diferentes medios de comunicación y exposición, donde pudieran haber debates públicos en los que dar entrada al perdón, se estaría entrando en esta línea de cauterización del trauma.
Como en cualquier terapia son indispensables algunos ingredientes de inicio, tales como motivación para el cambio, la consciencia del problema y el valor para afrontar la realidad, desechando otros aspectos presentes que suelen operar en contra, como el afán inmovilista, el miedo a la inestabilidad, o renunciar a los beneficios secundarios del problema como es el victimización.
No hay que inclinarse por D. Quijote o Sancho Panza, ni la vía intermedia entre ellos es un nuevo personaje (político), sino que lo importante y terapéutico son las aleccionadoras conversaciones y diálogos que mantienen entre ellos, como la auténtica necesidad de la sociedad española.
¿A qué esperamos? Es cuestión de querer mover lo más rápido y ampliamente posible los ojos y sus miradas.
Aunque está claro en su exposición, no se supera el trauma de la Guerra Civil porque se quiere REESCRIBIR lo que pasó. No se quiere saber simplemente qué pasó.
Efectivamente, algunos quieren reescribirla para decir que no fue tan malo, que podía haber sido peor, y otros porque quieren ganar una guerra que perdieron y eso ya no se puede remediar.
En mi opinión de nieta de quienes hicieron la guerra, en una familia cero politizada, creo que hizo más daño, de lejos, las rencillas personales entre la gente con la excusa de la guerra que el Régimen en general.
Y buena prueba de ello es que el general murió en la cama.
Y como los franceses que de repente todos han sido de la Resistencia (y fueron ocupados por Alemania por más de cuatro años) y como cuando caiga Cuba de repente todos habrán sido disidentes.
Porque la mayoría de la gente, la gente sencilla que es la mayoría, lo único que queremos es tranquilidad y oportunidades para sacar honradamente a nuestra familia adelante.
El autor está profundamente equivocado en su diagnóstico. El problema de España es que hay mucha gente frustrada; no son una mayoría absoluta pero sí un grupo de gente muy frustrada con acceso a medios de comunicación. Por años soñaron en que serían capaces de mover el país en su dirección (esto es, hacia donde ellos querían) y aunque Zapatero estaba lejos de ser el gran transformador (en realidad, un político mediocre que se encontró con la oportunidad de acceder al poder) pensaban que les daba esperanza de que el cambio se podía acelerar. La crisis de 2008 en un principio la vieron como una oportunidad para esta aceleración, pero pronto quedo claro que eran una minoría que jamás podría imponer su modelo político y económico y que por el contrario las nuevas circunstancias eran favorables para que la masa se volviera más conservadora (en el sentido estricto del término, esto es, no perder lo logrado). Esa minoría pseudo-revolucionaria hoy no tiene idea alguna sobre qué ofrecer a la masa para que la masa salga a la calle y sólo pueden colgar posts y artículos lamentando lo mal que todo está y la urgencia de un cambio indefinido (lo gracioso es que no hay país o experiencia alguna que puedan ofrecer como ejemplo de lo que buscan). La lectura diaria de las columnas publicadas por El País y otros medios donde están refugiados los miembros prominentes de esta minoría me han convencido de lo anterior. No habrá revolución porque no tienen nada que ofrecer, ni siquiera la falsa esperanza del cambio por el cambio mismo a la Obama, mucho menos a un país de viejos naturalmente inclinados a no perder lo logrado. En el fondo, el lamento de esta minoría es no tener poder para imponer su voluntad al resto del país.
Ya se nos ha levantado hoy el Sr. Smith revenido. «El autor está profundamente equivocado en su diagnóstico» dice lapidaria y vehemente, y lo que luego expone poco o nada tiene que ver con el sentido y contenido del artículo.
El planteamiento que hace el autor hace referencia a la necesidad de asumir las responsabilidades sobre nuestro pasado, aceptar culpas y errores, saber admitir las alienaciones de nuestros estados colectivos y demás, para cauterizar y curar los traumas que como pueblo vamos arrastrando desde hace siglos. ¿Quién no puede coincidir con una idea así?
Yo. Por muy aburridos que estén los españoles no imagino como podrían entretenerse revolviendo el pasado, en particular los peores años de su historia. El problema urgente de España no es hacer terapia colectiva para recuperar la memoria y redefinir la identidad nacional. Si se intentara, lo más probable es que luego España tendría otro problema más ya que se puede apostar que esa terapia sería un fracaso total que profundizaría las muchas divisiones que hoy existen. En todo caso, no hay ninguna evidencia histórica de que semejante terapia colectiva ayude en algo (con suerte y en situaciones que no están claras la terapia individual y la terapia familiar pueden tener éxito).
Por lo tanto, lo inmediato es determinar cuál es el problema prioritario de España y yo pienso que la frustración de muchos que no pueden acceder al poder del Estado se ha vuelto el problema prioritario porque algunos ya empiezan a justificar la violencia.
Todos los países tienen un pasado, cuando menos, turbio. En el caso de España el nivel de desencuentro y desentendimiento es bastante alto, si hemos de tener en cuenta las sucesivas guerras civiles que las que nos vamos topando desde hace más de dos siglos. Los españoles somos un pueblo que no nos entendemos, y si me apura, se podría decir que buscamos cierto «placer» en no hacerlo, como fórmula para identificarnos.
El gran fiasco de nuestra transición fue que después del duro correctivo que fueron los años del fascismo católico de derechas que padecimos, no fuimos capaces de encarar con el suficiente coraje la realidad que la hizo posible.
Como comprenderá, el uso del ejemplo de las terapias no era sino una analogía para hacer ver la negativa relación con el pasado, concretamente con la guerra civil, que hemos establecido, y como se debería de haber hecho si hubiera habido una cierta motivación para ello entre las nuevas clases dirigentes que manejaron el poder los años siguientes a la dictadura. No propongo ninguna terapia colectiva formal al modo del individual y familiar, simplemente porque no existe.
No somos tan diferentes a otros pueblos de Europa si por los desastres nos comparamos, y en todos ellos aunque en diferente grado, tenemos un mismo problema colectivo: el manejo del poder, sea este del tipo que sea. Usted habla de los frustrados, pero yo creo que la mayor dificultad con la que nos estamos encontrando es que estamos inmersos en el final de un ciclo en el que el capitalismo como sistema director de las clases medias hace aguas por todos los lados para dar sentido y satisfacción a una ciudadanía que, sin saber lo que quiere, anhela una forma de humanidad diferente al del patriarcado sanguinario.
Habría que volver a los antiguos para que nos den su luz en estos momentos, el que el hombre quiere redefinirse.
Saludos,
Realmente, de la gente que hoy está viva, sólo una reducida minoría guarda vivencias directas de la guerra civil. En muchas partes de España esta duró muy poco.
Por ejemplo, en Tudela en el mes de Agosto del 36 ya se preparaba el programa del nuevo curso escolar que arrancó sin problemas y en San Sebastián o Sevilla no digamos. En cuanto los mineros de Asturias quemaron Irún y se enfrentaron a tiros con los soldados del PNV quedó claro que aquella guerra no interesaba que la ganasen tales republicanos.
Mucha gente aquella noche salió al monte por miedo de que viniesen a quemar su casa en barrios de San Sebastián los mismos que lo habían hecho en Irún
Así que, en lo que a la guerra se refiere, la cosa de la memoria va y fue por barrios.
Otro asunto es el deleznable y vengativo comportamiento del Régimen hasta el año 46 o quizás finales de los 40, pero tampoco son muchos los que tienen memoria de aquellos años y eran tiempos de guerra por todos lados. Son personas por encima de los 75 años. Entre ellos hay gente cuya vida ha estado marcada por aquello, pero no son representativos de la sociedad actual.
Por ello no estoy muy seguro de que la sociedad española esté traumatizada por un episodio que ni vivió ni, a juzgar por los «relatos» que predominan, tenga ni siquiera una idea fiable de lo que sucedió.
Tal ha sido la manipulación del relato, antes, durante y después. Estarán mal por otras cosas o «transfieren» otras culpabilidades que no son fáciles de asimilar. Por ejemplo, la pasividad ante el chantaje abertzale que ha durado 40 años y con más de 200,000 exiliados. A esto no se le ha plantado cara y es una cosa que deja tan mal el cuerpo y el alma que hay que olvidar y racionalizar.
El último en usar al franquismo ha sido Rodríguez Zapatero en un alarde de travestismo personal y político en su búsqueda incansable de cizaña que sembrar para dividir y ganarse unos votos a costa de todo y de todos. Vamos, para dividir, crear problemas y sacar tajada de ello, no hemos tenido un artista como él en toda la historia.
Este es, quizás, el gran tema. El de una sociedad tan inerme ante falsarios.
Puestos a traumas Francia y el resto de países de Centro Europa con Alemania y Polonia a la cabeza, nos llevan una larguísima delantera ganada a pulso y con 10 veces más muertos y más infamia –proporcionalmente– de lo que sucedió en España.
A veces criticamos a otros por su victimismo pero los españoles también lo practicamos.
Por ejemplo: estamos traumatizados con una «culpa» autoinducida sobre la Inquisición. Un tribunal que en sus 400 años de vida condenó a muerte unas 1,000 o 1,200 personas entre España y América.
En Francia, en una noche pasaron a cuchillo en París a 40000 hugonotes. O entre Alemania, Francia y Suiza quemaron a 200,000 mujeres por acusación de brujería en la mitad del tiempo.
Decía Txillardegi, (Alvarez Emparanza) –etarra hasta el 67 e ideólogo del mundo Batasuno–, que «Hay que ganar la batalla de la Memoria»…..»porque si ganas esa batalla, ganas todas las batallas».
El relato es crucial. Yo diría que nos falta una sociedad civil que sea capaz de escribir su propio relato, el de verdad, sin «Pastores».
Por aquello del refrán….. «Reunión de pastores, oveja muerta».
Pero, en fin, el artículo me ha gustado. Mucho. Porque ilustra muy bien la mente social y da miedo ver lo frágiles que somos para resistir la manipulación por parte de «Pastores» que viven de hacerlo con nosotros.
Buenas noches
Estimado Manu,
Este artìculo de un filósofo publicado hoy
http://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/escuela-de-filosofia/2014-04-27/quien-se-esta-quedando-con-nuestro-pasado-democracia-y-memoria-historica_121229/
muestra lo grotesco que pueden ser los ejercicios de terapia colectiva para encontrar identidades comunes. Fíjese en la referencia a Rawls (se que a usted le gusta referirse a él) y luego pensemos si los juegos de palabras ambiguas en que se entretienen profesionalmente los filósofos aportan algo a la sociedad. Uno de los grandes errores en estos ejercicios y juegos es pensar que nuestras inferencias de la historia son construcciones mentales que pueden –o peor deben– ser asumidas por la sociedad hoy y mañana para sus decisiones colectivas.
Efectivamente, apreciado Adam.
El filósofo en cuestión aborda la cuestión poniéndole puertas al campo, sacralizando ciertos criterios y demonizando otros de modo un tanto apriorístico y sin gastar un instante en explicar por qué. Esto se lleva mucho.
Cuando se producen estas situaciones, por mucho que hablen de la Esfera Pública de Habermas, en el fondo están buscando puntos de apoyo para la manipulación emocional. A falta de solidez de raciocinio nos sirve una dosis de sensaciones primarias.
Por otro lado, López de Lizaga explica bien el planteamiento de John Rawls en relación con la Razón Pública. Realmente a ello se dedicó a lo largo de su vida académica. A sentar las bases, los principios y las reglas necesarios para que el imperio benévolo que emerge tras la 2ª guerra mundial pudiese ser gestionado «razonablemente».
Hay bastante paralelismo entre las vidas y los objetivos de Rawls y Habermas. En cualquier caso, conocerlos es importante para entender lo que hoy tenemos, el por qué y el cómo.
Un saludo cordial
No hace mucho que se ha escuchado en un oficio religioso?, para con uno de esos «hombres de estado», algo sobre..no se qué..de la guerra civil… Cada cual saque sus conclusiones, pero…en una misa?, por gente TAL??…
Cada cual saque sus propias conclusiones..
Cualquier guerra es una desgracia absoluta para las sociedades humanas, y para quienes las viven…
Para que hablar?, no?….lo mismito que irse a un parque de atracciones, no??—està claro, no!!
No està bién que nos la pasemos de duelo en duelo, creo…a este mundo hemos venido a otras cosas,quizàs…
Ninguna guerra tiene ninguna legitimidad humana de ninguna clase, opino,
Y….las políticas de terror y pavor…no deberían darse en ninguna parte.
En España parece no ha habido una verdadera transición democràtica, y es un país de trileros frente a gente adormecida por los miedos, y así andamos….a tientas..a ciegas..
Bueno es que se va caminando hacia una nación humana universal, sin fronteras, y quedaràn claros- muy claros, las cuatro cosas que necesitamos los que por aquí estamos…
Nada que ver con la deriva de ahora, es hora del Planeta- única casa que habitamos, y hora de sociedades menos viles, mas honestas, mas tranquilas, porqué no?, y hora de dejar el pasado- por eso mismo, pasado està… Y guardarse los llantos y sinsabores, mirar al frente y atisbar otros horizontes posibles para un vivir mas normalizado, que diría yo…
Y……como dice aquella canción: pasando de mili, pasando de Pili, pasàndolo bién!!…
Y pasando de amenazas subersivas en plena misa por un fallecido…porque lo algunas personas….con permiso…es de película..
Las generaciones futuras caminan hacia otras cosas mas sencillas y muy de sentido común, sólo queda escucharles a ell@s…en vez de degradarlos con «miradas» y «valores» del pasado!!