“¡To er mundo e güeno!”, soltaban de cuando en cuando en Andalucía ante la Guardia Civil para disculpar a los más desfavorecidos que se encaramaban a barandillas y farolas cuando llegaban los pasos que más fervor despertaban en la Semana Santa.

Buena disculpa esa que se habían buscado para tratar de evitar la multa o sanción correspondiente, por una acción que puede resultar hasta simpática si le añadimos el típico gracejo andaluz. Y así, como si no pasara nada, hemos saltado de una situación puntual a toda una filosofía de vida.

Si el niño le pega una buena patada al abuelo, habrá que disculparle porque hoy está nervioso y ha dormido poco; si el joven le tira una pedrada a la farola, tendremos que pararnos a reflexionar sobre las dificultades con las que tienen que enfrentarse los chicos de hoy en día; si el jornalero nos la quiere pegar firmando una peonadas que no ha hecho, no es de extrañar pues hay que ver lo difícil que es llegar a fin de mes. Total, como todo el mundo en el fondo es bueno, siempre tendremos una disculpa antes de tener que acarrear con lo de la culpa.

Al pararse a analizar este fenómeno, que alcanza cotas de epidemia, sin lugar a dudas más dañinas que cien gripes aviares juntas, no se puede dejar de lado las características de alergia que tenemos la población en su conjunto al sentimiento de culpa. La culpa ha sido, y aunque capitidisminuida sigue siendo, el gran mecanismo psicológico con el que las sociedades han sido dominadas por las religiones judeo-cristianas. La sensación de pecado, la suciedad interna en la conciencia individual, la necesidad de expiación, la búsqueda de perdón y la aceptación de la penitencia, etc. a partir de los códigos de conducta que suponen los diferentes catecismos de bolsillo, han mantenido a la ciudadanía en la línea de la docilidad, y practicado los vínculos de fidelidad con las instituciones, y de obediencia a sus gestores.

La sobredosis de culpa que empieza a hacer estragos en muchas conciencias a principios del XIX, viene acompañada de dos grandes deseos, el de la libertad de pensamiento y el del afán por el conocimiento. Dos fuerzas humanas que empiezan a enemistarse con la permanente humillación, silencio y opacidad que suponen los actos de contrición. Las reivindicaciones que se empiezan a dar en el mundo de la filosofía, la cultura, el arte, empiezan a sobrepasar con creces la resistencia del milenario planteamiento judío, y la ética surge como remedio sustitutivo civil de la antigua moral cristiana.

Pero la ética muestra pronto evidencias de padecer la misma sobredosis que se inició en la alta edad media, y deja escapar pronto de sus preceptos el sentido del mal, el pecado y la maldad, filtrándose un cierto aire de benevolencia generalizada. Es un “¡todo el mundo es güeno!”, y si no, será porque las injusticias sociales le han obligado, las patologías le están desviando, o la educación que recibió habría que mejorarla porque tenía muchas carencias. Entramos en la dualidad culpa–disculpa casi sin quererlo, y escogemos la solución que más favorece nuestra buena conciencia con aquello de hay que castigar el pecado no al pecador, es decir rechazar la acción pero no al que la ejecuta, que suele irse de “rositas” con todo tipo de justificaciones, atenuantes y razones de peso.

No cabe duda de que la liberación de la culpa como mecanismo psicológico de opresión es un avance del pensamiento moderno frente a la represión y la intolerancia. Un paso adelante en la conquista de la conciencia personal interna y externa. Pero también la instauración de la disculpa permanente frente a muchos comportamientos es una fobia reincidente y reiterada que conduce a la enfermedad de quien la practica, pues siempre deriva en el sentimiento de la propia inocencia, a la acusación sobre el otro, o la sociedad o el entorno, y evita adquirir el sentido de la personal responsabilidad respecto a lo que sucede.

Desde esta forma de pensamiento, obsesionada por la necesidad de la propia inocencia, englobada en la filosofía buenista, se echa en falta una contundencia mayor frente a lo perverso, lo destructivo, y lo dañino, no solo en lo relativo al ámbito de las relaciones, sino también y especialmente, en la manera en la que cada hombre contempla sus propias e íntimas realidades, tales como su pensamiento, en las que así siempre sale indemne y justificado de las acciones que acomete, cultivando una filosofía en la que “de nada soy responsable”, “nunca soy suficientemente consciente” y la de “no veo porque hay que hacer algo”; o sea, lo más cercano a la irresponsabilidad, la inconsciencia y la inacción.

Así el catecismo del buenismo, y su trasvase a lo ciudadano en forma de “lo políticamente correcto”, debe cumplir unos requisitos básicos imprescindibles: no hay que ser bueno, solo parecerlo; ser bueno consiste en no participar en ningún conflicto; si te comprometes con algo ten cuidado no pierdas tus privilegios y posición adquiridos, cuida de no hacer muchos esfuerzos o sacrificios personales no sea que te despistes de tu principal objetivo; el bueno se pone del lado del débil tenga o no motivos; reconocer algo puede ser una buena manera de hacer valer tu bondad, pero nunca cambies; no analices el porqué de las cosas, solo muestra tu buena intención; aunque no esté claro, ponte del lado de la mayoría pues siempre defenderá la parte buena; actúa desde esa solidaridad bondadosa que tanto gusta y tan poco te implica; ataca a los poderosos hagan lo que hagan, son los culpables; evita los espejos en los que verte o cuestionarte, solo quieren socavar tu indudable bondad.

El buenismo nunca deja pasar las injusticias sociales, las lacras que azotan el mundo que nos toca vivir, y no deja pasar la oportunidad de alzar su voz contra la maldad humana de los poderosos. Se manifiesta por ello en grandes grupos para no destacar personalmente, porque le cuesta dar su propia cara, y así sigue el pensamiento de los demás, se agrupa colectivamente porque piensa que las cosas cambian en base al volumen del clamor, aunque sea evidente que solo sirve para que todo se quede igual, y reclama que den los que más tienen porque con lo poco que tiene él ¡qué va a dar! No pierde oportunidad para creerse y hacernos creer públicamente lo mucho que le ofenden las cosas negativas que se dan en nuestro mundo, dejando claro que él no tiene nada que ver con ellas, y que no es de esa manera.

Pide a los Estados una mayor contribución al desarrollo de los países más necesitados, con un porcentaje de los ingresos estatales destinado para esos fines. Nunca viene acompañado de una acción que suponga destinar una parte del presupuesto personal a un desembolso directo a personas con nombre y apellidos, pues, se argumenta, que eso puede estar sujeto a abusos, dependencias incómodas o engaños. El buenista no se pone cara a cara con el compromiso que adquiere, porque el buenista cuida bien mantener la potestad de decidir la manera de ser bueno, cuando y con quien, porque el interés último no es ayudar, resolver y conseguir que el otro salga del problema, sino dejar claro lo bueno que uno es.

La historia que nos han contado dice que ser responsable conlleva riesgos, la vieja hipocresía es nuestra nueva mejor solución. Cabe más mala hostia que siendo conscientes de nuestra falta de responsabilidad, además juguemos denodadamente a disimularla engañando y engañándonos.

7 comentarios

7 Respuestas a “Y AL OCTAVO DÍA DIOS CREÓ EL BUENISMO”

  1. Inés dice:

    La cosa cambiaría si supiéramos tomar los tactos.

  2. Micaela Casero dice:

    Y,
    … porque al principio fue el Verbo… el noveno, décimo, undécimo día apareció el lenguaje y dejó a los hombres y mujeres instalados en un laberinto donde el pensamiento se tornó oscuro y la acción irresponsable.

    Ser y estar es una de las maravillas que sustenta el esqueleto del español.
    El Bien, la Bondad y la Belleza son algunos de los paradigmas de éticas y filosofías de lo más variopintas.

    Unamos ambos mundos: no es lo mismo «ser bueno» que «estar bueno», tampoco es igual «ser bello» y «estar bello», pero es curioso observar que «bien» solo puede emparejarse con «estar» nunca con «ser». Y, en lo efímero del «estar» se reivindica el «ser».

    «Lo que es bueno y está bien», tendría que ser la meta última de nuestros dirigentes espirituales y temporales.

    El problema empieza con las preposiciones «para y por».
    El «para» introduce la finalidad y el «por» la causa.
    Si el «para» se alía con el «mí» y el «por» con el «sí», tenemos el siguiente resultado:

    «»Algo es bueno si está bien para mí porque sí»»

    ¡ABSURDO!, ¿verdad? Pero, absolutamente actual.
    Así funciona gran parte de la ética política: es un galimatías que parece inevitable, inmutable, increible, insustancial, ilógico, inconmensurable…, vamos, muy «in» que significa «no». Por lo tanto, lo que los dirigentes hacen y dicen (porque hacer y decir se convierten en sinónimos en todas las campañas electorales) ES: no-evitable, no-mutable, no-creible, no-sustancial, no-lógico (la «n» se perdió por el camino), no-medible, etc, etc …

    Ahora retorno a lo que iba: todos podemos jugar con el discurso y convertirnos en sofistas, pero solo nosotros somos responsables de dar cuerpo y sentido a algo tan elemental y humano como el simple hecho de definir qué sea eso de «ser una persona buena» y no «ser una buena persona». En el primer caso, el adjetivo se convierte en una cualidad del ser persona, en el segundo, en algo de lo que puedes prescindir.

    Carlos, Enrique escribió sobre la belleza, tú hablas de bondad adulterada, estoy de acuerdo con lo que decís y me permito el lujo de añadir una fórmula simbiótica: lo bueno es bello y encontrarlo es uno de los afanes cotidianos más escurridizos, pero vale la pena, sí, vale la pena.

  3. Inés dice:

    Es una reflexión profunda, clara, cortante y rotunda la que aquí expones.
    Creo que todos tenemos esos pequeños monstruos dentro, como una parte de nosotros, la parte oscura, esa que sólo vemos en las actitudes de los demás pero que negamos continuamente que nos pertenezcan, y lo hacen claro que lo hacen, sobretodo si el personaje sale a la luz en connivencia interesada con la actitud de los otros, ante una situación que vista desde fuera nos parecería horrible. La fuerza del mal es poderosa, atractiva y persuasiva. Sobretodo es tan cargante que te la encuentras machacona cada día:
    – Anda ya, no trabajes más hija que no vas a construir nada tú sóla.
    Porque una de las características del que se siente culpable es «compartir » su mala conciencia con los demás, porque así ya no le parece tan irresponsable: Manipulación.
    – Si, esto es un desastre pero yo no puedo hacer nada. Mentiras que intentan tapar la apatía y el nihilismo.
    – O estas con nosotros o contra nosotros, no se puede ser neutral, te tienes que pringar. A esta última me es muy difícil no sacar la espada y echarlos a patadas
    – Todas las profesiones tienen sus mafias, no es la mafia visible de los políticos sino la pequeña mafia malvada de los pequeños grupos de personas.
    – En las familias, las envidias entre hermanos, la violencia doméstica psicológica, la verdad y la mentira que no son ni lo uno ni lo otro.
    Mejor que tú no lo ha expuesto nadie.
    Ahora bien, ¡qué le pasa al que decide dar la cara individualmente, está claro que lo linchan, primero desde abajo, los compañeros de trabajo los jefes, la familia.
    – Lo juzgan, o de rebelde (menudo insulto) o de quijote y se ríen de él, y le hacen el vacío más absoluto.
    Con esto no quiero decir que sea imposible, es posible tener iniciativas individuales que además son el centro de la voluntad real de Hacer.
    Pero hay que entrenarse muy duro como Guerrero, «silencioso» diría, para nada por el miedo a hablar.
    (Muchos golpes vinieron por hacer lo correcto con arrogancia, torera yo..) Así no vale, porque la finalidad no es uno mismo sino el trabajo que se ha decidido emprender.
    Por tanto el primer camino es la limpieza, la autocrítica, actuar como abogado del diablo, sin excesos claro.
    El segundo avance es un encuentro con personas con las que intuyas confianza, sintonia y unas metas, que aún alejadas o no en fondo y forma, en realidad han llegado más o menos al mismo punto que tú en su trabajo. Estas personas son tan interesantes, porque como bien dices, actúan de espejo, para lo que se vea, mejor, peor, distorsionado o clarito como el agua.
    Una vez leí que la capacidad de cada persona para subir en su evolución dependía de alguien por encima de ti y alguien por debajo. Puede considerarse literal o metafórico, pero a mí me vale muchísimo. Esos alguienes, no tienen porqué ser uno, pueden ser dos o tres, pero nunca multitud.
    No quiero que se me quede nada en el fondo.
    Ah, algo esencial que suscribo totalmente y que a veces no entiendo cuando leo, y me desconcierta es eso de «somos ignorantes». Por supuesto que lo somos, pero para cuando lleguemos a creernos que somos sabios, o menos ignorantes nos habremos muerto!!! pienso yo pa mis adentros. Con esto quiero decir claramente que nadie es del todo ignorante, que la gente sabe, que cuidadín con los tontitos o con los enfermos, porque jo, casi siempre sucede que los que están locos, antes de tirarse por el balcón la lían. Como decía mi abuela, líbreme Dios de las aguas mansas que de las bravas me libro yo.
    Todo el mundo sabe las situaciones en las que ha sido demonio, el daño que hizo o que hará con sus bellas palabras cargadas de veneno, por eso es cierto que se agradece auto-denunciarnos, que lo bueno, lo malo y lo inocente y lo culpable, son platos de una misma mesa.
    Pero no comparto contigo -si entendí bien- lo de las víctimas. Hay victimas y muchas veces el daño causado es irreversible.
    Antes quise ser muy breve. Pero quedó ambigüa la frase, saber tomar los tactos, es una sabiduría que sólo se aprende tomando primero tu tacto, saber de qué cojeas, vaya, cual es tu punto débil, el debilísimo y si hay alguno al que puedas salvar de la quema. Con saber eso de uno mismo, se aprende a «ver venir al otro» y poder adelantarse al hachazo.
    Cada vez entiendo más que las cosas más preciadas de las que uno dispone que como dice mi padre, son las herramientas de su trabajo, deben estar, cuidadas, limpias y a buen recaudo. Posesión? no. Prudencia

  4. Gema dice:

    Al hilo o no de lo que se escribe, se me ocurren algunas frases, simplemente..

    1. es mas fácil ver la paja en ojo ajeno, que la viga en el propio.

    2. haz bién y no mires a quién.

    3.si tratas a los demás como quisieras que te tratarán a tí, te liberas.

    4.la caridad empieza por un@ mism@.

    5.quién no se quiere así mism@, poco puede querer a otr@s.

    6. nadie es quién para juzgar a quién.

    7. obrar con libertad, conlleva amplía responsabilidad personal.

    8. forzar cambios en los demás, sin cambiar un@, son actos de conttradicción interna que conllevan al sufrimiento y oscuridad.

    9.buenistas o no las frases, y que me cuesta leer (entender) este artículo porrón..se me ocurre, contestar por aquí, así….

  5. Estanislao dice:

    Carlos, a ratos interpreto que arremetes contra el complejo de culpa; otros ratos y en otros párrafos interpreto que arremetes contra el buenismo que pretende que debemos ser comprensivos y disculparlo todo en los otros y en nosotros mismos. Otras veces que en los otros sí pero en nosotros no y, otras, que en los otros no pero en nosotros sí.
    No sé, pero encuentro contradicción en tus afirmaciones o, tal vez, ese mi encontrar contradicción esté mediatizado (que pudiera) por la dificultad con que me doy de manos a boca en mí mismo a la hora de definirme, que tan pronto siento inclinación a disculpar como a — frente a hechos no sustancialmente dispares por completo — elaborar un criterio bastante severo.
    Esa forma ambivalente de enjuiciar que me crea, respecto de mí mismo, no poca intranquilidad y la sensación de ser una especie de marioneta ante los hechos de la vida cotidiana y el con qué criterio encararlos la encuentro (tal vez porque me obceco en algo y no atino a leerte bien) en tu artículo; lo que me lleva a preguntarme si lo que entiendo como un mal que me aqueja nada más a mí estará más generalizado de lo que yo creía, y si será común entre los humanos la imposibilidad de tomar partido, de asumir que cuando elijo A “debo” cerrar a cal y canto toda opción a que se me cuele un, por pequeño que sea, resquicio de B.

  6. Carlos Peiró dice:

    Como ya sabe la ciencia, un mismo fenómeno no solo tiene diferentes facetas, a veces contradictorias entre si, sino que su complejidad alcanza hasta el propio observador.

    Respecto a la culpa, y desde un pusto de vista estrictamente psicológico, su sentido es un avance en el proceso de individuación de la humanidad, pero su sentimiento, en la actualidad, es un auténtico lastre para el avance en el desarrollo de la conciencia individual.

    Pero el artículo lo que pretende poner en evidencia, es que frente a una realidad personal común de nuestras sociedades, como es la culpa, o dicho con menos carga moral, la sensación de malestar que provoca un acción propia que tiene como consecuencia un efecto negativo en los demás o en mí, se ha instalado masivamente un estilo en el que se busca, premeditadamente, en tu interior sentirse inocente. Es tan manifiesto, que tal deseo, pudieramos decir que alcanza las cotas de «compulsión», pues nos defendemos hasta la extenuación de cualquier sentimiento de responsabilidad al respecto, incluso con la osadía de hacerlo público y estentóreo.

    El «sentido» de culpa sobre tus actos te puede conducir a la responsabilidad individual, lo cual supone un avance personal. El sentimiento de inocencia, como indicaba en el artículo, te lleva a la inacción, y a estar siempre acusando a los demás de los males que nos aquejan, haciéndoles responsables de lo que nos sucede.

    En la acción de la iglesia católica, su doctrina se ha encargado muchas veces de hacer parecer a aquellos héroes que han intentado lograr cambios sociales, que, aunque no lo reconozcan, siempre han estado ligados a sus propios cambios personales, como sacrificados mártires que daban su vida por la santificación. Buena manera esa de conseguir que cualquiera se lo piense dos veces antes de intentarlo. Al final te quedas paralizado entre la pasividad y el martirio. ¡Qué aburrimiento! Un saludo.

  7. Eloísa dice:

    Una frase que he escuchado muchísimo en este país es “las personas no cambian” (es una proposición final a muchas actitudes, quizá se cita más respecto a la relación con los demás, pero creo que individualmente se asume también como: no hay remedio). A veces nos pasa que hasta nos regodeamos “de lo poco que hemos cambiado” (en nuestra ceguera complaciente). Y con esta perfecta excusa de “es prácticamente imposible cambiar, y además no cambiar en general parece que mola”, ¿para qué me voy yo a esforzar en mejorar y responsabilizarme si parece que raya lo superdotado, no está de moda en ningún canal ni protagoniza ningún serial y encima requiere que piense y me diferencie? Mmm…
    Vemos que somos responsables para cosas muy estereotipadas, intuimos indicios de que se puede serlo en muchísimas más (en las más bellas, interesantes y vitales), ¿pero queremos cambiar, hacer ese esfuerzo, marcar en nosotros esa diferencia?
    Los yogures bio, que me hacen bien por dentro y quedan genial por fuera, ya no son suficientes, ¿qué decidiremos cada uno: nuevos e innovadores lácteos o una mirada más limpia hacia quiénes somos? ¿Seguir buscando “eres buenísimo” debajo de las tapas de los yogures o que el palo del polo que te acabas de tomar no tenga premio pero que tú sepas que lo que has hecho era lo que querías hacer, lo mejor que podías hacer y algo menos de lo que podrás hacer mañana?

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