Reconocer a la familia el papel que juega en nuestra sociedad, es una de esas obviedades que sonrojan solo de plantearlo. Los cambios que se van produciendo en ella son también reflejo de los derroteros por los que transcurre nuestro colectivo social.
Lo familiar no solo está circunscrito al hecho de su existencia, o a su presencia en nuestras vidas, sino que además puede incluir aspectos como su valoración social e individual, su peso en las decisiones que se toman, la forma de tener a la familia en cuenta en los proyectos vitales, o el carácter que adquieren los ritos en torno a ella. Cabría preguntarse, por todo esto, si lo familiar como conjunto es algo que está en auge o en decadencia, ya que de ello se pueden deducir perspectivas de futuro.
Previamente conviene resaltar que en un conjunto como este, por milenario, por asumido, por las conformaciones que ha adquirido y adquiere, y por formar parte intrínseca de la estructura misma de la sociedad, cualquier modificación significativa de alguna de sus funciones tiene una repercusión importante en la totalidad de la sociedad.
Para empezar, hay dos elementos que nos van situando en el contexto en el que se mueven las cosas. El primero, el descenso imparable de la natalidad en los países occidentales nos pone ante la disyuntiva de pensar que los adultos quieren cada vez tener menos hijos y/o que priman otros factores en sus vidas que tenerlos. El efecto de esto sobre la globalidad es importante en varios planos, en cuanto a los flujos migratorios, sobre el mercado laboral, y sobre todo respecto a las formas de concebir y esperar el hecho vital. El segundo, la relación de las mujeres con su potencial maternidad, ofrece unos datos claros respecto al descenso de su popularidad entre ellas, que nos induce a pensar en un cierto rechazo a ser madre.
En este esfuerzo de contextualización, conviene subrayar que, como estructura, lo familiar ha tenido que hacer frente a varios avatares importantes a lo largo del siglo pasado. Destaca la paulatina incorporación de la mujer al mundo laboral, que ha traído consigo toda una transformación en los estilos, ritos, y hábitos de vida del grupo familiar, aunque solo sea, pero no exclusivamente, por la clara reducción del tiempo de dedicación a las tareas familiares. Pocas mujeres afirman ahora que su proyecto vital es su casa y sus hijos. Le sigue, no muy de lejos en importancia, la avalancha de migraciones internas que se han ido sucediendo desde las comunidades rurales hacia las ciudades, dejando a aquellas en un estado de semi despoblación pese al claro aumento de la calidad de vida que ha supuesto la automatización de muchos procesos agrícolas. Pocos hay dispuestos a proyectar y dedicar sus vidas a tareas agrícolas o ganaderas, que son las más habituales en estos entornos, y las modificaciones de calado en cuanto a la forma de concebir lo familiar en uno y otro medio han sido muy transcendentes. A todo ello hay que unirle un factor añadido como son las dificultades de integración en un solo conjunto social de culturas diferentes como se está produciendo en toda Europa y las fricciones en ese tránsito hacia una realidad mixta, que se antoja imprevisible.
En un estudio de realidades familiares los investigadores llegan a conclusiones altamente preocupantes, pues indican que un escaso 20% de las familias están preparadas y actuando ante los retos que supone la educación y la convivencia en la actualidad, adaptando sus estilos parentales a cuestiones esenciales como la escolarización prolongada, los riesgos consumistas de los adolescentes, el alto nivel de exigencia académico para lograr una alta especialización profesional futura, o las enormes dificultades para insertarse en el mercado laboral de inexpertos recién llegados o cincuentones post-ere’s. Los ajustes necesarios en lo familiar para adaptarse a estas realidades parecen superar con mucho los recursos, las motivaciones y la claridad mental como para pensar que todo ello saldrá aceptablemente bien. Parece que lo que pide el mundo actual a los individuos no es posible que lo logren desde lo familiar. Probablemente por los excesos de ese mundo, y por las carencias en el grupo familiar.
Y si nos seguimos ateniendo a las realidades, la ventaja que ha supuesto la eliminación del carácter eterno de la pareja, que se ha llevado de camino el sentido sagrado de lo conyugal, está significando un cambio en la propia estructura familiar, en la que va aumentando sigilosamente el número de lo que se ha denominado como familias reconstituidas, frente a la concepción clásica de la familia recogida en la categoría de “nuclear”. Más allá del sentido de fracaso que marcan estas relaciones nuevas por lo sucedido anteriormente, su análisis refleja en muchas ocasiones rasgos que inducen a pensar más en una “orfandad” familiar compartida que en un proyecto común de vida, dicho esto con todo el respeto a estas personas. Porque la sensación de los individuos evitando la soledad, o a la búsqueda de con quién compartirla, es cada vez más numerosa. El cada vez más frecuente uso de las redes sociales y la proliferación de plataformas que facilitan contactos rápidos y efectivos son dos claros ejemplos al respecto. No es Marco buscando a su madre, es una Iglesia atea en pos de feligreses laicos.
La impresión que se saca de todo ello, sin pretender ser alarmista, es la de que estamos viviendo, de manera un tanto opaca y silenciosa, una desestructuración, si no total, sí parcial, de lo familiar. Una desestructuración que tratándose, perdóneseme el tópico, de uno de los tres pilares de las sociedades occidentales, va a tener, si no tiene ya, una relevancia radical en las formas de vida de las generaciones actuales y venideras, con el agravante de que sucediendo delante de nuestras narices, no parece que nos estemos enterando, o lo que sería peor, que no nos esté importando.
Y la pregunta que podrían plantearse las pocas personas que tienen un poco de consciencia sobre la importancia o gravedad de los hechos, sería la de ¿A donde van a ir a parar las funciones históricas que lo familiar ha supuesto en las sociedades avanzadas? ¿Quién o quiénes se van a hacer cargo de la educación no formal, la crianza básica, la socialización interna, el desarrollo emocional cada vez más complejo, los patrones para un crecimiento afectivo adecuado, las pautas para el manejo e impulso de la sexualidad individual, etc?
¿Será la escuela, como representante disfrazado del Estado, la que se ocupará de ello y por eso nos estamos haciendo tantos líos con ella?
Felicidades en el «día del Padre» a los padres que ejercen.
A los que llevan el instinto de serlo con sus hijos, sean éstos biológicos o no- como San José-
A los que asumen una paternidad que escasea en todo el planeta, a aquellos para los que los hijos son «su proyecto vital» porque ¿Qué mejor proyecto para un ser es ocuparse de otro? contribuir a su cuidado, alimento, educación de las emociones, ser el Guía indispensable de reconocimiento de su entorno, de su memoria espacial, de sus ritmos, de su corazón multisexuado, de la transmisión de sus saberes.
¿Qué mejor cosa puede haber que la de transmitir la experiencia, ayudar en la batalla contra los miedos, contra las sombras, enseñarle las herramientas de vivencia y supra-vivencia, los entresijos para que no borre su sonrisa, la fuerza de su saliva para los arañazos, qué mejor que un padre para que el hijo desarrolle habilidades que sólo éste sabrá enseñarle?
Que los Dioses bendigan a los hombres-padres.
Genial tu apreciación, Carlos: «orfandad familiar compartida frente a proyecto de vida en común». Requetecierto.
Pero la realidad está más degradada aún porque se suele omitir el concepto o referencia a la familia. Son individualidades que se adhieren o poseen a otras personas («mi pareja»), como muletas que les den un soporte, tanto hacia sí mismos como hacia la sociedad o tendido, usando la expresión popular de que a las corridas de toros se va a ser vistos.
De todos modos, has tratado un tema bastante espinoso y complejo y apasionante al mismo tiempo.
Un cordial saludo,
Resulta curioso observar cómo se van produciendo en la sociedad, (sobre todo en la occidental), una serie de acontecimientos que han ido deteriorando poco a poco el modelo impuesto, hasta que llega el desencadenante que pone de manifiesto de una manera más virulenta las consecuencias de esos acontecimientos.
Me refiero a los distintos tipos de crisis que venimos transmitiendo, posiblemente desde el siglo XIX, a nuestro modelo social. Crisis espiritual, religiosa, moral, social, política y ahora la económica, y como parece que nuestro estándar de vida está basado en el poder del dinero, pues es ahora cuando se empiezan a notar más las consecuencias o carencias que han venido produciendo las otras crisis. Es como si tuviéramos un gran lienzo listo para hacer una gran obra y sin embargo poco a poco lo fuéramos manchando con pinturas más o menos agresivas hasta que llega un momento que está tan estropeado, tan maltratado, que resulta imposible pintar algo decente. Muchos echarían la culpa a los fabricantes de pinturas, pero lo cierto es que con esas mismas pinturas se podría haber pintado algo bello. Como decía aquel dicho popular “entre todos la mataron y ella sola se murió”.
No sé si cuando lleguemos al punto cero de la crisis, se podrá restaurar el lienzo o habrá que mandarlo a hacer puñetas, tampoco sé si en cualquiera de los casos seremos capaces de asumir nuestra responsabilidad en el proceso, pero de lo que estoy convencido es que este materialismo utilitarista al que hemos llegado, nos aleja, (al menos desde mi punto de vista), del concepto de Ser Humano que como su nombre indica contiene una dualidad maravillosa Ser y Estar, es decir, Espíritu o Energía y Materia con sus formas.
Artículos como este de Carlos Peiró nos invitan a pensar un poco por donde vamos, que hacemos con nuestra responsabilidad como miembros y constructores de esta sociedad, y también nos invitan a intentar trascender nuestro actual estado, es decir, a encender detrás de él alguna luz que nos acerque o al menos que no nos aleje demasiado de esa energía que no vemos pero de la que también estamos hechos.
Saludos
La lectura del artículo de Carlos me produce la impresión de que en las sociedades occidentales se ha ido dando la paradoja de que mientras se ha potenciado y hasta «sacralizado» el sistema de «familia nuclear» como pilar fundamental e insustituible, los Estados se han ido infiltrando e interviniendo cada vez más en todos los ámbitos de esa unidad doméstica fundamental tratando de acaparar y legislar todas sus funciones.
En una situación de crisis como la actual parece que asistimos a un incremento del afán intervencionista de los Estados por legislar sin tapujos los aspectos más íntimos del individuo (como apuntaba también Carlos en otro artículo de este blog).
Algunos autores, desde la antropología, refieren que, aunque la mayoría de las sociedades se asientan en unidades familiares nucleares, en la práctica funcionan desarrollando formas alternativas de organización doméstica.
Posiblemente esta circunstancia se dé más en sociedades más pobres o «menos desarrolladas», cuyos Gobiernos no tienen capacidad, potencial económico, o ni siquiera interés para cuidar de su población y mantener estructura de cobertura social.
No se trataría, por supuesto de retroceder, entonces, en cuanto a avances sociales supone la atención de situaciones más frágiles o precarias de una población, en cuanto a tareas del Estado se refiere. Además hay muchos tipos y formas de agrupamientos en este sentido dependiendo de culturas y sociedades, y no siempre relacionadas a poblaciones de Naciones económicamente débiles.
Pero me pregunto si, aprovechando que, como así parece ser, va aumentando y a la vez, de algún también se va asumiendo la existencia de otras formas familiares, con lo que ello supone de redistribución de funciones y de revisión de conceptos y valores que desde el punto de vista «oficialista» de moral se suponían inalterables, no nos podríamos plantear otros tipos también de demandas.
Así, por ejemplo, podríamos demandar del Estado que facilitara los medios para potenciar o facilitar , si se observa que se van produciendo tendencias organizativas sociales, no necesariamente en torno a vínculos familiares, que quieran asumir, o preparase para asumir tareas de educación crianza, desarrollo, o distribuirse funciones de sustento…no sé, se me ocurre.., pues pedirle medios para facilitar esas formas de organización.
No se trataría de pedir que el Estado abandonase su papel interventor o legislador, al contrario, tiene que cuidar que todo se lleve a cabo dentro de un marco que asegure no se produzcan situaciones degenerativas (abusos de poder, desmanes, contra los derechos de la persona etc… o situaciones doctrinarias, sectarias, extremistas..)
Tendríamos que ser capaces de adquirir una madurez social que nos permitiera pedir a los estados nos devolviera la autonomía que en los ámbitos familiares y domésticos les hemos ido delegando casi sin darnos cuenta.
Estimada Loli: Pedirle medios al Estado es como ponerle en bandeja a que sea Él quien establezca los órdenes, las prioridades y las formas, con lo que tendríamos más de lo mismo que estamos viendo ahora. Porque parece que no acabamos de creernos que el Estado ha ocupado el papel principal en la mayoría de las organizaciones y grupos, y se ha convertido tanto en parte teniendo que ser solamente el juez. Seguimos pensando en ideal revolucionario del Estado como garante de las libertades, cuando la realidad nos dice constantemente lo contrario, convirtiéndose este en el problema mayor de todo el siglo XX y lo que llevamos de este.
Al Estado habría que decirle que permita a los individuos organizarse, agruparse y potenciar su autonomía, capacidad de decisión e iniciativa, como sugieres al final de tu comentario. Creo que se ha alcanzando un nivel de desarrollo que hace posible que las personas que componemos las sociedades asumamos de manera responsable y consciente la mayoría de las funciones que el Estado se ha atribuido, y que dejemos de ser rehenes de ese Poder que con tan gran habilidad se esconde detrás de Él. Simplemente es que no nos dejan, con el falaz argumento de que «tienen que garantizar las libertades de todos», cuando lo cierto es que «los poderosos se tienen que garantizar nuestra esclavitud».
Un cordial saludo.
La dicotomía entre la verdad y lo expuesto por medios/crédulos, genera grandes tensiones a cualquier individuo digno, es de agradecer su valentía. Desafortunadamente, un blog no suele ser un sitio adecuado para una discusión a fondo sobre las raíces, que tanto nos gustan a -los radicales-, y causas de una situación.
Concretamente, en este tema, la “unidad de soporte vital”, la familia, la complejidad se vuelve inmanejable. Pues es en efecto, lo sucedido a la familia es resultado erosión por una serie de dinámicas de todo tipo. Por citar algo, económicas y políticas como elementos principales.
En efecto, concuerdo con usted, “la estatalización del individuo” es el camino al suicidio humano.
El proceso de civilización, con sus altos y sus bajos (significativos los del siglo XX) lleva implícita toda la complejidad que afecta a la diversidad dentro de lo humano. Todo ello alejándose del inicial y falaz “éxito = verdad = vida”, por algo más difuso menos contundente como “verdad + fuerza => libertad => derecho” especialmente en lo político; donde el oportunismo de “éxito = verdad” es notoriamente neutral ante la falsedad y manipulación de todo tipo. Ello lleva al individuo a estar continuamente en alerta, porque esa sociedad que necesita también es la sociedad que le ataca,…
En el artículo se pretende poner en evidencia unas circunstancias en relación con lo familiar que dista mucho de el concepto y la opinión que solemos tener los ciudadanos de ella. Avisando de las realidades y los conflictos que ya están en el entorno de nuestro hogares, para que se preste la debida atención a los retos e hitos que esto supone, y se rompa esa pasividad tan europea y española de confiarlo todo al destino, que es como poner una vela a Tele5.
Hola Carlos
Estoy de acuerdo contigo respecto al papel jugado históricamente por el Estado, como tal.
Es verdad que cuando nos dirigimos a él de forma reivindicativa, lo hacemos pidiéndolo prácticamente que siga haciendo lo mismo, que siga ejerciendo su papel «pseudoprotector» dirigiendo e interveniendo en el crecimiento y desarrollo de los individuos que integran las sociedades de las que se supone garante de «derechos y libertades».
Tú planteas que se ha alcanzado un nivel de desarrollo donde ya nos podemos plantear asumir de manera responsable las funciones que el Estado se ha atribuído sobre nosotros, que se ha atribuído, y que así hemos permitido que se atribuyera, diría yo.
Porque sin duda es muy posible que eso sea así, y que incluso esa capacidad madurativa esté ya dispuesta y no solo a nivel individual, sino para ser reconocida y puesta en marcha de forma colectiva, el problema es que …no se nota.
A lo mejor es no nos los creemos todavía, nos da miedo desvincularnos de la tutela estatal en prácticamente todos sus ámbitos, no hay que olvidar que en la mayoría de las demandas y reivindicaciones que se producen actualmente, subyace como base el mantener las mismas situaciones anteriores a la crisis, sobre todo en lo que respecta a la intervención estatal sobre todos los aspectos de la vida social.
Intentaba un poco aludir a esto último cuando me refería a la necesidad de adquirir «madurez social».
Tendríamos que descubrir que ya estamos preparados, a lo mejor, por poner un ejemplo, perdiendo el miedo y comprobar que si bajan las audiencias televisivas….pues no nos pasa nada más… y nada menos que empezamos a descubrirnos muchas más posibilidades, y que podemos pensar con más fluidez…. y así con otras muchas actitudes y hábitos consesuados como normales e incluso como «derechos adquiridos» y que en el fondo nos están distrayendo de esas posibilidades que como individuos y como sociedad podemos ya poner en marcha.
Es cierto lo que comentas, pues no coincide ese supuesto estado de desarrollo de los individuos con la actitud general que se nota en la realidad.
Pero creo que suceden dos cosas que lo pueden explicar, por un lado la espectacular influencia que tienen los medios de comunicación y sus efectos en la opinión pública tanto para inducir formas de pensar infantilizadas, como en «tapar» por sistema lo mucho que hay que no interesa a ese propósito; y por otro, el efecto de inercia que está teniendo en nuestro días la «ilusión colectiva» que se ha producido con el Estado protector.
Esto último es parecido a lo que les pasa a los adolescentes cuando empieza a despuntar su propia identidad, que están renegando por sistema de sus padres pero se sienten incapaces de hacer algo que no reproduzca ese modelo parental, y cuando aventuran algo diferente se sienten presos de un miedo que nos está diciendo lo mucho que añoran el nido perdido. Este sistema está en el comienzo de su adolescencia, y los síntomas coinciden uno por uno a la perfección.
Cuando dices que lo que se demanda en la actualidad es mantener las mismas situaciones anteriores es absoluta y dramáticamente cierto, y viene a demostrar lo difícil que le resulta al hombre asumir su propia y total responsabilidad. Por eso me parece imprescindible que de esta crisis se pueda, por lo menos, sacar en conclusión que lo que hemos estado viviendo era un falacia, el último (¿?) estertor de un sueño colectivo que está condenado a desaparecer. La única pregunta que me hago es: ¿cuando?
Un saludo,
Hoy he descubierto este blog. Y lo primero para mi es agradecer las publicaciones y los grandes temas que se plantean para la reflexión.
Leí este texto y ahora, cuando voy a comentarlo, me doy cuenta que ya ha transcurrido todo un año. Pero creo que el tema es tan actual como antes. Por eso contesto, a la espera de una posible respuesta.
Las cosas no cambian tan rápido, acabo de decir… Pero cambian, y además profundamente. Creo que es evidente que estamos viviendo un cambio profundo, que cómo no afecta a «la estructura» de la familia». Me parece que estamos siendo testigos de una re-definición del rol de los padres. Lo que viene acompañado de una serie de problemas asociados (inseguridades, miedos…). Por lo tanto, cambia la Sociedad y lo hace la Familia. Quizá la atribución tradicional de funciones que se ha hecho a la familia esté cambiando… ¿Para peor? Creo que NO tiene por qué.
Planteo esto como respuesta a las últimas cuestiones que se plantean al final del texto.Pues, la educación no formal, por ejemplo, no creo que tenga sentido adjudicársela a la familia (¿dónde están las Nuevas Tecnologías y los tutoriales de youtube por ejemplo en esto?), socialización (¿y la importancia de la familia y la comunidad?) Mi pregunta es: ¿Qué función «ha perdido» la familia «desestructurada»? ¿Son los nuevos modelos familiares (uniparentales, reconstituídas…) familias desestructuradas? ¿No es lógico que la organización y función familiar se modifique de igual modo que lo hace la sociedad?
¿Y el valor socializador de la escuela? Para mi, una de las grandes justificaciones de la existencia de la escuela, es que los que no puedan desarrollarse en su contexto familiar puedan encontrar oportunidades de aprendizaje en la escuela.
Si bien es cierto que la escuela en muchas ocasiones no ha podido hacer frente a las demandas educativas de sus alumnos (y más cuando tienen problemas sus familias), creo que tiene un importante papel en permitir que el alumno pueda adquirir conocimientos que le permitan desarrollarse individual y socialmente.
En definitiva, creo que responsabilizar a las familias es contraproducente. En mi opinión, entenderlas para apoyarlas es fundamental y la única manera de mejorar. Es por esto que quería resolver un par de puntos.
Esperando que ayuden a la reflexión,
un saludo
Hola María,
Antes que nada, bienvenida al blog, en el que esperamos que partcipes mucho.
Respecto a las dos cuestiones que planteas que, según he creido entender, son el tema de la tradicional atribución de funciones a la familia, y la distribución de los efectos de la socialización a instancias diferentes a la familiar, te contesto desde lo que entiendo y veo.
Efectivamente la sociedad cambia y con ello también lo hace la familia, y eso no solo no tiene porque no ser malo, sino que puede ser perfectamente bueno, y desde mi punto de vista hasta deseable. La cuestión es que lo que se observa con más frecuencia es que ese cambio no suele suponer una «reestructuración», y, en cambio, con demasiada asiduidad es una «desestructuración» en toda regla. Un reciente análisis sociológico de la FAD situaba las primeras en algo menos de un 20%, y a las segundas se computaban en casi un 40%.
La reasignación de roles y funciones, la adaptación a los cambios, la diferente organización doméstica, la inclusión de funciones nuevas y abandono de las antiguas, el ajuste a influencias externas más poderosas, la inclusión y práctica de valores emergentes, serían algunas de las más importantes características de padres que favorecen una «reestructuración».
El abandono del ejercicio parental y su lasitud, el descuido de las prácticas de crianza, la priorización de aspectos individuales frente a los colectivos y sistémicos, la delegación sin seguimiento y control de roles antes atribuidos a la familia, o el enmascaramiento de valores egocéntricos detrás de estilos educativos mal llamados «tolerantes», son demasiado frecuentes entre el conjunto de las familias occidentales.
Evidentemente, este segundo grupo, no trae nada bueno, especialmente para los que están más indefensos y son más vulnerables a ello, pues dependen sobremanera de lo que establezcan aquellos que están fijando unas prioridades y no otras.
En cuanto a la socialización indicar que es un valor y una práctica especialmente considerada en los últimos tiempos, que no se asienta en ninguna evidencia científica relevante que la avale en esa misma dimensión y transcendencia. De hecho, es muy llamativo, que esta variable adquiera una importancia en ascenso en detrimento de otra que tiene que ver con la importancia de la individuación, proceso en la que una enorme cantidad de personas de las nuevas generaciones están teniendo serios problemas para desarrollarlos, cuando no se encuentran a merced de influencia poco saludables.
Como botones de muestra dos indicadores, uno, la enorme influencia que los factores relacionados con el grupo están teniendo en cuestiones que siempre se han manjeado en la esfera de la individualidad, y dos, la evidencia que nos muestran los investigadores del alto grado de «analfabetismo» emocional que se observa en estas mismas generaciones. Ambas dos indican un pobre desarrollo de la individualidad.
La socialización siempre ha sido una labor de todo el conjunto social, más allá de la familia, que ha empezado a encapsularse en ámbitos cada más cerrados y dificiles de controlar por agentes externos a ellos, como son los medios de comunicación y la escuela moderna, estableciéndose un auténtico control social de las personas a través de esta vías.
Por último, las llamadas nuevas formas familiares -adoptivas, reconstituidas, monoparentales, etc.-, no son de por si ni mejores ni peores que las familias tradcionales -nucleares o extensas- pues dependen básicamente de los adultos que las componen, si es cierto que tienen ante si retos diferenciales distintos por su propia naturaleza que han de asumir. Y el discurso de la igualdad con su insistencia en la no discriminación, establece un marco en el que las diferencias no son apreciadas, haciendo más dificil la consecución de los fines preescritos, mientras se ansia la búsqueda de «la normalidad» de lo tradicional, que no es muy comprensible.
Esperando con ello haber aportado algún elemento a la reflexión, un cordial saludo.