¿Quiénes controlan la trastienda del poder?

Cuando oímos la palabra lobbies inmediatamente pensamos en grupos de presión maniobrando en la sombra para obtener favores del Gobierno. Como la mayoría de las creencias populares, es probable que esta interpretación peque de simplista. Es obvio que las grandes empresas con intereses comunes, llámense bancos, petroleras, farmacéuticas o fabricantes de coches, intentan por todos los medios que los gobiernos comprendan sus puntos de vista. Como se trata de sectores vitales para la economía y como no es normal que los funcionarios relacionados con ellos los conozcan a fondo, los gobiernos entienden como una elemental prudencia escucharles antes de legislar sobre sus actividades. Pero, claro, una cosa es escuchar y otra muy distinta actuar a su dictado. 

Sin embargo, el afán de influir en las decisiones de los gobernantes está muy extendido. No son solo las grandes empresas las que entran en este juego. También lo hacen las organizaciones religiosas, sindicatos, colegios profesionales y, en general, cualquier asociación que defienda unos intereses determinados. Y, en el fondo, es lógico: si los políticos no hacen por conocer bien sus puntos de vista antes de tomar una decisión que les afecte, estas organizaciones tienen que ir a explicárselos. Lo que sucede es que la línea divisoria entre explicárselos y presionarles para que los asuman es, a menudo, muy tenue y se cruza con facilidad.

Tampoco los medios de comunicación están libres de este afán por influir. Desde los grandes grupos de comunicación, capaces de moldear las opiniones de la ciudadanía y, a partir de ahí, presionar a sus gobernantes, hasta las empresas tecnológicas que controlan las redes sociales y nuestras búsquedas por Internet, unas pocas empresas tienen un enorme poder en la sombra.  

A veces la intención de influir no está mal vista socialmente. Por ejemplo, las organizaciones dedicadas al análisis y la reflexión, o think tank, publican sesudos informes para ayudar a los gobiernos y a la opinión pública a comprender las honduras de una determinada cuestión. Desde luego, sería ingenuo creer que esos informes no están sesgados ideológicamente. Pero lo importante, en todo caso, es percatarse de que la actividad de estos think tank pone en evidencia un grave déficit que hay en nuestras democracias: el que existe entre el nivel de conocimiento que realmente se requiere para decidir responsablemente sobre los asuntos clave que determinan nuestro futuro y el que tenemos la mayoría de los ciudadanos sobre esos asuntos cuando depositamos nuestro voto para elegir a quién queremos que tome esas decisiones en nuestro nombre, al frente del Gobierno.

Pero esto solo muestra un ángulo del problema. Hay más y algunos tienen mucho calado. Como la política está muy desprestigiada los partidos cada vez disponen de menos gente con la formación y la capacidad de gobernar un país; gente que, además, esté dispuesta a soportar las luchas internas para formar parte de la candidatura que concurra a las elecciones y a bregarse luego con los demás partidos en la lucha electoral. El resultado lógico es el que se ve por doquier, aquí y en todas partes: los gobernantes son cada vez más mediocres y cuesta creer que estén mínimamente a la altura de las decisiones que deben tomar. En estas condiciones, no solo es lógico sino casi inevitable que abunden los grupos y organizaciones de todo tipo e intención dedicados a influir en nuestros gobernantes, aprovechando el vacío que dejan la insuficiencia de sus capacidades y del sistema político que les promueve.     

Entre estas organizaciones las habrá de todo pelaje. Unas serán realmente peligrosas, la mayoría simplemente irán a sacar la mayor tajada posible y algunas habrá que incluso pretendan con buena intención influir para que las decisiones de nuestros gobernantes sean acertadas. Las habrá que solo les interese lo que suceda en nuestro país y otras que quieran influir a nivel global. Algunas serán más o menos conocidas y probablemente haya otras absolutamente desconocidas. Entre las primeras, han adquirido cierta notoriedad el Club Bilderberg, fundado en 1954 y a cuyas reuniones asisten las personas más influyentes del mundo, la Comisión Trilateral, fundada en 1973 a propuesta de David Rockefeller, y alguna otra.

En realidad, a lo largo de nuestra historia lo habitual ha sido que las grandes decisiones políticas y económicas las tomaban los monarcas y sus aristocracias palaciegas; y el pueblo llano tan solo se enteraba por sus efectos. El advenimiento de las democracias supuso un importante punto de inflexión, al introducir la participación de los ciudadanos en la vida política y abrirles la oportunidad de influir en las decisiones de los gobiernos. Pero para que esa oportunidad fuese bien aprovechada era necesario que, entre otras cosas, la ciudadanía asumiese el reto de formarse adecuadamente. Eso topaba con dos limitaciones cruciales: la escasa cultura de las grandes masas obreras y campesinas, y su falta de tiempo para solucionarlo. Finalmente, la lucha política y el progreso económico han hecho que la educación y el tiempo libre estén al alcance de toda la sociedad. Con todo, el objetivo de lograr que el conjunto de los ciudadanos se sitúe al nivel que le permita influir consciente y responsablemente en las decisiones de quienes les gobiernan, está muy lejos de haberse conseguido. En consecuencia, los grupos de presión han seguido actuando. 

Seguramente siempre habrá organizaciones tratando de influir veladamente en las decisiones de los gobiernos, socavando con ello el sentido genuino de la democracia. Y, en la medida en que la gente opte por la comodidad, el individualismo y la elementalidad cultural e intelectual, su participación en la vida política, y consecuentemente la de sus representantes políticos, tendrá un nivel tan bajo que dejará mucho campo libre para la actuación de tales organizaciones.

Pero, si lo vemos en términos evolutivos, es evidente que nuestro reto de cara al futuro es aprovechar las inmensas posibilidades que brinda la democracia como sistema político para ir ocupando progresivamente el espacio que rodea a las grandes decisiones que nos afectan como sociedad. El objetivo es claro: cuanto más crezca nuestra capacidad como ciudadanos para enterarnos de lo que se cuece, organizarnos e influir eficazmente en las decisiones políticas para lograr que estas se tomen en el sentido que de verdad nos beneficia, menos margen dejaremos para que sean otros los que decidan por nosotros y en contra de lo que nos conviene. En realidad que haya más o menos poderes en la sombra depende, al final, de lo que estemos dispuestos a crecer individual y colectivamente.

3 comentarios

3 Respuestas a “¿Quiénes controlan la trastienda del poder?”

  1. R. Estévez dice:

    Tema muy importante el que aborda el artículo de Manuel Bautista
    En 1917 publiqué sobre la cuestión un capítulo en la obra colectiva, «España, Democracia y Futuro» Tirant Lo Blanch. El texto que sigue, un poco más de mil palabras, es un resumen de dicho capítulo titulado Democracia y Poderes Fácticos. Lo traigo a la consideración del autor porque aporta una perspectiva histórica y conceptual que facilita abordar el tema con la importancia que tiene en nuestras vidas.

    Democracia y Poderes Fácticos

    En momentos de crisis como el actual hemos de revisar diferentes aspectos de nuestras circunstancias sociales. Especialmente aquellos que no producen los resultados que esperamos de ellos.

    Este es, por ejemplo, el caso de las Democracias «representativas» basadas en delegar la representación en partidos políticos que, curiosamente, operan bajo la prohibición del mandato imperativo, es decir de la auténtica representación. En España dicha prohibición es la del artículo 67.2 de la Constitución.

    Es por ello que nuestras democracias producen tantas y tantas leyes que no son fruto de la voluntad ni del interés a corto o a largo plazo de los ciudadanos sino que reflejan intereses poco claros y de cuyos promotores y beneficiarios reales los ciudadanos no somos conscientes. Son cientos y cientos de leyes y reglamentos. Algunas, quizás razonables, como la vigente Ley «Antidescargas» votada tras intensísima acción de intereses foráneos norteamericanos y que pese a todas las proclamas de los partidos –PSOE y PP— terminaron, Gobierno y Oposición, votando lo contrario de lo anunciado y en línea con los intereses citados.

    Otras son todavía de mayor calado, como la Ley del Parlamento Europeo (20-02-2006) en la cual, so pretexto de protección de intereses de las minorías homosexuales y transexuales, se obliga a los sistemas escolares de todo el continente a promover favorablemente dichos arquetipos de comportamiento en los sistemas escolares independientemente de las ideas del centro y de la opinión de los padres. Todo el sistema, incluido el mediático y el cultural, es apercibido, vigilado y sancionado si procede para comprobar el fiel cumplimiento de los deseos de los lobbies promotores de estas leyes que afectan a derechos fundamentales de opinión, cátedra, enseñanza y expresión.

    Por ello vamos a tratar hoy de «democracia» y de «poderes fácticos». De la palabra democracia ya sabemos que hay hasta 650 versiones. Poderes fácticos tenemos millares. Muchos, como las grandes ONGs, son desconocidos e insospechados. Usaremos por tanto las siguientes definiciones.

    Democracia: una forma de acceder al Poder en la cual los gobernados deciden directa o indirectamente quién gobernará.

    Poder Fáctico: aquel Poder que se ejerce desde Cauces Informales para influir en los poderes Formales y alcanzar los fines buscados por el grupo en cuestión.

    Sobre el concepto de Poder he utilizado la acepción de Moises Naim: «capacidad de dirigir –o de impedir– las acciones de otros grupos o individuos». Acerca del adjetivo Informal hemos de recordar que, en todas las organizaciones, además de las estructuras Formales, existen otras más sutiles, las Informales, tan importantes como las primeras.

    Por otra parte, es razonable esperar que personas libres –la condición necesaria de la Democracia– se organicen para alcanzar sus objetivos. Así emerge el fenómeno de los Poderes Fácticos, Grupos de Presión, Grupos de Interés o Lobbies.
    Un viejo texto, relata una carta al presidente Buchanan, en 1857, quejándose de que las cámaras legislativas de los EEUU habían caído en manos de intereses ferroviarios y navieros … «Un Tercer Congreso de Representantes compuesto por expertos invasores de las oficinas de los congresistas más importantes llenándolas de los incentivos necesarios para garantizar la aprobación de cualquier Proyecto de Ley por el cual los lobbies estuvieran dispuestos a pagar».

    A lo largo de estos casi dos siglos se ha hecho evidente, –también en la UE y en España–, que estos grupos no dejan de crecer y que constituyen una parte estructural, incontrolable y muy activa de una democracia. Son decenas de millares y tienen su lógica. Desde los años 40 del siglo pasado el peso del Estado ha aumentado desde un 12% del PIB a más del 50% de hoy. Esto ha producido una explosión de regulación que hace imposible para cualquier ciudadano la consecución de sus fines independientemente de un Estado cuyo control es total. Siendo tan fuerte su influencia resulta imprescindible disponer de los recursos para relacionarse con él. De no ser así la esfera de las libertades, –de la capacidad ciudadana de vivir y elegir sin coacción–, será todavía más reducida.

    En las democracias europeas actuales se constatan dos líneas de pensamiento sobre los «poderes fácticos», una «socialista», y otra «liberal».

    Para los pensadores del primer tipo, los poderes no Formales deben ser restringidos hasta el punto de, si posible fuera, hacerlos inoperantes. El objetivo de «igualdad de voz» debe ser rigurosamente preservado para que el Poder imponga Igualdad en «el caos de la naturaleza». Los hombres siempre creemos mejorar la Naturaleza.

    Para los segundos, los poderes Informales son expresión de los intereses ciudadanos y el «bien común» se deriva de la acción de estos grupos. Es la forma en la que la Ciudadanía democrática influye sobre el Estado a través de quienes mejor representan sus intereses.

    Las filosofías políticas que, so pretexto de la Igualdad de Voz de cada persona, plantean la neutralización o la «compensación coactiva» de esta actividad, lo hacen sin reconocer que ellas mismas son fruto de cuantiosas subvenciones desde el poder y que no hay prueba empírica de que la actuación de estos grupos resulte generalizadamente en leyes perjudiciales para la mayoría.

    Así las cosas, el ciudadano de a pie, –dotado de un prudente pragmatismo y gran resignación– , intuye que lo peor de los Poderes Fácticos es…………. no serlo.

    Los EEUU, la forma de Gobierno Representativo más antigua entre las actuales democracias, lleva casi dos siglos tratando de controlar sus lobbies. Europa occidental lo ha hecho recientemente para dar alguna visibilidad a la actividad de estos grupos.

    En lo que a nosotros afecta es necesario recurrir a Mancur Olson –«The logic of collective action»–para entender por qué la Ciudadanía no está presente ni en la producción ideológica ni en su difusión. Apenas es el «Grupo Latente» sobre el cual actúa el Poder y en cuyo seno emergen, o no, los Grupos de Interés que eventualmente tendrán alguna eficacia.

    Vemos así que la Ciudadanía es inoperante para sus propios intereses. Según Mancur Olson –y resumiendo un elaborado argumento– porque «¿Para qué voy a molestarme si puedo aprovecharme de lo que consigan otros?» Pero esta lógica se quiebra cuando «los otros» son minorías políticas muy activas cuyos intereses son contrarios a los de las mayorías.

    Un fenómeno muy actual es la facilidad con la cual las minorías y sus intereses –subvenciones, empleos, por ejemplo– se imponen legalmente a las mayorías que han de financiarlas y hasta obedecer sus dictados. Gran paradoja de las actuales democracias «representativas». Hemos dejado de ser iguales y unos «pesan» mucho más que otros.

    Así las cosas es evidente que… No articularse eficazmente como Grupo Organizado de Interés desde la sociedad civil es una debilidad estratégica grave. El grupo –de minorías o de mayorías– que se quede fuera se ausenta del campo de la representación eficaz.

    Procede pues apuntar dos campos de trabajo para la gran mayoría, las clases medias trabajadoras ausentes del tablero de juego del marketing político.

    1. Repensar nuestras Democracias en función de los dos resultados que están produciendo: Empobrecimiento y gradual reducción de la clase media trabajadora que era la promesa de la democracia y Reducción constante de las esferas de libertad personal y colectiva bajo reglamentaciones, sanciones, limitaciones a la libertad de expresión y otras, etc.

    2. Si lo peor de los Poderes Fácticos es «no estar entre ellos»–, lo lógico es trabajar para remediarlo. De ahí la necesidad de afrontar los desafíos presentes y futuros desde la Ciudadanía Trabajadora. Hoy, los intereses de esta gran clase social son los peor representados y hay toda una constelación de «poderes fácticos» –financiados desde el Presupuesto– dedicados a su metódica deconstrucción.

    Es cierto que la predisposición ciudadana a actuar es muy mejorable, pero estamos hablando de la clase social que porta los valores de esta cultura en crisis. Si esta clase social se muere desaparece hasta la idea de democracia. No es diferente de lo que sucedió cuando moría el Viejo Régimen y lentamente surgieron los gobiernos «Representativos» y las Democracias de Masas. Aquel ciclo que hoy se acaba.

    El camino no es fácil pero hoy disponemos de muchos más conocimientos y recursos de comunicación y reflexión social de los que existían entonces.

    Fin de cita.
    Saludos y gracias por traer una cuestión tan importante

  2. O'farrill dice:

    Como ya hemos comentado y escrito nada de esto se produce por casualidad. El poder real (dinero), debería estar regulado por las leyes. Por el contrario, son esos «poderes salvajes» (no sujetos a norma) los que imponen las suyas (Ferrajoli).
    Y lo hacen de unas formas más o menos sutiles. la más eficaz es la propaganda (Barneys) y los medios de comunicación que cuelgan de esos poderes.
    Es curioso comprobar cómo las grandes cadenas de televisión cuelgan de los mismos hilos que manejan manos similares, donde se cruzan y entrecruzan nombres y apellidos muy conocidos con fundaciones, ONGs, etc. en una confusión premeditada que evita su control por los estados.
    No está muy lejos aquel proyecto TTIP destinado a establecer un sistema legal global corporativo, ajeno a las leyes de los diferentes países que fue rechazado por la gente (aquéllas «izquierdas» tan distintas a las actuales) e impedido por Trump en su mandato. Claro está que no se lo podían perdonar.
    Las organizaciones del poder (en abstracto) están escondidas tras objetivos filantrópicos (una buena forma de ser aceptados socialmente) tras los que luego aparece la palabra «negocio».
    Hay un interesante ensayo encabezado por Ludovic Tournée que he conocido en su versión francesa: «L’argent de l’influence». Las redes de la filantropía americana en Europa»desde Carnegie hasta Soros abarcan desde la 1ª G.M. hasta nuestros días, pasando por apellidos como Ford o Rockefeller, que llevan su mesianismo USA de salvación mundial a las ciencias sociales y la sanidad principalmente. Buenas intenciones de ayudar a los desgraciados europeos (a los que se envidia en el fondo y por eso se los compra y alquila según la periodista británica Francesc Stonor en su gran obra «La CIA y la guerra fría cultural»).
    Nada ha cambiado desde entonces. El poder y la influencia de grupos, organizaciones y pesonajes sigue indemne.
    Sería interesante comprobar la procedencia de «líderes» y «cargos públicos» en las últimas generaciones, tanto en el mundo político como en el corporativo. Están sacados del mismo troquel uniforme.
    Muy importante el comentario del Sr. Estévez que parece conocer perfectamente el tema.
    Un saludo.

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